• La escritora y docente universitaria publicó en abril de este año Casa de ciudad, libro de cuentos que vuelve sobre escritos de publicaciones como Pecados de la capital. Además reescribe una novela, trabaja en sus memorias y en historias de temática lésbica. Desde México habla sobre la urbe y sus personajes marginados, sobre la literatura venezolana, sus mitos y estética, y su creciente presencia internacional 

A lo largo de tres décadas de trabajo literario, a Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963) la ha acompañado un grupo de personajes que la sociedad suele ubicar del otro lado del margen, casi en la oscuridad, en el rechazo. Y ha sido Caracas el enorme manto abaleado que los ha arropado en sus mundos, identidades y deseos. Algunos de esos seres habitan Casa de ciudad, su más reciente libro de cuentos, publicado en abril de este año por la alemana Ilíada Ediciones. Allí se desenvuelven figuras que arrastran las miserias de la humanidad.

Además, Kozak reescribe una novela, trabaja en sus memorias y en un libro de cuentos de temática lésbica. Residenciada en México, esta autora híbrida que se mueve entre el mundo académico, literario, periodístico, de crítica y activismo social, publica periódicamente en Literal Magazine, Letras Libres y el suplemento El Cultural del diario mexicano La Razón

Con Casa de ciudad vuelve un poco al estilo de En rojo, volver a Caracas… 

Casa de ciudad es una recopilación que hago de textos que ya no se conseguían de Pecados de la capital y algunos de En rojo. Rescatar los que me resultan los mejores, los que a mi juicio no les movería ni una coma, más allá de algunas revisiones menores. Junto con Ilíada Ediciones decidimos hacer esta publicación para mostrar en otro ámbito textos que ya no se consiguen. Trabaja el tema de lo urbano, más que Caracas. Además de ciertos personajes que me llaman la atención por su relativa marginalidad, gente que ha fracasado, que tiene impedimentos para ser aceptados socialmente, individuos que viven el mundo desde una perspectiva oblicua, un poco fuera del orden normalizado de las cosas. Los textos de Pecados de la capital que están allí no tienen referencias relacionadas con Caracas y tocan otros temas; por ejemplo, la guerrilla, el tema lésbico, de la belleza, la apariencia, la soltería, la identidad… esos que de alguna manera han atravesado mi cuentística. Quizás algunos textos de En rojo tienen que ver con Venezuela, con tratar de reflejar una multiplicidad de voces que viven un proceso político y social desde su cotidianidad, sin ser grandes protagonistas ni realizar grandes hazañas; sino más bien cómo experimentan las consecuencias de un momento histórico determinado, que en este caso es la revolución bolivariana. 

Gisela Kozak

¿Hay un objetivo para volver sobre temáticas como el lesbianismo?

—No. Si lo hiciera por obligación no lo haría. He escrito artículos, trabajos académicos, periodísticos, he hecho activismo y esos me parecen más útiles para la causa que los cuentos. La literatura es para que los individuos experimenten otras vidas y sepan entender lo que significa vivir en el mundo, en este caso de la mujer lesbiana. Digamos que a mí siempre me han inquietado las experiencias urbanas poco comunes, quizás por eso hice un libro como Pecados de la capital. Y con Latidos de Caracas es la ciudad en los años noventa. Esa Caracas está completamente perdida en muchos sentidos y en muy poco tiempo, porque 30 años no es mucho para una ciudad.  Hay una larga y muy cruel decadencia. Es una ciudad que parece arrasada por una guerra. Esa Caracas de hace poco menos de 30 años parece una cosa lejanísima, cuando efectivamente no lo es tanto. 

¿Y han cambiado esos personajes poco comunes en tres décadas?

—No creo que las cosas hayan cambiado sustantivamente con relación a los personajes que toqué en los primeros textos, porque son personajes con los que trabajo determinados temas como la apariencia, la soledad, los hábitos de la moda, las nuevas sensibilidades genéricas, personajes andróginos. Hacia 2003 empecé a escribir cuentos lésbicos. Pero creo que las inquietudes que tenía se mantienen. Y sí, hay una discusión más libre que la que me tocó en Venezuela cuando comencé a escribir sobre las identidades fluidas, los asuntos del género. Venezuela tuvo un movimiento feminista importante en el siglo XX, pero la comunidad LGBTQ tuvo poco desarrollo. Esas inquietudes empezaron a desarrollarse más hacia el siglo XXI. En comparación con Brasil, México, Argentina, Colombia, Venezuela está a la saga. —No creo que las cosas hayan cambiado sustantivamente con relación a los personajes que toqué en los primeros textos, porque son personajes con los que trabajo determinados temas como la apariencia, la soledad, los hábitos de la moda, las nuevas sensibilidades genéricas, personajes andróginos. Hacia 2003 empecé a escribir cuentos lésbicos. Pero creo que las inquietudes que tenía se mantienen. Y sí, hay una discusión más libre que la que me tocó en Venezuela cuando comencé a escribir sobre las identidades fluidas, los asuntos del género. Venezuela tuvo un movimiento feminista importante en el siglo XX, pero la comunidad LGBTQ tuvo poco desarrollo. Esas inquietudes empezaron a desarrollarse más hacia el siglo XXI. En comparación con Brasil, México, Argentina, Colombia, Venezuela está a la saga. 

Otro tema que me gustaría tocar es el del fracaso (de personajes, de la ciudad, de un país, de un sistema): ¿qué significa para quien escribe? 

—El fracaso tiene que ver con que las acciones que realizan los individuos no conducen a los fines propuestos. El fracaso es proponerse algo que no llega a feliz término. Venezuela es un fracaso. A mí me interesaba el fracaso como tema en relación con Venezuela, no con el concepto en general. Por ejemplo, en Todas las lunas no hay fracaso. Es una novela poliamorosa en un mundo donde no existe el Estado, sin tiempo ni geografía determinados. Son personajes libres en lo que cabe, se dedican a oficios muy diversos, tienen maneras de ver el mundo diversas, con orígenes culturales distintos. Es una novela en la que hay una celebración constante del vivir. Yo no creo en el fracaso como una especie de situación existencial en la que es inevitable, para nada. Me encanta la gente que triunfa, lo cual es muy poco venezolano; porque creo que de alguna manera el fracaso nos ha invadido a todos.

De la literatura venezolana y sus manifestaciones por el mundo

libros de Gisela Kozak

¿Cuáles han sido los factores determinantes en la proyección internacional que tiene actualmente la literatura venezolana?

—Hay varias cosas. Creo que la literatura venezolana comenzó a tener interés dentro de la propia comunidad de lectores de literatura en Venezuela. Eso es fundamental. Empezó a tener también proyección dentro de la crítica y escuelas de Letras y postgrados de Literatura. Los venezolanos comenzaron a emigrar, a ganar premios internacionales y ser publicados por editoriales importantes. Hemos comenzado a ser publicados por editoriales fuera de Venezuela. Pero no vamos a exagerar. Las grandes literaturas que están posicionadas en el mundo en lengua castellana son la española, argentina, mexicana, colombiana, peruana y chilena. Nosotros no hemos llegado a eso. Hay ahorita un proceso definitivamente distinto al de la literatura venezolana de entre los años 80 y 2000: hay más publicaciones, más crítica, lectores, interés en el tema dentro de los medios. Nosotros afuera estamos haciendo critica, enseñando, dictando cursos de literatura venezolana. Eso influye y es un buen comienzo para la divulgación en el exterior. Actualmente tienes que competir con un mundo trasnacional de literaturas, narrativas, relatos, distintos artes de narrar: las series de televisión, el cine, todo ese mundo de narraciones que flota en las plataformas de contenido. Entonces cómo escribir historias lo suficientemente interesantes para conseguir atraer a un número determinado de lectores, quiénes son esos lectores y cómo se van a buscar. Allí las estrategias de las editoriales, los intereses de los lectores, la crítica. Eso hoy tiene un enorme valor, porque hay muchísimos textos en el ciberespacio. Los venezolanos, además, hemos perdido algo que es una especie de territorio mediático donde nuestros textos circulen, porque como Venezuela está en el estado en que está no tiene medios que publiquen sobre determinados autores. Tenemos que valernos de otras vías para poder llegar a los lectores. No es nada fácil. Entonces se multiplican los canales: hay montones de podcast, las páginas de literatura. Y ver aquellos que realmente son valiosos y tienen buenos críticos, una labor de divulgación efectiva… todo eso hace que en este momento de democratización y horizontalidad, paradójicamente, necesitemos voces críticas que nos den señas y nos digan cómo movernos en ese mar de cosas. En ese sentido, los críticos y periodistas tienen una misión cada vez más importante. 

¿Cómo se está moviendo la crítica literaria de autores venezolanos?

—Hay una muy buena crítica académica. Miguel Gomes, Carlos Sandoval, María Teresa Vera Rojas, Leonora Simonovis están haciendo un trabajo crítico interesante. Creo que hay visiones de conjunto bastante interesantes. Hay otra cosa a destacar: la enorme importancia del oficio. En el siglo pasado hubo personajes como Adriano González León y Francisco Massiani que tuvieron enorme resonancia, pero fue gente de un solo libro. En cambio ahora vemos cómo los autores tienen obra, nos parecemos más a Ana Teresa Torres, Victoria de Stefano, José Balza, que son autores de un trabajo prolongado y constante en el tiempo. Hay que acabar con esa mitificación del único libro. Pedro Páramo hay uno solo. Los autores de un solo libro que son sumamente importantes son casos únicos, son pocos y Venezuela no tiene ninguno. Ni Adriano González León ni Pancho Massiani son Juan Rulfo. Yo considero más importante escritores de obra vasta y consistente, como los mencionados, como Salvador Garmendia, incluso el caso de Federico Vegas, hablando de narradores y grandes voces que me encantaría que fueran ampliamente conocidos y traducidos. Son el ejemplo que debe seguir todo escritor venezolano del siglo XXI, tenga la edad que tenga: autor de pluma, de oficio, de calidad y búsqueda. Se acabaron los autores de un solo libro. Ya basta. Los autores legendarios que no escriben, ¡qué es eso! Eso es una necedad de Venezuela en el campo literario, porque en el de la historia y otras disciplinas no es así.  No hay grandes historiadores que no escriben. Ves a Germán Carrera Damas, Inés Quintero, Elías Pino Iturrieta, Tomas Straka son escritores de trayectoria: escriben. Fíjate en el caso de Juan Carlos Méndez-Guedez, que ha sido un escritor de oficio. Si vas a ser escritor tienes que serlo, tienes que escribir; y el tiempo dirá si realmente vale la pena.

¿Se puede hablar de una estética en la literatura venezolana actual?

—Como cualquier otra literatura, bebe de muy diversas fuentes. Los escritores venezolanos son más bien de reconocimiento tardío en la literatura venezolana, no son como los mexicanos o italianos que leen literatura nacional desde su más tierna infancia. Los autores venezolanos suelen descubrir la literatura del país ya grandecitos, cuando han empezado su labor como escritores. Para entonces han leído muy diversas literaturas en lenguas originales o traducciones. Así que decir que tienen una fuente específica, no. Yo creo que en Venezuela se impone el relato realista, pero no quiere decir que sea una estética determinada y creo que ha ido variando, porque por ejemplo José Urriola escribe ciencia ficción; Nocturama de Ana Teresa Torres es una distopía. En mi caso, tanto en Todas las lunas como en Pecados de la capital se rompe con la narrativa realista. Pienso, por ejemplo, en el relato de la violencia que es de carácter cinematográfico de Lucas García; en ese realismo distópico de Karina Sainz Borgo; esa búsqueda lingüística peculiar de Rodrigo Blanco Calderón. El humor de Camilo Pino. Son registros diferentes. La apuesta estética más refinada y elaborada que ha habido en la narrativa venezolana es la de Victoria de Stefano. 

¿Y es posible vislumbrar hacia dónde camina la literatura venezolana?

—Ninguna literatura seria se dirige hacia ninguna parte. Afortunadamente. Porque en definitiva quienes pueden saberlo son los lectores de literatura y las nuevas generaciones de escritores. Pienso en Raquel Abend van Dalen de treinta y pocos años que escribe muy bien. En Enza García, Rodrigo Blanco, Karina Sainz Borgo; gente que está escribiendo y lo hace muy bien. Así como autores que son menores de esas edades y siguen por ese camino, que uno nunca sabe por qué hay nuevos escritores de literatura, por qué no se meten de una vez a guionistas. Yo tengo mi ídolo, que se llama Phoebe Waller-Bridge. Es la escritora de la serie Fleabag y guionista de Killing Eve. Esa mujer es un genio. Yo creo que de alguna manera esas narrativas transmedia son el futuro de la literatura en general. Pero, mira, el libro sigue gustando. Si no eres un autor que ha llegado a las librerías no has tenido verdadero éxito. Lo tendrás cuando tus publicaciones se consigan en una librería de Ciudad de México, Buenos Aires y Madrid. Mientras tanto, serás un autor de minorías. La gente sigue leyendo el libro porque es uno de los grandes inventos de la humanidad, junto con la rueda. Yo soy una consumidora de libro digital, lo que me permite tener un registro de lecturas enorme. Pero la mayor parte de la gente quiere seguir leyendo el libro. Lo que pasa es que yo cargo con el despecho de dos bibliotecas perdidas y lo que hago es leer en electrónico, pero por puro despecho.

Noticias relacionadas