Cada día es un reto.
Intento no pensar en el reloj.
Mi rutina no ha variado mucho, la única alteración es tener a mi hijo en casa.
Se siente porque el horario del colegio es largo, el transporte lo recoge a las 8:00 am y lo regresa a las 5:30 pm.
Negociamos las horas de práctica en el piano, ensaya con audífonos.
Desde que comenzó la cuarentena me concentro con dificultad.
He tenido momentos de ansiedad.
Recuerdo uno que me despertó de golpe.
Me descubro viajando a momentos de mi infancia, regresando a mi cuarto de niña: repaso los muebles que tenía; la cama, el pequeño televisor naranja, las dos sillitas de nombre de mimbre, las cortinas de tul, la ventana.
También me veo jugando en la azotea y escondiéndome debajo de la cama de mi abuela.
No sé por qué pero esos espacios me calman.
Corrijo, escribo, leo.
Llevo un diario a cuatro manos con Marienna García Gallo, fotógrafa venezolana también en Madrid.
Más que un diario es un diálogo de ventanas.
La dinámica varía:
A veces yo escribo y ella fotografía a partir del texto
Otras, ella fotografía y yo escribo
También intercambiamos roles: ella escribe y yo fotografío
Documentamos nuestros confinamientos.
Intento no dejarme abrumar por la información.
El virus ya me ha robado a dos personas; una de ellas mi tío.
Le escribo a cinco amigos al día para saber cómo están.
Todos los días me digo: haz algo manual, dibuja, recorta, baja los libros de la biblioteca y ordénalos.
No lo cumplo y eso me satisface de una manera extraña.
Supongo que ejerzo mi rebeldía.
Sigo al pie de la letra las normas sanitarias.
Me llena de miedo enfermar.
Me llena de miedo el panorama económico.
No alcanzo a imaginar cómo será la vida cuando esto pase.
Quiero pensar que aprenderemos algunas cosas, que abriremos los ojos, que buscaremos ser felices.
He pensado qué me gustaría hacer después de esto.
La lista es larga.

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