• 72 años después del golpe de Estado contra Rómulo Gallegos pareciera que aún requerimos del sector castrense para validar a un gobierno o salir de él. Un escritor y un psiquiatra analizan al venezolano promedio en este sentido

Rómulo Gallegos fue el primer presidente venezolano del siglo XX electo por sufragio universal, directo y secreto; obtuvo el mayor porcentaje de votos a su favor, con más del 80% del total. Sin embargo, su gobierno no duró más de nueve meses, del 17 de febrero al 24 de noviembre de 1948, debido a un golpe de Estado, liderado por Carlos Delgado Chalbaud, que lo derrocó.

Delgado Chalbaud pasó a ser presidente del Triunvirato de la Junta Militar que sucedió a Gallegos, integrada por Marcos Pérez Jiménez y Luis Llovera Páez. Había sido ministro de la Defensa del novelista, pero tres años antes tuvo el mismo cargo en la Junta Revolucionaria de Gobierno, presidida por Rómulo Betancourt, la cual, a su vez, también había dado un golpe de Estado. En esa ocasión contra el General Isaías Medina Angarita, en el año 1945. 

Así contado, la amenaza (real) de que un grupo de militares saque del poder a un determinado gobierno, parece un simple trabalenguas. Pero en Venezuela esta sombra es más que un juego y acecha constantemente al sistema democrático. Al punto de preguntarnos si para lograr algún cambio político es obligatorio contar con la presencia y el respaldo del sector castrense, por el solo hecho de que posee las armas.

Esta inquietud fue formulada al escritor Francisco Suniaga y al psiquiatra Gonzalo Himiob Almandoz, con el propósito de conocer otras miradas o lecturas a partir de lo que ya nos ha contado la historia. La esencia de este texto es que nos preguntemos si ahora, en este presente, hoy, 72 años después del derrocamiento de Gallegos, aún se necesita de la actuación de unos oficiales para que mejore la calidad de vida del ciudadano.

¿Es posible una transición democrática en Venezuela sin la presencia de los militares?

A todas estas, ¿quién era Rómulo Gallegos?

“Él era como nuestro Václav Havel (intelectual disidente del sistema comunista, y primer presidente de la República Checa en 1993). Era una figura muy respetada, con relieve internacional. En ese momento estaba entre los grandes novelistas de América Latina. Por eso Acción Democrática lo escoge, en un intento de adecentar el nacimiento de la democracia en Venezuela. Esta se inició con una transición política, producto de un golpe militar, ocurrido el 18 de octubre de 1945, el cual colocó a Rómulo Betancourt como presidente de la Junta de Gobierno. Pero Gallegos no era un político avezado, como Betancourt. No estaba preparado para la política venezolana, que desde tiempos inmemoriales ha sido una guerra a cuchillo”, explicó Suniaga.

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Gallegos fue el escritor de un periodo histórico específico: el de una Venezuela atrasada, rural y con un nivel de analfabetismo monstruoso; que además representó de la manera más hermosa que pudo, apunta el creador.

Siempre he tenido esa imagen: Venezuela como Marisela, aquél personaje de la novela Doña Bárbara. Marisela fue a la universidad, luego fue una mujer próspera y ahora está arruinada y sin la misma fortaleza o el ánimo para seguir. Esa realidad Gallegos la retrató y nos dio una identidad, desde su literatura. Su obra habló de un país donde se reflejaban las tensiones y dinámicas que luego desembocaron en la democracia. Ahí está todo, el país que fuimos, que hemos sido, que somos y el que podemos ser”.

¿Pero seguimos en la misma locación, el llano de Doña Bárbara, o ha habido algún avance?

Suniaga sí cree que hubo algunos avances: “Durante la Guerra de la Independencia sí hubo una lucha entre la civilización y la barbarie. Las ideas de la Ilustración chocaron contra aquellas ideas bárbaras de Boves y sus huestes.  Pero en estos últimos tiempos, cuando la idea del chavismo prendió de esta forma tan profunda, cuando un grupo de venezolanos lucha contra lo que a otros les llevó tantísimo tiempo edificar, como es la democracia; yo creo que acá tiene que haber algo más que civilización contra barbarie o la simple incompetencia o corrupción.   

Se trata de eso que algunos politólogos llaman una variable de longue durée (larga duración). Un sustrato que siempre ha estado allí y que nos llevó a pelear la Guerra de la Independencia en los términos que se peleó, porque en ningún otro país de América se produjo la devastación que ocurrió aquí. Se trata de una fuerza subterránea, muy poderosa que, a lo largo de nuestra historia, algunos discursos políticos, el de Boves, Zamora o Chávez, por ejemplo, lograron movilizar y hacerla todo lo destructiva que puede ser. 

Fundada en esa fuerza oscura es que hay el nivel de destrucción que tenemos en este momento y que solo ese componente perverso explicaría, a mi modo de ver. Esto es una especie de revancha de la barbarie, porque ya a la barbarie la habíamos derrotado… 

Y yo hablo desde lo que veo acá en Margarita: la destrucción del sistema eléctrico, del sistema de distribución del agua (llega cada 40 días a las casas), de las comunicaciones; así como de la entrega del gas doméstico o la inexistencia del transporte público. Por eso insisto en que esto tiene que ver con un afán destructivo de vieja data: existe una Venezuela profunda que rechaza el esquema civilizatorio occidental, y esta revolución lo ha reflejado en términos expresos. Occidente representa un estándar de civilidad y de respeto por los derechos humanos que no tiene otra civilización. ¡Pero por supuesto que si eres un dictador no te gusta Occidente!”.

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La siguiente duda elemental es respecto a la solidez de la democracia venezolana: ¿Qué tan fuerte eran sus cimientos que se desdibujó tras el proceso iniciado con el intento de golpe de Estado de 1992? 

Suniaga cree que la democracia hizo un esfuerzo titánico para elevar los niveles de educación en el país, y fue una inversión que implicó al sector civil y también al ámbito militar. Viéndolo así, la educación siempre cumplirá su papel. El asunto fue que los líderes políticos del periodo democrático “bajaron la guardia” y creyeron que tenían a esas fuerzas contenidas. 

¿Es posible una transición democrática en Venezuela sin la presencia de los militares?

“No, no, eso no es así. El esfuerzo debe ser permanente para que, por ejemplo, no aparezcan figuras políticas como Chávez con un discurso divisor; que además contó con el apoyo de las élites venezolanas económicas y académicas, las cuales que habían sido grandes beneficiarios de la democracia. Por eso insisto en el afán destructivo, ese que logró capturar incluso a rectores universitarios, escritores, académicos prestigiosos, dueños de medios de comunicación, entre otros. Allí cayó todo el mundo, y el país fue dueño de su propia destrucción; porque en el año 1998 todavía éramos un país con situaciones perfectamente recuperables, con instituciones democráticas absolutamente perfectibles, pero nos empeñamos en que no servía y lo destruimos”. 

—¿Hay que recurrir necesariamente al apoyo de los militares para que haya un cambio de gobierno?, es la pregunta que regresa tras recordar el Golpe de Estado de abril de 2002, así como el llamado de la Operación Libertad, impulsado por el líder político Leopoldo López y el presidente interino,  Juan Guaidó. 

—Eso es inevitable para efectos de un cambio político. Estos ocurren a través de elecciones. Imaginemos que hay unas elecciones. ¿Cómo crees que los líderes van a ejercer el cumplimiento de la soberanía del pueblo? En Venezuela necesitas de los militares para que se cumpla esta decisión soberana del pueblo.  En el año 1992, antes del golpe de Hugo Chávez, los militares estaban supeditados a las instituciones, al poder civil y a la Constitución. Una de las cosas que le debemos a Chávez es que los puso al frente de todas las actividades políticas del país, militares o no. No son un factor importante. ¡Son el factor! El único que puede hacer posible un cambio político en Venezuela o evitarlo. Sin el concurso de los militares no puedes hacer ningún proceso de transición democrática en el país.  

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El poder de la palabra

El profesor universitario, analista junguiano y psiquiatra Gonzalo Himiob difiere, en este sentido, de Suniaga. Más que creer que exista esa fuerza devastadora que todo lo marchita, piensa que en Venezuela predomina la pobreza mental, antes que la económica: “Se tiene la necesidad de que alguien tome las decisiones y se haga responsable por nosotros”. 

—¿Por qué los líderes demócratas requieren del ámbito castrense para que haya un cambio de gobierno, sucedió en abril de 2002 y más recientemente en el llamado de la Operación Libertad, que hicieron López y Guaidó, a fines de abril de este año 2020?

—No hemos querido entender que nosotros tenemos que ser nuestros propios líderes, y no esperar que venga alguien a decirnos lo que tenemos que hacer. Eso, en terapia, se llama individuación: venir a hacer lo que uno es. Saber de quién soy en relación responsable, mutual y creativa, conmigo, con mis semejantes y con mi entorno. Consciente de mi individualidad, presencia, enfermabilidad, trascendencia y muerte. Esto no ocurre. Seguimos esperando que alguien haga la tarea por nosotros y quién es ese alguien: quien tiene las armas, quien tiene la fuerza. 

Además, hay un mensaje terrible por parte de López y de Guaidó y es el no cumplir las promesas. Cuando no cumples se genera el resentimiento en quien espera y termina sintiéndose engañado. 

—¿Pero cómo se puede pensar en la individuación y en un cambio de gobierno, si ellos tienen la fuerza?

—La fuerza no es necesariamente la fuerza de las armas. Nosotros le otorgamos la fuerza a las armas, pero también hay una fuerza en el voto y en la palabra. Estamos acostumbrados a que la gente nos ofrezca cosas y que si no cumplen, no nos importe. Y si cumplen, mejor.  

—¿Cómo llamar técnicamente a la idea de que la solución venga de afuera, sea a través de un golpe o de una invasión?

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—Un pueblo pensante no es un pueblo dominable. Hace falta educación. Para mí todo lo que ocurre en el país es un programa absolutamente organizado y estructurado para generar miseria y dependencia en la población. ¿Quién puede pensar cuando tus hijos se están muriendo de hambre? ¿Quién puede pensar cuando tienes que pasar tres días en cola para echar gasolina? Estamos a nivel de sobrevivencia, algo típico de los regímenes totalitarios. 

—¿Venezuela o los venezolanos estamos “atrapados” por algo?

—¡Por la miseria, el facilismo, la corrupción en el gobierno, y el resentimiento! El resentido creyó que podía recuperar lo que nunca había tenido. Se vendió una esperanza estimulando la envidia y por otra parte la estupidez a la que nos fue llevando el “tá barato dame dos”. Todo se creyó fácil y sencillo, como si no fue un trabajo muy fuerte crear la democracia en Venezuela. 

—¿Hay salidas para este laberinto?

—Creo que la salida está en la búsqueda de conciencia y en el apropiarnos de nuestros propios recursos para poder auto gestionarnos. Eso se está despertando. 

Creo en la inspiración, no en la interpretación ni en el dar mensajes. Poder inspirar. Leer a Gallegos, leer nuestras leyendas, leer a nuestros poetas. Escritores y periodistas tienen una gran labor al escribir. Los psiquiatras, los psicólogos, los psicoanalistas tenemos una labor muy grande en nuestro quehacer diario, en nuestra responsabilidad con nuestros pacientes, así como en las clases y seminarios que dictemos. Tratando de hacer consciencia, y esto no se hace con imposiciones. Se trata de inspirar procesos para que la gente crezca por sí misma. 

Esto es “hacer psique”. Es decir, provocar la reflexión, y esto no se hace ni con el estudio ni con la lógica,  sino con la inspiración. Es muy distinto decirle a una persona: “Hazte dueño de tu destino”, a decirle: 

“Vivo sin vivir en mí 

 y de tal manera espero, 

que muero porque no muero”

Algunos versos de Santa Teresa de Jesús. La idea es provocar pensamientos. 

La psique, al igual que el cuerpo, hay que entrenarla y la forma de hacerlo es a través de crear inspiraciones. Crear motivos para reflexionar y no dar soluciones. Eso es lo más fácil. Sino provocar capacidad pensante. 

—¿Eso es posible aún y en medio de la crisis?

Sí, en la medida que hagamos psique y que podamos inspirar procesos. Volver a escribir la historia, sin que esto signifique inventarla. Sino escribirla para recordarla y tener memoria.

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