• Los días que paso en casa resguardándome de la pandemia por Covid-19 se me escapan extrañando todo lo que hemos sido y lo que no volveremos a ser

2:30 am. Otra vez me despierta un brrrummmm estruendoso. Son más de cincuenta motos que recorren la avenida Victoria, en Caracas. Sus conductores han hecho de la Universidad Central de Venezuela su propia “casa que vence las sombras”. Allí se refugian en fila, prácticamente cada noche, con la esperanza de llenar sus tanques de gasolina al amanecer.

No logro volver a conciliar el sueño. Mis latidos acompasados se aceleran y siento que el resto de la habitación se tambalea de lado a lado. Dura unos segundos. Miro a Alejandro, quien descansa plácidamente a mi lado, y la parsimonia con la que duerme me confirma que no, el apartamento permanece inmóvil. Es mi pecho el desbocado, son mis pálpitos que inundan el rastro de silencio que ha dejado el grupo de motorizados de esta noche. Veo el reloj: 2:32 am. Será otra noche larga.

“La nostalgia pasa su cuarentena en mi apartamento”
Foto: Génesis Herrera

Nuestro refugio es un apartamento de 26 metros cuadrados al que nos mudamos en diciembre de 2019. Es un pequeño hogar en el que abundan enormes sentimientos. Amor, confianza, seguridad, comodidad, felicidad. El espacio perfecto para la vida que nos gusta tener y la que nos podemos costear; un microcosmos que compartimos con Neblina y Malú, dos perras a las que adoptamos e hicimos parte indispensables de nuestras vidas.

No sé con exactitud cuántos días de confinamiento han pasado. Me gusta superar la rutina que trae consigo cada día sin la presión de tener que tachar fechas en mi calendario. La cuenta que sí llevo es más íntima. Sé que extraño a mi mamá y que echo de menos sus abrazos, sé que todas las noches me invade la tristeza por no poder abrazar a mis sobrinos, por no poder estar cerca de mi hermano recién nacido. “¿Cómo voy a forjar recuerdos junto a él si no puedo siquiera sostenerlo entre mis brazos?”, son algunas de las preguntas que pululan en mi cabeza sobre todo en las madrugadas.

Y así se me escapan ciertas horas, recostada en mi cama pensando en todo lo que extraño y en lo que no estoy haciendo. Pienso en las risas, en las historias, en las memorias. Y entristezco. Pienso en mi familia. Vuelvo a entristecer. El tiempo parece ralentizarse y solo vuelve a su ritmo natural cuando llega Malú a sacudirlo todo con su emoción genuina para sacarme de mis razonamientos pesarosos.

“La nostalgia pasa su cuarentena en mi apartamento”
Foto: Génesis Herrera

A pesar de todo, me he dado cuenta de que el tiempo se escabulle más rápido de lo que yo esperaba. El día se me esfuma trabajando y si mi computador pudiese hablar estoy segura de que me pediría un descanso. El sonido de mis dedos tecleando suele inundar el apartamento junto con cierto vestigio de música que se escapa de mis auriculares blancos. Me gusta estar siempre escuchando algo. He notado que el silencio ahonda el sentimiento de soledad, una sensación que parece brotar de las calles, y que si la dejas, se cuela por la ventana. Por eso me gusta mantenerla siempre cerrada.

Leo y escribo para sentir que soy fiel conmigo misma. Para sentir que sigo siendo quien yo creo que soy. Observo y pienso más de lo que plasmo en la escritura, pero me gusta creer que sigo estando allí, debajo de la bruma que ha traído consigo la distancia impuesta. He hecho de la única mesa que tenemos en casa mi escritorio improvisado y me siento allí en una de nuestras dos sillas para que cuando la musa llegue, me encuentre siempre trabajando, como dicen que dijo alguna vez Pablo Picasso.

“La nostalgia pasa su cuarentena en mi apartamento”
Foto: Génesis Herrera

He tratado de ocuparme también en otros aspectos que me apasionan, pero no lo he conseguido. Pienso más de lo que hago y la mayoría del tiempo me encuentro paralizada ante tanto amontonamiento de ideas. No me he sentido encerrada, pero sí entumecida, como si no fuera capaz de seguir haciendo, de seguir creando. “¿Cuánto necesitamos de la luz del Sol y de la cercanía para sentir que somos?”, me pregunto. 

Contarnos historias, compartir carcajadas, brindar, bailar, gritar. Quizás compartir los momentos es una bocanada de vida, quizás juntarnos y estar cerca es la pieza que desencadena el proceso giratorio de nuestros mundos. Quién sabe. 

“¿Sabrá alguien si la energía que emanamos cuando estamos juntos es la que nos empuja hacia adelante?”. Puede que nadie sepa la respuesta, que todavía no conozcan las propiedades terapéuticas de la cercanía. “¿Quizás por eso no he podido pintar más?”, me cuestiono frente a la mesa que ahora convertí en escritorio de taller de pintura.

“La nostalgia pasa su cuarentena en mi apartamento”
Foto: Génesis Herrera

No he podido encontrar ni siquiera la voluntad para completar un autorretrato que empecé en 2018, un año que ahora parece lejanísimo, perdido entre la marea salvaje del tiempo. Magullado mi interés, lo observo una última vez antes de decidirme por completo a encajonarlo todo de nuevo. Pinceles, lápices, pinturas, todo ahora es parte de una vida que quedó en pausa.

“La nostalgia pasa su cuarentena en mi apartamento”
Foto: Génesis Herrera

Derrotada por no ser capaz de disponer de mis horas libres, me escapo a un sitio seguro. Cierro la puerta, abro la llave, me desvisto. Mi pie descalzo siente el charco de agua helada que se acumula en las cerámicas del suelo y mi brazo derecho ya siente las gotas tibias que abandonan la regadera para posarse sobre mi piel desnuda. Nada que un baño de agua caliente no pueda curar.

Relajo mi cuerpo y dejo que el agua corra, que el ruido de la ducha inunde el pequeño baño. Me siento yo misma de nuevo, como si no hubiese pasado semanas enclaustrada en casa. Como si hubiese regresado de las calles bulliciosas, despojándome de la ambivalencia que supone vivir en una ciudad donde impera la belleza y la violencia. Y no pienso en nada. Por primera vez durante el día mi mente está en silencio. Un escape seguro, un descanso del descanso autoimpuesto.

“La nostalgia pasa su cuarentena en mi apartamento”
Foto: Génesis Herrera

Cierro la llave. Respiro hondo y envuelta en mi toalla camino hacia mi cuarto. Veo la ventana cerrada y me siento sobre la cama, con mi cabello mojado empapando la cobija. Observo a Nebli, duerme plácidamente en su cama gris, ajena a todo el meollo  confinamiento-enfermedad-virus que se cierne sobre el mundo entero. Suelo pensar que debe extrañar los paseos al parque y a la playa, pero es algo que nunca sabré. Por el momento, el movimiento desesperado de su cola me indica que se sigue emocionando con las salidas a la terraza del edificio, donde aprovechamos la caída de la tarde para que ella y Malú persigan la pelota de goma verde, la única que tienen.

“La nostalgia pasa su cuarentena en mi apartamento”
Foto: Génesis Herrera

El día aún no termina, el tiempo todavía no pasa. Estando en la sala del apartamento me doy cuenta de que tampoco he visto ni una sola de las películas que Alejandro hizo reposar sobre el mueble que descansa en la pared. Las horas se me escurren siempre mientras hago las mismas actividades. Me siento en el sofá y Malú se acurruca para hacerme compañía. Abro un libro, lo cierro. No tengo ganas de leer por ahora.

Uno llega a cansarse de estar cansado. 

Recorro el apartamento completo dando menos de 30 pasos. Pienso, me siento, me levanto. Vuelvo al sofá, todo es lo mismo. Recorro el apartamento en busca de respuestas, lo recorro para que el tiempo pase. Malú me mira. Debe creer que estoy loca.

“La nostalgia pasa su cuarentena en mi apartamento”
Foto: Génesis Herrera

Decido que estoy cansada, que me rindo. Termino con el trabajo pendiente del día, me acerco a la ventana pero no la abro. La soledad se inmiscuye con facilidad incluso entre las rendijas más pequeñas. Me siento vencida. Abatida. Paralizada.

Aparece la nostalgia. Ha estado en casa todo este tiempo, es una acompañante más. Busco a Alejandro con la mirada, observarlo me reconforta. Concentrado mira fijamente la pantalla de su computador mientras teclea y toca el mouse de vez en cuando. Abstraído en sus propias tareas, tan él. Lo miro y sonrío mientras no me ve. 

“La nostalgia pasa su cuarentena en mi apartamento”
Foto: Génesis Herrera

Volteo la cabeza y miro hacia arriba. En una de las repisas de la cocina descansan dos botellas vacías de cerveza. Me río, pero con la nostalgia cerca de nuevo. No puedo evitar pensar en lo mucho que extraño la sensación de una cerveza helada bajando por mi garganta, pero compartida con amigos. Diciendo “¡Salúd!” entre gritos, gloriosos mientras nos quejamos de la vida y al mismo tiempo nos reímos de ella. Mientras cantamos y hablamos sobre nuestros planes, mientras gritamos, nos burlamos y nos compadecemos de nuestras propias desgracias. 

Extraño los momentos verdaderamente nuestros, donde nos contamos los secretos mejores guardados, brindamos, y al cabo de unos segundos ya los hemos olvidado. Los momentos en los que nos volvemos uno solo con la noche y el sonido de nuestras risas silencia el resto de la ciudad. Nos extraño siendo nosotros mismos, siendo nuestros. 

“La nostalgia pasa su cuarentena en mi apartamento”
Foto: Génesis Herrera

Me pesa todo lo que extraño. Lo que no puede ser y lo que no será de nuevo. Lo cargo en mis hombros, lo arrastro en mis pies, lo desparramo por cada rincón de la casa. Se ha vuelto más pesado con el paso de los días. Pero Alejandro me ha ayudado a sobrellevarlo. Cuando miro sus ojos entiendo que eventualmente llegará el día en que no tengamos que cargar con nada más. Y así pasa otro día.

“La nostalgia pasa su cuarentena en mi apartamento”
Foto: Génesis Herrera

2:30 am. No he podido conciliar el sueño. El brrrummmm de las motos se aleja y no queda más que el silencio que atraviesa una ciudad en soledad. Una Caracas que aunque permanece en calma, no descansa. Nunca lo hace. Vive con sus propias cargas. Quizás algún día ella también tenga que soltarlas. Quién sabe. Veo el reloj: 2:32 am. Será otra noche larga.

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