En el reino de la literatura, el palimpsesto formaría parte de la casta inferior de la picaresca; pero más que de literatura, tiene de las artes gráficas y en la práctica se vale más de destrezas de plumillistas, oficio de calígrafos y miniaturistas, experticia de restaurador de libros y demás técnicas de copistas. Sí, porque si a ver vamos, el palimpsesto es precursor laborioso y lento del expedito y automático copia-y-pega tan al uso de hoy.

El Diccionario de la Real Academia Española concede una sola acepción a la palabra palimpsesto:

Del lat. palimpsestus, y este del gr. παλίμψηστος palímpsēstos.

1. m. Manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente.

Se trata de un manuscrito pergeñado sobre otro u otros, de los que conserva fragmentos. Quien quiera conocer al detalle el proceso, puede hacerlo a través de la ficción literaria, si es el caso de la novela, por cierto, picaresca y con el amable atributo de la brevedad, titulada El Consejo de Egipto, del gran escritor palermitano Leonardo Sciascia.

El género picaresco tiene, entre los arquetipos recurrentes, el del cura licencioso. Y en este relato se trata del abate Giuseppe Vella, puesto en Sicilia como capellán de la Orden de Malta hacia finales del siglo XVIII, ocupación mal remunerada, pero que le deja el tiempo libre para escuchar atento no a confesiones, sino sueños de comerciantes y campesinos; cual psicoanalista, adivinar al ansioso cliente el número ganador de la lotería, y cobrar de antemano acierte o no. Así se le pasan los días, hasta que el virrey lo manda a buscar para ser intérprete al árabe, lengua que solo él masculla en la isla, por lo visto, cuando es la ocasión de que un distinguido diplomático de Marruecos queda varado en Palermo. Monseñor Airoldi, máxima autoridad eclesial, sugiere al virrey aprovechar la accidental visita del alto funcionario marroquí para confirmar el contenido de un viejo códice escrito en lengua árabe y que fue a parar a un monasterio de la ciudad. El embajador accede a examinar el códice y comunica al abate traductor que se trata solo de otra vida del profeta, como hay tantas, sin mayor interés. Pero fray Vella ve la gran oportunidad de su vida y en la traducción a la lengua del virrey y monseñor dice cosa muy diferente para dar acicate a la ambición de ambos. Es así, como el astuto fraile se hace con el encargo de traducir el códice y con honorarios y demás provisiones muy generosas. La empresa secreta de Vella no será traducir, sino sobre el antiguo pergamino ya escrito y decorado, simular, mediante picardías y contrabandos lingüísticos, una obra distinta para complacer la ilusión de los poderosos contratantes.

La deliciosa novela de Sciascia, aparte de revelar algo de la intrincada historia social y la cultura singular de Sicilia, sigue el esforzado como minucioso proceso del fraile birlador al confeccionar un palimpsesto, al tiempo que mediante el recurso del suspense avisa del peligro que aguarda a quien se anime a confundir así un documento, interviniéndolo, como hoy cualquiera hace tan rápido como Photoshop permita.

Las capas de la hiperinformación

Muchas son las formas en las que capas de texto y demás signos se superponen en el “arte” del palimpsesto, que tal vez hallen correspondencia en la era digital y el boom de lo que consensualmente se conoce como fake news o la noticia falsa; la impostura informativa que prolifera sin control en el infinito de Internet.

La información, como dicen, es poder, y no con poca frecuencia, cuestión de vida o muerte. Pero en el tiempo reciente e inmediato porvenir, lo que está en juego es de vida o muerte para toda la especie humana, circunstancia inusitadamente excepcional para los irresponsables, los psicóticos sarcásticos, el olimpismo de la baja política y la oportunidad del mercado de la miseria.

Estas variantes de las pasiones tristes manifiestan con la apariencia de documento de gran relevancia para la opinión pública y punto de honor de la libre circulación de la información en los medios digitales; redes sociales, SMS y WhatsApp son canales favorecidos por la difusión del palimpsesto digital.

Vaya un ejemplo de primera mano y tomado un poco al capricho entre la superabundante oferta de información al menos dudosa: llega a uno de los chats de WhatsApp una “cadena”, género sencillo y hasta ingenuo de multiplicar el engaño en los millones de dispositivos con la mencionada aplicación. La “cadena” va sobre declaraciones atribuidas a un médico, testimonio de lo que ve con sus propios ojos y con los de la ciencia, el doctor “Quique Caubet del Hospital Val d’Hebron”. El texto miles de veces reenviado desde quién sabe cuántos teléfonos móviles inicia así: “A ver, amigos, voy a intentar explicaros la situación que tenemos con esta pandemia. La información que os voy a transmitir la tengo a través de compañeros médicos que tengo en toda España, que llevan alarmando de esto desde hace semanas y por tener acceso a información científica”. Probablemente la información provenga de Cataluña, visto el apellido del médico y el nombre del hospital. Pero un cirujano que declare públicamente bajo el sobrenombre con el que lo llaman sus parientes y amigos, “Quique”, asoma una primera seña capciosa. Las búsquedas en Linkedin, Facebook y Twitter, no dan con ningún “Quique” Caubet, pero sí con Enric Caubet Busquet, en efecto un reconocido especialista del mencionado hospital barcelonés.

Las poquísimas entradas en Google que coinciden con el mote familiar de “Quique” reproducen exactamente el texto difundido por WhatsApp. Hasta que, finalmente, un medio web mundiario.com ofrece una versión un poco más fiable: el doctor Caubet Busquet desmiente la “cadena”. Aclara el médico ahí: “No es mío, solo lo reenvié y me lo adjudicaron por error (…). Ahora bien, lo que dice, desgraciadamente, se está quedando corto”. Al parecer, la situación es para el médico más alarmante que lo informado por la “cadena” enviada a ambos lados del Atlántico.

La nota en el mencionado medio web parece nutrirse de una entrevista al médico catalán, pero reproduce con pocas variantes y algún añadido el texto apócrifo de WhatsApp. Caubet Busquet no informa quién sería el autor de la cadena que él reenvió. Pero es verosímil que provenga de una fuente que conoce del Covid-19. Así, como capas de pigmentos y tintas que un ilustrador añade a un folio de papel, se adhiere la información dada por un médico a través de WhatsApp a la de otro que desmiente autoría, pero coincide en el contenido a través de un medio web. No hay, en principio, mala práctica periodística ni mala fe de la fuente, sino que el contexto que precede la publicación de la nota la condiciona ruidosamente. Podría entenderse como una forma colaborativa de dar información, aunque ilustra el mecanismo primario del palimpsesto digital.

En el mundo hiperinformado, el agregado de capas de signos, de textos e imágenes, brota y se reproduce tal vez más rápido que el virus que ha mandado a casa a la humanidad entera.

La circunstancia global es suficientemente alarmante y el pánico es emoción de fácil contagio. Pero, tan natural como el pánico, es la necesidad de informarse y bien, antes que convertirse en agente gratuito del terror viral.

Las intenciones que se agazapan detrás de las fakes news y las noticias fabricadas o alteradas a partir de hechos ciertos, son tan indiscernibles como el palimpsesto digital: ¿quién es la fuente? ¿de dónde proviene la información? ¿cuándo, qué y cómo?, pero sobre todo, ¿por qué? Son preguntas con muchas respuestas y ninguna. La hiperinformación es una atarraya que atrae también el cardumen, información que ni requerimos ni solicitamos.

El palimpsesto digital es propicio a los aficionados y profesionales de la teoría de la conspiración, que a partir del dato real tejen ágiles argumentos dignos de tiras cómicas o, en el mejor de los casos, para competir con el célebre autor de política-ficción Tom Clancy.

Tal vez por fortuna, el periodismo hoy se adapta continuamente al nuevo entorno web y se vale de las mismas herramientas a disposición de la tergiversación para informar con precisión y justeza como nunca antes.

La circunstancia de una emergencia global y un encierro masivo que reduce al mundo, de súbito, a la unánime ventana de Internet, desafía el entendimiento tanto de la experiencia digital como de lo real concreto. El virus avanza en ambos mundos y los recursos informáticos pueden formar conocimiento de la experiencia viviente. La conexión en tiempo real no solo es proveedor de información y mero consumo de datos. Puede ser más una herramienta del saber e, idealmente, menos un palimpsesto cibernético que se borronea una y otra vez, librado de lo humano.

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