• El decreto de cuarentena para protegernos del Covid-19 ha dejado la capital desolada, sin el colorido transitar de sus habitantes: una  ciudad vacía, sin alma, quieta y ajena

Los desgastados edificios capitalinos, cargados de historia, parecen tomar protagonismo ante la ausencia de sus habitantes en las calles. 

La documentalista Fabiana Rondón consigue crear un ambiente entre la realidad y la fantasía de una Caracas desconocida. 

Ese escenario, casi post apocalíptico, es registrado por la documentalista a través de su lente fotográfico.  

Un recorrido que capta a través de su lente, escenas inquietantes que despiertan la zozobra del espectador.

Diferentes rincones de la ciudad ofrecen el mismo panorama: espacios vacíos que esperan ser llenados nuevamente por sus ciudadanos cuando haya pasado lo peor de la pandemia.

Las vivas calles por donde solían pasar manifestaciones de quienes exigen democracia, ahora permanecen inertes, muestran su dormida superficie. 

El gran pentagrama que registra las notas musicales de una ciudad bulliciosa ahora parece marcar solo silencios. 

La avenida Bolívar, la plaza Francia de Altamira o el bulevar de Sabana Grande muestran lo mismo, calles sin rostros. 

El Palacio Federal Legislativo, símbolo de la desgastada democracia venezolana, luce más silente que cuando han intentado acallar a sus parlamentarios.

Más al centro, en El Silencio, permanecen vacíos los otrora transitados escalones de El Calvario. En el mercado popular de Quinta Crespo, la vida se ha detenido.

En ese mismo ritmo se demoran las adyacencias del Panteón Nacional, ese gran edificio donde reposan los destacados personajes de la historia de Venezuela. 

Incluso las zonas populares de Catia o Petare que hasta hace poco se resistían al confinamiento, ahora dejan entrever su quietud.

La pandemia está allí, sobre la jungla de asfalto. Rondón hace un viaje inesperado por los íconoss más emblemáticos de la ciudad. Una historia en imágenes que nos invita a reflexionar sobre una Caracas misteriosa y sosegada.

La vitalidad de la urbe caraqueña está en el caminar de sus habitantes. Ahora, aquellos que deambulaban diariamente están confinados a las paredes de su hogar y las calles se tornan, de cierta manera, en espacios muertos. 

Lo más impactante es el silencio. Caracas fantasmagórica, sin tránsito, sin ruido, sin el tradicional caos.

La sensación es la de estar en una película de terror, apocalíptica.
Nunca hemos visto estos íconos de la ciudad tan vacíos,  sin alma, tan quietos y ajenos. Nada ocurre. Nada se ve. Nada se escucha. La ciudad de las mil anécdotas, extrañamente, ya no tiene nada más que contar.

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