• A 38 años de la inauguración del sistema de transporte ícono de la capital venezolana, en El Diario recordamos lo que en algún momento significó para la vida de la ciudad

1.

El evento congregó a buena parte de la élite política venezolana y a representantes de distintos países de la región, invitados por el gobierno de Venezuela. Todos, con cientos de caraqueños, estaban allí para uno de los mayores hitos modernizadores en la historia de la capital. En su discurso de inauguración de la obra, el entonces presidente de Venezuela, Luis Herrera Campíns, lo presentó como la construcción que venía a servir, fundamentalmente, “a las barriadas populares y pobres de la población de Caracas”. Para favorecer con orgullo, según dijo, al “olvidado oeste caraqueño”. Era, como se promocionaba, la “gran solución” para la ciudad: el Metro de Caracas.

“Esta obra forma parte de todo lo que constituye los fundamentos del optimismo que siempre le predico a los venezolanos: la fe en las posibilidades de la patria, la confianza en la capacidad profesional, técnica y laboral de sus hijos y el respaldo y la compresión que tiene el pueblo cuando se les ponen en las manos a las distintas comunidades, obras que significan beneficio social”, dijo.

Minutos después de su discurso inaugural, rodeado de toda su comitiva, se dispuso a recorrer la gran obra a la cual hacía referencia. En un momento churchilliano, el mandatario se sentó, junto con su esposa Betty Urdanera, en los asientos amarillos de uno de los trenes del nuevo sistema de transporte. Por primera vez en la historia, los venezolanos observaron en televisión nacional lo que suponía el avance a la modernidad y, hasta ese momento, lo que suponía la entrada a una nueva etapa de prosperidad y tranquilidad económica. Tiempo después de aquel día inaugural, definiría la obra como la apertura hacia “una nueva etapa en la vida de la República”.

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Era 2 de enero de 1983.

2.

Una obra de esa envergadura requirió años de planificación de la ciudad. Caracas pasó de ser el valle de los techos rojos, a una metrópoli que se asfixiaba con la humereda de los carros, del asfalto de las autopistas y carreteras del Nuevo Ideal Nacional. Una urbe caótica entre el bullicio y la vida rápida de los centros comerciales.

Los antecedentes empezaron décadas atrás de su inauguración. Las primeras intenciones surgen en el año 1964, con la creación de la Oficina Ministerial de Transporte (OMT) durante la gestión de Leopoldo Sucre Figarella al frente del Ministerio de Obras Públicas (MOP). 12 años después, en 1974, inició sus actividades la Oficina de Proyectos y Obras del Metro, cuya denominación cambió al año siguiente a Compañía Anónima Metro de Caracas (Cametro).

El primer plano del Metro de Caracas lo ideó en 1982 el diseñador gráfico y pintor Santiago Pol. Para ello, desarrolló un mapa topológico de la ciudad, un diagrama que ha sido simplificado para mostrar solo las estaciones. Una retroalimentación del plano con la geografía del valle de Caracas, considerando los estrechos y corredores naturales que revitalizan la ciudad. La conceptualización de Pol se inspiró en los planos de Henry Charles Beck, inventor del mapa del Metro de Londres: representaba la línea de las rutas con rectas simples y colores, colocando las estaciones a la misma distancia gráfica, que permitió su fácil legibilidad por parte de los usuarios.

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Además de los planos, se creó una imagen que dieron identidad al sistema de transporte y que, con los años, se ha mantenido en el imaginario colectivo de la ciudad. También inspirado en el metro londinense (es la “U” de Underground, implantada por Frank Pick en 1908), se utilizó como logo la letra “M”, en color rojo, y tipografía Helvética como forma de identificación. Este logo se acompañaba también por los cuatro colores de las líneas de transporte.

La época en la que el Metro fue “la gran solución para Caracas”
Foto: Cortesía

Más tarde, el plano de Pol fue sustituido por nuevas representaciones debido, en parte, al crecimiento del sistema. El primer tramo fue desde Propatria hasta La Hoyada. Posteriormente siguió en marzo de 1983 la extensión hasta Chacaíto, completándose hasta Palo Verde en noviembre de 1989. Antes de eso, en el año 1987 se articuló con la Línea 2, entre Capitolio y Caricuao, manteniendo aquellas palabras inaugurales de Herrera Campíns de favorecer a las poblaciones populares de la capital venezolana.

Pero más allá de las estaciones, el Metro cambió también el contexto urbano en sus alrededores. Ofreció nuevas alternativas peatonales a la ciudad e incorporó intervenciones de grandes artistas locales, junto a una señalización, equipamiento interior, ambientación, iluminación e integración artística de alta factura bajo la dirección de Max Pedemonte, a cargo de la División de Arquitectura de la C.A. Metro de Caracas.

3.

Al pasar los años, se instaló en los caraqueños una dualidad de ciudad con la llamada “cultura metro”. En las instalaciones el comportamiento era diferente. Las normas de comportamiento se cumplían. A través de los parlantes de las estaciones y carteles de los vagones, se recordaba a los usuarios la prohibición de ingerir alimentos. Esto fue inspirado en el metro de San Francisco, según señalara el arquitecto Max Pedemonte al periodista Rafael Osío Cabrices, a el diario El Nacional en 2003.

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Ciudad pensada también para la cultura, se ideó la colección de obras de arte de la C.A. Metro de Caracas. La forman un grupo de más de 100 obras bidimensionales y tridimensionales, todo formó parte del Proyecto Cultura, un plan que además incluyó una campaña educativa de formación cuya finalidad era conseguir usuarios comprometidos y conscientes, capaces de mantener y cuidar el metro.

Para seleccionar las obras y los artistas que serían incluidos en el Proyecto, la División de Arquitectura y la comisión de Arte del Metro de Caracas plantearon diversas estrategias: por invitación, por concurso, por proposición de temas globales o por temas de campañas institucionales y por donación.

Invitaron a artistas como Lya Bermúdez en la Estación Colegio de Ingenieros. Carlos Cruz Diez y Alejandro Otero en Plaza Venezuela. Marisol Escobar en Caño Amarillo, Jesús Soto en Chacaíto, Gertrude Goldschmidt (Gego), Francisco Narváez y Mercedes Pardo en La Hoyada. Se abrió una convocatoria a concursar, y progresivamente se seleccionarion piezas que fueron incorporadas a la colección, entre ellas obras de Rita Daini en Parque Carabobo, Doménico Silvestro en Gato Negro, Rafael Barrios en Plaza Sucre, Narciso Debourg en Chacaíto, Teresa Casanova en la Plaza Brión de Chacaíto, Víctor Valera, Belén Parada, Beatriz Blanco, Colette Delozanne y Harry Abend en la Hoyada.

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Otra característica era la tecnología. En las estaciones se instalaron máquinas expendedoras de boletos, que realizaban cambio de las diferentes monedas circulantes. Los torniquetes instalados en cada estación registraban, a través de los boletos, las horas de ingreso y de salida de los usuarios. Todo esto se transmitía al Sistema de Cobro de Pasajes, con el fin no solo de monitorear y controlar el dinero que ingresaba en ventas, sino también para evaluar y planificar el servicio en el futuro.

4.

“Ya Caracas está contenta / Al saber el notición / Porque en la semana que entra / Le harán una operación / Van abrirle la barriga / Desde Catia hasta Petare / Por la transitorisístis / Que la tiene ya muy grave”. La canción de la Billo’s Caracas Boy’s. Acompañan, como en cada pieza de la agrupación venezolana, el sonido de las trompetas que irrumpen entre cada estrofa.

“Cada metro que se pasa / Es un metro de alegría / Porque así la novia mía / Llegará temprano a casa / Todo el mundo está contento / Porque según el doctor / Le pondrán un metro adentro / Después de la intervención / Pero un metro que camina / Y a una gran velocidad / Sin semáforo en la esquina / Atraviesa la ciudad”, continúa.

La época en la que el Metro fue “la gran solución para Caracas”
Foto: Ramón Grandal

Como en la canción, la vida dentro del Metro, por momentos, llegó a ser también un “carnaval”: así se titula una fotografía sacada del Archivo Fotografía Urbana, del fotógrafo cubano Ramón Grandal, de 1997. Un hombre con sombrero de paja, toca dos tambores. A su lado, un niño sonríe entretenido. No hay nadie apretujado, sudado, visiblemente obstinado. Parecía otro mundo. Otro país. Era el Metro de Caracas.

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