- La ciudad ecuatoriana se ha convertido en el principal foco de contagios de Covid-19 en ese país y en Suramérica. En El Diario conversamos con un grupo de connacionales que se encuentran allí, para conocer cómo es la vida guayaquileña en medio de la pandemia
La imagen era escalofriante. Luis reposaba en su cama con el torso desnudo. Su temperatura corporal era superior a los 37 grados. Hacían dos semanas desde que había contagiado de Covid-19, o al menos eso presumían sus familiares por los síntomas que lo aquejaban. En Guayaquil, foco de contagio del Covid-19 en Ecuador y uno de los principales de Suramérica, los enfermos se resguardan en sus casas a la espera de una atención médica que probablemente nunca llegue.
Entre la inexperiencia y el pánico de infectarse también, a los familiares solo les queda esperar un milagro para salvarse. Las casas, al igual que las calles, ya no son un refugio seguro.
Luis tiene 70 años de edad, lo que hace que sea todavía más vulnerable. En su cuadra, ubicada entre los barrios de Esmeraldas y Los Ríos, cerca del centro de la ciudad, abundan los pacientes con Covid-19. También en esa zonas son muchos los venezolanos. Yusmari Moreira (23), sobrina de Luis, es una de ellas. Allí vive desde hace dos años junto con su esposo Arthur Flores (29) y su hijo Dereck (3), también venezolanos. Los tres temen ser contagiados, aunque ya han presentado algunos síntomas.
Son pocos los que corren con la suerte de ser atendidos en un centro médico. Algunos, como Luis, llegan demasiado tarde. Una máquina apenas le envía un poco de oxígeno para mantenerlo con vida. El pronóstico para él es desalentador. “No le queda mucho”, informaron a los familiares. De poco valió la travesía de más de dos horas para buscar un hospital para atenderlo. “Recorrieron todo Guayaquil. No hay centros de salud, los médicos no están disponibles, las ambulancias ya no existen”, narró el venezolano.
Los muertos también deben esperar. En la comunidad de estos venezolanos, el conteo de los vecinos dice que son entre siete y ocho las víctimas fatales por el Covid-19. Con los cementerios repletos y las funerarias colapsadas, es difícil dar sepulcro digno a los fallecidos. Por ello algunos optan por resguardar los cadáveres de sus familiares en las casas, y las autoridades locales han decidido proveer 2000 urnas de cartón prensado.
“Me dicen que son colas de gente con urnas. En un carro llevan de dos o tres. Lo que se está viviendo es horrible”, dijo Flores. Otros han preferido quemar los cuerpos, según videos difundidos en las redes sociales.
Hasta este lunes, los números indicaban que los muertos eran 191 en todo el país, 130 de ellos en Guayas, cuya capital es Guayaquil. Sin embargo, el presidente Lenin Moreno reconoció que la cifra es superior, debido a que se recogen al menos 100 cadáveres por día. Jorge Wated, quien está al frente de la fuerza de tarea designada por el presidente Moreno para el enterramiento de los cadáveres, aseguró que durante la semana pasada levantaron 500 cadáveres en domicilios y hospitales de la entidad.
Toda la situación empeora a medida que el temor y la soledad se apodera de las calles. Hasta hace algunas semanas, cuenta Flores, el desorden y falta de medidas por parte de los ciudadanos reinaba en las zonas populares. Pero para estos inmigrantes venezolanos, cuyo sustento depende de la economía informal, el confinamiento incrementa las carencias. Flores vendía pizzas en colegios y vía pública. Yusmari, su esposa, trabajaba en una peluquería.
“Nosotros estamos acá alquilados en una casita pequeña con mi esposa y mi hijo, tratando de sobrevivir y esperando que todo esto pase lo más pronto posible. Ahorita no podemos trabajar, y estamos gastando los pocos recursos que nos quedan. Muchos ya queremos regresar a Venezuela, pero acá cerraron terminales y todo, y no tenemos la posibilidad de irnos. Por nuestra cuenta no podríamos regresar al país”, dijo Flores.

Se agotan las opciones
Arturo Rodríguez nació en el estado Vargas. Tiene un año y seis meses en Guayaquil. Recorrió más de 3000 kilómetros en carretera desde Venezuela en búsqueda de mejores oportunidades para su vida. Tiene 30 años de edad. La pandemia frustró su sueño.
Ahora quiere volver a Venezuela. No teme decirlo, tampoco le avergüenza. Reconoce que afuera “las cosas no son como te las pintan”, pero se siente orgulloso de ser trabajador, de no desistir, de superarse. Es por eso que no comprende los mensajes de otros venezolanos que desean que no vuelvan en esta circunstancia.
“Las personas que salimos del país, lo hicimos con mucho sacrifico, por el bienestar de nuestras familias. Queríamos un mejor futuro. Ellos no son nadie para decidir quiénes pueden regresar a sus casas. Yo soy un hombre luchador y siempre he trabajado. Yo tenía un taller, tenía mi carro, y hace tres o cuatro años me secuestraron, me amarraron y me dejaron tirado en Carayaca, en un voladero, y se llevaron el carro. Siempre he buscado superarme. Luego me compré otro carro y seguí trabajando. Nadie sabe las experiencias que uno pasa y no conocen las condiciones en las que uno vive”, explicó para El Diario.
Sus condiciones, dice, son cada vez más alarmantes. Desde hace tres semanas ya no trabaja debido al confinamiento. Antes lo hacía transportando gente en una tricimoto.
El poco dinero que ganaba le alcanzaba para cubrir sus pocos gastos y ayudar a pagar el alquiler del lugar donde está viviendo con otros tres venezolanos. Ellos son del estado Táchira.
Ocasionalmente enviaba parte de ese dinero a sus familiares en Venezuela, aunque admite que era solo cuando tenía una buena racha en el trabajo. En Caracas tiene una hija de ocho años de edad. Ahora, con la crisis del Covid-19, apenas puede cubrir sus propios gastos y teme no poder hacerlo en poco tiempo.
Rodríguez vive en el sector Las Malvinas, en el sur de la ciudad. Allí, por ahora, los vecinos no reportan ningún caso. Sin embargo, explica que en la zona reina el caos y la desorganización. Algunas personas salen sin tapabocas. Otros tantos evaden el toque de queda policial. “No dudo que dentro de muy poco se empiecen a ver casos, por eso me siento desesperado. Me quiero ir de esta zona y del país, esto ya no tiene control”, dice. A medida que pasa el tiempo, aumenta su miedo, su ansiedad, sus nervios. El saberse lejos de casa y de su familia es lo que más lo afecta.
Momento similar atraviesa Fernando Acevedo, de 40 años de edad. De origen caraqueño, partió rumbo a Ecuador hace dos años. Antes de la pandemia, trabajó en una constructora. Con el poco dinero que ganaba, enviaba dinero a su mamá y su hermano. Ellos viven en Propatria, zona popular de Caracas.
“La situación es demasiado alarmante. Los hospitales están cerrados, las personas duran tres o cuatro días en sus casas, los muertos tienen que sacarlos a las calles, y en muchos casos se ha visto que los queman. Es demasiado alarmante, y no hay asistencia médica. Es preocupante. Aquí uno lo que está esperando es que te mueras. Uno no ve a sus familiares, el no estar en su país”.
Corta su relato. Hace un silencio. “Nadie ayuda a nadie. Me da miedo, pero no puedo hacer más nada, solo encomendarme a Dios. Eso es lo que me da fuerza”, comenta Acevedo. Alarmante, desesperante, urgente. Los adjetivos los repite una y otra vez.
Esta crisis ha abierto un nuevo enfrentamiento entre las autoridades locales y nacionales. La alcaldesa de Guayaquil, Cyntia Viteri, quien se encuentra en cuarentena por haberse infectado con el Covid-19, reclamó el 27 de marzo a las autoridades nacionales por las falencias del sistema público.
«No retiran a los muertos de sus casas. Los dejan en las veredas, caen frente a hospitales. Nadie los quiere ir a recoger. ¿Qué pasa con nuestros enfermos? Las familias deambulan por toda la ciudad tocando puertas para que los reciba un hospital público, donde ya no hay camas», reconoció la alcaldesa. Un día después de sus declaraciones, el diario local El Universo informó que el gobierno municipal tenía un plan para enterrar a los muertos en una fosa común, pero la idea no prosperó.
El tiempo apremia. Al igual que sus connacionales, Acevedo vive en una pensión con otros venezolanos. Si continúa sin trabajar, no tendrá cómo pagar el arriendo. Hasta ahora el gobierno de Moreno no ha eximido el pago de alquileres. “Por favor que nos ayuden a salir de aquí como sea, queremos estar con nuestros familiares”, pide.
Trabajar sin protección
La noticia le causó estupor: aun viviendo en la ciudad centro del contagio, debía ir a trabajar. Le prometieron guantes, tapabocas y gel antibacterial. Trabaja en un taller mecánico. No obstante, las medidas de seguridad se quedaron en solo promesas. Gregory Flores, venezolano de 36 años de edad, es uno de los tantos obreros que deben cumplir con su labor a pesar de la insalubridad y el riesgo que pueda suponer. No le queda otra opción. Si no va a trabajar, no tendrá cómo pagar el alquiler de su casa. Desde que decretaron la cuarentena y no puede vender comida o cualquier otra cosa en las calles, su esposa María Caldera tampoco obtiene dinero.
Ella cumplirá un año viviendo en Ecuador. Se fue por carretera hasta un lugar cuyo nombre no recuerda, pues prefiere no recordarlo, y de allí cuatro horas de caminata incesante hasta Guayaquil, donde la esperaba Gregory desde hace un año. Ahora viven en el barrio Cristo Consuelo. En Maracay, donde vivían en Venezuela, dejaron más que recuerdos. Allí todavía viven sus tres hijos, de 10, 9 y 7 años de edad, respectivamente, quienes son cuidados por la mamá de María.
“Si acá a algunos ecuatorianos no les dan atención, a nosotros que somos de otro país es mucho más difícil”, se lamente María. Aunque agradecidos con Ecuador por abrirle las puertas, para estos venezolanos la mejor noticia puede ser retornar a casa: Venezuela.