• La editorial española La Fábrica publicó el libro Vasco Szinetar, un ejemplar de PHotoBolsillo que introduce al fotógrafo venezolano en una de las bibliotecas más importantes de Hispanoamérica

Vasco Szinetar no se dejó ver personalmente. Le prometí un café, lo invité a conocer mis santos milagrosos, le aseguré que en este jardín las plantas conversaban, pero nada de esto lo motivó a salir de su casa. Dijo que hablar por teléfono también tenía su encanto, y todavía hoy no alcanzo a comprender por qué esos ojos que han registrado infinitos rostros prefirieron no ser vistos de cerca. 

Recordé un poema de Alejandra Pizarnik que leí hace pocos días:

Es un cerrar los ojos y jurar no abrirlos. En tanto afuera se alimenten de relojesny de flores nacidas de la astucia. Pero con los ojos cerrados y un sufrimiento nen verdad demasiado grande pulsamos los espejos hasta que las palabras olvidadasnsuenan mágicamente.n

Sucedió así. Pulsamos los espejos y las palabras olvidadas sonaron mágicamente. Vasco, el fotógrafo venezolano de 72 años de edad reconocido nacional e internacionalmente por su famosa serie Frente al espejo, en la cual aparece retratado junto a los más importantes referentes culturales de una época, desde Jorge Luis Borges hasta Oscar D´León, atendió mi llamada por WhatsApp. Y, para ser justos, debo decir que sí, que aún y sin poder conversar personalmente, el diálogo tuvo su encanto. Sospecho que esto se deba a la claridad, a la transparencia, a la desnudez, con la cual responde a cualquier inquietud que se le formula.

Sin ser mi amigo de décadas y ni siquiera haber compartido un abrazo o unas carcajadas juntos, Vasco ha sido muy generoso cuando he necesitado imágenes de escritores o poetas venezolanos. Él los retrató a todos. 

Hace menos de dos meses la editorial española La Fábrica publicó el libro Vasco Szinetar. Se trata de un ejemplar de PHotoBolsillo que convoca al fotógrafo venezolano a una de las más grandes bibliotecas de Hispanoamérica, donde comparte vitrina con los grandes maestros de la fotografía: Alberto Korda, Luis González Palma, Alfredo Cortina, Paolo Gasparini y Carlos Saura, entre otros. 

El libro aún no ha llegado al país, mas ya recorre las ciudades, los caminos y las veredas del viejo continente. Alejandro Castellote escribió en el prólogo, y sus líneas son las más didácticas para todo aquel, que como yo, no conozca con exactitud cronológica los hitos de la obra de este artista:

“Frente al espejo es una serie cuya dimensión está basada en la acumulación de momentos. El fotógrafo actúa como coleccionista y como cazador; nada extraño al programa de la fotografía. Su particularidad se la otorga su carácter obsesivo y sistemático. Mi ‘obra’, dice Vasco Szinetar, está impregnada de muchas cosas: en primer lugar, del mito de Narciso, que toca tanto al autor como a sus personajes, pero también de los juegos de poder y sumisión y de la tensión entre la muerte y la trascendencia”.

Asegura Castellote que a los doce años ya Vasco tenía una cámara fotográfica consigo. Sin embargo, él mismo aclara que no sería sino hasta 1976, con 28 años de edad, cuando hizo sus primeros retratos profesionales y que fue en 1979, con una imagen del poeta Darío Lancini, que comenzó a colaborar con el suplemento “Papel Literario” del diario El Nacional. 

Fue allí cuando Vasco tomó conciencia de su vocación, como se lo comentó al escritor venezolano Antonio López Ortega: “Descubrí que en el país no había nadie que retratara a los poetas y narradores de una manera sistemática (…) entendí de seguidas que ese era mi tema. Sentía que nadie se daba cuenta de la significación documental de ese proyecto, pero yo lo vi muy claro desde mis comienzos, y sabía que había encontrado un espacio virgen”.

Tránsito

Por esa conversación con López Ortega supimos que a los 13 años de edad era miembro de la Juventud Comunista, que cuatro años después, durante el gobierno de Raúl Leoni, fue detenido por un mes; que sus abuelos paternos eran judíos rumano- húngaros de Transilvania, que su padre, Andrés Szinetar, emigró a Chile en 1927, luego a Colombia, y de allí a Venezuela. 

También por él conocimos que en 1955 los negocios de su padre no prosperaron, por lo cual se deprimió y suicidó; y que una parte de los familiares que quedaron en Europa fueron asesinados en Auschwitz. 

Es una historia larga, compleja y un poco dolorosa. Así que mejor dejamos que sea el propio Vasco quien la refiera. Comprobé que no solo hace magia al fotografiar, también al recordar su vida y su obra. 

De lo que percibí por la cámara del celular, logré captar un rostro con surcos, pliegues y manchas. En él había dos fogatas llenas de risa, canto y asombro. Frente al fuego estaba un niño que, con mirada pícara, contaba todo lo que había logrado ver durante su existencia.

Vasco Szinetar
Vasco Szinetar con Jacobo Borges (1986)

“Soy un fotógrafo venezolano, nacido en Caracas, hijo de una señora trujillana de Boconó, Esther Gabaldón Márquez (hija del general José Rafael Gabaldón y María Teresa Márquez Carrasquero); y de mi padre, Andrés Szinetar Szinetar, quien era hijo de dos primos: Adolfo y Bella Szinetar. 

Mi padre fue un inmigrante de la diáspora judía, de antes de la II Guerra Mundial, que llegó a América y terminó en Venezuela. Aquí se metió en política, fue pionero del Partido Comunista, conoció a mi mamá y se casó con ella. En el libro Expediente familiar, escrito por mi hermano Miguel Szinetar, está la historia del encuentro entre esta señora y este señor judío de Transilvania”, relata.

—¿Cómo hizo tu padre para sobrevivir al holocausto, lo que no sucedió con tu abuelo ni tus tíos paternos?

—Mi padre llegó a América cuando todavía no había comenzado la II Guerra Mundial. Él vino buscando la posibilidad de ir a la universidad porque en Hungría, y en muchos países europeos, los judíos tenían un cupo limitado para estudiar. 

Él se vino a América, primero a Chile y luego a Venezuela. Trabajó como agente viajero y creaba células comunistas. Conoció a mi mamá, que era una muchacha de izquierda, y la conoció a través de mis tíos, Edgar, Roberto y Argimiro Gabaldón (considerado héroe de la guerrilla venezolana). 

En el año 1955 lo pusieron preso cuando Pérez Jiménez, porque estaba en contra del gobierno, y se suicidó ese mismo año.

—¿Cómo recuerdas ese hecho y cómo crees que conformó tu trabajo, tu identidad?

—En el libro PhotoBolsillo hay varias obras de mi papá. En uno de los textos utilicé una carta de mi tío Alirio. Mi obra está soportada también por la exploración de lo familiar. Todo lo que ha sido mi recorrido familiar se ha transformado en un discurso. Mi centro de gravedad ha estado marcado por la vida familiar, que es bastante compleja (como todas las familias), pero que ha tenido una cartografía grande y reconocida. 

—¿Buscas con tus fotografías tomar un poco de realidad y sostenerte en ella?

—Todos los seres humanos tenemos deseos: queremos ser reconocidos y queridos. En ese recorrido yo encontré la fotografía y el retrato. El retrato es un ejercicio del afecto, es un ejercicio de diálogo con el Otro. El retrato te permite dar afecto pero también recibirlo y este recorrido me ha permitido tener un conocimiento bastante intenso del ser humano porque el retratista se enfrenta a un personaje desde la soledad de ese personaje, desde su silencio. Entonces el diálogo es muy rápido pero muy intenso, y deja una experiencia en ambos.

—¿Lo ocurrido con tu padre te marcó, te persigue como un fantasma, temes que te ocurra algo similar?

—No, no, no. Lo incorporé a mi mirada sobre el mundo. No se convirtió en un hecho conflictivo ni dramático. Está en el metabolismo. Procesado.

—Mencionas a tu abuelo como el “último caudillo”. ¿Este no era Juan Vicente Gómez?

—El último caudillo que se alzó en armas contra Gómez fue mi abuelo. Él viene desde el siglo XIX. Gobernó con Gómez y después de separó del Gomecismo y se alzó en su contra. Fue embajador con Medina Angarita, gobernador con López Contreras y después presidente del Comité Mundial de la Paz Venezuela, parte de una organización creada por los comunistas en Moscú. 

Mi abuelo era primo hermano de Mario Briceño Iragorry y tío de Arnoldo Gabaldón (médico que entre 1950 y 1960 organizó la primera campaña nacional contra la malaria, logrando que Venezuela fuera el primer país en el mundo en erradicar la enfermedad).

—¿Qué crees tú que tendría que hacer un joven fotógrafo para tener un sello propio, sin que se perciba que copia tu estilo al retratar a los escritores o artistas?

—Pienso que la gente tiene que buscar su propio camino, explorar su propio mundo. Nunca se puede hablar de una copia exacta, todo está imbricado en un discurso histórico. Nada es nuevo. Todo tiene un referente. Antes de que yo hiciera estas fotos Frente al espejo, otros ya lo habían hecho. Yo lo que hice fue sistematizar un proyecto. Convertirlo en un trabajo de otras dimensiones. 

—¿Cómo describes tus retratos?

—Mis retratos tienen una vocación de dejar testimonio en el espacio en el que ellos se construyen y del ser humano que está enfrente de la cámara. Trato de que el retratado pueda establecer una relación lo más profunda, silenciosa y tranquila posible, con el que mirará esta imagen. Que se entregue. Uno nunca sabe si lo logra o no, pero de alguna manera estas son mis premisas. Trabajar con la luz, con el espacio, construir una forma equilibrada que tenga solidez y que tenga fuerza.

—¿De qué habla la fotografía venezolana actual?

—Afortunadamente la fotografía se ha liberado de esa ideología izquierdosa, cuyo tema era el capitalismo y la denuncia. La fotografía venezolana se ha liberado de ese discurso que, de alguna manera, enmascara esa realidad. Le impone un pensamiento y una forma. Entonces nos encontramos ahorita en un territorio sumamente rico, plural, amplio, porque los fotógrafos no solo se mueven en un espacio fotográfico sino artístico. 

A mí me fascina todo lo que está pasando: las mujeres tienen un trabajo de una fuerza y de un impacto extraordinario. Algunas tocan el tema de su lugar en la sociedad. Otras tienen temáticas más neutras pero realizadas con una sensibilidad femenina. Está Fina Gómez, Bárbara Brändli, Soledad López, y más recientemente Amalia Caputo, Sara Maneiro…

Me parece un fenómeno único. Estamos marcados por el uso de lo fotográfico. Entonces ves a artistas haciendo fotografías, haciendo collages, con una libertad única.

—¿Es una respuesta natural frente a otras restricciones?

—El arte y la cultura son una forma de resistencia. Por eso creo que los jóvenes y creadores están resistiendo desde ese territorio. Estamos en un sistema donde los bárbaros se han impuesto pero ellos no han podido con la energía que tiene este país, y que se expresa a través de los jóvenes que dan testimonio desde la libertad. 

Los inicios

He conocido fotógrafos que dudan de la propuesta de Vasco. Creen que él “hace trampa” al colarse en el encuadre con el artista retratado. Que él “roba cámara” al protagonista. 

Intuitivamente creí que Vasco fue sencillamente un visionario. En medio del furor, la fiesta o la noticia, tuvo el instinto de acopiar el presente. Ese presente.

La serie Frente al espejo comenzó en París, sin nada de premeditación, con retratos a Emil Cioran, Alain Bosquet, Elizabeth Burgos, y Ángel González. Y después, cuando volvió a Venezuela, supo que habían traído a Jorge Luis Borges y lo retrató:

“Yo tenía la intuición de que era un proyecto que tenía sentido y que podía ser un proyecto sólido, importante. Cuando retraté a Borges, me dio la salida. Me dije: “Aquí hay un proyecto de vida”. ¿Por qué? Porque es un proyecto que da testimonio de un viaje en el tiempo. Yo soy el que viaja y tengo 40 años envejeciendo frente al espejo”. 

Vasco Szinetar
Vasco Szinetar con Carlos Cruz-Diez

Vasco responde como si conversara con una amiga de Boconó de toda la vida, con su hermana, o con una vecina. Se ríe mientras cuenta sus anécdotas con los referentes más importantes de la cultura y de la política, como quien habla de la compra de los ingredientes de las hallacas, que hizo esta mañana en el mercado. Todo en él es natural. Pareciera que nunca necesitó de poses. Y esa libertad y esa sencillez para contar y escuchar, termina impregnando a su interlocutor y uno se permite todas las licencias posibles, como se le habla a un amigo, sin vueltas ni rodeos:

“¿Entonces Borges veía, cuando lo retrataste?” —le digo—, y él me responde con una carcajada: “¡Esa es la gran pregunta! ¡No lo sabemos! ¡Nadie lo sabe! De repente se hacía el que no veía y nos engañó a todos. ¿Quién lo sabe?”

La caída de las máscaras: la humildad

¿Por qué crees que los personajes tienen una imagen que defender, y cuál sería el riesgo de mostrarse tal cual uno es?

Lo que pasa es que los personajes públicos tienen un ADN que los hace moverse con cierta cautela. Ellos se relacionan desde espacios de poder, a diferencia de un personaje normal. 

García Márquez o Vargas Llosa saben que son García Márquez y Vargas Llosa, respectivamente. Entonces la pregunta es cómo hacerlos participar del juego. Cómo lograr que una persona que no conoces vaya al baño contigo. 

Recuerdo cuando llevé al ex presidente colombiano Belisario Betancur o al ex presidente argentino Raúl Alfonsín al baño, con toda la Casa Militar detrás. ¿Tú te imaginas que “un pelao” logre decirle a estos dos señores que lo acompañen al baño, porque ahí quiere hacerles una foto?

¿Cómo lo lograbas, qué les decías?

Eso es un misterio. Son relaciones muy rápidas, muy intensas y en cada circunstancia uno dice una cosa u otra. El tema también es que el Otro tiene que estar consciente de que está enfrente de una mirada importante. Debe saber que quien lo va a retratar no es cualquier cosa, y tiene una impronta. 

El fotógrafo tiene que actuar en la calle como si está en el set de una película y es él quien la dirige. El director de la película no puede permitir que los actores o el asistente controlen el set. Uno tiene que estar consciente de que el director es uno y eso crea una respiración, una forma de actuar, una forma de explicarle al Otro lo que tiene que hacer. 

¿Las muecas de tus fotos son naturales o también se las indicabas?

Yo empiezo a actuar. Antes hacía más performances que ahora. A mí me dijo Marcel Marceau que yo podía ser mimo. Él se incorporó a la puesta en escena. 

En una entrevista con el poeta José Pulido le dijiste que con tus retratos frente al espejo buscabas el silencio del Otro que es, al final, “el silencio de Dios”. ¿Podrías contarme que hallaste allí? 

Cuando yo digo que es el encuentro con Dios, se trata del encuentro con uno mismo. Es el encuentro con el misterio que uno representa. El silencio es también una forma de estar en el mundo de manera equilibrada, de estar consigo mismo. Cuando uno está angustiado, no está consigo mismo. Es un estado de elevación y de silencio. ¿Entiendes?

Al final uno está buscando y lo que encuentra, que uno desconoce que lo encontró, es lo que le permite ir teniendo una relación más equilibrada con la muerte. 

En tu libro Cheek to Cheek el periodista Boris Muñoz enumera tres rasgos de lo que podría llamarse tu retórica fotográfica: “El encuentro con la personalidad literaria o artística, el testimonio plasmado en la fotografía, y el humor entendido como la ironía y la auto parodia”. ¿Qué verdades has encontrado en ese ejercicio de vincularte con el Otro?

Generalmente la gente me vincula a mí con una parte de mi trabajo, que son los retratos, y resulta que yo tengo una obra. En el libro Vasco Szinetar, de la colección PHotoBolsillo, editado por La Fábrica y el Archivo Fotografía Urbana, verás una exploración que tiene que ver con otras cosas. 

No me muevo en el ámbito de las cosas que he encontrado, yo estoy buscando todo el tiempo. Sino, no estuviera trabajando. Estoy siempre inventando y replanteándome cosas. 

Ahora mismo, por ejemplo, estoy desarrollando un trabajo sobre Hellmuth Straka (el papá de Tomás Straka), que es una revelación para la fotografía venezolana y europea; tengo pequeños cuerpos de trabajo sobre Berlín, estoy haciendo collages y soy el encargado del Archivo Fotografía Urbana. 

Si me insistes en la pregunta sobre lo que he visto te diría que creo que hay que ser más humilde. He aprendido que es importante ser más humilde. Hay que oír más al Otro. El ser humano pasa mucha dificultad para sobrevivir y a veces no es tan malo como uno cree, sino que las circunstancias lo descentran. He aprendido a ser más tolerante con el Otro. A entender que todos tenemos sombras, oscuridades y luces. A veces podemos ser egoístas y otras veces somos generosísimos. Somos una complejidad. Entonces no podemos andar por el mundo alardeando, sino buscando hacer siempre lo mejor: en tu trabajo personal y respecto a los otros. Ser buenos, ser generosos. Dar alegrías, compartir el conocimiento. 

Fíjate los artistas: a veces andan ocultando sus cosas y la verdad es que nadie se copia nada. ¡Olvídalo! ¡Las cosas andan con su propio peso!

El amateur

Vasco ha fotografiado durante 40 años a lo más simbólico de las letras, las artes y la política: Carlos Fuentes, José Saramago, Alberto Korda, Geraldine Chaplin, Jean Baudrillard, Roberto Bolaño, Martín Caparrós, Andrea Echeverri, Zoe Valdés, David Trueba, Fito Páez, Joaquín Sabina, Rubén Blades, Yoani Sánchez, Leonardo Padura, Reinaldo Arenas, Heberto Padilla, Oscar D´ León, Gay Talese, Leila Guerriero, Rafael Cadenas, Fernando Savater, Emil Ciorán, Miyó Vestrini, Jesús Soto, Fernando Botero, Fidel Castro y la lista se hace infinita… Aún así se llama a sí mismo amateur:

Vasco Szinetar
Vasco Szinetar con Fernando Savater (1982)

“Soy un amateur, no soy un académico. No estudié en la universidad, estudié Arte, y mira, yo también pudiera defender mi espacio. Yo te pudiera decir: “Aquí tengo lo mío” pero, fíjate, creo que si algo he aprendido, diariamente, es a luchar contra el resentimiento. Esa es una de las grandes tareas del ser humano. Si te dejas dominar por el resentimiento eres una persona perdida”. 

¿Fotografiaste a Hugo Chávez?

Yo me encontré con Chávez en el Ateneo de Caracas, cuando recién ganó. Estaba con un amigo mío de la adolescencia, Héctor Navarro. Pero estos líderes crean una parafernalia alrededor suyo, una puesta en escena con la seguridad, y empezaron que si a pedirme el currículo y ¡bah! Yo me arreché y no lo retraté. 

No tuve, por otra parte, posibilidades de abordarlo y retratarlo. Si hubiera tenido la posibilidad lo hubiera hecho, porque mi responsabilidad es dar testimonio. 

¿Tuviste miedo al retratar a Fidel Castro, en esa foto donde él te mira tan imponente?

No. Fíjate que yo había tratado de retratarlo antes. Yo estuve en la Primera Bienal de La Habana, en 1984, y allí intenté retratarlo. No pude. Entonces acá hice las diligencias para retratarlo y no logré conseguir una cita. Mi esposa, Kataliñ Alava, diseñadora y periodista, me dijo: “Vasco, vete y haz lo que tú puedas”. 

Creo que Nelson (Bocaranda) le dijo a Fidel que yo era un gran fotógrafo, porque yo le grité: “¡Fidel!” y él se me quedó mirando. Soy amigo de Bocaranda, él es de Boconó. Entonces se dio esa foto, que es una belleza de foto, porque la luz es única. 

¿Dónde lograste retratar al escritor cubano Reinaldo Arenas?

En el libro de PHotoBolsillo no están puestos juntos al azar. Allí está el verdugo y la víctima. Arenas vino al país porque lo trajo una querida amiga, Cristina Guzmán, quien fue la gestora de la librería Cruz del Sur. Ella le publicó un precioso libro en Venezuela. Yo le hice una serie de fotografías en su casa, y después salimos a sacar fotos. Está en un callejón y lo coloqué al lado de Castro, para que dialogara con el verdugo.

Estudiar a los clásicos y amar

Sé lo básico de fotografía. Decido entonces imaginar que soy una estudiante y aprovecho para preguntarle a este maestro qué recomendaría a quien desee iniciarse en esta disciplina artística. 

Él responde que se debe leer mucha poesía y ensayos, se tiene que ver cine, y que también habría que enamorarse, saber bailar, saber comer, disfrutar, manejar los cubiertos y respirar bien: 

“Ver mucho cine. El cine es una gran experiencia. Yo estudié cinematografía y es algo sumamente importante para el estudio de la imagen. Leer mucha poesía, porque ella es un gran ejercicio de síntesis, como la fotografía, y pensar. Yo creo que el fotógrafo es un artista. Tiene que pensar. Recomendaría ver mucha fotografía de Robert Frank, quien marcó la fotografía documental, de Diane Arbus, Garry Winogrand, y de los clásicos: Alexander Rodchenko, Cartier Bresson, entre otros. 

¿Sinceramente de tanto ver, se educa el ojo?

¡Claro! Mira, uno vive de ver. Fíjate, cuando voy a hacer un retrato voy antes al lugar donde haré las fotos. Voy mucho a los hoteles. Veo el espacio, veo la luz, veo los rincones, y cuando llega la presa, que es el sujeto a quien yo voy a retratar, ya estoy en el set cinematográfico, y lo que me toca es decirle: “Venga pá cá, móntese aquí”. 

Ya yo tengo todo estudiado. Sobre todo en el tipo de fotos que hago, que son como un asalto y generalmente no los conozco, tengo que actuar como un comando: “Pas, pas”.

¿Qué hace que una fotografía, como la tuya con Borges, sea inolvidable?

Hay fotografías que agrupan circunstancias y elementos novedosos. Aportan algo nuevo. En esa imagen con Borges, dialoga el espejo con una persona que es el símbolo de la exploración poética del espejo. Borges no es un escritor, es un mito. 

Las fotos tienen vida propia. Fíjate la foto de Marilyn Monroe. Hay miles de fotos de ella pero la foto donde se le sube la falda, cuando ella está sobre una rejilla, es extraordinaria.

Lo que pasa es que la gente no me conoce. En el año 1980 yo hice un trabajo sobre los transformistas en la avenida Libertador. Ahora estoy armando un libro bellísimo con esas imágenes. Siento que yo establecí con ellas una relación de goce y de juego. Es la alegría desde la exacerbación de lo femenino. Una de ellas vestía una falda liviana y me hizo un performance de Marilyn sobre una alcantarilla que echaba viento. 

Vasco Szinetar
Foto: Vasco Szinetar

Hace poco escogieron diez fotos para una exposición que se llevará a cabo en enero de 2021 en Brasil y viene el proyecto del libro Las Libertadoras porque en Venezuela se cree que los libertadores son solo los bolivarianos. Entonces juego con eso. Ese es un libro que estoy haciendo, y tengo dos más: uno que se llama El sueño y otro sobre Rolando Peña, que se llama El hombre de la escalera. Lo hice en el año 1982 en París. 

¿Por qué crees que nos interese tanto permanecer, Vasco?

Porque, finalmente, nosotros los seres humanos como que no nos creemos que vamos a morir, y no sabemos si al morirnos podremos seguir viendo. 

Retratar al país

Ya son casi dos horas de conversación y Vasco no registra cansancio ni hastío. He tenido entrevistados que se molestan por algunas de mis preguntas. Las consideran innecesarias. Este maestro me confiesa que no hay fotos malas, pues con el tiempo las que rechazó (en algún momento) adquieren otro valor. Su mirada se ha transformado, por ende lo observado varía de algún modo.

Vasco sigue sentado en su estudio. Viste franela negra de algodón y unos jeans. Sus cabellos son grises y anárquicos. A ratos me dice: ¿Qué fue lo que me preguntaste? y retoma la conversación. 

Sé que pudiera conversar muchísimas horas con él. Le preguntaría por todas esas personas que conoció en su vida y por la historia de su papá. Le conté que mi madre murió en un accidente de tránsito y que ese hecho robó por un rato mi alegría y mi prisa al andar: ahora camino con más suavidad e intento no herir a nadie. 

Él me dice que en su caso eso ya está internalizado y que si quisiera saber más de su familia, mejor lea el libro Expediente familiar, escrito por su hermano Miguel. Lo leí en una de estas madrugadas y creí abrir por error un grifo de la cocina. Eran mis lágrimas. Se escaparon sin pedir permiso al enterarme de holocaustos, de guerrillas y de mucha soledad.

Nos quedan pocos minutos, así que vamos a procurar despedirnos con algo de alegría. Falta saber cómo es el Vasco normalito, el del día a día, y qué piensa sobre el destino del país:

“Yo tengo una vida tranquila y esta me cambió un poco porque ahora mis hijos se fueron y vivo solo con mi esposa, Kataliñ Alava. Ella es diseñadora y periodista. Tiene una obra de publicaciones editoriales, con libros, catálogos y afiches. Hacemos la rutina cotidiana: comprar comida, trabajar, ver Netflix, dialogar con mis hijos artistas sobre su obra, revisar mis fotos, tomarme un whisky, ver a los amigos y hablar con mi compadre Sergio (Dahbar). 

Sobre los complejos que me preguntas si tengo, yo te diría que a menudo, cuando uno hace un corte de cuenta, se percata de que hubo cosas que debió hacer y no hizo por cualquier razón. A mí, por ejemplo, me hubiera gustado manejarme fluidamente con los idiomas y no lo hice. Ahora trato de que mis hijos tengan menos limitaciones en ese sentido. 

Uno se va construyendo, a pesar de las restricciones. Ahora, también he descubierto que he logrado hacer algunas cosas. ¿Qué quieres que te diga? ¡No hay secretos, los secretos son una enfermedad! Hay que hablar de todo, no hay que guardar nada. Cuando empiezas a guardar cosas te das cuenta, al final, que lo que guardabas era irrisorio, y que no valía la pena estar enrollado por pendejadas. 

¿Que cómo deseo que me recuerden? ¡Como una persona con gran sentido del humor y buena gente! Y a mis padres, qué le diría: ¡Que estoy sumamente agradecido de tener la familia que he tenido!”

¿Crees que tu generación hizo lo suficiente en su momento, a propósito del discurso oficial que nos responsabiliza a todos del desequilibrio social y económico en el que está sumido el país?

La gente tiene la idea de que las sociedades siempre tienen que ir para mejor, pero esto no necesariamente es así. Los viajes son desconocidos, las sociedades pueden ir hacia arriba y también ir hacia el abismo. Cuando uno ve la historia de Alemania y ve una sociedad que tenía unos niveles de cultura y pensamiento tan sofisticado y terminó con el holocausto, te das cuenta de que estamos en el mundo y no sabemos nada. A veces retrocedemos por miles de factores. Pudiéramos decir: “Todos somos responsables”. O no: “El responsable de todo es Dios”. 

Obviamente hay muchos errores y muchas circunstancias. Podríamos decir que el tema del petróleo nos obnubiló. Pero fíjate Argentina, que era el granero de América. Allá toda la élite se psicoanaliza y terminó amando a Perón, a la esposa de Perón, a la amante de Perón. ¿Qué entiendes tú por darlo todo? ¡Uno nunca da todo! Uno vino acá a sobrevivir, a tratar de entender de qué se trata el vivir.

El colectivo, la sociedad, tiene en su ADN el resentimiento. ¡Todas! Entonces líderes como Chávez o como Trump, llegan a las masas por la vía del resentimiento y hacen creer que ellos son los salvadores, cuando sabemos que no es así.

¿Qué si este país es recuperable? ¡Por supuesto que todo es recuperable! Lo único que no es recuperable es que se acabe la Tierra y que no sepamos si nos convertiremos en otra cosa. El tema es que uno tiene una mirada del tiempo muy pequeña y el tiempo es dilatado; y si para nosotros se trata de una eternidad, resulta que para el tiempo es algo minúsculo. ¡Así que mejor sigamos trabajando y con mucho ánimo!

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