- Álvaro Torres no pudo salir de la ciudad de Lima. Lo intentó como caminante, pero las autoridades se lo impidieron. Ahora enfrenta la realidad de estar en un país solo y sobreviviendo a la pandemia por covid-19. Foto principal: AFP
La personas caminan en silencio desde la ciudad de Lima hacia la frontera de Perú con Ecuador, con el paso redoblado y con lo poco que pudieron llevarse de lo que solían ser sus casas. En cada paso reviven las marcas que quedaron en sus pies por haber decidido abandonar el país caminando. Hinchados, con heridas, desgastados. El trayecto se hace cargando las maletas que pesan, bajo un sol que quema y entre bultos que atropellan la espalda. Son pasos que orquestan el dolor de tener que huir nuevamente de una nación para poder sobrevivir.
Una valla metálica estrecha el espacio que ha sido limitado para los migrantes que desean partir recorriendo ese camino. Agentes fronterizos esperan todos los días a grandes grupos de venezolanos que quieren abandonar el país.

A lo lejos los funcionarios de migración visualizan los bolsos que se balacean con cada paso. Solían ser tricolores, pero ahora se encuentran desteñidos, golpeados, reflejando la realidad que han tenido que enfrentar quienes huyen en busca de una mejor calidad de vida.
En uno de los grupos de caminantes se encontraba Álvaro Torres, quien anhela regresar a su natal Acarigua, en el estado Portuguesa. La preocupación, dice, le afectó sobre todo en las noches cuando pensaba que su futuro era incierto debido a los desalojos en la ciudad de Lima. Había perdido su trabajo como vendedor ambulante. Esa fue su principal razón para intentar abandonar Perú.
Torres contó que se quedó solo en ese país. Antes vivía con su esposa. Él relató que cuando abandonó Venezuela caminó desde Colombia hasta Perú. Ahora para regresar sabía que debía repetir la misma ruta, pero al llegar a la frontera peruana su salida fue negada. Las autoridades no permiten que los ciudadanos caminen solos, deben hacerlo en grupos grandes por los peligros que supone transitar por las carreteras de ese país.
“Decidí irme caminando porque pasé muchos días durmiendo en las afueras de la embajada venezolana en Lima. Dejé de hacerlo porque jugaron con nosotros, teníamos esperanza de que nos iban a otorgar un vuelo humanitario, pero no fue así. Cuando intenté cruzar la frontera de Perú me detuvieron. Me dijeron que no podía caminar solo. Estoy sin opciones por no tener un trabajo estable”, explicó el hombre.

La pandemia por covid-19 es una realidad que retumba en sus oídos y se cuela en las conversaciones de quienes esperan en las afueras del edificio consular. La emergencia sanitaria ha destapado una realidad económica y social del país. El resultado: uno de los mayores movimientos de población migrante venezolana hacia su país de origen.
861.049
se encuentran bajo el estatus de refugiados628.976
de ellos tienen permiso de residencia482.571
más solicitaron condición de refugiadoUna encuesta sobre el impacto laboral de la inmigración venezolana en Perú realizada por la Universidad Antonio Ruiz de ese país, reveló que 92% de los venezolanos se ubica en la economía informal. Una actividad que ha sido paralizada por la llegada de la pandemia.
El hombre aseguró que no está permitido ser vendedor ambulante en las calles de Lima. Los venezolanos que han intentado realizar esta acción son penalizados por las leyes peruanas. Por ello, muchos han quedado sin ingresos, sin ahorros, dijo Álvaro, mientras reclama por medidas humanitarias que favorezcan la situación de quienes se encuentran sin opciones para sobrevivir. Añadió que muchos ciudadanos han decidido pernoctar en la embajada venezolana a la espera de ser retornados hacia el país. La cifra de personas que se encuentran en lista de espera asciende hasta 5.000 solicitudes, según cifras de migración en Perú.
La incertidumbre que siente Álvaro la transmite en cada una de sus palabras. Sobre todo el miedo a perder la vida en la carretera, incluso en las trochas o pasos ilegales. Torres relata que cuando viajó desde Venezuela hasta Perú perdió el único par de zapatos que lo acompañaba.
Su calzado se había desgastado en la mañana que decidió emprender el viaje. Su última opción fue utilizar unas cholas para continuar la travesía. Pero esta vez, el panorama era diferente. No hay transporte público como consecuencia de las regulaciones impuestas para la prevención del virus.
Él está consciente de que no habrá una ayuda en el camino. Tampoco garantías de llegar a salvo. Los que deciden emprender el viaje lo hacen ateniéndose a las consecuencias ocasionadas por la travesía.
“Tengo una hija de dos meses que me espera en mi casa y no puedo salir de este país. Estoy atrapado”, dijo Torres. Ahogó sus palabras al pensar en que su pequeña quizás nunca pueda conocer a su padre. A esto se le suma la desesperación que se desata durante la noche por no saber si al siguiente día va a tener un espacio para dormir.
Pero las dificultades no terminan ahí. Otra situación, quizás la más compleja, es la de volver a un país colapsado. Esta escena se repite en los padres y madres que actualmente transitan por las carreteras del continente para retornar al país, obligados por crisis, y teniendo que enfrentar otra cuando lleguen a su destino.
Este artículo de El Diario fue editado por: Génesis Herrera | Irelis Durand | José Gregorio Silva.
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