Nadie te prepara para los momentos difíciles. En ocasiones pensamos que no tener algunas cosas materiales nos hace infelices, en numerosas oportunidades hacemos de un pequeño problema algo gigante. Pero quizás no estamos preparados para momentos realmente duros. 

La pérdida de un familiar es parte de esos aprendizajes que te deja la vida. Es un momento en el que llegas a cuestionarte si estás haciendo las cosas bien con tus familiares, esos que nunca te darán la espalda pese a las dificultades. Como dice la canción de Rubén Blades: “a pesar de los problemas, familia es familia y cariño es cariño”.

Nunca imaginé sentir un vacío como el que tengo en estos momentos. Tan solo han pasado unos días y todo se repite como una película de terror en mi cabeza. Durante las noches pienso ¿cómo se deben sentir los migrantes venezolanos cuando pierden a un ser querido? Pues en estos momentos me siento fuera de Venezuela, sin poder trasladarme para abrazar a mi apoyo y mi refugio: mi familia. 

La cuarentena hizo que los kilómetros que nos separan sean más largos. O quizás es solo la desesperación de no poder encender el carro, pisar el acelerador a 120 km/h y saber que en algunas horas podría estar allá acurrucada entre los brazos de tantas personas que amo. 

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La desesperación es algo que se me ha hecho recurrente desde hace algunos meses. El estrés es la perfecta combinación para reventar en mi cabeza dolores de cabeza infinitos que no tenían explicación. En ocasiones pienso que soy una anciana prematura, pero no es así. Es solo que mi cuerpo y mi mente no saben manejar los problemas y le exijo demasiado a cada célula para que me siga dando combustible. 

Pero esto no es para hablar de mis problemas. Esto es para plasmar en algunas líneas lo desesperante que puede ser ver a alguien que amas desvanecerse y no poder hacer nada. Es aferrarse al deseo no querer decir adiós para que siga a tu lado, a pesar de estar consciente de que tendría una vida llena de sufrimiento y agonía, que no merece nadie. 

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Cuando empezó la cuarentena pensé que lo más duro que me estaba pasando era no tener agua por más de ocho días, de verdad es algo desesperante. Pero ese pensamiento tuvo un giro de 180 grados cuando me avisaron que mi tía, a la que considero mi ángel, estaba hospitalizada nuevamente. Pensé lo mismo que ocasiones anteriores: “vamos a conseguir los medicamentos que necesite y todo estará mejor”. Por supuesto que movimos cielo y tierra para conseguir dinero para ayudarla, pero cuando las cosas van a pasar solo puede quedar el consuelo de intentarlo.

Durante más de 20 días dejé de escuchar su voz. Durante ese tiempo retomé las oraciones nocturnas para pedir por su salud, para que regresara conmigo la persona que me acompañaba todos los días como si fuese una segunda madre. El 29 de junio fue el primer día que sentí miedo de no volverla a ver, pero conservé la fe en que seguiría luchando, porque como ella me decía: “viene un nuevo bebé que nos necesita”.  

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El 1° de julio a las 6:30 am llegó el mensaje que cambió mi mundo. “Familia, tenemos que prepararnos, estamos perdiendo a nuestra bellísima”. Cada palabra dolió, pero yo me resistía y seguía pidiendo por su recuperación. Al mediodía todas las personas que sabían de la situación me dieron palabras de aliento, me refugié en cada una de ellas y continué con una sonrisa, una que se borró con mucha rapidez. 

A la 1:14 pm mi vida se detuvo por unos instantes. Me mantuve firme, agarré fuerzas y caminé hacia donde estaba mi mamá para decirle las palabras más duras que iba a escuchar, pero ninguna salió de mi boca. Mi rostro lo dijo todo y ella lo supo. Por ella me aguanté las lágrimas, tenía que darle fuerzas, pero en el momento en que me senté mi mente se desvaneció, sentí de nuevo desesperación. 

Por momentos me siento mal cuando pienso que no la disfruté lo suficiente. Pero me detengo y repaso en mi memoria nuestros recuerdos y es allí cuando entiendo que no es así. Cada momento que vivió a mi lado y quizás hasta hoy es que me doy cuenta de lo mucho que nos faltó por vivir. Duele saber que no te escucharé volver a cantar en cada rincón nuestra canción. “Eres el amor más bonito que tengo… Eres el sentir que me hace vivir”. Ese tema era nuestro y nadie nos robará eso.  

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Nadie te prepara para los momentos difíciles. La vida te pone pruebas y de ellas aprendes. Este es el momento de aprender. Debo confesar que me desespera ver cómo algunas personas no valoran a sus seres queridos: familiares y amigos. Valoren porque nunca se sabe cuándo dejarás de escuchar su voz, de reír junto a esa persona, pelear por tonterías y dejar de verla seguir su andar por la vida. Hay que aprender a valorar lo que en verdad tiene peso: el amor incondicional de quienes tienes alrededor porque nadie te prepara para decirles adiós. 

“Eres el regalo que Dios me ha mandado para que nunca se apague mi voz” – Rocío Durcal.

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