• Hace 40 años el Diario de Caracas encendía sus rotativas para emprender un camino pedregoso pero emocionante por el nuevo periodismo y, luego de varios cambios, vuelve a renacer en el mundo digital como El Diario  

Tomás Eloy Martínez, escritor argentino y fundador de El Diario de Caracas en 1979 junto a Diego Arria, recordaba los inicios del “nuevo periodismo” en Latinoamérica con las grandes plumas del continente que comenzaron a trabajar en las oscuras salas de redacción. La literatura se mezcló con la rudeza del hecho periodístico para narrar, de la mano de grandes escritores, la realidad.

“Todos, absolutamente todos los grandes escritores de América Latina fueron alguna vez periodistas. Y a la inversa: casi todos los grandes periodistas se convirtieron, tarde o temprano, en grandes escritores”, escribió Eloy Martínez en una columna sobre el inicio del “periodismo literario” en Venezuela.

El excelso tratamiento del lenguaje, con una entereza ante lo dicho y lo escrito, se transformó en un ápice necesario para el trabajo de los periodistas. Por ende, tanto los grandes escritores comenzaron a narrar la realidad, como los grandes periodistas adoptaron la literatura como un referente para acercarse a los hechos de otra manera. 

Caracas, en palabras de Martínez, fue el sitio de nacimiento para la inclusión de la literatura en el periodismo. La llegada del escritor Gabriel García Márquez a la capital venezolana, con la esperanza de un joven que llegaba a una de las mejores ciudades del continente, con el sentir de la migración y la relación constante de millones de personas, significó un cambio para la narración de la realidad venezolana. La dictadura caía, la algarabía sobre el final de la represión y el comienzo de un proceso democrático afloraban en la sociedad venezolana y el periodismo necesitaba de nuevas voces para adentrarse en el efecto de la palabra mesurada y descriptiva. 

Tomás Eloy Martínez llegó a Caracas en 1976. Había sido amenazado en su país natal por la Asociación Argentina Anticomunista, conocida por la Triple A en los años de la dictadura militar del país sureño y luego de haber sido víctima de un intento de secuestro en las calles de Buenos Aires decidió emprender su rumbo hacia Venezuela. Guardó sus pocas pertenencias, recopiló un par de cartas de García Márquez y Carlos Fuentes que tenían como destinatario a Miguel Otero Silva, fundador de El Nacional y arribó al aeropuerto de Maiquetía. 

Foto: Fundación Tomás Eloy Martínez

En 1979, junto a Diego Arría, inauguró El Diario de Caracas. Dicho periódico se caracterizaba por el tratamiento del lenguaje, por la ampliación de la noticia hasta los límites de la literatura pero sin trastocar los hechos y tratar la realidad con la mirada estética de las grandes plumas del país. Martínez fue un profesor de las salas de redacción del periodismo nacional. Su talante pedagógico y el respeto por la palabra, matiz de vital importancia para los hombres que entregan su vida al lenguaje, infundieron un nuevo estilo en las rotativas venezolanas. 

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El Diario de Caracas nació en un contexto de cambios constantes: la llegada de Luis Herrera Campins a la presidencia, el boom petrolero y la Venezuela Saudita modificaban los símbolos de la sociedad; la década de los setenta finalizaba y, al mismo tiempo, el descontento de la población con la noticia esquemática, centrada en una data agobiante y sin cuidado en el lenguaje era una problemática palpable en las salas de redacción del país. 

A partir de esto, Martínez introdujo una nueva mirada para tratar los hechos y desde Caracas, lugar que él considera como el centro del “nuevo periodismo” en Latinoamérica, comenzó un proyecto innovador para la escritura en el continente. 

Manuel Abrizo, reportero de la fuente de Ciudad de El Diario de Caracas en los años ochenta, aclaró que “La escritura y el modo de abordar las noticias salieron de los cánones rígidos del lead, cuerpo y cola, para desembocar en un lenguaje más creativo, novedoso y ágil. En aquellos años ochenta recibimos el influjo y se puso en boga el nuevo periodismo que tenía como principales exponentes a Tom Wolfe y otros escritores gringos. Ciertas noticias y reportajes se ambientaban y novelaban para darles mayor atractivo”. 

El titileo de las teclas, el aceite de las máquinas de escribir y el sonido de las rotativas; el humo de los cigarrillos, el fuego de los yesqueros y las ideas que revoloteaban en la sala caracterizaron el trabajo periodístico de la década. Cada detalle de la realidad, bajo la revisión de Eloy Martínez, tenía que ser contado como si de una novela se tratase en las páginas de El Diario de Caracas. 

La muerte lo recogió en Buenos Aires el 31 de enero del 2010 a los 75 años. Sus palabras quedaron cinceladas en la inmensa piedra de la historia, sus escritos mantendrán a través del tiempo el legado de una nueva forma de hacer periodismo y el Diario de Caracas, ahora como El Diario, mantendrá el sentir de la palabra bien contada en cada una de sus historias. Por algo, al enterarse de la muerte de Eloy Martínez, Gabo enunció con la nostalgia de haber despedido a un gran amigo: “se ha ido el mejor de nosotros”. 

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La innovación de la noticia a través de los años 

La década de los ochenta llegó con el declive de un sueño que comenzaba a desmoronarse, el boom petrolero que empezaba a entregar los vestigios del gasto desmedido y un futuro que, entre la ciudadanía, se presentaba sombrío y temeroso. 

El 2 de mayo de 1979 el Diario de Caracas se estrenaba con una noticia sobre la popularidad de Luis Herrera Campins. El encabezado se cortaba con una franja que presentaba el nombre de la ciudad. La noticia era la misma, pero su presentación había cambiado y se centraba en la vivencia, en la mirada del periodista para desentrañar aquello que no era visible. 

Foto cortesía | Luis Herrera Campins en una entrevista

Existe una anécdota sobre el cambio que produjo Martínez en el periodismo venezolano: Un día, junto a un fotoperiodista, Tomás Eloy cubría la conmemoración del nuevo gabinete de ministros. La marejada de periodistas se posicionó frente a los elegidos, pero Martínez  pidió una fotografía de las espaldas de los ministros. Esa fotografía, de una cantidad de espaldas vestidas con los mejores trajes de la época, permitió notar que en la mano derecha de cada ministro, escondida a la prensa que se abarrotaba para fotografiar los rostros, estaba un vaso de whisky en las rocas, hasta el tope. 

Un vaso de whisky en manos de los nuevos encargados del país. Un detalle que, aunque pareciera ser irrelevante, permitió quizás desentrañar la esencia del individuo político venezolano. La noticia no era el rostro sonriente del nuevo ministro, ni la emoción del nuevo gabinete presidencial que se posicionaba. Este ejemplo, entre tantos, fue la principal razón que tuvo El Diario de Caracas bajo la dirección de Eloy Martínez. 

Desde el viernes negro ocurrido el 18 de febrero de 1983, cuando el bolívar se devaluó frente al dólar estadounidense, hasta la violencia ininterrumpida del Caracazo que comenzó la tarde del 27 de febrero de 1989 y finalizó en la noche oscura del ocho de marzo del mismo año, la sociedad venezolana encontró los primeros incendios de la quimera económica. 

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Foto cortesía

María Teresa Arbeláez, que comenzó a trabajar en la redacción en febrero de 1979, meses antes de la inauguración del periódico, recuerda con nostalgia la relación de los trabajadores y las enseñanzas de los directores. “Allí aprendí a ser periodista. Fue una experiencia maravillosa porque más que un trabajo se trataba de una escuela o un taller donde todos colaboraban y aprendían”, exclama

En aquel entonces una de las noticias que más auges tuvo fue la inauguración del Metro de Caracas el 2 de enero de 1983. El trayecto de 11,5 kilómetros, desde Propatria hasta la Hoyada, se vistió de modernidad ese día. Mucho después se inauguraron el resto de vías para cubrir a la capital venezolana de rieles y vagones. Luego de 36 años ese medio de transporte se convirtió en un signo de la ciudad, de las alegrías y el sufrimiento del valle caraqueño, de sus ciudadanos que disfrutaron el funcionamiento del mejor transporte del continente para la época de su inauguración y que padecen la desidia de su actualidad. 

Foto: cortesía

Asimismo, otras de las noticias que sorprendió a los venezolanos en la década de los ochenta fue la masacre ocurrida en el Amparo, estado Apure, el 29 de octubre de 1988. En las riberas del Caño la Colorada del río Arauca 14 pescadores fueron asesinados por las fuerzas militares para simular un enfrentamiento contra la incursión de grupos guerrilleros a territorio venezolano. Los funcionarios del ejército nacional planearon la simulación de un enfrentamiento exitoso: emboscaron una embarcación de pescadores en la ribera del río, dispararon sin perdón ni miedo, para disfrazar a las víctimas como guerrilleros.

El plan parecía haber funcionado, pero dos pescadores sobrevivieron al ataque indiscriminado y contaron lo sucedido. La masacre ocurrida en el gobierno de Jaime Lusinchi sorprendió y llenó de miedo a los ciudadanos y demostró la naturaleza de los encargados de la seguridad de los ciudadanos. 

Foto cortesía

El año de 1989 fue convulso y agresivo. El 27 de febrero se dio una de las insurrecciones sociales más reconocidas de la historia contemporánea de Venezuela: El Caracazo. La sensación de incertidumbre había crecido en la población venezolana porque los años de algarabía y derroche, al parecer, se estaban agotando y quedaba la agobiante resaca.

La década finalizaba y la deuda externa continuaba creciendo, la inflación comenzaba a romper sus límites y la corrupción, como un cruel y atemorizante personaje de un cuento de terror, se posicionaba en las altas cúpulas del poder con un vaso de whisky en su mano derecha. Además, para esa fecha los precios del petróleo habían disminuido y el país se sumergía en la crisis.

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Foto cortesía

Después del estallido social de 1989, el país cayó en un momento de tensión y agresividad que desencadenaría en 1992 la insurrección militar dirigida por Hugo Chávez. El 4 de febrero, podría decirse, comenzó a construirse el chavismo en la cabeza de los venezolanos porque, aunque el intento de golpe fue fallido y Hugo Chávez fue encarcelado con sus compañeros, se inició su camino en la opinión pública.

Foto cortesía

En los años siguientes la sociedad venezolana siguió padeciendo los mismos dolores y enfermedades que se agravaron en la década de los ochenta. El Diario de Caracas estuvo presente para narrar el cambio del país pero en el año de 1995, por problemas económicos y diferencias con los trabajadores, cerró después de 16 años.

El Diario y sus referentes 

El Diario de Caracas representó un hito en el periodismo venezolano por el entendimiento de la noticia y la preocupación por el lenguaje. Pero, asimismo, el periódico sufrió varios problemas económicos que provocaron su primer cierre en 1995 y se mantuvo en un limbo de dueños durante la década siguiente. 

En este nuevo proceso de El Diario, en el mundo de las redes, las enseñanzas del pasado se mantienen intactas. La profundidad y el trabajo de investigación siguen presentes. El trabajo de la escritura se modifica y, al recordar las palabras de Eloy Martínez, el periodismo adhiere a su interés ético la preocupación de un lenguaje poético. 

En cada una de sus cru00f3nicas, aun en aquellas que nacieron bajo el apremio de las horas de cierre, los maestros de la literatura latinoamericana comprometieron el propio ser tan a fondo como en el mu00e1s decisivo de sus libros. Sabu00edan que, si traicionaban a la palabra hasta en el mu00e1s anu00f3nimo de los boletines de prensa, estaban traicionando lo mejor de su00ed mismosu201d.n Tomu00e1s Eloy Martu00ednez

El recuerdo del “nuevo periodismo” y la necesidad de una rigidez ética para informar son máximas que se tratan de sostener, cuidar y difundir en los escritos de El Diario. Asimismo, los cronistas literarios de Latinoamérica siguen como un referente perpetuo para entender la importancia del lenguaje en cada historia que se cuenta. 

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