• Eleonora Requena, Lena Yau, Oriette D’Angelo y Gisela Kozak expresaron sus opiniones a El Diario para analizar desde el oficio poético y crítico la imagen de la mujer en el país

La expresión poética en Venezuela se ha enriquecido con los tonos de la voz femenina, teniendo grandes referentes en el transcurso de su historia como María Calcaño, Ida Gramcko, Elizabeth Schön, Hanni Ossott, Miyó Vestrini, Yolanda Pantín, entre otras. En la narrativa, de la misma forma, escritoras como Teresa de la Parra, Elisa Lerner, Antonieta Madrid y Ana Teresa Torres representan un matiz estético importante en la bitácora literaria del país.

Oriette D’Angelo, estudiante de Escritura Creativa en Español en la Universidad de Iowa, aseveró para El Diario que uno de los referentes primordiales para explicar el sentido de la literatura venezolana es Antonia Palacios, poeta nacida en la ciudad de Caracas y bastión importante para las generaciones literarias de la década de los ochenta y los noventa.

Antonia Palacios en Bogotá, Colombia, 1968 | Foto cortesía
Antonia Palacios construyó su universo poético a partir de lo doméstico en una época donde precisamente esto es lo que se esperaba de las mujeres: lo doméstico. Pero su trabajo trasciende y alcanza esa representatividad Oriette D’Angelo

Lena Yau, licenciada en Letras, máster en Comunicación Social por la Universidad Católica Andrés Bello y autora de la novela Hormigas en la lengua, mencionó para El Diario un pasaje de la poeta y ensayista argentina Tamara Kamenszain, escrito en El texto silencioso, que enuncia:

“Memoria corporizada en la plática, la de las mujeres encontró también su lugar de registro escrito: el diario íntimo, las cartas, las libretas garabateadas con recetas de cocina, los cancioneros acumularon durante siglos porciones de idioma familiar”.

La literatura femenina en el país partió desde su realidad individual, desde las presiones sociales que embargaban a la mujer, de lo justo y conocido para realizar un traspaso a través del lenguaje hacia lo universal.

Pero también desde la década de los setenta, con la creación de nuevos espacios editoriales como Monte Ávila Editores, Cuadernos de Difusión Fundarte, Pequeña Venecia, Angria, La Liebre Libre, Eclepsidra, entre otros, hubo una mayor aceptación de la voz poética femenina en el país. Para Eleonora Requena “esas escritoras comenzaron a publicar sus textos al abrigo de instituciones culturales, gubernamentales o independientes, fundadas a partir de los años 1970 y con mayor volumen en los años 1980 y 1990”.

Para Requena, compiladora del volumen El puente es la palabra, antología de poetas venezolanos en la diáspora, el entendimiento de la obra literaria se divide en dos aspectos: el significado para quien la escribe y el significado para quien la lee. Para esta autora, la imposición del poder ideológico sobre la escritura o la lectura es un estrategia que debe evitarse al momento de encarar una obra literaria.

“Se escribe en un tiempo específico al abrigo y la sazón de una situación de vida, también se lee desde un lugar determinado. Creo que un texto será feminista si así lo desea quien lo escribe, pero también será feminista dependiendo del deseo de quien lo lee. (¿Era sor Juana feminista al escribir la ‘Respuesta a la carta de sor Filotea’?) Los temas y asuntos de la escritura atienden a la subjetividad de cada autor, y es la poesía la forma de escritura más escurridiza a la hora de las categorizaciones”, agrega para El Diario.

Elizabeth Schön | Foto: Alfredo Cortina

Una nueva visión

Gisela Kozak, profesora de la Escuela de Letras, de la maestría en Estudios Literarios y de la maestría en Gestión y Políticas Culturales de la Universidad Central de Venezuela (UCV) durante 25 años, aseveró para El Diario que la literatura feminista “supone una práctica estética definida por su sentido político expresamente definido. Las escritoras que realmente han trascendido y renovado la lengua no han requerido la muleta política”.

Existen escritoras, sobre todo en las últimas décadas, que han tratado de visibilizar los padecimientos de la mujer a través de su trabajo literario y su finalidad escritural ha estado ligada con las directrices del movimiento feminista en pro de un objetivo en común.

Al mismo tiempo, Kozak aclara que el menester literario no tiene una responsabilidad con los hechos de la realidad ni con las finalidades ideológicas porque su estado es la estética del lenguaje y, desde este punto, la literatura escrita por mujeres ha representado una irrupción en un discurso que se creía terreno meramente masculino. “La literatura es práctica humana y toda práctica humana puede prometer lo nuevo y lo distinto tanto como preservar lo común y lo individual”, agrega.

Por otro lado, Maurice Blanchot, uno de los personajes más importantes de la crítica literaria en el siglo XX, anotó en uno de sus textos: “El lenguaje empieza siempre con el enunciar, y enunciando afirma”. De esta forma se plantea al lenguaje como un artefacto de afirmación social y de visibilización de grupos desfavorecidos en el espectro de la realidad. Por ende, la potencia de las voces femeninas en la literatura genera un espacio de visibilización de la mujer en la sociedad venezolana.

La deconstrucción del lenguaje

Una de las propuestas más fervientes del feminismo, que nace en la década de los setenta con la inclusión de los textos de Jacques Derrida, filósofo francés de origen argelino y pieza fundamental para la teoría posmoderna, es la “deconstrucción” de los aparatos culturales, entre ellos el lenguaje, que se establece como una “tercera ola” en el movimiento.

Derrida, en una entrevista para la televisión francesa, dijo: “He descrito la deconstrucción como una matriz de cuestiones sobre la filosofía y no contra la filosofía”. Para el autor galo, el proceso de “deconstrucción” es una forma de defensa de lo filosófico al plantear, constantemente, la duda sobre aquello que está establecido, pero no pretende volver añicos lo construido previamente.

La revisión de los roles que cumple la sociedad y del funcionamiento establecido por la cultura, como la separación entre el hombre y la mujer, es un proceso necesario para cambiar los modelos de relación que se han venido utilizando a través de los años, pero en palabras de Derrida, la “deconstrucción” pretende problematizar la sociedad para que, de esta forma, se establezca un nuevo proceso de relación humana.

En este caso, Lena Yau recuerda un pasaje de la escritora boliviana Giovanna Rivero, en un intercambio epistolar que mantuvieron, que decía: “De estar cerca hablaríamos, por ejemplo, de este nuevo feminismo, tan necesario y al mismo tiempo tan escalofriante, como si un boquete de aire se hubiera abierto incontenible y ya no pudiera distinguir entre lo bueno y lo malo, arrasándolo todo por igual. Está bien deconstruir los antiguos y nocivos modelos de mujer, pero me parece que más de una vez tiramos el agua de la bañera con el niño adentro”.

Lena Yau | Foto: Lisbeth Salas

La Real Academia Española (RAE) establece que “los sustantivos masculinos no solo se emplean para referirse a los individuos de ese sexo, sino también en los contextos apropiados para designar la clase que corresponde a todos los individuos de la especie sin distinción de sexos”. Dicho sustantivo, en las reglas gramaticales, es el género no marcado. Es decir, su capacidad engloba a todos los individuos, no solo a los de género masculino. Además, la institución rectora de la lengua española aclara que la utilización de ambos sustantivos es necesaria solamente cuando la oposición de sexos es relevante en el contexto de la oración. De resto, su uso es parte de una realidad extralingüística que busca modificar el comportamiento de los hablantes.

Para los individuos de género no binario (aquellos que no se identifican con el género masculino, ni femenino) la clasificación del masculino como enunciado neutro para categorizar a todos los individuos es insuficiente. Oriette D’Angelo, autora del poemario Cardiopatías, publicado por Monte Ávila Editores en el año 2016, comenta que es importante “que las personas se sientan representadas por el lenguaje, y es necesario que escuchemos a las personas que sienten que las categorías de género del lenguaje actual no les representan. Creo que allí está la clave para entender su importancia”.

Para Lena Yau, autora del poemario Lo que contó la mujer canalla (2016), la lengua es un espacio flexible al momento de escribir narrativa o poesía, también en el habla que se adhiere al contexto de los hablantes. “La ideologías canibalizan buenas voluntades y el primer paso para hacerlo es el habla, porque somos habla”, agrega.

La pretensión de dominio que poseen las ideologías, partiendo de la aseveración de Lena Yau, tanto para enaltecer un poder establecido como para derribarlo, se adhieren, en primera instancia, al lenguaje como expresión intrínseca de la relación humana. Por ende, el dominio de los hablantes es imperante para generar una ruptura y un nuevo posicionamiento de poder.

Asimismo, según Gisela Kozak, autora de varias obra de narrativa y ensayo crítico, entre las que figuran Latidos de Caracas (2006), Vida de machos (2003) y Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (2013), “el uso del lenguaje inclusivo no fonético (X) o fonético (e) es una propuesta que tiene que luchar por su espacio en términos democráticos”.

“Mi opinión es que no va a prosperar porque es demasiado académico para hacerse lengua de calle y libro solo con presiones políticas de algunos grupos”, agrega, mientras explica que la utilización del enunciado femenino en el discurso gubernamental es parte del fetichismo lingüístico y no representa, de ninguna manera, una mejora para la realidad de las mujeres en Venezuela.

La figura de la mujer en la crisis venezolana

Aunque pareciera irrelevante para la mirada de algunos desprevenidos, el poema acoge al país adormecido y permite entrever las calamidades que afronta diariamente. En este caso, la enunciación poética brinda un nuevo espacio para entender y reivindicar la figura femenina.

La mujer en Venezuela ha sufrido un proceso de crisis que imposibilita la estabilidad cultural, económica y de salud. De acuerdo con el informe expuesto por el Centro de Justicia y Paz (Cepaz) titulado “Mujeres al límite 2019”, entre agosto y diciembre del año 2018 se registraron 2.246 abortos, lo que representa 15 por día. La razón de la incidencia del aborto en instituciones de salud pública ocurre por el déficit alimenticio y por la falta de tratamiento prenatal, según el organismo. A eso se le suma la dificultad para la obtención de métodos anticonceptivos y el aumento de hogares disfuncionales.

Gisela Kozak aclaró que el feminismo en Venezuela había presentado avances positivos en el siglo pasado, “pero lamentablemente los venezolanos están bajo una tiranía que los obliga a buscar la simple supervivencia constantemente”.

En el año 2018, según cifras publicadas por la organización Cáritas, 21% de las mujeres embarazadas en varias parroquias del territorio nacional sufrían de desnutrición aguda. De ellas, 24% eran menores de 19 años. Ante el olvido de las instituciones gubernamentales, muchas han tenido que emigrar a los países cercanos, como Brasil y Colombia, para poder recibir la atención médica necesaria en el proceso de parto.

“El discurso político es muy pobre y su contenido de creatividad y libertad demasiado constreñido por las circunstancias y los límites mismos del liderazgo político. Además, Venezuela es un país conservador, con una creciente población evangélica, un poder absoluto que desprecia a las mujeres y un sector de la población opositora que jura que hablar de feminismo o derechos civiles LGBT es de izquierda”, agrega Kozak.

Gisela Kozak | Foto: Lisbeth Salas

Según datos de Migración Colombia, entre abril y junio de 2018 se registró la llegada a ese país de 8.209 mujeres venezolanas embarazadas, de las cuales 6.304 no tenían control prenatal. Por otro lado, el gobierno brasileño expuso que desde enero de 2017 y marzo de 2018, 10% de los partos ocurridos en el estado Roraima fueron protagonizados por mujeres venezolanas que escapaban de la crisis humanitaria.

De igual forma, la escalada de la violencia y la trata de mujeres en redes de prostitución en las zonas fronterizas es un problema que desde hace tiempo enfrenta Venezuela.

Ante una figura femenina muy golpeada y desvalida, dentro del contexto de una crisis social sin precedentes, es preocupante el manejo de esta situación por parte de los entes gubernamentales y las figuras políticas. Para Eleonora Requena, autora del poemario Sed (1998), este olvido de la figura femenina tiene que ver con “que a nivel político no ha habido una real voluntad de defensa de los postulados feministas por parte de las organizaciones políticas en general, o al menos nunca han sido algo prioritario. Si bien se han dado importantes pasos a nivel jurídico, la implementación de tales leyes no se hace de manera eficaz”.

En cambio, en el resto de Latinoamérica el movimiento feminista ha tomado una posición civil y política importante para entrever la naturaleza de la sociedad y, de esta forma, modificar la agresividad contra la figura femenina. Requena, residenciada en Buenos Aires, Argentina, recalca que “Chile o Uruguay impulsan los movimientos feministas desde su carácter civil y democrático, se trata de luchas principalmente abanderadas por sectores universitarios, intelectuales y gremiales. En Venezuela en las últimas décadas esta izquierda se relacionó de manera muy contradictoria con el militarismo, siempre tan vinculado al machismo y al culto a la heroicidad masculina”.

La precaria situación que atraviesa el país y el deterioro de la calidad de salud, alimentaria y de seguridad ciudadana que han sufrido los venezolanos en los últimos años dificulta la inclusión del país en las discusiones que se realizan en todo el mundo. Oriette D’Angelo aseveró que “tenemos tantas crisis por resolver que esta pareciera no estar en la agenda de discusión. Es terrible, porque hay muchos procesos históricos de los cuales no estamos siendo parte porque tenemos necesidades y problemas básicos que atender”.

Foto: Oriette D’Angelo

“¿Quién piensa en feminismo cuando tiene que pasar sus horas del día buscando comida, medicinas, lidiando con los cortes de luz y agua, sin transporte público, sin moneda, sin internet libre, con medios de comunicación censurados, sin papel ni tinta?”, cuestiona Lena Yau.

Una figura golpeada. La mujer ha padecido el deterioro social de los últimos años y en 2018, según las cifras publicadas por Cotejo.info, ocurrieron 488 feminicidios en Venezuela. 35 de cada 100 incluyó a mujeres cuya edad oscilaba entre 25 y 45 años, mientras que en aproximadamente 27 de cada 100 se trató de mujeres de menos de 25 años.

En el año 2016 el Instituto Nacional de Estadística de Venezuela (INE) informó que más de tres millones de mujeres eran la figura principal de sus hogares, por tanto, la crisis nacional afecta de manera explícita a las mujeres en medio de una realidad sanitaria, económica, psicológica y alimentaria deplorable. Para Gisela Kozak es necesario retomar este tipo de discusiones en el país porque “el feminismo de verdad es un rasgo de civilización”.

“Mi atribulado país es ex moderno, pero eso sí, la lucha tiene que continuar pues el futuro debe ser pensado desde ahora. La situación de la mujer en Venezuela es horrorosa desde el punto de vista de su salud sexual y reproductiva”, agrega.

Asimismo, los signos del deterioro son agobios diarios para la población y la figura femenina, representada en el discurso venezolano bajo eufemismos y que ha sufrido desde su dominación en los hogares la crisis de su olvido y el padecimiento del hambre. Las poetas venezolanas, permiten entrever, desde el lenguaje, los problemas de lo femenino en un país que pareciera haberse olvidado de avanzar. Y no se trata de una tarea superficial porque, “creo que la palabra salva. Creo que la escritura salva. Creo que la literatura salva”, asegura Yau.

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