Entrar en el mundo de Gus, el chico con cuernos de ciervo que protagoniza la nueva serie de Netflix Sweet Tooth, es entrar en el universo de Jeff Lemire (Ontario, Canadá, 1976), guionista y dibujante del cómic homónimo publicado por el sello Vertigo entre 2009 y 2013 a lo largo de 40 números. Al margen de su participación en grandes compañías como Marvel o DC, el detalle a destacar en la carrera de Lemire es la introspección que, obvia o velada, puebla sus narraciones para demostrar que, más allá de los géneros en que se pueda encasillar la ficción, cada uno de nosotros está conformado por historias. ¿Y qué es una historia más que una intrincada red de conexiones entre seres que recorren un camino? De corte intimista, sus títulos se nutren de las emociones y los vínculos cercanos entre integrantes de una misma familia, amigos, o compañeros de viaje. Haciendo foco en los frutos de las convivencias, la lista es prolífica y variada: Lost Dogs, The Underwater Welder, Essex County, Frogcatchers o Royal City son claros ejemplos en los que se relatan las desventuras de la vida en los pueblos alejados de las grandes urbes mientras se desarrollan las relaciones entre padres, hermanos e hijos y los fantasmas que el pasado supo erigir; Descender (y su continuación Ascender), el universo superheroico de Black Hammer, Gideon Falls o Family Tree lindan con la ciencia ficción y la fantasía mostrando siempre un nexo sentimental entre los personajes involucrados e introducidos de forma coral en la trama.

Sweet Tooth: una fábula distópica

Lemire sabe que apelar a la memoria tiene que ver con dejar en evidencia aquello que se pierde, que se fuga y que, muy probablemente, no volverá. La melancolía y la tragedia atraviesan la brutalidad del día a día para decantar en situaciones que roban lágrimas y, también, muchas sonrisas honestas. Así lo hace en las páginas de Sweet Tooth, un futuro cada vez más próximo en el que, al mismo tiempo que se desata un virus letal para los humanos, comienzan a nacer «híbridos»: niños con rasgos animales. En este postapocalipsis mayormente rural –con el eco de un medioambiente cansado del maltrato, que quiere apropiarse de lo que originalmente le pertenece–, la ternura y la pureza de Gus intenta ganarle a la desesperanza que recubre como un manto la civilización erosionada. El típico “sálvese quien pueda” está en manos de los sobrevivientes que ven en el otro, y en lo distinto, un pretexto para descargar la ira que brota del miedo. La redención parece ser la senda cuando el resto –todo– se destruye. Apilar justificaciones con tal de demostrar que cada acción, desencadenada por cada decisión pensada en apariencias fríamente, fue tomada por un bien mayor. La gran excusa: la salvación… de una persona, de una especie, de un planeta. Lo único remarcable terminará siendo aquello que en realidad se busca rescatar: los recuerdos de lo que fue y las ideas de lo que podría haber sido.

En viñetas o en una primera temporada televisiva que promete más aventuras, y salvando las distancias entre las diferencias nacidas a partir de la adaptación, los híbridos, y aquellos que los protegen, invitan a la reflexión en tiempos cargados de incertidumbre donde la absoluta solución para una cohabitación exitosa es, indudablemente, readaptarse a los entornos sociales y naturales antes de que el final, predicho incontables veces, sea una realidad más que un cuento.

Sweet Tooth: una fábula distópica
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