• Esta madre nativa de Puerto Ayacucho, capital del estado Amazonas, prepara una travesía en busca de un trabajo que le proporcione la explotación del oro y con el que espera solventar algunas de sus dificultades económicas. Conozca cómo está organizando su viaje, la ruta que tomará y sus expectativas. Foto: Referencial

La mirada de Nelly, apuntando a lo lejos tratando de atajar sus recuerdos y ordenar sus ideas, da  muestra de que la decisión que lleva semanas pensando tomar es difícil, pero a su juicio, necesaria. Ella se unirá a las personas que han decidido aventurarse a emprender un viaje hacia las minas en busca de trabajo, en este caso las que se ubican en el estado Amazonas. 

“El poco dinero que uno tiene en el hogar ha sido la principal motivación”, confesó Nelly para El Diario, para explicar lo que ha venido organizando desde finales de 2020 con el objetivo de buscar otra alternativa que le permita a ella y a su familia hacerles frente a la crisis económica del país, que se vio agudizada por la pandemia del covid-19. 

En Puerto Ayacucho, capital del estado Amazonas, los comentarios de los lugareños en las calles, el mercado o entre vecinos, dan cuenta de que es una práctica común que la gente se vaya a trabajar a las minas, sin tener muy claro que esta actividad puede ser peligrosa y puede dañar el ecosistema de la tierra que habitan. Así como lo han hecho familiares y amigos de Nelly, lo que de alguna manera le ha dado confianza para tomar este camino.

La Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (Raisg) se dedica desde hace varios años a monitorear la pérdida de la cobertura boscosa de este ecosistema transfronterizo. Y de acuerdo a sus investigaciones, para enero de 2019 habían 1781 puntos de minería en la porción venezolana de la Amazonía.

Superar el miedo

Nelly es madre de dos pequeños de siete y seis años de edad, y la  tercera de seis hermanos, el  menor tiene síndrome de Down. También es esposa de Juan, pero ella considera que toma más riesgos que él, y por eso se dijo: “Me voy yo porque Juan tiene más temor”, lo que dejó ver que el miedo es algo que debe superar para realizar su travesía.

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Una investigación de Human Rights Watch de febrero de 2020, que incluyó testimonios de extrabajadores de las minas del estado Bolívar, señaló que “la migración económica interna debido a la crisis económica y humanitaria de Venezuela ha incrementado la cantidad de personas que buscan trabajo en la actividad minera. Muchos residentes viven atemorizados y están expuestos a severas condiciones laborales, saneamiento deficiente y un riesgo muy alto a contraer enfermedades como la malaria”. 

Sin embargo, por ser una actividad ilegal que, de acuerdo a la misma indagación funciona con el control de grupos guerrilleros y sindicatos, es difícil tener una cifra real de quienes laboran en las minas, así como el daño ambiental que ha causado la explotación. 

“Los grupos armados que en la práctica están a cargo de las minas y los pueblos que se han formado a sus alrededores aplican sus normas con brutalidad. ‘Todo el mundo sabe las reglas’, dijo una residente. ‘Si robas oro o lo mezclas con otro producto, el pran (líder del sindicato) te golpea o te mata”, indicó el informe de la organización.

La venta para llegar

El viaje de Nelly: una mina de Amazonas como salvación
Recurrir a la venta de productos locales fue acertado para reunir el dinero del viaje. Foto: Madelen Simó.

En diciembre, Nelly se apostó en una calle del centro de Puerto Ayacucho donde levantaron un mercado de ropa usada y ofertas alimenticias. Ella instaló también su venta, con la primera intención de generar los ingresos que con su labor como docente ya no percibe. 

Comencé vendiendo bolsitas de onoto y azúcar y ya he ido armando un pequeño negocio y ahora quiero más. Entendí que no se necesita gran capital para armar esto, sino tener más alternativas. Y fíjate que no me meto con productos colombianos, sino más artesanales, que si plátano, piña, auyama, productos locales y sobre todo alimenticios, porque eso sale”, sostuvo.

La segunda intención fue reunir el dinero necesario para el viaje. “Quiero viajar (a las minas), no para volverme millonaria, sino para solucionar las dificultades que tengo en mi vivienda, porque siento que estando en la casa no voy a poder. Y bueno, ese es mi gran reto: no traerme tanta plata, sino lo necesario para arreglar mi hogar”, manifestó.

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Sin embargo, Nelly pretende ir más allá, porque está pensando una propuesta para emigrar a Ecuador. “Así voy ahorrando platica porque tal vez, en un futuro, no esté aquí”, reveló.

Lo desconocido

Sentada en su chinchorro, Nelly comentó por primera vez a sus hermanos y primos sus planes de viajar a las minas. El valor también lo tomó porque su sobrina mayor tiene un poco más de un año viviendo en una de ellas, junto a su pareja y sus tres hijos; será allí donde esta madre hará su parada para quedarse y sondear las posibilidades de trabajo.

“Tenemos más de un año sin verla, de ella solo recibimos noticias por amigos que han venido de allá y nos dicen que está bien”. Y así es todo con respecto a las minas: dichos y cuentos de lo desconocido. 

Lo poco que conoce sobre la ruta y los rumores de una situación riesgosa no le quitan la valentía con la que está organizando su viaje.

“No conozco muy bien allá. Supuestamente nos van a dejar en La 40 y de allí debemos caminar para la mina que se llama… Yagua. No sé de qué voy a trabajar, no sé si es de sembrar, de ayudar a alguien o en la cocina. Ahora desconozco cómo es eso allá o cómo pagan”, dijo Nelly con una aparente tranquilidad.  

Con un propósito

A los oídos de esta madre han llegado muchos cuentos sobre mujeres que se prostituyen. Pero las personas que ha conocido y que han hecho la ruta, le han dicho que quienes llegan con un propósito les va bien. “Yo lo que quiero es trabajar, tener esa experiencia, que me paguen bien por mis horas de trabajo, que me enseñen a batir, a sacar el oro”, detalló. 

Por los niños

Separarse de su hijo de siete años de edad y su hija de seis ha sido lo más complicado para esta madre. Pero entre la practicidad y la necesidad, Nelly aseguró que habló con el papá para  ver si estaba de acuerdo, y para que además tuviese claro una cosa. “No es que yo me voy a venir de allá con gran cantidad de dinero, que eso es una alternativa, y como él siempre ha compartido conmigo las tareas con los niños, me dijo ‘Nelly yo puedo, si es para bien y para mejorar, yo puedo”.

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La familia vive en una casa de una sola habitación y con otras áreas que quedaron a medio construir. Algunos proyectos se paralizaron debido a la crisis, algo que podían retomar con sus profesiones años atrás si ahorraban lo suficiente. Juan es técnico radiólogo y Nelly es licenciada en Educación Básica.

El viaje de Nelly: una mina de Amazonas como salvación
Las manos de Nelly denotan el tesón con el que enfrenta las adversidades. Foto: Madelen Simó.

“Mi meta es ofrecer un mejor futuro para los niños, que le podamos construir su cuarto de manera independiente y ya no estemos todos juntos en una sola habitación”, señaló.  

La maternidad le llegó de sorpresa a esta mujer que hoy tiene 40 años de edad. Tiempo atrás no tenía en mente tener hijos, y no porque no los quisiera, sino porque lo veía como algo imposible.

“Me operaron de un mioma y pasé más de seis años para embarazarme, fue muy difícil ese proceso. Cuando decido adoptar, la chica se echó para atrás cuando el niño ya tenía cuatro meses. Y bueno… a los días me comencé a sentir mal y salí embarazada del niño y casi de inmediato se me montó la niña”, recordó. 

Sus hijos son su mayor tesoro y por ellos se armó de valor para tomar esta decisión. Espera estar más cerca del viaje para contarles que se irá a las minas; confía en que entiendan que ella se va por el bien de la familia a trabajar.

Soy una persona que está decidida a salir porque veo a Juan dedicado a su trabajo, pero le da miedo a arriesgarse a salir, a irse a lo desconocido. Yo sí quiero más, pero con trabajo, para mejorar la calidad de vida de los niños y ayudar a mi mamá y a mi hermano menor. Ya mi papá no está y podré tener muchísimos hermanos, pero no es igual”.

La vida de esta familia descendiente de la etnia Baré se ha venido deteriorando económicamente, en uno de los estados venezolanos más olvidados del país. Sus esfuerzos por superarse y estudiar para ser profesionales se han empañado por la voracidad de una crisis que a muchos les ha querido apagar su espíritu guerrero. Esto es a lo que le huye Nelly: la desidia por la que algunos se dejan arropar. 

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La ruta

El camino para llegar a las minas es lo que más quiere conocer Nelly. Su plan es trabajar por un par de meses, regresar a su casa en Puerto Ayacucho y volver a intentarlo con otro viaje a las minas.

Lo que había concretado hasta mediados de enero con el hombre del transporte era que aún había que esperar un par de semanas más; todavía no le había llegado el número del barco para salir a la ruta. El sujeto le dijo que le avisaba antes para que se fuese arreglando. Entre el equipaje que debe llevar está un chinchorro con su mosquitero, que será  el lugar donde dormirá.

El informe de Human Rights Watch reveló también que los habitantes de las minas deforestan la zona selvática para instalar los campamentos donde pasan la noche. Estos se construyen con cambuches (viviendas construidas con materiales rústicos o de desechos) y chinchorros (hamaca).

Lo que tiene claro Nelly es que partirá desde el Puerto de Morganito, ubicado en el municipio Autana del Amazonas venezolano. Es desde ahí donde se hace el paso hacia las minas. Así le ha dicho el lanchero, quien es un vecino de su mamá y al que han ayudado y acompañado, por lo que cree que no le cobrará por su viaje, pero sí por el del hermano que irá con ella.

Por los favores que le hemos hecho, tal vez no sea mucho. La cosa es que me voy con mi hermano y él sí debe pagar. Yo tengo la idea de regresar, pero mi hermano no, yo quiero conocer el camino para volver de nuevo así sea sola”.

Igual Nelly ha escuchado que el trayecto desde Morganito hasta San Fernando de Atabapo, donde sería la primera parada, puede costar unos 50.000 pesos colombianos, lo que equivale a unos 14 dólares. Por eso está reuniendo un monto de 150.000 pesos para llevarse a lo que ha llamado: su “viaje alternativo”.

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