• La ingeniera Aída Ortíz logró superar discriminaciones y subestimaciones de los hombres de campo para consolidarse como agrónoma. Además marcó un precedente como la primera mujer venezolana en especializarse y trabajar en el manejo de semillas

Era la 1:00 pm aproximadamente cuando la ingeniera Aída Ortíz esperaba en la Plaza Cubierta de la Universidad Central de Venezuela (UCV), en Caracas, para cumplir con su segundo compromiso de ese día. Una hora antes entregó 22 títulos de ingenieros en Agronomía a quienes la eligieron como su madrina de promoción. Ese día salió de Maracay, en compañía de sus ahijados, a las 4:00 am para llegar puntual al Aula Magna. 

Cuando el sol de la tarde comenzaba a manifestarse, la profesional se acerca y con cordialidad se presenta: “Mucho gusto, Aída Ortíz, ingeniera agrónoma de la Universidad Central”. 

El saludo es interrumpido por una jovencita con medalla y birrete que, sin dejar de sonreír en ningún momento, le pide una foto a su madrina. “Disculpen, es una de mis muchachas”, aclara la ingeniera. 

Para evitar más interrupciones, la también profesora se apartó y consiguió una espacio para hablar con más calma e iniciar con su historia.

Foto: Fabiana Rondón
u201cMi vida personal siempre estaru00e1 ligada con lo que es mi vida profesional ahora. Es decir, yo nacu00ed en una hacienda de cacao en El Pilar, estado Sucre. Mi abuelo era productor de cacao y mis padres me tuvieron allu00ed. Eso de una u otra forma me marcu00f3u201d.

Su cercanía a la producción de cacao, la extracción de miel, la siembra de coco y su relación con su abuelo Eugenio fueron algunas de las bases que la formaron como ella se define: una mujer de campo. Sin embargo, su infancia no se limitó a la vida en el estado Sucre, pues sus estudios de primaria y secundaria los hizo también entre Valencia y Caracas. 

Su estadía en la capital, específicamente durante el bachillerato, la ayudó a empaparse de cultura citadina. “Iba a la Cinemateca, a conciertos en el Aula Magna y leía mucho, pero siempre  mantuve mi interés en el campo”.

Comenzó sus estudios superiores en la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (UCLA) en Barquisimeto, estado Lara, y luego se cambió a la UCV para estudiar en su Facultad de Agronomía, en la sede de Maracay, estado Aragua. 

“En la UCV descubrí mi vocación agrícola y ya en el sexto semestre comencé mi tesis en la empresa Protinal donde se producían alimentos balanceados y allí busqué a mi tutor el doctor Mauricio Riccelli, él era fitomejorador y me manejaba entre la empresa y la universidad”, explicó la ingeniera.

El día que llegó a la empresa se topó con el primer obstáculo en su carrera agricola: ser mujer, pero eso no la detuvo. 

— Para el campo se necesitan hombres — sentenció el doctor Riccelli.

— Bueno, yo soy mujer, pero quiero hacer la tesis con usted — le respondió Aída.

— Es que usted no puede con un saco de abono. 

— De verdad que no puedo, pero así me tome hasta la madrugada yo se lo llevo de tobito en tobito.

— Bueno búscate un compañero de tesis – le ordenó el profesor. 

Días después volvió a Protinal, pero no con un compañero de tesis sino con una compañera, Mariana León, lo que no fue del agrado del doctor Riccelli, pero aún así aceptó ser su tutor. 

“De ahí en adelante montamos los ensayos en dos épocas de siembra: los días cortos y los días largos, cosechamos nuestros experimentos, redactamos nuestra tesis, durante ese período el doctor Riccelli me llama y me dice que lo cubra porque iba para Estados unidos y luego para Italia y que me quedara  en el campo con los obreros coordinando los cruces de esa época de maíz y sorgo”, detalló Aída. 

Durante esos días manejó a dos peritos y a cinco obreros en la hacienda Macapo, en el estado Aragua, lo que sirvió de pasantías académicas a la joven Aída. 

“En ese momento no solo estaba realizando mi trabajo de grado y pasantías a la vez, sino que acababa de dar a luz a mi primer hijo. Entonces tuve que llevar todos esos aspectos de mi vida de la forma más organizada posible y fue una bonita apertura a lo que soy ahora”,  agregó. 

La entonces estudiante de agronomía logró dar una buena impresión por su trabajo al doctor Riccelli, quien un tiempo después se convirtió en el padrino de su hijo. “Esa relación profesional evolucionó a una relación personal y a una gran amistad que aún mantenemos”.

Foto: Fabiana Rondón

Luego de obtener su título de ingeniera, Aída consigue trabajo en la hacienda La Pajonera en Chaguaramas, estado Guárico, gracias a una recomendación del doctor Riccelli y a su habilidad para calibrar una maquina sembradora, esta última fue el factor determinante para que su trabajo no fuera subestimado. 

“En ese entonces, trabajaba y vivía en la finca en la que habían 100 obreros, un veterinario y solo dos mujeres: la cocinera y yo”, añadió.

“No te pintes los labios”

Años después, específicamente en 1987, pasa a trabajar en Semillas Aragua en El Tigre, estado Anzoátegui, como ingeniera de campo y atender 2.000 hectáreas de sorgo. 

“Allí 60% de los trabajadores eran isleños y ellos tienen una cultura muy particular, aquí el dueño de la empresa me decía: ‘No te pintes la boca, porque hay muchos hombres y eso entonces se puede prestar a malas interpretaciones’, eso para mí fue una discriminación”, asegura que a pesar de los obstáculos siguió adelante.

u0022Me convertu00ed en la primera mujer ingeniero del pau00eds en trabajar con semillasu201d, dijo con orgullo la profesora.

Ese año le hicieron una entrevista en Venezolana de Televisión y un artículo en el diario El Aragueño titulado “Aída siembra en el Tigre”, el cual guarda en físico y en digital para compartirlo con sus amigos por las redes sociales. 

Ese tiempo que trabajó en El Tigre también fue desestimada por algunos trabajadores por su edad. “Ellos decían ‘Qué me va a venir a enseñar una muchachita de 24 años’, lo que ellos no sabían es que yo tenía dos años especializándome en semillas”.

En 1994 volvió a Maracay para dedicarse a su familia y a la universidad, donde ingresó como instructora y ascendió hasta ser profesora titular de Facultad de Agronomía. Además, actualmente se desempeña también como coordinadora de pasantías.  

“A veces las empresas me llaman para pedirme egresados y casi todas me piden agrónomas, a excepción de agroindustriales como La Regional que si me dicen que sean hombres, pero por un tema de seguridad hacia la mujer, no por la empresa sino por los turnos de noche. Actualmente no existe ese riesgo de que no contraten a las mujeres como cuando yo me gradué”, explicó. 

Aída comentó que ella siempre aconseja tanto a sus alumnas como alumnos en que lo más importante es esta carrera es tener vocación y presencia para que nadie dude de sus capacidades. “Lo que mueve al mundo es la pasión y la actitud y es lo que se debe desarrollar para dominar el campo que estaba antes solo dominado por los hombres”.

Su labor de formadora es lo que la mantiene en Venezuela, pues sus hijos y nietos están fuera del país. Ella insiste en que es su deber preparar a la generación de relevo que seguirá desarrollando la producción en el campo. 

“La agricultura en Venezuela está golpeada por lo mismo que sufrimos todos actualmente, pero los productores, los ganaderos y los que formamos a los futuros agrónomos somos los héroes anónimos de nuestro país”, afirmó.

Foto: Fabiana Rondón

La profesional considera que la agronomía es una de las carreras con más futuro, debido a que engloba ese 5% de la población mundial que alimenta al otro 95%. “Siempre van a ser necesarios los agrónomos, bien sea para la siembra, para la ganadería o para la maquinaria, así que en 2020 se va a seguir produciendo y resolveremos todos esos problemas que vengan por delante”, finalizó. 

Terminada la conversación, la profesora continúa posando, pero en esta ocasión no sería para un recuerdo de graduación sino para complementar la entrevista. 

“Profesora, disculpe, la estábamos buscando porque ya nos vamos”, dijo otro ahijado. 

La ingeniera pide un minuto para terminar su compromiso y se excusa: “Es que ya va a salir el autobús, pero espero que no me vayan a dejar, ya casi terminamos”. 

Amablemente se despide la profesora y acompaña a sus 22 nuevos colegas de vuelta a Maracay, el lugar donde se forja el futuro del campo venezolano. 

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