• La física venezolana María Gracia Batista fue nombrada la primera mujer profesora del Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional en Colombia. Para ella, una migrante que tuvo que salir del país por el secuestro de su padre, su pasión siempre ha sido poder contribuir con sus conocimientos lo que se ha perdido en su país a través de la astronomía

En la astronomía todo se reduce a instantes. En escasos periodos de tiempo, trazos de colores intensos brotan adornando el cielo, por lo general despejado y nocturno. Así lo describe María Gracia Batista, venezolana, física, apasionada por los destellos, conocedora del cansancio y erudita de los trasnochos. Ella llegó a las instalaciones del Observatorio de Llano del Hato, en Mérida, sin la aspiración de ser astrónoma, sino por su interés por la instrumentación óptica. “Me preguntaban si era ingeniera o física o iba a apretar tornillos y extraer datos”, dice. Y es que ella sostiene que en ese mágico lugar, en medio de las montañas andinas, hizo suyo un recuerdo que todavía es capaz de dibujar en su mente. 

Ella rememora cómo el cielo se expandía y despejaba la Vía Láctea para que pudiera empezar a traducir en su computadora lo que avistaba con sus propios ojos. Fue la noche del 17 de noviembre, hace cinco años, en una guardia que por primera vez realizaba en solitario, pues no necesitó de cámaras especiales porque la noche se mostraba plagada de estrellas. Un cielo que memorizó y que espera volver a admirar luego de una despedida temprana de su país.

Una astrofísica venezolana en la búsqueda del proceso de formación de las estrellas
Foto: Observatorio de Llano de Hato

Estuvo durante dos años en el Centro de Investigaciones de Astronomía “Francisco J. Duarte” (CIDA), en Mérida, pero todavía desea que el tiempo se hubiese detenido en el momento que tuvo que anunciar que ya no regresaría a conducir el telescopio del observatorio.

Viajó luego de graduarse de Física en la Universidad de Carabobo y su interés por la óptica y la astronomía la llevó hasta la ciudad andina, donde recibió la capacitación necesaria para manejar los equipos y las computadoras para poder procesar la información de las jornadas nocturnas. Lamenta que, por ahora, aquellas cúpulas blancas, que forman el CIDA, se han apagado conforme al avance de la crisis en el país. Las visitas al Llano de Hato han quedado en el olvido y el personal ha migrado, justo como ella lo tuvo que hacer.

Relata que durmió una noche en Mérida, otra en su natal Valencia y las siguientes fuera de Venezuela. “Mi papá, por cosas fortuitas, fue secuestrado saliendo de mi casa y yendo al terminal de autobuses en Valencia para ir a Mérida en el año 2015. Me tocó lidiar con su liberación por lo que, como familia, y como protección, decidimos que lo mejor era que yo me fuera del país. Curiosamente no llegué a Colombia, sino que terminé en Panamá, donde me iba a recibir uno de mis hermanos y desde allí fue que postulé para trabajar en Bogotá, un año después”, dijo Batista para El Diario.  

Tras el divorcio de sus investigaciones en Mérida y con dos maletas que contenían lo necesario para continuar su carrera, lo que siguió fue la búsqueda de oportunidades de trabajo desde Panamá. Se enteró de que podía aplicar virtualmente para un empleo en la Universidad de Los Andes, en Bogotá. Lo hizo. Una llamada le confirmó que su solicitud había sido aceptada para trabajar en el Observatorio de la Universidad de Los Andes. 

“Los primeros meses iba uniformada casi siempre”

En la oficina del observatorio, Batista pasa noches enteras observando el cielo. La oficina del Observatorio de la Universidad de Los Andes tiene mucho de aula: un pizarrón blanco enorme, un televisor con conexión HDMI para proyectar las imágenes de la computadora, una mesa y varias sillas, porque es, también, habitación de un telescopio de 40 centímetros que la venezolana está encargada de conducir. Una labor que, menciona, le abrió el camino para ser la primera profesora mujer en la historia del observatorio de la Universidad Nacional de Colombia. 

Lo describe como un logro que le llena de orgullo. Dice que cuando empacó su vida en dos maletas lo hizo pensando en el trópico y el calor de la ciudad de Panamá. El vuelco de la vida la condujo nuevamente al frío. Sostiene, que al principio no tenía mudas de ropa y, por ende, la mayoría de las veces asistía a su trabajo uniformada. 

“Yo migré sola y llegué a Colombia gracias a unos amigos de mi familia. Fue un proceso de adaptación bastante fácil porque siempre he sido muy curiosa y todo siempre lo preguntaba. Yo actualmente trabajo en el observatorio, colaboro con la adquisición y entrenamiento de estudiantes para sus datos de astronomía, además del mantenimiento óptico de los equipos y procesar los datos de los proyectos”, indicó.

Batista dice que ha sido indispensable para su carrera tener un doctorado. Y es que para este programa fue una de las dos seleccionadas para cursarlo. Ella también explica que para su tesis presentó un proyecto que busca explicar el proceso de formación de las estrellas. A pesar de que afirma que no se ha dedicado a una rama de la astronomía en específico, su enfoque actualmente se encuentra orientado a explicar la evolución y formación de las estrellas. 

Afirma que basta con salir al campo, a un lugar oscuro, una noche sin luna; provistos solo con nuestros ojos y la curiosidad innata que como seres humanos poseemos y mirar hacia el cielo. Por ejemplo, la Vía Láctea, la describe como una banda enorme, que cruza el cielo de lado a lado. Una vez que la vemos, comenta Bastidas, apreciamos que es muy grande. En algunas zonas es más brillante que en otras. A veces parece que tiene regiones más oscuras en su interior. Acabamos de asomarnos al abismo de un universo inimaginablemente enorme.

Explica que todas las estrellas que se pueden ver a simple vista pertenecen a un mismo objeto que los astru00f3nomos llaman Galaxia o Vu00eda Lu00e1ctea y que alberga cerca de 200.000 millones de estrellas.

A simple vista solo se puede distinguir la diminuta punta de un iceberg inmenso. Actualmente se cree que el universo contiene al menos 100.000 millones de galaxias y la Vía Láctea es una de ellas.

Los grandes telescopios construidos a principios del siglo XX permitieron descubrir que, mirando en cualquier dirección, se pueden observar agrupaciones gigantescas de estrellas, otras galaxias, similares a la nuestra. Aunque algunas se pueden contemplar a simple vista, como las Nubes de Magallanes -visibles desde el hemisferio sur de la Tierra- o la galaxia de Andrómeda -un objeto tenue pero fácil de observar si alguien nos dice dónde está la constelación de Andrómeda-, el resto son invisibles al ojo humano sin la ayuda de un instrumento óptico. Y no porque sean pequeñas, sino porque la luz que nos llega de ellas es extremadamente débil.

Por ello, como la luz no viaja a una velocidad infinita, sostiene que al observar las galaxias más lejanas se está literalmente mirando hacia atrás en el tiempo, al origen del universo. De ahí el interés de Batista de estudiarlas. 

No es tarea sencilla, dice. Añade que se necesita de telescopios más grandes. “Me parece fascinante que de una simple nube que podemos ver en el cielo, y que es 99% gas y 1% polvo que vemos en las ventanas o en la mesa, cómo pueden terminar formándose estas estrellas que tienen una cantidad de masa increíble, cómo llega a compactarse, por cuánto tiempo y cuántas estrellas hay y cuántas tienen planetas. Son muchas cosas que me gustaría investigar y seguirlas estudiando”, agregó. 

Una astrofísica venezolana en la búsqueda del proceso de formación de las estrellas
Foto: María Gracia Batista

En la búsqueda de Antares 

María Gracía Batista sueña con la recuperación de lo que ha sido abandonado. Lo dice porque le gustaría volver al CIDA, a Mérida, y volver a manejar el telescopio de Llano de Hato. Aunque le encanta buscar respuestas en una noche plagada de estrellas, también es creyente de los pasos en tierra firme, así que sigue la ruta que encuentra más confiable para cumplir sus sueños y colaborar con la investigación de la astronomía de Venezuela y Colombia. 

También es una gran conversadora, no solo por el espectro de temas sobre los que ha desarrollado una mirada fascinada y personal, sino por la gracia con la que habla, sus énfasis de los grandes misterios del universo que todavía no han sido descubiertos y de los vaivenes entre el análisis y los cálculos. Su capacidad de escuchar al otro lo sabe cualquiera que la haya tratado. Lo saben los estudiantes que la buscan en la Universidad de Los Andes.

Actualmente señaló que, la pandemia del covid-19 ha sido un obstáculo imprevisto para la observación y recolección de datos. Esto debido a que este era el año específico, de seis años de investigación, para complementar el estudio sobre la curva de comportamiento de la estrella Antares, la más brillante de la constelación de Escorpio. Explica que no es una situación que puede ser resuelta con proseguir sus datos el año que viene. “Tenemos que esperar seis años más para volver a hacerlo porque las estrellas se expanden y se contraen. En este 2020 se tenía previsto que esta estrella llegaría a su mínimo de tamaño por la contracción, por lo que el año que viene representará otro proceso totalmente diferente en el que se empieza a expandir”, añadió. 

Todo lo que ahora resulta de su trabajo siempre le recuerda dónde empezó. Desde pequeña le ponía nombres propios a las estrellas. En el bachillerato devoró los libros de física, y ahora son para ella una reliquia. En sus páginas encontró las explicaciones, paso a paso, para construir un telescopio verdadero. Un modelo holográfico y digital que todavía permanece en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Carabobo. Ahora, recordando aquel telescopio que construyó, se le dibuja una sonrisa cada vez que tiene que conducir el observatorio de la Universidad de Los Andes. 

Le echa un vistazo al cielo encapotado y respira hondo. Los gestos de la venezolana dibujan una mueca de satisfacción en su rostro porque cada vez que ve al cielo se imagina estando nuevamente en su país y sobre todo, en Mérida. 

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