De aislamiento, confinamiento, distanciamiento y asolamiento

Día 1: Impuntual

“Las calles solas, no puedes creer cómo está Caracas”. “Dejan entrar de diez en diez al supermercado y si no tienes tapabocas y guantes ¡no entras!”. “Parece de apocalipsis hollywoodense”. “Tal cual el apagón de 2019, pero con luz…”

Así se leían en WhatsApp las aventuras y desventuras del encierro en mi ciudad. ¡Y yo perdiéndomela! ¡Se me caía la cara de la vergüenza! Me sentía como el propio impuntual que se pierde el inicio de la película y luego le toca preguntar al de al lado “¿qué ha pasado?” y el de al lado mandándome a callar.

Detesto llegar tarde a las citas. Se contaban casi dos semanas del inicio de la encerrona pandémica y yo fuera, con todos los trabajos internacionales suspendidos y como loco buscando cómo regresar.

Tengo una conexión con mi tierra según la cual siempre quiero estar cuando pasa algo.

Soy de los que se inspira cuando estamos en caos.


Día 2: Espejo

Majestuosos, misteriosos, milenarios. Qué brutales son los tiburones y no hablo de los de La Guaira. Me refiero a los peces, los que tienen 400 millones de años en los mares, los diezmados después de la horrible película aquella.

Chequéense este dato. Los tiburones toro de género femenino (¿deberíamos llamarlas tiburonas vaca?) justo antes de parir se van cerquita de la costa. Lo más increíble es que tienen el vientre lleno de tiburoncitos y ellos, los hermanitos se van devorando unos a otros en la panza de su mamá hasta que queda uno. Tan lindos. Será ese vencedor o vencedora quien después de la batalla prenatal dará continuidad a su especie. Solito se abrirá paso en el océano. Y así siguen su ciclo. 

Los humanos somos otra cosa. Nos crearon tan débiles y temerosos que si no nos ayudamos unos a otros nos morimos demasiado. Por esa minusvalía nos hicimos inteligentes, nos organizamos. Tan gloriosos, sí, pero a la vez tan infinitamente destructivos. Nos creímos el cuento de ser los papás de los helados y empezamos a depredarlo todo. Voraces, egoístas, contaminantes, asquerosos, monstruos malignos llenos de un descomunal odio cainita, auto-aniquilándonos por pura inconciencia o por puro malandreo. Llegamos a 2020 y al planeta lo tenemos hecho mierda.

Y hay gente que le teme a los tiburones, háganme el favor. Si de verdad quieren tener miedo, si de verdad quieren saber qué es la crueldad párense frente a un espejo. Y pregúntenle.

Año 3. Zombis

Es tarde, tardísimo.

El silencio es ahora más sepulcral que nunca jamás. La tele se apaga a las 2 am. Quizás antes. Igual ya no dice nada. Adlátere vigilia. Fiel la taquicardia.

Aparece entonces ese gruñido hueco, ronroneo extraño, resonando no tan lejos, por entre los vericuetos de la calle.

Me asomo. Les veo. No me digan que no.

Las madrugadas se hacen tan largas.

Como si dormirse fuera perderse.

Día 4. Diablo

Hoy me levanto temprano. Mi nuevo temprano son las 9 am. Espero pongan el agua. Un bañito pero antes monto la cafetera a fuego lento para que mi guayoyo esté listo justo al salir de la ducha. En chancletas y con la toalla blanca amarrada a la cintura camino a la cocina. Qué rico aroma. Endulzo mi café y me asomo a la ventana. Ahí está, solemne, la montaña de mis quereres. Estos días antes de Semana Santa son de sequía y usualmente comienzan los incendios forestales, pero este año todavía nada. Menos mal. Sería el colmo que encima se nos incendiara la montaña. La taza vacía al lavaplatos y yo a ponerme pantalón, camisa y zapatos con medias. Me arreglo un pelo. Eso de estar todo el día como un zarrapastroso no ayuda. Voy a la compu. Chequeo los e-mails. Borro lo que me parecen porquerías sin siquiera leerlos. Pongo algo de música. ¿Qué día de la semana es hoy? Escudriño noticias. Aprovecho el Internet de la mañana porque en la tarde se pone súper lento. No me doy cuenta pero se hizo mediodía. Me da hambre, a ver qué consigo. Se dañó el surtidor de agua de la nevera por lo que mi mayor preocupación es hidratarme. Qué vaina que no se puede llamar al técnico hasta nuevo aviso. Se hace de tarde. El calor aumenta, típico clima de Semana Santa. La calle a esta hora debería estar bulliciosa. Vuelvo a la ventana. Casi nadie por ahí. Pasa un chamo por la acera de enfrente. Lleva guantes de cirujano y la cara cubierta con una franela. Pocos carros. La policía no está dejando entrar al municipio. En esa misma acera, en el 17, veía batallar a los chamos contra la policía y las lacrimógenas. Los chamos igual usaban franela en la cara. Todo cambia.

Cansado de todo y nada me voy a la sala. Me siento en una de las butacas rojas. En la otra se sienta el diablo.

Y yo que pensaba que estaba solo.

Día 5. Nada






Noche 6. Poesía

“…me levantaré del suelo más ridículo todavía

para seguir burlándome de los otros y de mí

hasta el día del juicio final.”

Extracto del poema Derrota. Rafael Cadenas, 1963

¿Para qué sirve el arte? ¿Cuál es su utilidad en un momento como este? ¿Está el arte acá para llamar a la reflexión, para servir de válvula de escape? ¿Es una herramienta algorítmica diseñada para sumarse likes y followers?

Yo digo que el arte posee taumaturgia, es decir que es sobrenatural, es hechicería y sortilegio, siempre más allá de nuestras capacidades y entendimientos. Por eso solo puede ser realizado por magos u objetos mágicos en lugares y momentos que, por su sola presencia, se convierten en sagrados. El arte es entonces como los milagros.

Para que el arte ocurra, hace falta que quien presencie la epifanía experimente un cambio en su percepción del Universo. Allí, contagiada de infinito, esa persona nunca volverá a ser quien fue.

El arte sirve entonces para eso: para hacernos inmortales.

8 días

Día 7. Cambimbeando

Tás claro que irse pa la Costa en cambote es la merma. Ojo pero no estoy hablando de cualquier bululú, no. Dos o tres carros, directo pa Chuspa, pura gente pana, amuñuñaos todos, y yo encostillao por supuesto. No faltarán birritas desde temprano pero para mí no, gracias. Soy de los que cree que el alcohol, la poesía y el sexo se ennoblecen bajo la luna y las estrellas. Lo cierto es que desayunaremos en el camino, a punta de empanadas grasosas (de las que cristalizan las bolsitas de papel), seguro estefanía preferirá zamparle a una reina que se trajo de casa; también habrá galleta y cambures. Con esa rendimos toda la vuelta. Calidad.

Ya de regreso a casa. A la hora del pasón, enchinchorrarse un rato y después de un camarón reparador me emperifollo como es debido y agarro otra vez mi cachachá. Sin manguareo porque hoy se pule hebilla en El Maní. Esta noche se monta El Guajeo y dicen que está hasta las metras. Más fino que fino. Cero culebra. Cero zamureo. Cuando me preguntan a qué suena Caracas siempre digo que suena a clave. Tán tan tan, tan tán. Si quieres reconocer a un venezolano en el mundo ponle de fondo, hecho el loco, “Llorarás”. El veneco te la baila y te la canta sin siquiera darse cuenta que lo está haciendo. Le metas al sifrino o no, te falten las lucas o no, a todos nos bendice esa cadena de ácido desoxirribonucleico malandroso, que normalmente no se cae a coba. Chupulún y pa la pista. Veo pa los laos. Las parejas se caen a latas. Todos sudaos. Todos curdos. Jamaqueo. Jurungadera. Metedera e mano. Qué chévere.

Listo, ya regresé. Sigo viendo pal techo. Más ladillao que vigilante sin saldo.

Día 8. Ángeles

¿Cuán paranoicos seremos en la era postpandémica? Me hago esa pregunta mientras veo noticias de posibles vacunas que se estarían produciendo en Norteamérica, Europa, Asia. Luego llega alguien y dice que no, que la cura sí estará pero nadie sabe en cuántos largos meses más. Y ya se pasa del millón de infectados el mundo. Del virus se cura por completo el 98%. No, se cura el 95%. No hay reincidencia. Perdón, parece que sí, sí la hay. Mueren quienes están más débiles. Y en medio de la tristeza global, ¿exactamente qué es estar débil? Ah, pero ya no hay nuevos casos en China. ¿Cómo que no? Por acá en el noticiario dicen que sí. Se desploman las bolsas de valores: nuevo récord histórico. Pero nadie habla de la situación en África, ¿por qué? Los mandatarios dicen una cosa. La OMS dice otra. Los desempleados dicen otra. Se sube el volumen. Contradicciones. Escándalos. ¿Traerá esto violencia por la supervivencia? ¿Por qué tantos centenares de películas de distópica ficción tenían por argumento una pandemia? ¡Una fuckin’ pandemia!

¿Cómo serán los aeropuertos a la vuelta de esto? ¿Los automercados? ¿Las escuelas y universidades? ¿Desinfectarán los espacios públicos con atomizadores industriales? ¿Nos rociarán a todos? ¿A qué olerá ese producto? ¿Serán los cubrebocas los nuevos e incómodos accesorios que todos usaremos, siempre? ¿La gente en los conciertos se derrapará y se los quitará?

No hemos llegado a ese tiempo pero ya vivimos en el terror a lo microscópico, a lo invisible. Trabajos, clases, misas, toques, conferencias, cumpleaños y hasta el amor: todo lo celebramos a la distancia, frente a la pantalla, cibernéticamente, conectados pero sin contacto.

Aparece un caso real, a pocos kilómetros de donde estoy. Pobre, le sacaron en camilla al hombre, unas personas vestidas de blanco. No, no eran personas. Eran ángeles.

8 días

Horacio Blanco

Caracas, cuatro del cuatro del veinteveinte


Fotos e ilustraciones: Gilberto López @BigGil1966

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