• La especialista en el área cosmética ha enfocado su labor en educar a los jóvenes médicos que no quieren abandonar Venezuela. Además, es pionera en técnicas para la piel utilizando solo tecnología, procedimientos y productos de altísima calidad

Cuando Susana Misticone era niña quería hacer realidad lo que siempre imaginaba: colocarse una bata blanca que reflejara una de las profesiones más respetadas del mundo. Ella se dibujaba en el futuro como una figura que recibía miradas de veneración, como si en lugar de médico fuera un chaleco salvavidas en mitad del mar.

La tarde se espesaba en el cielo. Amenazaba la lluvia y la ciudad se iba vaciando lentamente y a la vez los carros llenaban las avenidas principales creando el caos usual de las tardes caraqueñas. Dentro del Centro Dermatológico Misticone, pacientes aguardan en la sala de espera del consultorio en el este de la capital. La doctora Susana Misticone recibe a sus pacientes en su consultorio teñido de blanco y que da vista a la montaña que abraza la ciudad, era ella, se había convertido en la mujer que siempre imaginó.

Susana es una mujer robusta, pero sin grietas ni fisuras en su rostro. Siempre ha velado porque su imagen parezca una obra de porcelana. De ojos azules y cabello color miel, pasa la mayor parte del tiempo en su fortaleza blanca, rodeada de los artefactos que alguna vez soñó, y que ahora están en las oficinas que llevan su nombre.

Foto: José Daniel Ramos

“No fue fácil”, señala mientras acaricia su escritorio sobre el que se alza una pared abarrotada de diplomas que describen sus conocimientos. Empezó desde cero en una familia en la que ella sería la primera médico. 

La afición de Susana por la medicina comenzó en su etapa de bachillerato, cuando decidió ser voluntaria en la Cruz Roja de Caracas. Atendió pacientes y evaluó lo que iba a ser su futuro. Fue su primer contacto con esas fibras que asegura la movían por dentro para ayudar a los demás. 

Su alma mater es la Universidad Central de Venezuela (UCV), pero fue hasta el tercer año de su carrera que decidió especializarse en la dermatología. No fue una decisión fácil: 8.000 personas competían anualmente por nueve cupos. Entre esos ella inscribió su nombre.

La conversación transcurre mientras piensa y viaja hacia su pasado. En las habitaciones aledañas las asistentes de su consultorio toman nota y llaman a una paciente que seguramente desea alguna inyección para mejorar el aspecto de su rostro.

Susana relata que cuando cursaba la carrera debía estudiar en casas de sus compañeros para aprobar sus exámenes. Uno de ellos era el hijo del doctor Jaime Piquero, un especialista de la piel que ha sido reconocido por sus investigaciones sobre el acné en el país. Desde ese momento él fue su gran inspiración y supo que quería estudiar esa rama. 

Foto: José Daniel Ramos

Sus años de estudiante los rememora en una universidad pujante, y donde los aspirantes a médicos fijaban su norte en el país, no en el exterior. Ya no existen 8.000 solicitudes para acceder a la demandante rama de la dermatología. Actualmente, de los nueve cupos, algunos quedan sin nombre debido al éxodo de estudiantes. “Eran momentos únicos”, recuerda Misticone.

En los pasillos imponentes de la facultad dibuja con su mente las listas de los seleccionados, las lágrimas de los que no lo lograron y la euforia de los que llamaban a sus padres para informar de la noticia. El siguiente paso en la vida de Misticone fue escoger entre pediatría, medicina interna y cirugía para poder graduarse en lo que aspiraba. Su fascinación y apego por los niños la llevaron a escoger la pediatría.

Una marca de por vida en su carrera

Fue en el Hospital Pérez Carreño, en lo que ahora recuerda como otra Venezuela y donde los niños no sufrían los embates de una crisis sin precedentes. Susana hace una pausa en la conversación, toma aire e intenta explicar con sus manos lo gratificante que suele ser para los médicos el agradecimiento de una madre por curar a su hijo. 

Siempre hace énfasis en sus manos. Mira la yema de sus dedos, y hace retoques en sus uñas bañadas en barniz rojo. La experiencia le dio a Susana la oportunidad de diagnosticar una enfermedad con solo palpar a un niño.

Para ella, los doctores deben traducir los llantos y gestos de un bebé para realizar un análisis. Cada caso es diferente, pero se define como una mujer de detalles para llevar a cabo su trabajo. Su fascinación siempre fueron los niños, los veía a diario, a pesar de que fuera de la consulta llevaba una batalla personal por quedar embarazada.

Su lucha interna la llevaba en cada consulta, y todos los días se preguntaba las razones por las que tener un bebé era una tarea cuesta arriba. Ha pasado por tres matrimonios y dos divorcios. Siempre estuvo en la búsqueda, pero parecía que el destino había puesto en pausa su momento de ser mamá. Los plazos tampoco cedieron.

La entrega a su trabajo la llevó a tener el corazón acongojado y a estar herida en silencio. Nunca se preocupó lo suficiente, su mente siempre estuvo ocupada en su carrera.

Foto: José Daniel Ramos

“Tu sabes que una de las cosas que siempre quise fue tener un hijo. Y lo tuve fue de mayor. Siempre pensé que nunca iba a tener hijos hasta que la vida me lo dio. Pude hacerme tratamiento y finalmente quedar embarazada, es algo que me marcó y ha hecho que mi vida sea totalmente diferente”, precisa Misticone. 

Su trabajo a tiempo completo era ser esposa y madrastra de los dos hijos de su actual pareja. Deja entrever algunas cicatrices imaginarias en sus palabras cuando se refiere a su búsqueda por los nueves meses, esas que están con ella para recordarle quién es. Nunca pensó que sería en el 2014, cuando se convirtió en madre, un milagro se llamado Paolo y también la enseñanza más grande que le entregó la vida.

El esfuerzo por el espacio Misticone

Susana comenzó en un pequeño consultorio en Los Chaguaramos, donde trabajaba con dos ginecólogos. Los tiempos han cambiado, ahora le toca atender hasta a diez mujeres al día. Muchas entran en la consulta nerviosas, con dudas, con esa vergüenza. La primera barrera se rompe con una conversación cercana, en la que les explica qué va a hacer: una exploración minuciosa con la yema de los dedos.

Susana afirma que contar lo cotidiano es, sin duda, una de las experiencias más difíciles que puede tener cualquier médico. No solo se trata de narrar los pequeños secretos del día a día, desde una observación fortuita, sino también de crear y construir algo a través de esa mirada atenta. Es fiel creyente de que los profesionales de salud deben tomar en cuenta esa capacidad que tienen para transmutar lo corriente y comprender a la naturaleza humana desde una perspectiva fijada en la sutileza. 

Misticone analiza a sus pacientes a través de sus imperfecciones para convertirlos en reflejos de belleza. Es una profesional de la vista para detectar las irregularidades en cada consulta, fanática de la piel y más aún de la tecnología. Fue esta la principal razón que la empujó hace nueve años a abrir, junto a su hermano, el Centro Dermatológico Misticone, ubicado en Las Mercedes. 

Foto: José Daniel Ramos

“Desde que me gradué siempre me ha gustado aprender. Me compré mi primer láser hace 13 años, y desde ese momento he ido innovando con la tecnología. Siempre en la búsqueda del conocimiento”, señala. 

La doctora Susana consiguió lo que más anhelaba en un consultorio: otra casa en su país, con sus propias reglas en las que podía impartir todo el conocimiento adquirido durante sus años de estudio. Ella es renombrada por sus técnicas con el láser, requerida por jóvenes estudiantes que empezaron desde la universidad, y solicitada en las conferencias internacionales sobre los avances en la dermatología.

Es parte de los profesionales de la salud que profesan que trabajan en un ámbito en el que nunca se deja de aprender. Llevó a cabo estudios en dermatología pediátrica en el “Istituto de Scienze Dermatologiche”, en Milán, Italia, durante el año 2005. Además, sus conocimientos también abarcan experiencia en el Servicio de Cirugía Cutánea y Oncológica en el “Ospedale Reggionale Miulle” y en el “Instituto Dermatológico Europeo” durante ese mismo año. Actualmente se desempeña como docente del postgrado de Dermatología y Sifilografía en el Hospital Vargas de Caracas.

Es una de las representantes de los tratamientos dermocosméticos en el país. Los procedimientos con láser, y las máquinas acompañan cada habitación de la sala. Un espacio en el que los pacientes reciben la atención dermatológica que pudieran obtener en cualquier parte del mundo. Esa es la premisa de Misticone, aspecto que ve como una oportunidad para los estudiantes que estudian la rama y realizan pasantías en su consultorio.

Me siento realizada porque hago en Venezuela la dermatología que se hace en todas partes del mundo”, asegura.

La conversación va mermando luego de una hora. La fortaleza blanca ahora tiene tintes rojizos gracias al atardecer que se posa sobre la ventana. Una paciente la espera.

Susana ha aprendido a abrazar los retos para crear el futuro que desea. Se despide con la misma sonrisa con la que recibe a cada una de las personas que pasan por su consultorio. Camina rápido. Antes de doblar la esquina al final del pasillo y desaparecer, inclina levemente el cuerpo hacia adelante, como si tuviera prisa porque debe retomar su trabajo, sabe que aún queda mucho por hacer.

Misticone ha participado en distintas conferencias mundiales representando a Venezuela. Su faceta como educadora no ha caducado. Hoy dedica sus esfuerzos a crear condiciones para que otros jóvenes sigan su camino con los avances más importantes de la tecnología en la rama de la dermatología. 

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