• Pensada inicialmente para ser ubicada en el municipio Chacao, la iglesia rumana terminó apostada en El Hatillo. Fue elaborada en su totalidad en Rumania y traída por piezas en barco hasta Caracas. Desde su inauguración en 1999 causa curiosidad a quienes transitan por la urbanización La Lagunita y se topan con una estructura de Transilvania, en plena capital venezolana.  Estaba pensada para los oficios religiosos de una comunidad de rumanos que en dos décadas mermaron con la oleada de emigrantes, quienes han dejado el Venezuela en los últimos años

En 1998 Irene Sáez renunció a la Alcaldía de Chacao para iniciar su campaña a la elección presidencial de ese año. Fue justamente en ese momento cuando comenzó la historia de la ahora conocida como “La iglesia de Transilvania“. Tras la renuncia de Sáez, asumió como alcalde interino de Chacao Cornelio Popesco, descendiente de rumanos y para ese entonces presidente de la Casa Rumana en Venezuela. 

“En 1999 había una importante comunidad de rumanos en Venezuela, practicantes del catolicismo ortodoxo, por lo que el entonces alcalde de Chacao pensó en traer una iglesia tradicional rumana para ese municipio“. Así lo comenta el padre Antonio García, presbítero de la iglesia de madera de Caracas, en entrevista para El Diario. 

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Se trata de una réplica de las iglesias rumanas de Maramures, declaradas patrimonio de la humanidad por la Unesco. Construida completamente en madera de pino, con piezas que encajan y se entrelazan entre ellas – sin necesitar clavos-  respetando la antigua tradición para edificar templos ortodoxos. Son una rareza fuera de Europa. Se bautizó como la iglesia de San Constantino y Santa Elena; todas las piezas necesarias fueron traídas en un solo barco desde Rumania, con el que también llegó un grupo de artesanos nativos de ese país para encargarse de su construcción. 

Finalmente, por no conseguir un terreno para la edificación, la estructura no llegó a Chacao como estaba planeado y terminó ubicada en El Hatillo, donde los diputados de la asamblea legislativa del municipio aprobaron brindarle un espacio.

Sobreviviente del exilio 

El padre Antonio es venezolano y llegó como presbítero de la iglesia en 2017. Para ese entonces ya Venezuela afrontaba una fuerte crisis política y económica que motivó a muchos a emigrar. La comunidad rumana en Caracas se redujo, al punto que de 600 familias rumanas – que el padre estima había en la ciudad para 1999-  mermó a una iglesia con solo siete feligreses para el momento de su llegada. 

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El padre Antonio es venezolano y llegó como presbítero de la iglesia en 2017
Foto cortesía

 “Actualmente la iglesia es para venezolanos, y no para la comunidad rumana. Hay al menos 120 venezolanos que en estos años se han convertido en ortodoxos, y solo 5 fieles rumanos. Ahora el padre es criollito y da la misa en español“, expone el presbítero. 

No es la iglesia de Drácula 

Haciendo gala de su humor, el padre Antonio sale al paso a los mitos que, por desconocimiento, se han creado sobre esta iglesia. “Aquí no hay vampiros, ni sale Drácula. A la gente le extraña la estructura porque es una réplica de edificaciones de Transilvania. Además, la madera luce bastante oscura por un preparado que hemos tenido que agregarle para que se mantenga y las polillas no se la coman“. 

En su interior la iglesia de San Constantino y Santa Helena pudiese considerarse una reliquia. Una muestra cultural de Rumania en Caracas. Completamente tapizada con pinturas de artistas europeos que retratan a los apóstoles, a la Virgen María, y demás figuras de los textos católicos, guardando elementos de una iconografía propia de la religión ortodoxa.

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Interior de la iglea
Foto cortesía

Una imponente estructura de madera que sufre con el Sol caraqueño

Cuando esta iglesia llegó a la capital, Caracas era una ciudad en otras condiciones. La comunidad rumana tenía– según el padre Antonio – personas de buen poder adquisitivo y era influyente; para entonces era impensable imaginar que décadas más tarde costaría darle el mantenimiento que una obra como esta requiere. La madera utilizada es de pino rumano, y no está adaptada para los embates del sol tropical de Venezuela, por lo que se ha agrietado y el deterioro de la edificación ha sido constante. 

Durante la liturgia dominical el padre comenta abiertamente sobre algunos de los retos que afronta su iglesia en Venezuela: se preocupa por la cantidad de fieles que no pueden asistir al encuentro religioso por la falta de combustible para llegar hasta El Hatillo, y pide apoyo para poder comprar las tablas de pino que se requieren para restaurar la entrada del templo. Al salir de la misa, algunos de los visitantes comentaban cómo parte de los jardines de la iglesia fueron invadidos por terceros para improvisar una vivienda con bambúes y tablas. 

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Hay misa los domingos

Pese a todos los obstáculos, el padre Antonio García es optimista. Agradece que esta iglesia siga siendo un lugar que atrae a las personas (así sea por curiosidad) y las acerca a la fe. La liturgia se ofrece todos los domingos a las 11:30 am, hora en que se abre a los visitantes y creyentes. También se le puede conocer por Instagram a través de la cuenta @Constantinoyelenaccs

El padre durante una misa de domingo
Foto cortesía

Entre los planes de esta congregación está recaudar los fondos para traer el nuevo techo de su iglesia desde Rumania y construir un anexo que sirva como espacio para la formación de profesionales en la herrería, carpintería y otros oficios.  Logrando así que esta edificación, donada por el gobierno rumano en 1999, no solo un templo de culto y una joya cultural, sino que se convierta en un legado de aprendizaje. 

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