• Los profesionales del sector educativo perciben salarios menores a los cinco dólares, una situación crítica que los ha dejado sin comida en casa

Más de 30 años ejerciendo la docencia no fueron suficientes para Areani Bruzual, al menos no en Venezuela, un país donde el sector educativo percibe salarios que no llegan a los cinco dólares, de acuerdo con la tasa oficial del Banco Central de Venezuela (BCV).

La educadora de 49 años de edad es jubilada, jamás pensó que tras dedicar su vida a la labor docente se tendría que ver obligada a rendir al máximo cada producto en su despensa.

Bruzual siente la Educación “hasta en los huesos”. De padres y familia educadora, su vocación no podría ser otra que la de enseñar. Una tarea que realizó con vehemencia y constancia por muchos años hasta que decidió solicitar su jubilación en 2016.

La profesional vislumbraba un retiro más tranquilo y cómodo –algo que considera merecido por el tiempo que dedicó su vida a la docencia– pero la crisis solo le trajo carencias y la angustia de no tener suficientes recursos para subsistir.

Su nevera es fiel reflejo del drama que vive. Dentro solo hay recipientes con agua, escasos vegetales y comida que quedó del día anterior. Las proteínas se volvieron un lujo y trata de ahorrarlas lo más que puede por los altos costos. 

Las neveras vacías de los docentes venezolanos
Foto: Cortesía
Las neveras vacías de los docentes venezolanos
Foto: Cortesía

Afligida por la situación, la mujer detalla para El Diario cómo su vida se ha visto afectada por la poca retribución que recibe, mucho más grave aún dada su condición como paciente oncológico. 

“Lo que estamos recibiendo no es suficiente para una nueva alimentación. Los docentes jubilados ya no le servimos al Estado, nos ven como una carga a los que hay que pagarles por no hacer nada” , asegura. 

La educadora recuerda con nostalgia todo lo que podía adquirir con su sueldo hace unos 15 años atrás. Ahora el panorama es distinto. Percibe alrededor de 800.000 bolívares mensuales con los que no puede comprar lo esencial.

”El docente no es un extraterrestre, él también forma parte de la realidad que viven muchos venezolanos”. afirma la Licenciada.

Ante la situación, Bruzual ha tenido que cambiar hábitos y costumbres. En su casa ya cada integrante de la familia no se come un bistec. Cuenta que ahora la opción más económica es cortar uno en tiras y agregar vegetales para que pueda rendir.

Resalta que la situación actual de los profesores es sumamente crítica. Sin embargo, su reclamo se extiende a gobiernos pasados porque –a su juicio– en Venezuela nunca han dado el valor justo a la Educación.

La educación es la cenicienta de Venezuela”, remata la profesional.

Los bajos salarios de los jubilados del sector educativo se repiten entre los docentes que siguen activos.

La insuficiencia de sus sueldos ha sido una denuncia constante los últimos años. La situación es alarmante. Nada ha cambiado pese a las protestas frente al Ministerio de Educación y los llamados a paro. Continúan en un momento crítico que se ha agravado con el decreto de cuarentena y el reciente alza del dólar paralelo que rozó los Bs. 200.000.

Salarios del hambre

2,46

dólares gana un educador etapa I, de acuerdo a la tasa del BCV

2,83

dólares gana un docente de etapa IV según la tasa del BCV

En Propatria, al oeste de Caracas, Fabiana Duarte, de 30 años de edad, continúa trabajando y ayudando a los jóvenes con sus estudios a distancia. Aunque en su despensa y nevera la comida sea escasa. 

Fabiana es educadora desde hace 10 años. Se graduó y actualmente se desempeña como coordinadora pedagógica de la Unidad Educativa Virgen Niña, ubicada en Casalta II y perteneciente al sistema educativo de Fe y Alegría. 

La profesora siente un “profundo amor” por enseñar a los más pequeños y por la escuela en la que ha desarrollado su labor con suma pasión. 

Dada la renuncia de algunos docentes por los bajos salarios, Duarte no solo ocupa el cargo de coordinadora, también lo alterna dando clases a varios grados de la escuela, aunque en su salario tal esfuerzo no se vea reflejado. 

En su refrigerador no hay rastros de ninguna proteína. Guarda agua, algunos vegetales, un paquete de granos y otro de arroz. Eso es todo en la nevera de una docente con 10 años de experiencia.

La profesional percibe mensualmente Bs. 900.000, dinero con el que siquiera logra completar la merienda de una semana de su hija. 

Las neveras vacías de los docentes venezolanos
Foto: Cortesía
Las neveras vacías de los docentes venezolanos
Foto: Cortesía

“Ese sueldo no alcanza ni para un cartón de huevos”, sentencia. 

En un intento por percibir más ingresos, la educadora ofrecía clases particulares por las tardes. Desde que empezó el confinamiento no ha podido hacerlo.

A pesar de la situación, Duarte continúa laborando como educadora, es su vocación y asegura que es bien retribuida por los alumnos. 

“Saber que ellos me esperan todos las mañanas es lo que me impulsa todos los días. Ellos (los niños) inocentes de la realidad por la que nosotros (docentes) estamos pasando”, agrega. 

En la misma institución trabaja Marvelis Padrón. Su caso es distinto. No tuvo la oportunidad de estudiar Educación, pero hace dos años colabora como docente de tercer grado luego de la renuncia de la profesora de ese nivel.

Marvelis es una de tantos representantes que han asumido el rol de maestra para no dejar alumnos a la deriva. La práctica se la dio ser auxiliar de preescolar y madre voluntaria en Fe y Alegría. 

Por no ser graduada, Ochoa percibe salario mínimo, es decir, 400.000 bolívares, unos 2.5 dólares según la tasa oficial del BCV que no le alcanza “para nada”.

En su nevera el espacio sobra, no hay casi nada. Agua, medio kilo de carne que conserva en el refrigerador, algunos paquetes de granos y comida que quedó del día anterior. 

Las neveras vacías de los docentes venezolanos
Foto: Cortesía
Las neveras vacías de los docentes venezolanos
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Pese a esta situación, actualmente Marvelis cursa el segundo semestre de Educación Inicial en la Universidad Jesús Obrero. La poca retribución económica no la detiene. La vocación de guiar a otros la motiva lo suficiente.

El cariño de los niños me llena, tal vez eso no te paga la comida, pero te impulsa a seguir (…). Yo no diría que los docentes trabajamos con las uñas, trabajamos con el alma”, expresa.

Igual de enamorada de la Educación es Crumilka Curvelo, docente con más de 35 años de experiencia que –pese al esfuerzo de todos sus años de trabajo– hoy ve su despensa con pocos alimentos y con la preocupación de no tener cómo reponerlo. 

Curvelo tiene 50 años de edad, una vida queriendo ayudar y enseñar a otros. Comenta que desde su paso por bachillerato guiaba a sus compañeros en las reparaciones de materias. 

Crumilka es profesora de Inglés y actualmente trabaja en la Unidad Educativa San Rafael de Pagüita, justo al frente del Palacio de Miraflores, un lugar donde los reclamos de ella y de todo el sector educativo tienen años sin ser escuchados. 

En su estantes destacan las ollas y envases vacíos. Tiene agua en su nevera y algunos restos de comida que quedaron del día anterior.

Las neveras vacías de los docentes venezolanos
Foto: Cortesía
Las neveras vacías de los docentes venezolanos
Foto: Cortesía

Detalla con nostalgia, y al borde de las lágrimas, todo lo que podía adquirir años atrás con su sueldo. Ahora gana 800.000 bolívares, una cifra que no le alcanza para cubrir sus gastos de primera necesidad y mucho menos eventos desafortunados como los que pasó recientemente. 

La madre de Curverlo, de 89 años de edad, murió a causa de una osteopenia que debilitó sus huesos. La docente necesitaba de Bs. 15.000.000 para cubrir con los gastos fúnebres y no tenía cómo. Fue gracias a ex alumnos y colectas de colegas que pudo darle el último a adiós a su mamá. 

Aunque la situación aún la mantiene afectada, sigue con la intención de educar a otros; los malos salarios no son un obstáculo. Cuenta que en ocasiones cuando no tiene dinero para llegar al colegio se va caminando, pero nunca falta. No quiere fallarle a los alumnos.

Yo tengo que formar de verdad siendo la docente que soy. Esa es mi obligación, tengo que preparar a las personas para que construyan un país con progreso y libertades, un país de compresión y especialmente de respeto”, finaliza quien ve en su carrera el motor más importante para darle un mejor panorama a Venezuela.

Aún entre sueldos tan precarios, los educadores venezolanos siguen en pie de lucha exigiendo sus derechos pero también educando al futuro. Sus neveras y despensas son un reflejo del drama que muchos de ellos viven en un país donde –afirman– formar a las nuevas generaciones es poco importante para el Estado. 

Los educadores claman por salarios justos que les permitan tener mejor calidad de vida pero sobre todo que sean un reflejo del trabajo que acarrea ser los responsables de formar a los líderes del mañana. 

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