• A propósito del natalicio de Francisco de Miranda, la historiadora y autora de El hijo de la panadera (2014) analiza para El Diario al hombre detrás de la leyenda. “Es un tipo que logra, a partir de su proyecto, de su carácter y de su seducción, convencer a la gente de que vale la pena invertir en él”, dice. Foto principal: Felipe Rotjes

Le propuse a Inés Quintero, Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia y autora de El hijo de la panadera (2014), analizar al hombre detrás de la leyenda. A 271 años de su nacimiento este 28 de marzo, todavía es desconocida para muchos la vida de nuestro “Venezolano más Universal”: Francisco de Miranda. Quizás corresponda a la bolivarianización de nuestra historia. En cualquier caso, la visión de Quintero, amena y exhaustiva de quien también ha dedicado parte de su vida a estudiar, investigar y promover la memoria histórica en torno al prócer, es reveladora. De personalidad tenaz, de cultura ostentosa y de dudoso abolengo, era –y es- Miranda un seductor en toda regla.

“De la misma manera que otras personas entregan su vida al arte, a la música, la literatura, la escritura, la creación dramática, Miranda decidió entregarle la vida a la política. Él no entiende la vida más allá de la política. Esa pasión, esa vocación, esa dimensión humana, es la de un hombre que vive por la política. Ese es su eje y su sentido esencial”, comenta la historiadora en exclusiva para El Diario.  

—Nace Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez Espinoza el 28 de marzo de 1750. Pero contrario a lo que se pudiera llegar a pensar, no viene él –al menos en Caracas– de una familia distinguida e ilustre. Era él un blanco de orilla. ¿Qué puede decirnos de sus orígenes que nos ayude a comprender en lo que devino luego como persona e ideólogo?

—En la sociedad hispánica el origen era muy importante para determinar la situación de los individuos. La gente estaba clasificada de acuerdo al lugar en el que había nacido. En el caso de Miranda, su padre era canario, que no eran de procedencia hidalga, ni se consideraban gente de los blancos principales. Su madre tampoco era una mujer principal. Se dice que ella podía estar emparentada con pardos, o sea, con gente que venía de las clases inferiores. Lo que pasa es que también sabemos que en los blancos de orilla había gente que había surgido, que habían hecho esfuerzos, que eran lo que hoy diríamos “emprendedores”. En este caso, su padre era un comerciante que le había ido bien y que además tenía cierta figuración en la sociedad de entonces, y eso le permitió aspirar a un cargo de militar en las milicias de blanco, que fue lo que trajo el conflicto con los blancos criollos.

En la sociedad caraqueña del siglo XVIII había tensiones, contradicciones, y habían empezado a surgir aspiraciones no de igualdad, sino de superación. Aspiraciones de quienes pensaban que podían tener mejor condición en la sociedad. Eso es lo que, quizás, seguramente caracteriza al padre de Miranda. Pero Francisco de Miranda tampoco fue un joven que pasara trabajo. Él logra ingresar a la universidad. No se gradúa, pero tiene las bondades y las facilidades de una persona que no viene una condición social que le prohibiese estudios universitarios. Y, definitivamente, yo soy de la idea de que la ida de Miranda de Caracas tiene que ver, fundamentalmente, con ese conflicto entre sus padres y los blancos criollos y todo el escándalo que eso suscitó.

Cuando él se va, no lo hace con las manos en los bolsillos. Se va con unos recursos que le proporciona su padre, lo que quiere decir que su padre había tenido ciertas oportunidades de crecimiento que le permiten no solamente apoyar el viaje de Francisco de Miranda hacia España, sino de incluso financiar la compra de un cargo militar. Entonces no estamos hablando de un tipo que estaba en condiciones de escasez.

—Pero como cuenta usted en El hijo de la panadera, para el siglo XVIII la sociedad caraqueña estaba fuertemente jerarquizada. De tal manera que durante muchos años para Francisco de Miranda fue una marca aquello de los orígenes de sus padres. Coméntenos cómo él lidió con eso a lo largo de su vida.

—Yo creo que después de que Miranda se va para España, él borra ese pasado. Incluso, cuando él se va, se lleva una carta de limpieza de sangre que le permitía demostrar en España que él tenía un origen dudoso. De hecho, él entra como oficial del Ejército español, y fíjate tú que tal es su decisión de romper con ese pasado, que lo primero que hace cuando llega es comprar un vestuario y unas cosas que le permitan, por lo menos, dar cuenta de que él tiene una apariencia, una condición y unas posibilidades de relacionarse distintas. También yo creo que va a ser muy importante su ingreso a la carrera de las armas, porque un militar que además tiene el cargo de oficial, siempre tiene la posibilidad del reconocimiento social.

Inés Quintero y su libro El hijo de la panandera

—No era él, entonces, un hombre familiar.

—En un primer momento, por supuesto, una de las hermanas después de que él se va le reclama que no le escribe a la familia. Pero lo que yo pienso, y lo planteo de alguna forma en el libro, es que cuando Miranda se va -si bien no tenía ese propósito premeditado-, y empieza a construirse otra vida, él va desprendiéndose de su pasado. Él va a estar afuera cuarenta años y no va a volver a Venezuela durante ese tiempo, y en ese tiempo su familia no va a estar en el foco de sus intereses ni de sus preocupaciones. No obstante, después de que él regresa, recupera la relación con su familia, con sus sobrinas. Hay cartas con sus hermanas. Inicialmente, cuando él llega, se relaciona con su familia, pero yo sí creo que para Miranda hubo una decisión de romper con el pasado, y de construirse otra biografía distinta a la que había sido su biografía caraqueña. Eso es lo que determina sus estudios, sus lecturas, sus viajes, su formación, su cosmopolitismo, su relacionar con todos los espacios sociales.

Hombre de cultura

—Certificó dos años de estudios, pero le faltó el tercero, por eso su registro de bachiller no se encuentra en la Universidad de Caracas. ¿Cómo fue la educación que recibió? ¿Cómo entender la formación que tuvo a lo largo de su vida?

—Efectivamente. Miranda -y eso está ampliamente documentado y no hay secretos con relación a eso-, no fue un estudiante universitario que haya continuado sus estudios y que haya logrado obtener una credencial universitaria. Pero lo que sí está clarísimo es que fue, primero, un lector voraz, un tipo con una capacidad de lectura impresionante. Segundo, un tipo con una enorme facilidad para los idiomas: cuando se fue, Miranda ya había aprendido el inglés, después medio hablaba italiano, griego, latín. O sea, él era un hombre con una formación no directamente autodidacta, porque tuvo la ocasión de formarse y de tener escuela, pero para lo que es el nivel formativo de Miranda, es producto no solo de sus lecturas, sino también de sus viajes. Cuando resuelve que va a hacer ese viaje, él lo hace como un proceso de formación.

Él era un tipo que adquiría libros, pero no para tenerlos y ya, sino que los leía. Hay anotaciones de todo lo que él lee. Cada vez que él va a ir para un sitio, se empapa de la historia de ese lugar, de la filosofía, de los autores, de los personajes, de la geografía, de las instituciones. Es decir, él no llega a ningún sitio desconociéndolo. Además, también de su correspondencia se desprende que no solamente compraba los libros, sino que sabía cada libro que tenía. Él tenía los inventarios y cuando perdía alguno en sus viajes, en sus prisiones o se quedaban en el camino, los volvía a comprar. El gran patrimonio de Miranda, que es lo que finalmente les deja a sus hijos, es su biblioteca, aparte de su archivo. Lamentablemente esa biblioteca no llegó a buen destino. Pero si hubo algo de lo cual Miranda se encargó en la vida, fue de ser alguien con una cultura extraordinaria.

—¿Tenía alguna preferencia a la hora de leer, alguna inclinación?

—Cuando tú lees la lista de los libros de Miranda, hay de todo. Hay filosofía, historia, geografía, matemáticas, ciencias, enciclopedias, religión. Hay todo. Había una parte muy directamente relacionada con la filosofía de los autores de la ilustración, de los libros prohibidos. De hecho, la primera vez que Miranda tiene problemas con España, es con el tribunal de la inquisición, precisamente por libros prohibidos y libros obscenos. De manera que yo no me atrevería a decir que había unas lecturas en particular. Sí tenía una especial predilección por los clásicos. En su testamento, él decide dejarle los clásicos griegos y latinos a la biblioteca de la universidad. Entonces podría ser que no tanto porque fuese lo que más le gustaba leer, pero quizás había una conexión emotiva con esos libros por todo su proceso de formación. Está muy presente en su obra toda esa referencia a los clásicos, pero eso también era muy de la época, no es algo que lo caracteriza exclusivamente.

—Aunque culto, tampoco no era la suya una personalidad fácil, apacible. Frecuentemente se lo caracteriza como vanidoso, dogmático, autosuficiente. ¿Es esto cierto? De ser así, ¿qué momentos de su vida puede recordarnos para entender esta visión sobre Miranda?

—Ningún personaje histórico de esas características es un pan dulce. Estos tipos que tienen esa presencia, ese magnetismo y ese impacto no se caracterizan por tener un carácter suave, dócil, apacible, sosegado. A medida que él va construyendo esa nueva biografía, se va haciendo de una personalidad, de un temperamento, de una manera de relacionarse. Por supuesto, eso va a ser muy evidente cuando él llega a Venezuela. Cuando él viene, estaba convencido de que él es el caraqueño –con toda seguridad, no le faltaba razón-, que más mundo tenía, que mayor experiencia política tenía. Eso no es por nada, él era un hombre de sesenta años, y en ese momento todos los hombres de la independencia eran muchísimos menores que él.

Eso da cuenta de un temperamento soberbio, difícil, porque se corresponde con su biografía. En el Ejército español no se caracterizaba por la docilidad, por la obediencia, por la sujeción, sino que era intemperante, rechazaba las posiciones con las que disentía. Lo mismo pasa en la Revolución francesa, donde él marcaba diferencias, distancias, que exigía posición. Entonces claro, ese tipo de personajes que no pasan por debajo de la mesa obviamente tiene características personales que dejan ver esos rasgos. Además, Francisco de Miranda era un seductor, era capaz de seducir a quien sea. Tú lo dejabas hablar y caías en sus redes. Y para ser seductor debes tener eso, una personalidad muy particular.

Francisco de Miranda

—Dijo el historiador alemán Gerhard Masur que “Miranda fracasó porque sus ambiciones personales superaban a su capacidad”. ¿Concuerda usted con él?

—Yo no creo que Miranda haya fracasado. Miranda llega a América, le pasan todos estos desplantes, lo someten a prisión y muere, pasa todo eso, pero en su caso yo diría que es más un signo trágico que un signo de fracaso. Es decir, es el signo trágico del hombre que emprendió una lucha y lo trasciende, pero el motivo por el cual él dedicó una parte importante de su existencia, se logró. Miranda fue, con toda seguridad, uno de los americanos más empecinados constantes y vehementes por la independencia, y mucho antes de que esto fuera un proyecto continental. Cuando él se reúne por primera vez con William Pitt (primer ministro británico), que es en el año 1790, ya tenía determinado que su vocación, su determinación y propósito en la vida era la independencia no de Venezuela, sino del continente. En ese sentido, no lo calificaría como un fracasado. Luchó por algo que se logró, independientemente de que no pudo vivirlo. Pero ese proyecto, quizás no de la misma forma o con los mismos términos que había sido concebida por él, termina siendo un hecho continental.

Seductor

—Hablaba usted del Miranda seductor. Es conocida su faceta de mujeriego. Él mismo registró sus innumerables encuentros sexuales por toda Europa. Aquello le ocasionó más de un problema. Coméntenos sobre ello.

—Miranda es un hombre de 30 años soltero, que anda de su cuenta. No es un tema de mujeriego en el sentido de casanova, sino de un tipo que lleva una vida sexual que se corresponde con alguien de su edad, que no tiene compromisos, que anda viajando, que no tiene ataduras. Pero, además, él lo cuenta todo. Quizás muchos tuvieron ese desempeño, es práctica, y no lo contaron. En el caso de Miranda, él no solamente lo cuenta desde el punto de vista de su experiencia sino dentro del registro de su vida y de la realidad. A mí me resulta muy interesante saber cómo era esa dinámica en la época, ese sistema mediante el cual un viajero podía obtener la compañía de una mujer y saber los códigos morales de la época. Él llega a estar con mujeres casadas, pero también llega a relacionarse con mujeres de la alta sociedad que disienten de su manera de establecer los vínculos. Por ejemplo, una amiga que él tuvo en Boston y que toma distancia porque dice que no puede tener una relación con un hombre que no esté claro en cuáles son los términos.

Pero en esta relación con las mujeres a él no solo le interesa la sexualidad, a él le interesa el intercambio cultural, la lectura. Muchísimas de sus cartas con mujeres fueron intercambiando libros, ideas, en su correspondencia en Francia, con su participación en los salones y tertulias. Es decir, su vida galante no se limita exclusivamente al encuentro carnal, sino también con otros espacios, que es la vida de la corte, de la ilustración, del intercambio cultural.  

—Viajó por toda Europa y pasó también por América, con luchas independentistas. En su vida privada, ¿cuál de estos viajes lo marcó más y por qué?

—Yo creo que el gran viaje por Europa, ese que él llama “Mi viaje por el universo”, es como el PhD. de Miranda. Él hace ese viaje con un propósito formativo. Claro, cada lugar es una experiencia diferente. Yo creo que sería un poco arbitrario pensar que hubo un viaje en particular que lo marcara más que otro. La estancia en Estados Unidos, por ejemplo, fue importantísima para entender la dinámica política de esa democracia. Pero oye, imagínate todo lo que fue su experiencia política en Francia como contacto con un proceso como la Revolución francesa. También la convivencia con la Rusia zarista. Entonces tienes referentes de prácticas, de momentos y de realidades muy distintas. Cada una de esas presencias deja una marca, un sello, una impronta en la vida de Miranda.

—¿Y cómo hizo Miranda para viajar por el mundo y llevar esa vida dispendiosa sin tener un empleo estable?

—Era un artista para pedir prestado. Tenía una labia para pedir prestado. Cantidad de esos libros los compra pidiendo créditos, y después se vuelve un enredo para pagar y por eso se los embargan. Cuando la pobre Sarah Andrews (su esposa) se ve en la situación que se ve, se da cuenta de que lo que tiene Miranda son deudas. Eso demuestra que es un tipo que logra, a partir de su proyecto, de su carácter y de su seducción, convencer a la gente de que vale la pena invertir en él. Todo ese viaje a Europa él lo hace de prestado. Claro, eran otros tiempos, otra manera de relacionarse. Si tú vienes con una carta de un conde, de un príncipe, se te abren las puertas.

Entonces yo creo que ese recurso de las cartas de presentación, de saber pedir apoyo, de ofrecer respuestas frente a esos apoyos, le permite mantener esa vida. Además, es impresionante porque cuando él está en La Habana, él compra un corotero y un poco de cosas como si fuese a estar siempre allá, y está el inventario de todo lo que compró. Es un hombre que vive el momento, que no está haciendo previsiones de otro tipo. También él cuando se tiene que ir de París, deja una casa recontra bien montada. No se va a dar mala vida en ningún momento aunque al final va a morir rodeado de escasez y de lo que significa estar sometido a prisión en un cuartucho en La Carraca.

Francisco de Miranda en La Carraca

—Son muchos los autores que han catalogado a Miranda como un masón. Hay quienes dicen que su iniciación en la masonería ocurrió en Estados Unidos. De igual manera, no son pocos los personajes masones con los que tuvo contacto. Sin embargo, no hay escrito que lo demuestre. ¿Cuál es la verdad? ¿Hay indicios para creer que, en efecto, era masón?

—El tema de la masonería de Miranda ha sido muy comentado, e incluso hay trabajos expresamente dedicados a eso. La verdad, en toda la investigación que yo hice está esa referencia, pero yo creo que la figuración histórica de Miranda, la significación de lo que él hizo, no pasa por el hecho de que haya sido o no masón. La masonería era una práctica de la época y hubo muchos que fueron masones, pero eso no determina lo que ellos representaron. Además, había masones en todas las tendencias, en todas las áreas. Entonces yo nunca he tomado como un factor digno de atención ni de reflexión el tema de la masonería en Miranda.

—¿Cómo caracteriza usted al Miranda hombre detrás de la leyenda?

—Fue un hombre que vivió muy acorde a su tiempo. Ese hecho de que él tenga un diario, de que viaje, de que tenga toda esa experiencia. También está de por medio eso de tener un proyecto. Es decir, como individuo, como persona, entregar la vida a un proyecto. Que tú definas que tu vida tiene un propósito, y es nada más y nada menos que la independencia. Pero lo que rescato desde el punto de vista personal y humano es eso, la entrega a un propósito de vida. De la misma manera que otras personas entregan su vida al arte, a la música, la literatura, la escritura, o a la creación dramática, Miranda decidió entregarle la vida a la política. Él no entiende la vida más allá de la política. Esa pasión, esa vocación, esa dimensión humana, es la de un hombre que vive por la política. Ese es su eje y su sentido esencial.

Figura clave

—¿Cuáles son, a su juicio, los aportes más importantes que hizo para Venezuela Francisco de Miranda?

—Por supuesto, yo creo que Francisco de Miranda es una figura clave del proceso de independencia, por eso yo creo que la calificación de “precursor” es profundamente limitada. Miranda es el hombre que mayor dedicación le puso al proyecto de la independencia no solamente en términos de acción, sino en términos de pensamientos, de discurso, de esfuerzo.

Pero el gran regalo que nos dejó Miranda, que yo diría que ese es el gran premio, es su archivo. Que él haya tenido conciencia histórica de su momento político y que a partir de eso haya decidido guardar, reunir y conservar el testimonio de esa conciencia, yo creo que son muy pocos los personajes de nuestra historia que lo han hecho. El archivo de Miranda es único. Yo no creo que exista un archivo personal privado construido por un individuo en vida, de la dimensión, de la diversidad y de la calidad del de Miranda con relación al momento histórico que le tocó vivir.

—Como país, ¿hemos sido injustos con Francisco de Miranda? Muchas veces su imagen ha sido desplazada y, por el contrario, se enaltece la de Simón Bolívar.

—En el caso de Venezuela, el culto a Bolívar no solamente ha tenido un peso decisivo con respecto a personajes como Miranda, sino con respecto a la mayor parte de las figuras de nuestra historia. La bolivarianización de la historia, de alguna forma, se ha convertido en un olimpo donde hay un solo dios y un séquito alrededor. Pero eso no solamente ocurre con Miranda. Esos son derivaciones del culto a Bolívar.

—¿Y cómo se corrige eso?

—Tenemos que aprender a vivir con el culto en el sentido de saber cuáles son las consecuencias de eso. Yo no creo que se trate de rectificar, de reivindicar, sino de entender cómo han ocurrido estos procesos de construcción de memoria y teniendo conciencia de eso, es que tú puedes dialogar con ello y establecer un diálogo crítico con respecto a lo que ocurrió con estos personajes en la historia. 

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