Occidente se sorprende por el peso de la vigilancia digital de los asiáticos en plena pandemia. Al margen de su mentalidad autoritaria, sintonizada con su tradicional confucianismo y sus milenarios cambios de paradigmas, Asia entiende que el virus no solo se combate en hospitales y laboratorios sino también en la esfera virtual, donde la información, mayormente alarmante, suele ser aún más contagiosa y dañina que la gripe mortal. En los liberales Japón y Corea la protección de datos no tiene cabida. En China, cada momento de los ciudadanos es controlado; para bien o para mal, tanto el ámbito público como el privado son sometidos a un escrutinio exhaustivo. Las compras,  los contactos, los comentarios en redes sociales, el cruce de un semáforo en rojo quedan bajo la observación de los proveedores de telecomunicaciones en acuerdo con las autoridades y sus más de doscientos millones de cámaras, que logran hacer reconocimientos faciales y, hasta, controles térmicos. Sin este último detalle les hubiera sido difícil contener el virus tempranamente: cuando las cámaras captaban a alguien saliendo de una estación de tren con una temperatura preocupante, aquellos que habían compartido el vagón con esa persona recibían una notificación en sus celulares.

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The Seeds: abejas o polinizadores teledirigidos

El día del desastre ya pasó. La Tierra está al borde del colapso. Condenada. Algunos se preguntan si la están matando o es, al contrario, un ciego suicidio en masa. El final predicho, siempre, por la llegada de los recolectores: alienígenas que, a pesar de mantenerse ocultos, recogen muestras de aquellos planetas que están al filo de la extinción; semillas resistentes a los bichos, a los parásitos, a la sequía, plantas autóctonas, esporas, esperma asilvestrado.

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El comic The Seeds (Ann Nocenti y David Aja) por fin ve la luz en su completitud desde la salida de los dos primeros números allá por el 2018. El retraso parece ser parte también de una comprensión sobre la dilatación del tiempo y el freno de una sociedad acostumbrada a –y un sistema fuertemente ligado con– la producción.

Excluyendo el recurso alienígena, el segundo pilar de la historia es la Zona B (o las Baldías), un territorio apartado de la sociedad y dividido por un muro, donde, por tiempo indefinido –quizá para siempre–, se aíslan los que buscan vivir sin ningún tipo de tecnología al alcance de la mano. Este flujo de personas en constante y premeditada desaparición es un ingrediente más de todos los que alimentan el diario para el que trabaja Astra, periodista que comprenderá rápidamente la manipulación que sufren los medios de comunicación cuando la verdad, en cualquiera de sus aristas, se vuelve algo maleable.

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En un ecothriller donde la lucha incansable se da entre la tecnología y la naturaleza que busca desesperadamente curarse a sí misma, todas las preguntas pueden resumirse en una: ¿abejas o polinizadores teledirigidos? Ante esto, la gente que se autoimpuso la reclusión en la Zona B está convencida de que retroceder los salvará porque la tecnología –electrodomésticos, drones, Internet– solo es una herramienta en manos de criaturas ávidas de destrucción. Su único propósito es evitar dejar marcas en el planeta, esfumarse de los registros y las cámaras: como bien saben, cada historia tiene dos lados, y ellos no quieren ser cómplices del derrumbe total.

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The Seeds: abejas o polinizadores teledirigidos

La tecnofobia como ironía después de las distancias que han acortado las redes sociales en (nuestros) períodos de aislamiento. Así, existe algo paradójico, un tópico que de tan reiterativo resulta ser axiomático: las zonas de exclusión; esos lugares apartados, cercados –muchas veces por medios alienígenas y, por eso, no del todo comprensibles– que se multiplican incansablemente en la ficción.

La novela Picnic al borde del camino (Arkadi y Borís Strugatski, 1972), más conocida por su adaptación cinematográfica Stalker, explora la idea de que ciertos extraterrestres, en un momento de distracción durante sus visitas a nuestro planeta, abandonaron algunos de los objetos que cargaban en sus viajes, como cualquier viajero deja los desechos de su picnic al borde del camino, originando seis zonas anómalas y potencialmente peligrosas alrededor de la Tierra, donde el misterio de la naturaleza campa a sus anchas. Aniquilación (Jeff VanderMeer, 2014), primera parte de la trilogía de novelas Southern Reach, y también adaptada a la pantalla, plantea la premisa del Área X, un terreno sellado por altos y fuertes muros, donde el ecosistema ha mutado tomando caprichosas formas.

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Ejemplos claros sobre tramas centradas en un regreso al estado original que invitan a incursionar en el despojo y en una existencia carente de desvíos de atención porque lo esencial es, como lo fue en un principio, la supervivencia del día a día, del minuto a minuto. Entonces, la constitución de lo salvaje se verá dominada por una reproducción. Las hiedras reptarán por las paredes de refugios abandonados; los grandes animales esparcirán las semillas recogidas en sus pelajes al revolcarse en los suelos fértiles; el viento traerá aires limpios. El mundo será el mismo, pero nuevo.

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The Seeds: abejas o polinizadores teledirigidos

Los datos son el petróleo moderno. Tal vez mañana lo sea el polen. Mientras tanto, los medios masivos de comunicación saben que la ruta al éxito son las mentiras que, repetidas lo suficiente, toman la ilusión de verdad. Creadas por la necesidad de que los mitos se tornen reales, las fake news proliferan y, en el camino al máximo control, hacen del desastre y el absurdo de algunos el entretenimiento de otros. Desde el mercado laboral volcado por completo en la mísera pantalla de un celular hasta los pocos segundos de fama en TikTok, el Ser Humano ha virado hacia una esclavitud consentida. Puede que el “cuello de texto” –protuberancia ósea encontrada en ciertas personas debido a que el cuello debe colocarse en una posición no natural para mantener la cabeza en su lugar mientras se usan dispositivos móviles– sea compartido por más de los que esperamos en un par de años. Puede que terminemos diciendo, igual que una de las protagonistas de The Seeds, “cuando me quitaron el teléfono fue como si me amputaran la mano”. Lo mejor sería entender que, después de todo final, y como en una especie de danza que sirve a un invisible reordenamiento cósmico, cada elemento implicado termina donde quería estar.

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