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En Venezuela existe un terrorismo de Estado, la limpieza social por parte de colectivos: como el caso de Petare, donde bandas delictivas se pelean el territorio como si fuese parte de un botín y cuyos agentes y responsables principales de su accionar y su armamento, son estatales. La estructura política y social en Venezuela es excluyente y violenta, se comparte la riqueza entre una pequeña élite política corrupta, que no permite a la oposición legítima el terminar su ascenso y que asesina a todo aquel que protesta.
Generalmente los que han vencidos las previas guerras provenientes de otras latitudes como Suramérica y Europa, manifiestan con asombro como Venezuela se destruyó, el resto solo queda en el olvido, ancianos recurrentemente suelen manifestar que hoy en día: “somos una sociedad que no tiene memoria histórica de sus acontecimientos más traumáticos, que la injusticia frente a los crímenes de lesa humanidad ha prevalecido y que Venezuela no ha realizado nunca el duelo colectivo que nos de paso a una reconciliación nacional”.
Los autores destacan la importancia y el derecho de conocer la verdad del pasado, hacer justicia a los culpables y no aceptar la impunidad en el nombre del olvido para que no se reproduzcan los círculos de violencia y opresión en el futuro, sin duda alguna el primer paso es reconocer y realizar el duelo colectivo como presupuesto para la reparación del tejido social dañado por el represión político-social. Necesariamente Venezuela tendrá que entrar en una fase de reparación integral a toda escala, desde sus instituciones hasta los valores ciudadanos, estructurando tres visiones muy definidas, la fase de verdad, la fase de justicia y la fase de fortalecimiento del estado constitucional.
En cualquier proceso de paz, el problema de cómo tratar y cómo interpretar el pasado para poder seguir adelante, compone esa ecuación necesaria, para poder discernir sobre la contradicción entre la tentación de “borrón y cuenta nueva” y la necesidad a largo plazo de conocer la verdad para
poder prevenir que el pasado se repita. Es imperioso conversar sobre del derecho a la justicia y de la necesidad para una sociedad de exteriorizar el dolor y no reprimirlo en la subconsciencia individual y de la colectividad, donde el trauma persistiría durante generaciones, ignorándose de qué forma puede resurgir más adelante, si no se realiza un proceso de sanación y con ello el crecimiento colectivo como ciudadanos resilientes.
Pero el problema va todavía más allá, porque la cuestión de verdad, justicia, olvido y perdón está íntimamente ligada con cosas, como por ejemplo, el poder residual de los responsables que cometieron crímenes de lesa humanidad, la distribución de la riqueza y el poder, el papel de las fuerzas militares y la eficiencia y la legitimidad del aparato estatal como garante de los derechos del pueblo. El gran dilema es cómo realizar estos procesos necesarios en un ambiente de posconflicto inmediato, donde todavía persisten las antiguas estructuras de poder, el antagonismo y sobre todo el poder siniestro de los actores violentos.
Como consecuencia, nos preguntamos, si Venezuela esta a la postre de una sexta República, de un posconflicto, y sin titubear podemos inferir que aun todavía no esta escrita el fin de esta historia. Amanecerá y veremos.
