• La escritora venezolana presenta el sábado 20 de marzo su más reciente poemario Hermana pequeña (Editorial Eclepsidra, 2020), un viaje por la memoria, la ciudad, la pérdida y los afectos. Terminó de pulirlo durante los primeros meses de la pandemia: “No pude escribir algo nuevo en esa incertidumbre; se me quedaron atrapadas las palabras”. Figura activa en las redes sociales, afirma que Twitter la divierte como una fiesta porque es el inmediato encuentro con el otro. Foto principal: Karen Salamanca / SEMANA

Algunas veces los viajes se componen de huidas. Entonces soltamos los ecos de esa casa de “murallas intangibles”. Pero cuando nos vamos siempre hay algo que queda, como después de un suspiro, atrapado en la memoria. ¿Qué habremos de añorar cuando nos hayamos salvado? En ese ir y venir del alma, algunos paisajes van recuperando sus nombres. Por ese juego transita Sonia Chocrón, hurgando en su pasado para armar un cuaderno de bitácora en el que la tristeza también es dulce, porque no se pierden del todo las cosas.  

La escritora caraqueña de origen sefardí presenta en su más reciente poemario Hermana pequeña (Editorial Eclepsidra, Caracas, 2020), esa luz del ser que nos impide caer por completo en la oscuridad. Esa memoria que se erige desde el lenguaje, la calle y el amor. El título alude a un fragmento del poema litúrgico para año nuevo Ajot Ketaná, del Rabi Abraham Hazan de Gerona, que pide el fin de los males. 

La novelista, poeta y guionista –con más de una docena de publicaciones y varios premios en su haber– presentará Hermana pequeña el próximo sábado 20 de marzo, a las 11:00 am, a través de la plataforma Zoom. El evento, al que invita Eclepsidra, contará con la presencia de la escritora y artista Zoé Valdés. Las personas interesadas pueden registrarse enviando un correo electrónico a editorialeclepsidra@gmail.com.

Hermana pequeña es un solo poema largo, fragmentado de acuerdo a los lugares de la ciudad que me van trayendo memorias y recuerdos de lo que fue mi infancia, de lo que fue mi país, mi hogar, mis padres, y de lo que fuimos mis hermanas y yo cuando éramos pequeñas. Me tomó varios años escribir. No tenía apuro en publicar porque sabía que era un trabajo de largo aliento. Lo habré comenzado hace unos cinco años, quizás un poco más”, recuerda Chocrón para El Diario

Hermana Pequeña Sonia Chocrón

—Publicar en medio de una pandemia…

—Algo inédito. Por suerte el libro ya estaba escrito antes de que comenzara la pandemia por el covid-19; porque cuando arrancó el confinamiento en el mundo, incluyéndonos a nosotros que parece que comenzamos un mes antes, a mí se me confinaron también las palabras. Y esos primeros meses no pude escribir nada. Lo único que pude hacer fue pulir Hermana pequeña.

No pude escribir algo nuevo en esa incertidumbre; se me quedaron atrapadas las palabras. Esos primeros meses el miedo se apoderó de mí.  Y así me era muy difícil escribir porque el miedo hace que reprimas muchas cosas. Después de un tiempo, como ocurre con prácticamente todo, llegó el acostumbramiento y con eso el miedo fue cediendo y comencé a hacer desde pequeñas cosas hasta otras más grandes que se me sacaron del confinamiento, al menos mentalmente.

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De hecho, durante esos meses que no pude escribir, aprendí a cocinar. Yo nunca he sido una gran ama de casa, nunca he sido cocinera y siempre pensé que no tenía el talento; pero en ese lapso de no escritura, de palabras atrapadas, lo que hice fueron cosas del hogar. La comida me liberó las palabras y aunque parezca una cosa muy loca aprendí a hacer arroz y me queda de maravilla. A partir de mi primer gran arroz comencé a escribir otra vez.

—¿Qué emociones se fueron mezclando en ese ejercicio de la memoria?

—Fue un poco duro. Una mezcla singular. Por un lado, fue difícil porque hay un recuento de pérdidas, no solo personales sino comunes a todos nosotros. Sin embargo, está también la memoria recuperada. Y hay una nostalgia muy tierna y muy bonita de cosas que yo había olvidado y que recuperé en ese ejercicio; cosas que conservo y que conservaba sin que me hubiera dado cuenta. 

—Es una revisión de la pérdida desde varias aristas: los lugares, las cosas, los afectos, las libertades. ¿Cómo se redefine el territorio, el sentido de pertenencia, ante esa certeza?

—No me desligo de nada de lo que he perdido. Mi identidad sigue siendo la misma. Aquí están enterrados mis muertos, aquí están mis hermanas, la familia que me queda aparte de mi hogar. Aquí me quedan algunos amigos. Y me quedan todos los recuerdos que recupero con Hermana pequeña. Mi identidad sigue intacta, sigo siendo la hija de un sefardí emigrado desde España y de una judía criolla con generaciones en Venezuela desde finales de 1800. Y todo eso lo reviví escribiendo este poemario.

—A diferencia de Toledana, ha dicho que con Hermana pequeña vuelve a sus raíces sefardíes como identidad más que como ficción: ¿qué significa la identidad en esta actualidad de migraciones y encierros?

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Toledana, que es mi primer libro publicado, utiliza máscaras. Hay una historia dramática de una judía que se enamora del Rey de Castilla y él le corresponde. Y pasan varios años juntos conviviendo en el Palacio de Galiana hasta que los vasallos deciden eliminarla porque era un peligro para el reino. Allí hago poesía enmascarada porque cuento una historia con estructura dramática, en tres actos, y hay poco de mí, excepto el lenguaje. Excepto el idioma. Y esa forma de castellano arcaico que siento me pertenece por derecho natural, porque soy hija de sefardíes que, obviamente, a raíz de la expulsión de los judíos en 1492 por los reyes católicos, es el único legado que se pueden llevar.

Si bien en Toledana la identidad está definida por el lenguaje, en Hermana pequeña no hay máscaras, soy yo”.

—Su poemario, y su escritura, vuelven siempre sobre la muerte. Venezuela se ha convertido en un país de muertos sin enterrar, ¿cómo transforma eso a una sociedad?

—La muerte está en todos mis libros porque es un tema que me ha rozado desde muy joven. Perdí a mi papá cuando era joven. He visto morir gente muy querida. Y en este país hay muertos en vida, muertos de hambre, muertos de mengua, muertos de miedo, muertos vivos. Yo creo, por lo que percibo, es mi intuición pues no tengo la certeza, que cuando lo muerto prevalece en una sociedad la lucha por la supervivencia es más feroz. De pronto nosotros, que fuimos tan cálidos, dadivosos y generosos porque así hemos sido siempre los venezolanos, nos hemos transformado en una jungla en la que el más fuerte es el que gana. Aquí cada quien está muerto a su manera.

—Y en medio de este “territorio de males”, de esta hecatombe, ¿qué es lo que no se olvida?

—No se olvida lo bueno que has vivido. Eso no lo puedes olvidar. Las emociones que has conocido, los paisajes que has recorrido, la gente que has amado. Eso no se olvida. Yo espero poder ver pasar la hecatombe, pero si no llego a verlo, Dios no lo quiera, a mí nadie me quita lo bailado. Ni a mí ni a nadie. 

Sonia
Sonia Chocrón ha publicado poemarios, novelas, volúmenes de cuentos y guiones para cine y televisión

De las redes sociales, sus ágoras de batalla

—Es una de las escritoras más activas en Twitter, ¿por qué esa predilección por esta red social?

—Me gusta muchísimo porque es como si hiciera una fiesta e invitara a gente de todo tipo, y tuviera la oportunidad de tratar y conversar con gente de distintos puntos de vista, de distintas lecturas, y eso me parece interesantísimo. Incluyendo todo lo que eso acarrea, porque yo muchas veces me burlo y digo que Twitter es un paredón de fusilamiento. Pero a veces te fusila gente que es encantadora, y eso es divertido. Y la inmediatez me divierte mucho más. En el campo de batalla te topas con gente deliciosa, que te nutre, que te recomienda libros, gente que te odia pero al mismo tiempo es graciosa; con gente muy básica también.

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Es como un abanico de posibilidades; yo no había dedicado ni 10 minutos a pensar cómo es el mundo del otro, pero ahí está. Y me gusta. Me gusta saber. Incluso los que me agreden me causan alguna forma de diversión. Y además contesto con enorme gusto, no me estorba ni me amarga la vida. Es sentir que la adrenalina fluye. Quizás también por el tema del confinamiento, porque aunque estemos semi guardados, el contacto con el otro ha menguado. 

—¿Le ha dado miedo alguna vez publicar o responder un tweet?

—Sí. Porque al mismo tiempo que me divierte es un medio en el que hay que tener cierto cuidado, pues no todo el mundo da la cara. Incluso creo que es una minoría la que responde a una verdadera identidad. Eso por una parte. Y por la otra, uno no sabe quién está detrás de esa cuenta, qué problemas tiene, qué cosas padece. Hay que tener cuidado y eso uno lo aprende a los golpes.

—El ser humano no se desliga de la diatriba…

—Es la condición humana. Y es una plaza, una arena donde te puedes caer a piña y no mueres. No hay una muerte real. Te caes a golpes sin los morados. Es una opción, deduzco yo, para cualquier ser humano que tenga ganas de diatriba.

Sonia escritora
“(Twitter) me gusta muchísimo porque es como si hiciera una fiesta e invitara a gente de todo tipo”, dice la escritora

Todas las Sonia Chocrón de la casa

Escribir, y desde distintos géneros (narrativa, guion, poesía) es asumir distintas pieles o una misma piel que muta. ¿Cómo se construye a sí misma a partir de allí?

—Soy todas, soy muchas y soy distinta. Es un proceso muy singular, pero sí soy distinta cuando escribo poesía de la Sonia que escribe novelas y de la que escribe guiones, que es la más profesional porque es un oficio por el que me pagan. Soy una Sonia formal y tengo horarios estrictos, un método de trabajo muy particular. Y eso lo cumplo porque es mi profesión. Cuando escribo narrativa disfruto muchísimo porque trabajo con personajes, eventos, aventuras, mundos que no existen. Crear me gusta mucho. Y cuando estoy en el ánimo de la poesía, estoy un poco más azul, digámoslo así. Cuando me siento azul sé que es momento de trabajar algún poema o de recibir algún poema, porque los recibo en mi cabeza. Como una música.

Convivo con todas las Sonia y a veces a mi familia le estorba un poco. A veces. Es divertido porque es variado. Pero a veces la gente que tienes cerca prefiere algo un poco más estable, más homogéneo”.

—¿Qué es lo que más le ha costado sobrellevar en esta pandemia?

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—Los primeros meses se me confinó el discurso, los verbos, los adjetivos y me dejaron un poco muda. En segundo lugar, me cuesta muchísimo el uso de la mascarilla porque me da alergia y me dan ganas de estornudar y tener ganas de estornudar es horrible: la gente cree que tienes covid-19. Pero igual soy muy cuidadosa. La otra cosa de la que me ha costado prescindir es del contacto físico, porque yo soy besucona y abrazona.

—¿Cómo ve lo que resta de año, en términos pandémicos?

—Creo que va a menguar con las vacunas y con la población que ya se ha contagiado y que comienza a desarrollar lo que llaman la inmunidad del rebaño. Especulo que terminará siendo como las gripes estacionales para las que la gente se vacuna todos los años. No sé cuándo, no sé cuánto falta. A mí de todo esto lo que me estorba es el miedo, me estorba más que la mascarilla, más que el encierro. El miedo al otro, porque ese otro es, además, alguien a quien tú quieres. Es tremendo porque terminas teniéndole miedo a gente que has querido y que son tus amigos o familia. Y vivir con miedo es malísimo, es una tortura. 

—¿Es de las que cree que el ser humano saldrá cambiado de todo esto?

—No sé. No sé predecir. O a lo mejor no me gusta lo que vislumbro y entonces no lo quiero predecir tampoco. Pero sí creo que vamos a ser más cuidadosos, en líneas generales; más desconfiados, en líneas generales; egoístas, en líneas generales; más individualistas, en líneas generales. Espero equivocarme, porque la historia de la humanidad está llena de casos de pandemia y la vida ha seguido. Y nos hemos seguido queriendo y hemos seguido trabajando y compartiendo y ayudando. Así que creo que, a la larga, la normalidad, o una nueva normalidad, llegará. 

poemario de sonia
Caracas da inicio al más reciente poemario de Chocrón, Hermana pequeña (Editorial Eclepsidra, 2020)
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