Xenofobia en tiempos de Covid-19 (Parte 1)

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Bastante nos lo han hecho saber. El nefasto Covid-19 se originó por allá bien lejos, en una ciudad ubicada en el centro de la gran geografía china llamada Wuhan. Casi nada nos dijeron sobre los rostros nobles, artísticos o ultra modernos de esa urbe, capital de la provincia industrial Hubei; una metrópolis que hasta no hace mucho se le conocía en Occidente como la Chicago de China. 

Por el contrario, noticieros serios y otros no tan serios nos pintaron ese lugar como la sede de un mercado tenebroso, repleto de animales exóticos confinados en jaulitas mínimas que arrumadas unas sobre otras obligaban a esos ejemplares a morderse unos a otros, a sangrarse todos encima, a hacerse sus necesidades todos encima. En medio de esa inmundicia bullía la crueldad humana: desalmados justificaban la matanza con un apetito medido en cientos, miles de yuanes (Un kilo de pangolín —mamífero traficado ilegalmente que se medio parece a nuestros rabipelaos pero que tiene la piel como si fuera una alcachofa—puede pagarse hasta en 600 dólares).

Y entonces llegaron los videos. Y se hicieron virales (la mayoría de las personas nos infectamos con estos virus en algún momento de nuestras vidas). Les vimos. Eran imágenes veraces. Asiáticos comiendo ratas, perros, monos, culebras y hasta renacuajos vivos. Otros metiéndole a vísceras, cerebros. Una chica de ojos rasgados, sonriente, tomándose su sopa de murciélago y ahí, en un pocillo amarillo, el pobre animalito con alas tiesas y rictus de sufrimiento.  

La historia estaba montada. Nosotros, globalizados, occidentales, justificadamente horrorizados, desde temprano tuvimos el cuento “claro”: unos chinos nos pegaron esta vaina.

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Para hacer la existencia más llevadera nos representamos el mundo de manera simplificada, incluyendo en esa síntesis la forma en cómo nos vemos a nosotros y a los otros. Con esos modelos reducidos llegan los prejuicios: si es diferente a mí es potencialmente peligroso así que mejor de lejitos, no vaya a ser que… Son los otros los bárbaros. Los horrendos. Los equivocados. Listo.

Por eso lo de la chica tomando sopa de murciélago plantea retos interesantes. Desde la perspectiva de la compasión por los animales ese caldito es horrible como también es espantosa una sopa de rabo (de res). Demasiado monstruoso imaginar ese mercado de Wuhan, pero no mucho menos chocante los cadáveres despedazados de vacas, cerdos y pollos con todos sus órganos al descubierto en cualquiera de nuestras carnicerías. 

Una sociedad es más elevada según mejor trate a sus animales y sus hábitats. Sean estos salvajes o domesticados. Murciélago es una palabra con las cinco vocales. Arquetipo también. Descuartizamiento también.

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Mario Vargas Llosa expone en su reciente artículo “Regreso al Medioevo” (no el texto que más me enganche de este máster, por cierto) “nadie parece advertir que nada de esto podría estar ocurriendo en el mundo si China Popular fuera un país libre y democrático y no la dictadura que es.” Pero por supuesto Mario. Totalmente de acuerdo. Estamos jodidos cuando la información, las ideas, la libertad y la economía nos la secuestra
a.el líder, 
b.el partido, 
c.los dogmas políticos, 
d.los dogmas religiosos, 
e.los narcos
f.las empresas inescrupulosas que contaminan y corrompen,  
g.los contubernios entre algunos o todos los anteriores  

Mucho de eso es harto conocido en Latinoamérica y en Venezuela. De esa cabuya tenemos un carrete tristemente kilométrico. Y acá mi punto: no porque las cúpulas chinas callaran sobre el nuevo coronavirus, de forma deshonrosa y peligrosa, quiere decir que la increíble y milenaria nación china, gigante y poderosa, con todos sus aportes a la humanidad, sea como esos tipos. De igual manera, ni tú que me lees ni yo que te escribo queremos ser comparados con estos tipos. No señor. No señora. No es lo mismo. 

Por eso levanto la mano y doy un parao: ¿cómo que esta vaina nos la contagiaron los chinos? ¿Qué clase de comentario xenófobo e ignorante y grosero es ese? Debe de haber cerca de 2 mil millones de ciudadanos chinos repartidos en los cinco continentes y sus mares y no me cabe la menor duda: la inmensa mayoría de ellos son gente trabajadora y creativa y sonriente y muy responsable. Artistas plásticos de escala planetaria como Yue Minjun o Ai Weiwei, atletas como la clavadista olímpica Fu Mingxia (quien por cierto es de Wuhan) o músicos como los de la súper banda reggae pequinesa Long Shen Dao. O más acá, millones de excelentes cocineros deleitándonos con tantos platillos riquísimos, que son todavía mejores cuanto más vegetarianos. Recomendación para el restorán The Veggies en La California, en Caracas, comida taiwanesa gourmet a base de plantas. Las berenjenas agridulces de ahí son de otro mundo.

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Quien aspira dominar al mundo para mejorarlo
no lo conseguirá.
El mundo es un recipiente sagrado, 
no es algo que se pueda mejorar.
Quien trata de actuar sobre él lo destruye,
quien se aferra a él lo pierde.
(Tao-te-king. Primera Parte: El Camino, Numeral 29. Fragmento)

Hace 16 años mi gran amigo y hermano musical Danel Sarmiento me obsequió un libro flaquito titulado Tao-te-king. En él Danel escribió, en la primera página y de su puño y letra:

“Que el camino de la música nos mantenga juntos y siempre alegres en su recorrido”.

Una excelente manera de dedicar un libro donde se exponen las visiones de Lao Tsé, filósofo chino que hace 2500 años propuso las bases del Taoísmo. 

Tao es fuente y sustancia de todo. Es equilibrio. Es virtud y piedad. Es también el camino. El Taoísmo nos invita a ser mientras andamos, porque la meta es el camino. 

En estos días de aislamiento, sintiéndonos amenazados y temerosos, ¿no es muy, muy valioso apreciar cada momento que se nos da en vida? ¿No es un regalo respirar, extrañar nuestros afectos, así como esos seres magníficos quieren con todo su corazón darnos besos y abrazos? Vivir: ¿para cuándo lo vamos a dejar? ¿Para cuando llegue qué, o quién? ¿Para cuando estén las condiciones dadas? ¿Qué condiciones locas son esas? El camino es este. Y el momento para ser mejores es este.

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Por la década de los 80 Umberto Eco reflexionaba sobre la antropología recíproca, e inteligentísimo se preguntaba, nos preguntaba: ¿y cómo nos ven a nosotros? 

Qué dignos seríamos si la gente de China nos viera como personas amables, solidarias, merecedoras de su respeto.

Panas queridos. Si es cierta la hipótesis del espantoso mercado de Wuhan, pues esos locos por supuesto iban a enfermarse tratando a la fauna así. Aprendamos la lección. Y estuvo extremadamente mal si el gobierno chino calló cuando debió haber alertado. Otros poderosos están obligados a aprender la lección. Pero ser racistas y generar comentarios y actitudes de odio e indecencia contra chinos y otros asiáticos es un sinsentido. Eso no va a salvar a nadie. Es un planeta inmenso y pequeño el nuestro. Quizás por eso el Taoísmo y la sopa de murciélago provienen del mismo país. 

Aplausos y cariños a las comunidades chinas. Bienvenidos sean a mi ciudad y ojalá se pueda inaugurar pronto un Chinatown caraqueño, en El Bosque y con todas las de la ley. Sería justicia.

El bien supremo es como el agua;
El agua beneficia a los Diez Mil Seres
y sin embargo no compite con ellos.
(Tao-te-king. Primera Parte: El Camino, Numeral 8. Fragmento)

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Long Shen Dao es la banda reggae más importante de China. El nombre del grupo traduce “El Camino del Dragón”. Su gira asiática 2020 tuvo que ser suspendida.

谢谢中国

Horacio Blanco

11 de abril del veinte veinte

Foto principal: “Entre hombres y animales” (2005). Obra del artista plástico chino Yue Minjun. Sus caracteres sonrientes le han ganado a su arte el calificativo de Realismo Cínico.

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