- Tres taxistas de temperamentos y métodos de trabajo distintos comparten sus experiencias al volante mientras recorren calles y avenidas de una Caracas de finales de 2020
El oficio del taxista reclama un origen mítico. La primera referencia a esta labor la hallamos en un pasaje de las Bucólicas de Virgilio. El poeta romano describe las vicisitudes agrícolas de la Atenas del Rey Erictonio. Este había nacido con una malformación acaso promovida por la incompatibilidad de sus genes divinos: de la cintura para abajo tenía cuerpo de serpiente en lugar de piernas. Para contrarrestar su desgracia, el hijo de Gea y Hefesto inventó el carruaje con caballos, transporte que también dispuso en modalidad de alquiler para el uso de los habitantes de su reino.
Hacia 1640 se le atribuye a Nicolas Sauvage, carretero parisino, la creación de la primera empresa de servicio de transporte. Sin embargo, no fue hasta finales del siglo xix, cuando el inventor berlinés Friedrich Wilhem Gustav Bruhn creó en 1891 el artefacto que hoy conocemos como taxímetro, cuya etimología proviene de las palabras griegas tasa y medida. Ciento treinta años después, en Caracas se desplazan miles de ciudadanos dedicados a este negocio y ninguno lleva este aparato instalado en sus vehículos. Para este trabajo he conversado con tres taxistas: Guacarán, Quirio y Ricardo, quienes comparten con El Diario sus épicas urbanas, y también con un pasajero constante de este transporte.
Un pasajero profesional
Carlos Sandoval, escritor y profesor universitario, se define como un “consecuente y ferviente” usuario de taxis, capacitado para resumir la historia de los últimos treinta años de este servicio en la capital venezolana. Ha sido testigo de su evolución, auge y decadencia. Incluso, presenció los últimos taxímetros antes de su extinción definitiva de los autos caraqueños. “Lo llamaban el banderazo” recuerda, “apenas tomabas asiento, activaban el taxímetro, y eso eran 2,50 bolívares de una, y de allí en adelante iba creciendo la cuenta”.
Sandoval, además de su actividad literaria, ha hecho lo posible para darle un aura profesional a la posición pasiva del pasajero:
—Soy hombre de a pie y considero que el Metro ya dejó de ser un transporte seguro debido a sus constantes fallas, entonces recurro a los taxis, con lo que se me desangra buena parte de mi “economía tigrística”: debo realizar trabajos a destajo para redondear la quincena, alimentarme, pero también para pagar taxis y desplazarme por la ciudad.
Con respecto a este 2020, Sandoval explica cómo ha sido su dinámica:
—Desde luego que la pandemia y la falta de combustible ha modificado mis rutinas de taxi. En ocasiones he tenido que apelar a otros taxistas que no suelen cobrarme tan solidariamente como mi taxista de confianza ya que están repostando gasolina. Como suelo ir desde el centro al suroeste de la ciudad a cuidar a mi madre, este trayecto en ocasiones se me dificulta, ya que mi taxista, por ejemplo, se encuentra en la cola de la gasolinera. Y por otro lado tenemos la inflación. Si bien me cobra en bolívares, la tarifa la calcula sobre la base del dólar paralelo, porque él, como yo, vive las condiciones de un país azotado por esta hiperinflación enloquecida, a veces inexplicable y, sin duda, totalmente perversa para nuestros golpeados salarios. Antes había efectivo en la calle. Desde noviembre de 2017, lo tengo fijo en mi memoria, yo no lo uso y el poco efectivo que ha pasado por mis manos es porque me lo vendía alguna colega de la universidad. O me lo regalaba mi esposa o mi viejo cuando lo visitaba. Ahora muchos, pero no todos los taxistas, tienen Pago Móvil, aplicación con la que se aligera un poco el trámite de cobro, aunque en ocasiones la plataforma se cae. Entonces, para evitarme problemas, cancelo la carrera por esta vía antes de arrancar, no vaya a ser que cuando llegue a mi destino la plataforma no esté activa y uno no pueda pagarle a un desconocido.
Guacarán: “No me ha tocado otra cosa que darle al carrito”
Hay dos cosas que resultan poco probables si tomas un taxi con Guacarán: aburrirte o chocar. La primera cualidad se la debemos a su inagotable fuente de anécdotas. La segunda, a un trabajo que desempeñó de joven, antes de empezar a estudiar Derecho: Guacarán fue camillero del Seguro Social y en aquellos años se entrenó en la disciplina de desplazarse con la prudencia que hoy aplica frente al volante.
José Guacarán no solo se limita a buscarte puntualmente y conocer con precisión las esquinas de la Gran Caracas. Su generosidad se expande a las historias. Una, dos, las que alcancen durante el trayecto. Hunde el pie en el acelerador, toma el volante con ambas manos y como si se tratara de un mecanismo narrativo engranado a su vehículo, te cuenta momentos aleatorios de su vida.
Las historias de Guacarán pertenecen al género de la fiesta neopicaresca. La mayoría se escenifica en la Caracas de los noventa y principios de siglo. Una ciudad que hoy se nos difumina en el recuerdo. Y sí, se tratan de relatos bien contados: Guacarán se esmera en ofrecerte un servicio de literatura oral con uso eficaz de recursos narrativos: con solvencia equivalente, este taxista sabe dónde tomar atajos para evitar una tranca y en cuáles puntos de la trama de sus historias emplear elipsis o flashbacks.
Guacarán resume su vida laboral de este modo:
—A mis 28 años me gradué. Trabajé en la Consultoría Jurídica del Seguro Social desde 1996. Allí estuve veinte de mis treinta años de experiencia laboral en esa institución. El primer cargo que me asignaron fue el de Encargado de Aseo y terminé jubilado como Abogado Jefe en 2012. Entonces, vino toda esta situación económica y no me ha tocado otra cosa que darle al carrito. Le hago el taxi a los amigos, y a los amigos de mis amigos. Solo por recomendación. Con el Siena me gano la vida y alterno este trabajo con algunos tigres en el ramo del Derecho.
Durante el trayecto, José Guacarán me contó dos historias:
Mudado y divorciado
Mi señora tiene una camioneta y con ella hago mudanzas. Yo tengo un buen amigo que vivía en Los Valles del Tuy y se vino con la esposa a Caracas para brindarle una mejor calidad de vida. Finalmente el matrimonio no funcionó, y lo acompañé al tribunal. Entonces, le dije, “mira, chico, te hice el trabajo completo, como abogado te divorcié y como chófer te mudé”.
Robo
En 2008 me robaron un auto. Se me acercaron dos motorizados que se identificaron como policías y me paré. Educadamente se presentaron, me saludaron, me pidieron revisar el carro. Me bajé, me pidieron el carnet de circulación. ¿Viene solo?, ¿anda armado?, después de esas preguntas típicas, uno de ellos se ubicó en el asiento del piloto y me dijo: “¿Sabes qué? Tas roba’o güebón”. Les dejé el carro y me fui. ¿Que voy a estar poniéndome a pelear por un carro?
José Antonio Guacarán respeta rigurosamente las señales de tránsito y las normas de bioseguridad. Es un hombre de su casa y el trato que le da al cliente es de “ambiente familiar”.
La primera vez que condujo fue cuando tuvo la posibilidad de comprarse su propio auto. “A los 35 años”, dice entre suspiros, durante una época a la que se refiere como si hablara de otro país. El vestigio de una ciudad que transita a diario.
—Rara vez supero el límite de los 100 kilómetros por hora —dice con orgullo—. Quizá si hubiera aprendido de más joven, le daría más julepe al carro. Mi rito de iniciación cada vez que me compraba un carrito nuevo era viajar a San Cristóbal. Allá vive una hermana.
Entre su círculo familiar hay una frase que se ha vuelto tradicional cada vez que hay un cumpleaños, bautizo o festejo. Dicen: “¡Inviten a Guacarán, que trae la mitad de la fiesta!”. Si hay una reunión, los transporta a todos hacia el lugar del festejo. Cuando llega, comienza la fiesta, y cuando se va, se acaba. Él les responde: “Yo pongo la sazón y la gente que anda conmigo”.
Confiesa que se la ha llevado de maravilla con su esposa en casa durante el confinamiento. Actualmente, su compañera se encuentra de reposo, a la espera de una operación. Ella es enfermera y está más expuesta a los contagios ya que trabaja en varios hospitales de Caracas donde se han recibido numerosos casos de covid-19.
Pese a los contratiempos, su ánimo es inquebrantable y suele decir con las manos firmes sobre el volante: “Siempre para adelante. Conducir la vida por buen camino y con buena salud”.
Quirio: “He solucionado”
El nombre Quirio suena a unidad de medida. Una métrica vinculada probablemente a su vertiginosa oralidad. La velocidad de sus palabras parecen carburadas por motores de la Fórmula 1. Afortunadamente, Quirio cruza calles de forma precavida, sin apresurarse, pero te habla a 120 revoluciones por minuto. Si tuviera un cuenta kilómetros instalado en el aparato fonador, seguramente ya el conteo hubiera sobrepasado el límite.
Quirio tiene una experiencia envidiable en la categoría del kilometraje. Esto se debe a que siempre ha estado vinculado laboralmente al sector transporte. Por muchos años trabajó conduciendo en la liga de las maquinarias pesadas. Solo como taxista, durante una década ha recorrido distancias que fácilmente alcanzarían para cubrir un par de viajes ida y vuelta de la Tierra a la Luna.
Geográficamente, Quirio Molina compite con Valentina Quintero: ha conducido por las carreteras de todos los estados de Venezuela. Asimismo, ha llevado a venezolanos emigrantes hasta las fronteras de Brasil y Colombia. También los ha traído desde esas fronteras de regreso a casa.
En cualquier sentido, este 2020 ha sido duro para Quirio. Hace tres o cuatro años atrás, el promedio de carreras diarias era notablemente superior. La escasez de combustible, la pandemia y la economía han disminuido el flujo de clientes. Hoy con mucho esfuerzo logra llevar lo necesario a la mesa de su hogar. “He solucionado”, dice pensativo, con la mirada puesta en el horizonte.
Quirio es un hombre de fe: “Dios y la Virgen del Carmen, la patrona de los chóferes, se montan en mi carro antes que yo. Ambos son los acompañantes que nunca me fallarán”, confiesa con sincera devoción. En numerosas ocasiones Quirio ha alcanzado cualidades heroicas. Le ha tocado la tarea de trasladar a pasajeros que por minutos no se han muerto o chicas que estuvieron a punto de dar a luz en el asiento trasero de su auto. Estas situaciones se han repetido una buena cantidad de veces.
Por otra parte, también ha evitado riesgos:
—En la vía se ven muchas cosas —dice con aire evocador—. Y uno prefiere no intervenir. Por prevención y por temor a que si uno interviene pueda lamentarlo después. Incluso con los accidentes, detenerse y auxiliar a esos viajeros es una apuesta. Y ante todo, se debe proteger la seguridad de uno y la del pasajero a quien le prestas el servicio. Solo he actuado cuando me desplazo por lugares donde los riesgos son mínimos y ayudo desinteresadamente en lo que haga falta, desde encender nuevamente un carro accidentado hasta cambiar un caucho, porque entiendo mucho de mecánica.
Cuando Quirio Molina piensa en el 2021, recuerda lo apagada que estuvo la pasada Navidad. “La pregunta es: ¿qué celebramos? Sé de conocidos y personas cercanas a amistades que han fallecido por el virus. Esperemos que esto que vivimos hoy en día lo superemos. ¡Y que sigamos teniendo salud el próximo año!”.
Ricardo: “Seguir creciendo”
Ricardo concibió este diciembre como un reto a superar: “El hecho de estar vivos y tener la posibilidad de salir a procurarnos nuestras cosas es una bendición”. De igual modo, se ciñe a su filosofía de vida a la hora de pensar en el próximo año: “Sencillamente seguir creciendo, trabajar y aportarle lo mejor a mi familia y el país”.
Su ánimo es elevado y uno no puede evitar contagiarse de ese entusiasmo, a tal punto que sus consejos atinan con el efecto deseado: después de descender de su auto tienes la sensación de retirarte de una sala de terapia zen. Ricardo está lleno de consejos y dice con tono de gurú del volante: “Con disciplina se puede desarrollar cualquier oficio, se acaricia la excelencia y finalmente se disfruta el fruto de ese esfuerzo”.
Por más de 12 años, Ricardo González fue Operador de Procesamiento y Transmisión de Datos. Pero un día debió cambiar de oficio para cubrir las cuentas.
—Llegó la debacle del sector bancario debido a la gestión política actual y tuve que buscar otro medio de subsistencia.
Ricardo tiene temple y se toma su trabajo con buen ánimo. Ríe a carcajadas cada vez que se refiere a eventos riesgosos con los que le ha tocado lidiar.
—Las situaciones que mi gremio vive a diario pueden llegar a ser inauditas —sonríe y desacelera. El semáforo acaba de cambiar a luz amarilla—. Puedo puntualizarte un par. En una oportunidad una señora de lo más elegante y culta me solicitó un servicio que contemplaba hasta paradas. La señora se bajaba, buscaba lo que iba a comprar y volvía nuevamente a mi carro. Incluso, me pidió el favor de pagarle ciertas compras porque no disponía de efectivo. Y yo con todo el gusto le eché una mano. En una de estas tantas paradas, mi clienta se bajó en una urbanización de clase alta y yo me estacioné justo al frente de una quinta de lo más lujosa. La señora desapareció. Jamás la volví a ver. Fui descaradamente estafado —concluye entre carcajadas.
Ricardo aprovecha la luz roja para entregarme su tarjeta de contacto.
Una vez la recibo, arranca de nuevo y cruza a la derecha.
—Otra tarde, recibí un cliente y por descuido no me percaté de su apariencia. Terminó siendo un delincuente. El individuo con léxico y gestos de malandro, manipuló hasta mi equipo reproductor. ¡Quería poner su propia música! Antes de que transgrediera más límites, decidí colocarme en lo que yo llamo “Modo Cochero”. ¿En qué consiste el Modo Cochero?, pues simplemente conduje de manera enloquecida, comiéndome las flechas e irrespetando las señales de tránsito. Busqué problemas con todo el mundo, con colegas y chóferes de buses, con motorizados y peatones que se me atravesaran en la vía. Y continué con esta actitud hasta que en un momento del servicio este personaje se bajó del vehículo y seriamente me dijo: “Hermano, ¡usted es un malandro viejo y de paso loco!”. De esa manera lo espanté.
No es de extrañar que alguien con el equilibrio y enfoque mental de Ricardo a través de las calles capitalinas, también mantenga una actitud similar ante la vida.
—Este año ha sido cuesta arriba por la pandemia y sus repercusiones económicas, su incidencia en el libre tránsito, el distanciamiento social y las medidas de bioseguridad —dice, sin quitarle la vista a la camioneta al frente—. Todas estas circunstancias han golpeado, sin embargo, nosotros, los profesionales del taxi, los profesionales de verdad, con mística y respeto por nuestro trabajo, hacemos lo posible para seguir prestando este servicio en la medida de nuestras posibilidades.
Me despedí de Ricardo pocas cuadras después de estas palabras.
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Tal vez en el porvenir el azar lleve al lector a coincidir con Guacarán, Quirio o Ricardo. Los tres son altamente recomendables y cada uno, a su modo, los llevará gratamente hasta su destino.