• La actriz, entrenadora fitness e influencer ha participado en 17 dramáticos nacionales. En 2011 se enfrentó al asesinato de su madre y cinco años después padeció cáncer de piel, enfermedad que superó con éxito. Hoy en día posee una enorme comunidad en redes sociales a la que entretiene con su carisma

Un sábado de diciembre por la tarde, Caracas —ciudad de contrastes— parece tener un rostro más alegre. Falta una semana para Nochebuena y eso se respira en el ambiente: un radiante cielo azul sin rastros de nubes, personas en fila para comprar sus bebidas alcohólicas al mayor en una licorería de la parroquia San Bernardino, mientras otros buscan delicateses en la panadería y pastelería Vollmer. Los menos favorecidos, sin embargo, hurgan en la basura algo para comer. 

Ese pintoresco paisaje lo completa una primera actriz venezolana quien, como un reloj suizo, acude puntual a la hora pautada para contar la historia de su vida. Escoltada por su sobrino César Domínguez, se presenta con mucha energía y, casi por instinto, comienza a entrevistar a sus entrevistadores. Su nombre es Ivette Del Valle Domínguez Valderrama, “La Coloquial”, como la conocen por redes sociales. 

De 1990 a 2012 tuvo una participación destacada en 17 telenovelas venezolanas entre las cuales figuran Ka Ina, Cuando Hay Pasión y Mi ex me tiene ganas de Venevisión, así como Carita Pintada, Angélica Pecado, Trapos íntimos y Mi gorda bella de RCTV. Además, formó parte de los programas Radio Rochela —donde se le empezó a conocer como “La Bomba Sexy”— y Cheverísimo, íconos del humor en el país durante la década de los 90.

Antes de llegar al porche de su edificio comienza a relatar que padece, como cualquier otro venezolano, la crisis de los servicios básicos. Ha perdido la noción de cuándo fue la última vez que llegó el agua a su apartamento en San Bernardino. De hecho, un mismo sábado, pero de julio de 2018, publicó un video en Instagram donde aparece bañándose en el estacionamiento de su hermana en vista de la escasez del vital líquido en su hogar.

Vestida con una pañoleta roja, camisa amarilla, jeans azul claros y zapatos deportivos rojos, Ivette comenta que sus gustos por la ropa que usa los heredó de su madre, Dilia Magdalena Valderrama. “A ella no le importaba ponerse una camisa amarilla con una falda verde. Era muy caja fuerte (por las combinaciones), entonces así soy yo”, expresa, y seguidamente suelta una carcajada. 

Recuerda que en 1987 se trasladó a Caracas desde Guanaguana, estado Monagas, con una fuerte convicción entre ceja y ceja.

¡Me voy a comer el mundo, no jodas!”. Argumenta que es una frase que se quedó tatuada en su frente y con ella se levanta todos los días con ganas de seguir adelante.

“Mi mamá desde el cielo me sigue alumbrando y diciendo ‘camina, hija, que lo vas a lograr”, expresa. 

Relata, además, que es una persona supersticiosa. “Sueno todas las mañanas las campanas y me doy buena vibra. Si me pongo la pantaleta al revés digo: ‘¡guao!, ¿qué pasaría? ¡Me estoy librando de algo!”. 

También revela que le da mucha significación a los números debido a los sucesos que han marcado su vida personal. “Creo en el número 7 y el número 13 es uno de mis preferidos, pero el 27 ha sido el que ha marcado mi vida. Un 27 nació mi hija (Ivette) y un 27 murió mi primera hija de cuatro patas; el 27 falleció mi papá y el 27 enterré a mi madre”.

Descubriendo a la actriz en su infancia rebelde

Ivette comenta que nació el 23 de noviembre de 1964 y sus padres eran del estado Monagas “orientales los dos”. Relata que su infancia fue muy movida porque sus dos hermanos mayores se iban a las canchas deportivas a jugar y ella los seguía. “Yo siempre fui una muchacha a la que le gustó el deporte. Practicaba voleibol y natación”, añade. 

Comenta que de su madre, Dilia —a quien tiene como su “Doña Bárbara”— aprendió lo que es trabajar desde pequeña. A su papá, César Domínguez, lo describe como el ser más hermoso, humano y amoroso que tuvo en la vida. “A los 9 años le preparé la primera pasta a mi padre y, bueno, estaba toda masacotuda, pero me dijo que era la mejor pasta que se había comido en el mundo”, menciona, y posteriormente deja caer una lágrima. 

Su vocación por ser actriz inició desde muy pequeña, a los 5 años. Recuerda que en su familia nadie entendía por qué esa afición por el mundo de las artes escénicas. “Era porque yo admiraba mucho a Janette Rodríguez y el destino hizo que pudiera trabajar junto a ella en (la telenovela) Todo por tu amor de 1997”, dice.

Acota, asimismo, que admiraba mucho a Marina Baura. “Yo quería ser como ‘La Usurpadora’, expresa en tono dramático, mientras hace referencia al personaje de la primera actriz hispano-venezolana.  

Foto: Víctor Salazar

“La Coloquial” se describe —en términos generales— como una “amante de la familia”. “Tuve dos abuelos espectaculares, uno de ellos me decía ‘Ricitos de oro’. Adoro a mis tías. Una de las cosas por las cuales me sigo quedando en Venezuela es que no podría irme y abandonarlas, a ellas, que tanto amor me dieron”. 

Recuerda, entre risas, que a sus 12 años cuando cocinaba unas caraotas le explotó la olla de presión lo que le produjo algunas quemaduras en la cara. En ese momento se toca el lado derecho entre la sien y el pómulo para hacer referencia a ese accidente. Sin embargo, adelanta que “gracias a una persona que estaba ahí y me echó vinagre blanco, no me quedó una marca”. 

Un hecho que significó una rápida transición de su niñez a la vida de adulta fue que el haber contraído matrimonio a los 15 años de edad con un joven que conocía de hace apenas tres meses. De esa unión nació Ivette, su única hija. Lo irónico es que la relación de pareja, así como el noviazgo, le duró muy poco: se divorció año y medio después.

Comenta que se casó porque quería ser la Chica 2001 —que en ese entonces era Janette Rodríguez— pero su madre no quería que tuviese nada que ver con el mundo de la televisión. Por esa razón, exclama con carácter, se fue de su casa para perseguir sus sueños. 

Foto: Víctor Salazar

Melancolía por la televisión de antes

Una de las cosas que más extraña Ivette de su paso por la televisión es, en sus propias palabras, encontrarse con el humorista Juan Ernesto López (Pepeto) en los pasillos de Radio Caracas Televisión, desayunar en el cafetín de ese medio con el también humorista Kiko Mendive, ser amiga de Marta Piñango “una mujer que me dio muchas sonrisas y me enseñó muchas cosas”, pero sobre todo manifiesta que extraña las llamadas a pauta y el clásico “cinco y acción”

Asegura que el cierre de RCTV en 2007 —por la negativa del gobierno de renovarle la concesión— le afectó tanto que duró seis meses deprimida y postrada en una cama, “no me quería sino morir, tenía un duelo”. Sin embargo, luego entendió que “la vida continúa y uno debe seguir adelante”, pero no pierde la fe en volver a formar parte de ese canal.

“Siempre me envían saludos el doctor Eladio Lares y su esposa Dora D’agostino. Me han dicho que el día que abran nuevamente las puertas de RCTV yo voy a tener ahí un espacio”, dice. 

Sin ningún tipo de reservas, manifiesta que la televisión actual es “lo más deprimente que tenemos en este país” en vista, según dice, de su poco contenido educativo. 

Sobreviviente del cáncer

El 13 de septiembre de 2016 Ivette anunció por redes sociales que le fue diagnosticado un melanoma (cáncer de piel) en estado temprano. “Yo dije ¡guao, era una punta de lápiz! Un lunar que tenía en el seno izquierdo. Me lo observé, hice lo que tenía que hacer” y acudió a su dermatóloga.

Tras la visita médica se dio cuenta de que era un lunar maligno, un melanoma, y en ese momento pensó “una nueva prueba. Yo creo que Dios les da ese tipo de pruebas a las personas que saben que las vamos a sobrellevar”. Relata, además, que duró triste durante tres días y luego soñó con su virgen del Valle —de la cual es ferviente devota— y la advocación mariana le dijo “te cambié los exámenes”. 

Foto: Víctor Salazar

Posteriormente menciona, con satisfacción, que ese mismo año y tras una exitosa visita al quirófano, fue curada de esa enfermedad. “Percibo cosas. No sé si es el mismo cerebro mío que me va diciendo ‘no tengo nada’ o las ganas de seguir trabajando y luchando. Creo que son pruebas que me manda Dios.

Tras esa experiencia aprendió a que debe ponerse protector “dos o tres veces al día y dejar un poco la playa, porque era de las que iba allí a freírse (broncearse excesivamente)”. 

Sus momentos más tristes

Ivette expresa, con suma tristeza, que uno de los golpes más fuertes que recibió en la vida fue el asesinato de su madre Dalia (de 69 años para ese entonces) la noche del 23 de julio de 2011 en la población monaguense de Guanaguana. El autor del crimen fue condenado a 30 años de prisión. Luego de ese momento la actriz entendió el significado de la palabra “maldad”. 

“Yo pensaba que a esta edad iba a estar con ella, que iba a cuidarla, porque ella se había divorciado de mi papá y él ya estaba en el cielo. Pensaba en eso y no fue así. Ahora trato de vivir siempre el día. Mi madre decía ‘si hay caraota se come caraota’, y es lo que le enseñó a toda mi generación”, menciona. 

Un mes antes Ivette había posado para la revista Playboy Venezuela y se vendió todo el tiraje, pero debido al luto que la embargaba en ese entonces no tuvo ni las ganas ni la disposición de aparecer en el siguiente número.

Otro hecho que marcó su vida fue el fallecimiento de su padre César Domínguez en 1995 mientras ella se encontraba interpretando Daisy Rodríguez en la novela Ka Ina. Lamenta que él, que estaba muy interesado en ese dramático de Venevisión, no haya podido ver el desenlace. 

Un suceso reciente que enlutó su corazón y que casi le quita el aliento para conceder la entrevista fue la muerte de su perro Scooby Del Valle, su compañero de vida durante 14 años —como ella misma lo considera— y por quien regresaba entre las 4:30 pm y 5:00 pm a casa para alimentarlo. 

“Scooby era un hijo de cuatro patas que me enseñó que no tengo que tener esa figura masculina para sentirme querida”, añade. Recuerda que en 2016 pensó emigrar del país, pero su mascota fue la que la inspiró a quedarse. 

Su transición a las redes sociales 

Con 55 años de edad, 513 mil seguidores en Instagram, 117,3 mil en Twitter y más de 1.000 suscriptores en YouTube, asegura que “ahora es que hay Ivette para rato”. Con suma humildad considera que tiene mucho talento y eso es lo que la ha ayudado a generar buenas críticas en su comunidad virtual. 

“Estoy enamorada de lo que hago, estoy enamorada de mis redes sociales, creo en mi proyecto”, manifiesta, al tiempo que revela su interés por aprender fotografía y producción audiovisual en general para fundar su propia productora “La Coloquial Picture” cuya sede espera tener cuando adquiera un nuevo apartamento. 

Foto: Víctor Salazar

Como parte de sus proyectos a futuro, adelanta que para 2020 lanzará una línea de ropa que difundirá por sus redes sociales llamada Ivette Glamour. 

A pesar de las dificultades que la inspiran a seguir adelante Ivette asevera que no tiene pensado irse de Venezuela. “Me interesa seguir quedándome en el país para emprender, para ser un ejemplo a seguir. Además, soy muy de estar con mi familia”.

Cuenta con su propio gimnasio llamado Magdalena Gym Express —en honor a su madre — que funciona desde hace nueve años al aire libre en Cumbres de Curumo, en Baruta. “Allí soy entrenadora personalizada”. 

Por ello, la actriz e influencer considera que el país tiene mucha gente que trabaja, que se levanta a las 5:00 de la mañana con la mejor energía “para hacer que Venezuela brille”. 

“Aquí sigo estando para ayudar a todo lo que se me cruce, para trabajar, para emprender y para decirle a la gente que nunca es tarde, que el que trabaja no come paja”, puntualiza con una gran sonrisa. 

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