• Pilar del Museo de Arte Popular de Petare Bárbaro Rivas, desde su gestación —ella tuvo que ver con el concepto desde que fue concejal de Petare—, esta dama tenaz y querida podría llamarse democracia. Foto principal: Arnaldo Utrera | Epix

Maravilla la pasión con que ejerce a tiempo completo el rol de dama de la cultura. El ímpetu de tejedora incurable que la lleva a encauzar los cabos sueltos y urdir la trama. La voluntad al parecer inagotable que la hace, de la nada, crear mundos y gestionar con éxito lo que estaba anotado en la arrugada lista de lo improbable. Con vocación para la resolución de entuertos y poseedora de un regazo infinito entrenado para cobijar anhelos, es miembro de la estirpe de las hacedoras impenitentes —María Teresa Castillo, Sofía Ímber, María Elena Ramos, entre las linajudas fundadoras y sostenes de instituciones culturales—, venezolanas todas reconocidas por la dimensión y calidad de su obra. Legado, pese a los embates. Afanosa, comprometida, tenaz —en serio que la dimensión de su energía es inusual—, Carmen Sofía Leoni, cual quinceañera, no para. Ni siquiera la detiene la reciente fractura del tobillo.

“Hoy no, mañana; voy saliendo con Vladimir Sersa a caminar por los sitios que están representados en las acuarelas de Francisco Rodríguez Rivas, Vladimir los fotografiará para la exposición Petare Ayer y Hoy con que celebramos los 400 del pueblo”, así le dice a esa vasta y compleja inmensidad que es Petare, “la idea de la muestra es reencontrarnos con el pasado, y en la elipsis del recorrido al presente imperfecto, sentir pertenencia, orgullo incluso”, propone, “vernos en ese espejo que es el arte y ver el calibre de nuestra resistencia, así como también concedernos la tregua galante que ofrecen en el imaginario el corbatín y el pumpá…”, habla Carmen Sofía contra el olvido. “¿Bastón? No, ya puedo apoyar el pie sin que me duela”. 

Carmen Leoni
Foto: Carmen Sofía Leoni

Algunos suponen que, por genética, la primogénita del expresidente Raúl Leoni cuenta con secretas sabidurías que la dan ventaja para manejarse con sentido político y no cejar; que es experta en el uso de la mano izquierda, al parecer, la sedosa, lo que sin duda ayuda en tiempos de crisis y ruptura. Se quedan cortos. Ella, que sabe de seda como también de barro y de clavos y martillos y de agujas y de todos los aperos, se vale no de una sino de las dos manos para cumplir con el papel que ha elegido interpretar: custodio del arte popular. “Es mi vocación, no sé por qué cursé estudios de Administración en París”, dice la administradora que planifica, hace museografía y curaduría, y si las circunstancias apremian —lo que es rutina—, se arremanga y se convierte en heroína multitasking o imaginativa todera o en la orfebre que repara o hace un collar con piezas impensables para una figura de devoción, o en la carpintera que devuelve majestad a un objeto desportillado, o en la costurera que zurce y acomoda un vestidito de 5 centímetros (o uno real). 

Su itinerario de bajorrelieves incluye además de descubrir dónde está el arte en la inmensa cantera de creatividad que es Petare y, desde su proverbial desprendimiento, poner todo de parte. Su currículum podría añadir en trabajos realizados el de malabarista: destrezas tiene para que los sueños no se caigan y se magullen. Vindica, entusiasma, sostiene, arrima el hombro al vecino, a la memoria, a la causa. Sueña, inventa, produce. Es la dueña de la chistera. Una maga que deambula con igual naturalidad por aceras rotas que por alfombras rojas, con predilección por las calles entrañables de Petare, aunque haya sufrido este revés, enredándosele el pie en una cadena. 

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“Petare es como una adicción, es fácil amarlo, hay muchísima gente valiosa y creativa que no deja de hacer, y de reconstruir desde la cultura, a la que consideran como el contrafuerte que sostiene y la catapulta que los puede proyectar”, los reconoce, “pienso exactamente igual”. Mientras avanza por la calle Guanche, hacia el Museo, describe que en la esquina se acondicionó la casa para un núcleo del llamado Sistema. Que en la cuadra de arriba, en el Teatro César Rengifo, funciona la compañía de teatro juvenil, que bajo la égida de Vyana Pettri, empezó con 6 adolescentes y ya suman 60, y que si oímos voces de ángeles es por que ahí ensayan Los Niños Cantores, bajo la batuta de Alexander Hudec. Más allá está Fran Suárez con sus golfiaos —“este pan dulce es petareño de origen, aunque se ha establecido que lo concibieron unos pasteleros daneses…”—, quien recibe con un discurso que se resume en sí se puede. Y por todos lados, tantos artistas plásticos.

Petare
Petare. Ayer y Hoy con motivo de los 400 años de Petare. Acuarelas de Francisco Rodríguez Rivas de Petare 1920-1958 y fotos actuales de Vladimir Sersa.  

“Perán Erminy siempre discutía el calificativo de ingenuos, decía que eran artistas y ya”. De Petare es Bárbaro Rivas, icónico personaje del barrio que tenía su propia perspectiva en la composición, y tan admirada su obra por todos, “y por Oswaldo Vigas”. En la calle siguiente, entre el conjunto de arquitectura colonial que componen las más de 25 casas del damero fundacional —casas añosas, de más de tres siglos, algunas conservan los techos de caña brava y los patios interiores con prehistóricos helechos—, está la del artista plástico y escultor Juan Urbina para quien estos tiempos de confinamiento se han convertido en acicate para producir: su casa parece una galería. Todas las paredes contienen su trazo y sus piezas figurativas que van camino a la abstracción geométrica, son una elaboración de referentes a los que recrea en tiempos de repaso biográfico. 

Cheo Pérez es también de la zona, y Miguel von Dangel, artista que indaga en lo profundo y en la espiritualidad, y vive y trabaja en Petare. Y Tito Salas, caraqueño de La Pastora avecindado en el extremo este de Caracas, el genio amigo de Unamuno a quien la crítica consideró juglar de la epopeya bolivariana. Sus obras están, amén de en el Panteón y en la casa del Libertador, en la iglesia el Dulce Nombre de Jesús de Petare. En el templo están los lienzos de motivos religiosos que trazó desde el agradecimiento porque el Cristo de la Salud sanó a su familia de pandemias anteriores. Salas dejaría una casa estupenda, la Casa Azul, cerca de la populosa redoma que podría ser un lugar señuelo donde resguardar su memoria y su obra, “claro que habría que restaurarla y convertirla en centro cultural que lo honre”, imagina Carmen Sofía, “sí, la adquirió el Estado…”. En esas, una mujer que la reconoce la intercepta para comentarle que entró a El Toboso hace tiempo con la venia del guardia de entonces, un guardia ¿distraído?, y que en el cuarto de una de las hijas del pintor, echado a los pies de la cama, permanecía un perro que impedía el paso, no se movía: “Señora Carmen Sofía ¡el perro estaba muerto!…”, se va la mujer. Carmen Sofía hace un gesto precipitado sobre un ojo y luego en el otro, cosa que no se empañen. La conmueve la muerte del perro, y la de la casa. 

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Menuda pero no frágil, y tan fuerte como empática, avanza con su equipo fiel a las razones de la creatividad y la pluralidad lo que va a contravía de la línea de los que proponen el color único y el hombre nuevo. Mujer nueva, ella; que no baja la mirada de la línea del horizonte, aun con crisis y pese a la pausa por las pandemias y demás óbices. A la exconcejal del municipio Sucre, enfocada hace buen tiempo, pues, en ser la defensora a ultranza de la sorprendente cantera de creatividad que es Petare, se le considera una productora de belleza, dicen que la consigue hasta debajo de las piedras. Será por eso que celebra la reapertura de La Minita, la añosa tienda de abarrotes que reabrió hace poco de lo más acicalada y surtidísima en la esquina de siempre de la calle Miranda: ofrece desde joyeros antiguos con bailarinas que dan vueltas en puntillas hasta fotoálbumes para amarillentos ancestros con bigotes de manubrio, pasando por cacerolas de peltre, lupas, jabones de olor, banderas, colorete para las mejillas, crema sánalo, calendarios, alpargatas, maracas, escarpines, santos, moldes para bizcochos, esponjas, tazas de peltre, abanicos, floreros, pinzas de cejas, trompos, polvos para espantar chiripas, ay, sin alusiones doctrinarias, y harina pan. 

Petare
Iglesia de Petare

Curucutear la divierte. Y por eso, porque adora toparse con lo que presiente e intuye o guardó o la sorprende, convocó a los vecinos a que trajeran sus objetos y recuerdos más entrañables y montó La Corotera. Los dueños de las casonas coloniales amoblaron los salones y corredores del museo hasta convertirlo en la casa de habitación del imaginario común, una antañona. Camas de copetes infinitos fueron reparadas por los ebanistas para la exposición, así como poltronas descosidas fueron tapizadas para dicha de sus dueños. Escenario revalorado de la cotidianidad, las imágenes de la muestra recogerían una especie de set confortable instalado a lo largo de los corredores repletos de mesitas de noche con sus tapeticos, floreros, detalles familiares que no son kitsch, ni cursis, ni nada de eso, solo elementos de la escenografía cotidiana ambientada en el año quitipún. 

Otra exposición reciente en el Museo reunía los libros de contaduría añosos e intactos de la institución que hace vida en la que fuera la residencia de Lino de Clemente, así como también funcionara como casa de vecindad. “Pocos conservan y sobre todo pocos exhiben las cuentas, cuentas claras, pensamos que contar nuestras cuentas sería una buena historia”, sonríe. La administradora sentiría que valió la pena aprender a leer haberes y deberes. Un ejercicio de pulcritud y control que vio siempre en casa, asegura. Una publicación enjundiosa de dos tomos, uno biográfico de su padre y otro sobre la administración y las obras acometidas por el líder adeco está por ser publicado con la supervisión del historiador Tomás Straka. Hace la asociación. “Me criaron de manera tal que valorara la honestidad y la pulcritud de proceder, la democracia tenía que ser defendida y cuidada”. Ojos para la armonía, también para lo improcedente, así como la agobian las construcciones alzadas unas cuadras al sur, en las riberas del Guaire, es decir,  violando las normas incluso una sede de Barrio Adentro, ahora abandonada —“No, estas casas no deberían haberse construido aquí a las orillas del río: es ilegal porque es peligroso”— evoca los tiempos en que se estrenaba la libertad y dolía. “Fueron duros los años sesenta, ni qué decir de estos”, pero entonces su papá estaba a cargo y no pocos, enguerrillados. “Mi papá sufrió muchísimo, muchísimo…”

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Los Leoni Fernández vivían en la quinta Los Núñez, en Altamira, donde antes había vivido Rómulo Betancourt —y después, ya dividida en hermosos apartamentos, Ben Amí Fihman y su esposa María Sol Pérez Schael, editores de Exceso—; luego de trastear en distintas casas disponibles de la ciudad —en atención al decreto en Gaceta, de que debían los presidentes tener residencia oficial—, la primera dama, Carmen Fernández de Leoni, doña Menca, se enamoró de la hacienda de caña y café del siglo XVIII llamada La Pastora y que sus últimos dueños, antes de venderla al estado, bautizaron La Casona. Elisa Elvira de Brandt estaba reacia a dejar su hacienda, recuerda Carmen Sofía; parecía muy apegada a sus plantas morichales, a sus flores y a sus plantaciones de café de vender,  “pero mamá le dijo que no tendría que separarse del todo de su jardín, que podría visitarnos siempre, que creía en la política de puertas abiertas”. 

La estrenarían Raúl Leoni y su familia y luego, mudándose cada cinco años, la ocuparían los siguientes mandatarios, dios mediante. Se supone que además de majestad al cargo ofrecía seguridad. Carmen Sofía Leoni la recuerda como si la estuviera viendo: será la jovencita que suspira entre obras de arte de autores venezolanos tales como Arturo Michelena, Armando Reverón, Pedro Centeno Vallenilla, Emilio Boggio, Héctor Poleo, Alfredo López Méndez y Tito Salas de la colección que va armándose. Será la que jura haberse mudado al paraíso mientras camina por el edénico jardín que contiene un majestuoso araguaney, un orquidiario y una fuente de agua ruidosa. Será la que dé testimonio del diálogo entre la arquitectura colonial y el irresistible verde así como el sostenido entre su padre y tantos políticos, intelectuales, jerarcas de la iglesia, diplomáticos y artistas que recibiera Raúl Leoni en estas maravilla de 6.500 metros; en realidad entrarían todos, estudiantes o ciudadanos la conocerían en la semanal visita guiada esta Casona construida en el siglo XVIII. Ubicada entonces en las afueras de Caracas, se accedía a ella por el camino real que conducía de Caracas ¡al pueblo del Buen Jesús de Petare! “Debió ser un recorrido fantástico a las orillas del Guaire, La Casona estaba y está a la altura en que confluye el río Caurimare, en lo que ahora es La Carlota”.

Petare
Misceláneas. Colección MAPPBARI. Pinturas. 

No se tiene información sobre si se cuida con esmero el mobiliario, ni siquiera de si alguien la ocupa. Sí que La Casona acogió en puntual alternancia a los gobernantes de la democracia incluso al mismo que antes de terciarse la banda presidencial con desdén previamente había promovido el asalto que la convertiría en colador el 4 de febrero de 1992. También fue noticia en 2016 cuando los comercios circundantes dejaron todos de hacerles a sus ocupantes, los que fueran, delivery de pizza: las recibían pero no las pagaban. El 19 de marzo de 1966, luego de izar la bandera, todos contentazos, los Leoni Fernandez se estrenarán como los primeros inquilinos de la democracia en La Casona. Doña Menca, les dirá a los hijos: “Pero no se acostumbren, estaremos aquí solo un ratico”. Seguro persiste en aquellos mosaicos la huella democrática de tantos pasos jamás perdidos. 

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Disfrutó, pero siempre sería Carmen Sofía más afín al detalle, a lo despojado de fasto, a lo entrañable. Accesible como debería ser la victoria —y ella la encarna— su biografía está vinculada al poder, pero nadie más lejos de la pompa. A propósito de los 400 de Petare, en una celebración en la plaza, dará un discurso razonado y también sentido e igual que en su casa, puede ser que baile, toque el cuatro y si la apuran improvisará unos versos rimados, dulces y pícaros. Es que a cada rato lo confirma. Que tiene internalizada la democracia como única fórmula de pensamiento y organización ideal, por lo que no entiende de atajos o distintas ofertas para estructurar países, sociedades, vecindarios. Con una corte de admiradores en Petare y más allá —hay un chat de amigos de Petare con participantes que viven en medio mundo— y con el equipo con que trabaja en mesas redondas, esta mujer de vuelo, más allá del que tuvieran sus faldas, parece conocer no solo de arte popular sino del arte de vivir.

Museo de Petare
Patio del Museo de Petare

Ha sorteado, padecido  y vivido experiencias extremas sin quedar escamada o marcada por la desconfianza. A veces es posible ver cómo ha logrado borrar de su piel algunas cicatrices, otras serán siempre tatuaje que mantendrá bien cubierto, eso sí, pero así como un pesebre o el desmoche sin misericordia de las trinitarias que eran paraguas fucsia y naranja del Cristo del Calvario de Petare, a mano de un vecino intolerante, la harán sollozar, asimismo convertirá su sonrisa en marca, en salvoconducto, en inapelable convocatoria.

Enviudó joven. Luego antes de intentarlo de nuevo, el futuro esposo falleció de un infarto fulminante. Más logra estremecerla la pérdida de su hija, una pena terca, que la voltea como hacia adentro. Pero es capaz de navegar desde su sensibilidad por entre una variedad de matices emocionales; de los más rotundos a los más delicados. La cara es una fiesta, en cambio, frente a un árbol florecido de rosas de montaña, “con la que se hacen infusiones muy recomendadas para tranquilizar los nervios”, a la vez que se le achinan los ojos, la sana, le da felicidad criar a su nieto ya adolescente y con el que tuvo que volver a ir a piñatas. 

El haber nacido en Washington en el exilio familiar acaso es la primera lección que recibe de la vida: no suele ocurrir lo que queremos como queremos. También vivió en Costa Rica y Perú por las mismas razones y todos los políticos compañeros del partido serían sus tíos. Otras lecciones las dará ella cuando reacia a figurar preferirá ser aquella que promueve a los que tienen habilidades creadoras a hacerse protagonistas y los conminará a salir a escena; ella les ofrecerá el marco a sus obras. Capaz de mover cielo y tierra a favor del arte y de los artistas, esta señora de bríos, andariega y curiosa, alimenta con gestos de solidaridad y esperanza su liderazgo encantador. Conectada con tantos, emparentada con Alejandro Otero y con raíces en el estado Bolívar de sus tormentos, “tanta belleza saboteada, arrasada, en manos de inescrupulosos”, esta mujer conversadora es un referente de país. “Adoro la ventana del segundo piso del Museo: Veo al país desde aquí, sus referentes, aquella palmera me hace pensar en el mar de Oriente, esa frondosa uva de playa en las aguas de Falcón, más allá las montañas…”.

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