- Conozca el perfil de una venezolana que convirtió un episodio que marcó su vida en el motor para la búsqueda incesante de justicia y se convirtió en inspiración para las mujeres dentro y fuera del país
Para un buen número de venezolanos, sobre todo los nacidos durante la década de 2000, el nombre Linda Loaiza López quizá no sea tan conocido. O en el mejor de los casos, se relaciona con el activismo en pro de los derechos de las mujeres.
Sin embargo, Linda Loaiza es la protagonista de una historia que comenzó en marzo de 2001. Un secuestro por parte de un hombre ligado a la alta sociedad caraqueña cambió por completo su vida. Sus derechos más elementales como persona se vieron cercenados.
Su caso estremeció a la opinión pública en una Venezuela que empezaba a conocer el sistema político chavista, un gobierno autodenominado feminista que iba para su tercer año de gestión.
A partir de lo que le sucedió, y más allá de las múltiples operaciones y secuelas físicas en todo su cuerpo, además del trauma psicológico que supone una experiencia de tal magnitud, Loaiza encontró la fortaleza para luchar por su causa y también por las mujeres que, como ella, han sufrido episodios de violencia de género.
Esta venezolana, nacida en el estado Mérida y radicada en Caracas, contó para El Diario cómo ha sido su batalla para alcanzar la justicia, a pesar de que dentro del país se le ha negado sistemáticamente.
Esto la llevó a denunciar al Estado venezolano ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que determinó en noviembre de 2018 la responsabilidad de Venezuela ante la reacción insuficiente y negligente de los funcionarios en aquel entonces, ya que conocían del riesgo a la vida e integridad de Loaiza y la identidad del agresor. Aun así, eligieron mantenerse al margen.
El dictamen de la CIDH convirtió a Loaiza en la primera venezolana en ganarle un caso a su país en instancias internacionales. No obstante, 27 meses después de emitida dicha sentencia, el Estado mantiene su deuda.
La CIDH ordenó a Venezuela, entre otras medidas, continuar con el proceso penal y sancionar a los responsables por los hechos de tortura y violencia sexual en perjuicio de Linda Loaiza; protección para las víctimas y sus representantes legales durante las investigaciones y procesos judiciales; brindar tratamiento médico y psiquiátrico a Linda Loaiza y a sus familiares declarados beneficiarios en la sentencia; otorgar a Loaiza una beca de estudios para poder concluir con su formación profesional en una universidad local o extranjera e incorporar al currículo del Sistema Educativo Nacional, en todos los niveles y modalidades educativas, un programa de educación permanente bajo el nombre de “Linda Loaiza”.
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Un proceso difícil
Durante estos 20 años, Loaiza ha encontrado que denunciar, visibilizar y demostrar los diferentes tipos de crímenes conlleva a enfrentar un sistema judicial sordo y cómplice con el agresor. “He conocido una sociedad que te juzga, te señala y hasta justifica con sus actos los delitos perpetrados”, afirma.
Uno de los mayores retos que ha tenido que afrontar es lidiar con el estigma de la revictimización –revivir una y otra vez un hecho traumático que afecta la estabilidad de quien lo vivió–, no solo porque una justicia tardía deja de ser justa, sino porque, según su criterio, denunciar continuamente tiene las mismas características del diálogo que tiene una mujer cuando se dirige por primera vez a una comisaría: el escepticismo y la incredulidad por parte de quienes deben proteger a la ciudadanía, el hecho de no ser tomada en serio e incluso ser objeto de burla.
Una mujer determinante
Linda Loaiza siempre ha sabido lo que quiere, a pesar de que su vida cambió para siempre en aquel mes de marzo. “Estos crímenes cometidos en mi contra cambiaron mi proyecto de vida, se robaron mis ilusiones, mis sueños de niña, adolescente. Aprendí por sobrevivencia y hasta por defensa propia a transformar, capacitándome, haciendo activismo, influyendo en quienes no tienen esa fuerza”.
Esa fortaleza la llevó a formarse como abogada para respaldar su propia causa y, desde sus acciones, a convertirse en un símbolo de la lucha por los derechos de la mujer, tanto dentro como fuera de Venezuela
La motiva el hecho de contribuir de forma positiva y generar cambios favorables a las mujeres y niñas del presente. Pero sobre todo de las generaciones futuras. Para ello habla con Dios, un acto que le genera paz, alegría y tranquilidad.
Loaiza siente que aún no ha conseguido la justicia que merece. Al preguntarle qué acciones le gustaría ver en el Estado venezolano para sentir que realmente se está haciendo algo por el bienestar -y la seguridad- de la mujer venezolana, argumentó que todo empieza por el cumplimiento íntegro de su sentencia, que es su derecho y una obligación para los gobernantes.
Su mensaje para las mujeres que han padecido algún episodio de violencia de género es claro. “No es posible cuantificar la cantidad real de mujeres que quedan en el anonimato. ¿Por qué? Porque no han podido alzar su voz para ser escuchadas y atendidas en su clamor de justicia”.
Atribuye esta realidad a que vivimos en una sociedad cuyo sistema de justicia crea las condiciones para permitir delitos en contra de la mujer y que, no conforme con ello, las agrede nuevamente cuando se atreven a reclamar sus derechos.
Doble Crimen
Loaiza supo que, en algún momento de su vida, iba a escribir un libro. “No sabía cuándo, cómo, con quién, hasta que un día creo que sin Luisa Kislinger –internacionalista, activista feminista y coautora del libro- buscarme y yo tampoco, la vida nos unió. Para escribir el libro ha sido necesario hacer un largo y duro recorrido”, contó para El Diario.
Durante la construcción del libro Doble Crimen, Linda Loaiza López reunió el valor emocional y moral para rememorar su sufrimiento, con la esperanza que su testimonio quede como memoria histórica y ayude a mostrar la necesidad de construir una sociedad humana que pueda mirar, escuchar y sancionar ejemplarmente, todas las caras de la violencia que se ejerce contra las mujeres por el solo hecho de serlo.
“Doble Crimen tiene una aspiración legítima y propia: interesar a los lectores, a los medios de comunicación, a las personas que tienen capacidad de tomar decisiones y de influir, porque la tarea de divulgar una conciencia masiva en Venezuela, en contra del acoso y la violencia sexual no se ha hecho. Es una tarea pendiente. Mi testimonio es una muestra que trasciende lo individual para pasar a evidenciar la imperante necesidad de que en Venezuela se construyan mecanismos realmente efectivos, para que el Estado cumpla obligatoriamente con la prevención, sanción y erradicación de todas las formas de violencia cometidas en contra de quienes somos mujeres. Esa sería una real posibilidad para prevenir los femicidios que en lo que va de año ha alcanzado cifras preocupantes”, enfatizó.
De acuerdo con el último estudio del portal Cotejo.info, que lleva desde hace aproximadamente cuatro años cifras relacionadas con la violencia de género en Venezuela, una mujer es asesinada cada 35 horas. En 2020, el mismo sitio web contabilizó un total de 237 crímenes fatales contra la mujer.
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