• En el centro de Puerto Ayacucho se ven a niños de entre 9 y 16 años de edad buscando ganar unos cuantos pesos a través de la venta informal. Algunos acompañan a sus padres, mientras que otros andan solos sorteando los riesgos de estas prácticas

“Lo veo difícil. A veces mejora, pero otras veces todo sube y empeora. Por eso salimos a la calle a trabajar, para ayudar a mi mamá”. Así describe Florimar para El Diario el panorama en Amazonas, al sur de Venezuela, cuando se le pregunta por la situación económica del país. Con 15 años de edad, esta joven sale con su hermana de 13 para acompañar a su madre a un puesto de venta de alimentos que tienen en el centro de Puerto Ayacucho, capital del estado. Como ellas, son muchos los niños en Amazonas que salen a trabajar diariamente.

Este negocio familiar se ha convertido para ellas en una fuente de ingresos adicional, ante el deteriorado salario del venezolano, en este caso del docente. La madre de Florimar es profesora de profesión, pero el sueldo que gana apenas le alcanza para comprar una harina de maíz o dos kilos de mañoco (harina de yuca). 

Y así como estas hermanas, otros niños y adolescentes se observan por las calles del centro de Puerto Ayacucho, vendiendo cualquier producto que les permita llevar algo de comida a sus hogares. Algunos están acompañando a sus padres en esta tarea de comercio informal, del que fundamentalmente viven muchos pobladores de esta región de Venezuela. A otros se les ve solos o en grupo con otros niños de Amazonas, ofreciendo sus productos a los transeúntes de la capital.

Una postal de pequeños trabajadores 

Ni el Sol ni la lluvia, que inició a mediados de marzo en Amazonas, detiene a estos pequeños trabajadores. Por la avenida Orinoco de Puerto Ayacucho un grupo de tres niños transitaba con bolsas plásticas colgando de sus brazos y ofreciéndolas a 1.000 pesos a las personas que pasaban a su lado. Uno tal vez tiene 9 años de edad, el otro 11 y el mayor 13. 

Un poco más adelante, a unos metros del establecimiento donde quedaba Mercatradona, pasaba un jovencito con una carretilla vendiendo yuca, pero con la mala suerte de que las autoridades estaban haciendo fiscalización en plena semana de flexibilización (que comenzó el 12 de abril). Se estaban llevando a quien vieran vendiendo en las calles y no en los mercados populares o los espacios destinados para el comercio. 

Niños de Amazonas
Los puestos de venta de alimentos son los que más abundan en Puerto Ayacucho | Foto cortesía

Por esa misma avenida, en la vía hacia el mercado del pescado, iba otro joven con su cava de anime colgando de un hombro, ofreciendo helados caseros de frutas: “helados, helados de piña y de mango a 1.000 pesos”, vociferaba. Mientras que, del lado contrario, se acercaba una niña de al menos 9 años de edad ofreciendo tequeños de queso a 300.000 bolívares, o 1.000 pesos.

En la zona que se conoce como “ADL”, al frente de lo que era el punto de transporte turístico Yutajé, se colocan en ambas aceras unos vendedores de pescado. En dos de esos puestos estaba un muchacho de unos 15 años sacando las escamas del pescado que una compradora había solicitado; a su lado otro joven de posiblemente su misma edad que movía de lado a lado una vara con tiras de plástico colgando en su punta. Esto para espantar las moscas que tienden a colocarse sobre el pescado en venta.  

Tradición de conuco

Hace 20 años entró en vigencia la Ley Orgánica para la Protección del Niño, Niña y Adolescente (Lopnna), con el propósito de proteger los derechos de la infancia en Venezuela, basando sus principios en la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño. En su artículo número 5 se especifican las “Obligaciones Generales de la Familia. La familia es responsable, de forma prioritaria, inmediata e indeclinable de asegurar a los niños y adolescentes el ejercicio y disfrute pleno y efectivo de sus derechos y garantías”. Sin embargo, la situación del país ha obligado a muchas familias a tener que reinventarse para garantizar otro derecho fundamental de los niños de Amazonas y todo el país: la alimentación. 

Y son los mismos adolescentes y niños de Amazonas que, con sentido de responsabilidad y colaboración, han salido a la calle a ayudar a sus padres para llevar el sustento a sus hogares. Todo esto en colectivo, con la tradición de los pueblos originarios en Amazonas, que no tienen una visión de aprovecharse de la niñez, sino que toda la familia trabaja por el bien común, como lo han hecho desde tiempos ancestrales con la tradición de los conucos. Así lo afirmó para El Diario Humberto, miembro de la etnia indígena Baré. 

Desde niños nos enseñan a prepararnos para la vida; es decir, tenemos que aprender los principios básicos de trabajo: buscar agua, ayudar en el conuco, ayudar en las labores de la casa, estar dispuestos a comer de todo, a hacer todo tipo de oficio. Esos principios son los que te abren los caminos de la vida. Eso nos enseñó la abuela y por eso nosotros aprendemos a pescar, a barrer el patio, aprendemos a fregar, a escamar un pescado, a limpiar el terreno para la siembra. Ese principio básico es el que nosotros aplicamos para que, en situaciones difíciles, como esta de la pandemia, podamos salir adelante. No tienes un oficio específico, pero sabes hacer muchas cosas, eso lo aprendemos desde niños. Aprender a trabajar no es malo, por eso nos acompañamos desde muy pequeños: padre, madre, abuelos, tíos, primos, trabajamos en familia. El conuco se hace en familia”, destacó Humberto.

Tal vez de esta tradición ancestral provenga una característica de la niñez en Amazonas. Y es que, a diferencia de lo que a veces se visualiza en la región central del país, es difícil toparse con niños de Amazonas pidiendo en la calle; se les encuentra colaborando con el trabajo para la familia.   

Niños de Amazonas
Niños de las comunidades indígenas también acompañan a su familia a vender | Foto cortesía

Familia unida

Con madurez, Florimar aseguró que nunca ha tenido pena de salir a vender la mercancía; es decir, los alimentos que ofrecen en una mesa de uno de los mercados populares de la avenida Orinoco. Narró que vive en un barrio cercano al centro de Puerto Ayacucho llamado Monte Bello, y de allí salen muy temprano para caminar hasta el puesto. “Venimos todos los días, llegamos a las 6:00 am y regresamos a las 4:00 pm”. 

La joven agregó que se turnan para ir al lugar de las ventas. “Nos quedamos solas en el puesto cuando a mi mamá le toca hacer diligencias, o debe ir a la escuela donde trabaja. De resto nos quedamos en casa y ayudamos allá. El día que nos toca hacer las tareas mi mamá se viene sola”. La mayor de las hermanas estudia tercer año de educación media, y la menor está cursando primer año.

Así es como estas hermanas trabajan en equipo y en familia para que en su casa puedan tener el alimento todos los días. “Con la ganancia de lo que vendemos compramos comida para la casa y el resto lo usamos para reponer la mercancía”, sostuvo Florimar.  

Yorbelis, la hermana de Florimar, tiene 13 años de edad y también trabaja con la familia. A su corta edad, afirma que no les da miedo quedarse solas en el puesto, porque su tía también vende al lado y su abuela vive cerca. Además, ya se han acostumbrado a esta labor que asumieron desde el mes de enero. “Ya lo tenemos como rutina, no se nos hace pesado”, dijo la menor de las hermanas. 

La mayoría de los productos que ofrecen son de la cesta básica: arroz, harina de maíz, azúcar, pasta, café, salsa de tomate. Antes vendían chucherías, pero “como nos las comíamos, mi mamá decidió no venderlas más”, manifestó Yorbelis. Agregó que otra cosa que han aprendido en el lugar es a manejar el peso como moneda.

Ya sabemos más del peso que del bolívar, porque (esta última moneda) se está devaluando”, apuntó Yorbelis.

Esta hermana menor es de hablar pausado y con pocas palabras, pero dejó ver en lo que decía el sentido de responsabilidad con el que ha sido criada en su hogar. “Tengo que ayudar a mi mamá con el trabajo, porque ahora todo es diferente. Antes teníamos recursos y no sabíamos. Debo hacer los oficios de la casa y mis tareas”. También manifestó: “Me gusta venir a vender, pero algunos días me gustaría estar en la casa, descansando”. 

Ambas hermanas saben que la situación país es complicada. Sin embargo, expresaron que este episodio en sus vidas los ha unido más como familia. “Antes vivíamos separados, mi mamá trabajando y nosotras en la casa o estudiando”, concluyó Yorbelis.  

 En los días de mercados, niños y jóvenes salen a vender bolsas plásticas | Foto cortesía

“Para comprar mis cosas” 

Eran casi las 12:00 pm y Jesús comenzaba a guardar en cajas los productos. Ya era la hora de recoger la mercancía que vende en un puesto, donde la Alcaldía de Atures agrupó a los vendedores que estaban en las calles del centro de Puerto Ayacucho. En medio de esa faena, el joven accedió a conversar con El Diario sobre el trabajo que hace en las mañanas, mientras comparte las tardes para hacer sus tareas del liceo. Está cursando tercer año de Educación Media, pero como continúa la pandemia, no tiene que hacerlo de manera presencial.

Jesús vive con su abuela y unos tíos en un barrio cerca de donde labora. Tiene una hermana de 6 años de edad, un padre del que no quiso hablar y una madre que está viviendo en Valencia (Carabobo). Entre alimentos y chucherías colombianas se mueve este joven de 15 años, quien llega a las 5:00 am para vender. “Él no es mi papá, es un vecino con el que trabajo”, dijo firmemente cuando se le preguntó si el señor que le daba instrucciones en el puesto era su padre. Señaló además que le pagan semanalmente en pesos, pero se reservó el monto que le entregan por su labor. 

“Antes trabajaba caminando, vendiendo los productos por las calles. Ahora lo hago acá, en el puesto”, indicó Jesús. A diferencia de las hermanas Florimar y Yorbelis, este muchacho no trabaja para llevar alimentos a su casa, pues aseguró que su abuela y sus tíos se encargan de eso. Trabaja para comprar las cosas que necesita, como unos zapatos o un pantalón, o para comprar los productos de cuidado personal, que son más complicados de adquirir para su abuela.

El joven recalcó que antes, cuando vivía con su mamá, sí ayudaba con la comida. Él dejó ver que conoce bien la difícil situación económica del país, y que los sueldos de los trabajadores no están alcanzando. “Por ello salgo a la calle a ayudar, a buscar ingresos, porque lo que los padres de uno ganan no alcanza”, precisó. 

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