• La actriz protagoniza La golondrina, pieza del dramaturgo catalán Guillem Clua que se presenta en el Trasnocho Cultural e indaga en el horror, la pérdida y la identidad. Tras varios años alejada del escenario, dice que solo sube a las tablas con temas que le interesen. Sin planes de reinventarse fuera de Venezuela, se queda “guapeando”: “Procuro sobrevivir de la mejor manera posible, con la mayor dignidad posible. No me voy a inmolar por una gente que no se lo merece”

Hace siete años Carlota Sosa fue Bette Davis en el montaje que dirigió Luis Fernández pero del que solo pudo hacer tres funciones. En ese 2014 comenzó una ola de protestas en contra del gobierno de Nicolás Maduro y la pieza tuvo que suspenderse. La actriz no participó luego en la versión que se hizo para el Festival de Teatro de Caracas de la Alcaldía Libertador, que protagonizó entonces Fernández. “Hubo un acuerdo con los productores de la obra. Dije que no podía hacerlo. Había habido cien muertos en las protestas y no me sentía capaz de participar en nada que esas personas estuvieran organizando”, recuerda Sosa, actriz de origen español de reconocida trayectoria en la escena nacional.

Tras ese episodio, formó parte Señoras, escrita por José Simón Escalona y dirigida por Tullio Cavalli, que se presentó en el Trasnocho Cultural. “Hicimos ese montaje con críticas encontradas. Decidí que de ahora en adelante solo haría cosas que me entusiasmaran. Y eso no pasó durante siete años”, cuenta para El Diario

Entonces, a comienzos del año pasado recibió una llamada del productor Douglas Palumbo para protagonizar La golondrina, un texto del dramaturgo catalán Guillem Clua. Y ella se enamoró de la idea: “Está maravillosamente bien escrita, algo que un actor agradece mucho porque todo lo que dices te lo crees, lo puedes sentir y transmitir”. Debían estrenar en marzo de 2020, pero se atravesó la pandemia, el confinamiento. La artista lo vio como una especie de señal: “Dije ‘está escrito, debo retirarme, así que déjate de eso, olvídate’. Pero este año me volvieron a llamar. Me hablaron de estrenar en octubre y volvimos a los ensayos. Es una obra tan bonita que merece ser escuchada. No sé si será el momento correcto; nunca vamos a saberlo en esta pandemia medio apocalíptica. Pero yo dije que sí. Y ha sido un trabajo muy generoso, muy reconfortante para mí, muy de reencontrarme con el oficio. Siento que estoy en una madurez perfecta para la obra. Ojalá que tenga trascendencia, porque creo que lo vale”.

Dirigida por Pedro Borgo y con la actuación de Julián Izquierdo, La golondrina reúne en escena a Amelia y Ramón. Ella es una estricta profesora de canto; él desea mejorar su interpretación vocal para actuar en el memorial de su madre, recientemente fallecida. Entre melodías y memorias avanza la clase, y los personajes van hurgando en elementos de la identidad, la aceptación de la pérdida, el dolor y el amor.

El texto está inspirado en el ataque terrorista del bar Pulse en Orlando, Estados Unidos, ocurrido en junio de 2016, pero también en otras tantas tragedias en el mundo para intentar comprender las consecuencias del odio y los mecanismos que usan los seres humanos para evitar que les quiebren el alma. Es de las piezas más internacionales del autor español y se presenta actualmente en el Trasnocho Cultural, con funciones de viernes a domingo a las 6:00 pm. Las entradas se pueden comprar a través de Ticketmundo y en las  taquillas del teatro.

Carlota Sosa

¿Cuándo comenzó a experimentar esa madurez en la actuación? ¿Cómo la define?

—No sabría decir cuándo fue el momento, cuándo pasó. Es como una progresión. Pero sé que una de las cosas más impresionantes que experimento es que nunca tuve tantos nervios de entrar a un escenario como ahora. Antes era un poco más irresponsable, uno no estaba tan consciente, uno decía ‘todo el mundo sabe que soy buenísima en esto’. Hoy en día es todo lo contrario. Uno tiene una gran responsabilidad y los miedo se exacerban, el trabajo es más intenso, pero también más gratificante.

—¿Cuáles son esos miedos?

—Miedo escénico. Nadie se lo cree. Miedo de salir frente a la gente y que te vean. Yo, gracias a Dios, a través de mucho entrenamiento he logrado meter una cuarta pared con la que el espectador desaparece para mí. Aunque también estoy consciente de cómo el público te hace crecer en un momento en una obra. No sé cómo explicarlo, porque no los veo. Me pongo una careta en mis ojos, no los veo, pero sí los siento, los percibo. Los públicos son diferentes y demandan una energía particular. Entonces, mientras más maduras como actor eres más capaz de asimilar esa energía que el espectador te envía y eso enriquece el trabajo que estás haciendo en escena.

—¿Cómo ha sido la relación con el personaje de Amelia en La golondrina?

—Ha sido facilísimo, porque es una madre de mi época. Me conecto profundamente con el personaje y con lo que está escrito. Creo que es el gran regalo para un actor y hay mucha gente que no lo entiende. Cree que los actores agarran un texto y comienzan a inventar cualquier cosa. Es imposible. He visto actores maravillosos, que admiro profundamente, hacer desastres porque no puedes conectarte con un mal texto. Entonces lo que más me atrapa es la maravillosa escritura de Guillem Clua, que es un dramaturgo que tiene un enorme talento, como Sam Shepard.  De esos autores que además de hablar de la realidad te agarran la humanidad de los personajes de una forma tan perfecta que es imposible que te equivoques. Yo agradezco muchísimo, porque tendría que ser muy mala actriz para no haberla pegado con Amelia. Todo el texto me inspiró, me ayudó y creo que nos pasó a todo el equipo. Nuestro director exigió todo.

—En un momento de la obra, Amelia habla sobre aquello que nos hace humanos: la capacidad de sentir dolor ante el horror ajeno

—Es una de las frases más hermosas, la digo con mayor contundencia. A mí ese momento me pega mucho. Porque, es cierto, cualquiera puede sentir amor o decir que siente amor. Los malos también sienten amor. Pero lo que nos hace humanos es asumir el dolor de los demás como si fuera de uno. Que tú te aflijas, que te solidarices con el dolor de otras personas es realmente la humanidad. Es una frase hermosa. Tiene mucho valor en este momento. Nosotros los venezolanos que nos hemos convertido en parias, más todo este asunto de la pandemia, los refugiados en el mundo… todo eso hace que te conectes con algo que es una verdad y que pareciera que nunca te la habías planteado.

—Al humanizarnos no permitimos que las bestias ganen, como señala la pieza

—Exactamente. Es lo único que podría hacer que las bestias no ganen. Porque si no, nos volveríamos más bestias. Es el apocalipsis. No puedes responder a una bestialidad con más bestialidad. Entonces tiene que haber una manera de contrarrestar eso y allí la importancia de esta frase: déjame entender qué es lo que te duele.

—Tras varios años lejos del escenario, ¿cómo ha sido este regreso a la dinámica presencial del teatro?

—Muy bien. No conocía a Julián izquierdo. Todo el mundo me dice ese chamo podría haberse sentido muy intimidado. No tendría por qué, pero yo sé que la gente así lo cree, que yo tengo esa imagen. Yo no intimido a nadie. Siempre he pensado que una obra de teatro no funciona si los actores en escena, por más bueno que sea el texto, no se conectan, si no hay química, que nada tiene que ver con una cuestión sexual ni de pareja; sino esa conexión entre dos seres humanos. En escena eso es importantísimo. Así que desde el día uno él estuvo como pez en el agua y yo con él. Y se fue desarrollando el proceso de tal manera que una de las cosas que más me han comentado del montaje es la buena conexión entre ambos. Julián es un muchacho totalmente intuitivo, talentoso, entregadísimo. Hay actores que se ponen necios con el director y empiezan a molestar y a pelear. Y con Julián fue todo fluido. Ha sido un trabajo de equipo que fluyó desde el primer momento. 

—Antes de La golondrina, participó en dos proyectos online: un ciclo de textos de Federico García Lorca producido por Iraida Tapias y Rebeca Alemán, y el monólogo La voz humana de Jean Cocteau bajo la dirección de Luis Fernández. ¿Cómo fueron estas experiencias?

—El trabajo de García Lorca fue muy puntual y también fue una experiencia poderosa e interesante. El proceso de La voz humana es de las cosas más increíbles que he tenido. Se hizo con celulares y con el director a distancia. Yo tenía a Luis en una tableta pidiéndome lo que quería que hiciera. Me siento orgullosísima de ese trabajo, que fue muy fuerte, muy difícil; y obtuvimos un muy buen resultado. Ha sido presentado en un sinnúmero de festivales y nos ha ido bien. Son maneras distintas de abordar el arte. Entonces yo estaba en mi casa, recluida. Ahora, el tener que salir con La golondrina es reencontrarme con todo eso que significa el teatro: el trabajo de producción, de dirección, estar con los actores. Yo que soy tan paranoica y que he estado tan paranoica con el asunto del covid-19, porque demasiada gente cercana se ha contagiado y ha sido muy feo. Pero nos ha ido muy bien. Agradezco la experiencia. No sé si la repita. No sé si después de esto vuelva. No sé. Depende de cómo evolucionen las cosas en el mundo.

Carlota Sosa

—¿Qué la llamaría de nuevo a escena?

—Algo que no haya hecho antes. Está difícil. Un musical, quizás, donde me pongan a bailar y cantar. Algo así como Mamma mia!, no sé. Una obra de ese tipo que no haya hecho antes y que implique tener que entrenarme para bailar y cantar. Puede ser; pero no estoy muy segura. A menos que sean experiencias virtuales, que ya se verá. Hay algunos proyectos por ahí que haré con Luis Fernández. Pero así, en formato presencial, no sé. Porque a lo mejor para la época en que esto termine, si es que el teatro resurge y no hay restricciones y volvemos a tener las salas como antes, a lo mejor no tendré edad para brincar ni hacer nada. 

—¿Por qué no volver? 

—Siento que todo esto de las redes sociales ha frivolizado mucho el contenido en general. Y no es que yo sea demasiado intensa, pero reconozco que no sirvo para eso. No me veo haciendo TikTok, ni bailando en redes sociales. Para mí es difícil, no tengo idea, no sé cómo predecir el futuro, pero la única manera de que volviera tras La golondrina es con un texto que me motive mucho, que valga la pena. No importa si van 20 y 40 espectadores solamente, si ellos se enriquecen con la experiencia. Porque lo demás no lo sé hacer. A mí me han dicho, me han pasado correos, me han llamado para que multiplique mis seguidores en redes y yo no puedo con esto. No lo sé hacer.

—¿Qué historias le interesan?

—Todas las que tienen que ver con la humanidad, con la injusticia, con la tristeza, la incomprensión, con la soledad. Y con este asunto de que la pandemia ha creado individuos con una soledad terrible. Esos temas me interesan; son intensos, pero me interesan.

—¿Cómo mira a este país, aparentemente calmado, de bodegones y casinos, pero en el que más de 90% de la población es pobre?

—Es terrible, porque no lo entiendo. Yo reconozco que en la pandemia me cuesta muchísimo salir para ninguna parte. Yo vivo en mi casa muy feliz. Salgo a trabajar y ya. Pero la cuestión política para mí es complicada, porque yo estuve en la calle hasta abril de 2019, cuando ocurrió aquel espantoso episodio en La Carlota y yo fui prácticamente rodeada por la Guardia Nacional Bolivariana. Fue un evento bastante horrible, más allá de todos los demás, porque yo estuve 20 años en marchas y protestas. Entonces decidí que no me involucraba más, porque no les creo. No les creo nada. A ninguno. Es muy lamentable, muy desesperanzador. Yo veo y leo las publicaciones que me recuerda Facebook de hace seis u ocho años, la esperanza que tenía, siempre apoyando, siempre tratando de que la gente no decayera. Y ahora digo: yo sí era ingenua, si era gafa. En este momento, y lo digo con todas las letras, no creo en nadie y no creo que saldremos, como ellos dicen, ni con negociaciones en México ni con elecciones. Y lo he dicho públicamente: no pienso votar. Estoy harta. Tengo 22 años enfrentándome a esto de todas las maneras. Decidí que no me la calo más. No sé qué tendrá que pasar, que aparezca una nueva generación. Pero está difícil, todo es, como decía José Ignacio Cabrujas, tan chambón, tan chimba la manera en que se hacen las cosas. Me harté. Yo tengo 64 años. Está bueno. Yo pasé por todo el idealismo desde que tenía 16 años y ya no. Procuro sobrevivir de la mejor manera posible, con la mayor dignidad posible. No me voy a inmolar por una gente que no se lo merece. 

—¿Pero sí se queda en el país?

—¿Para qué voy a estar inventando? Que hay que reinventarse. Entiendo que eso lo haya hecho mi hijo que se fue, pero tiene 18 años. Pero tengo 64 años, qué voy a estar yendo yo a reinventarme, ¿de qué? Yo me quedo aquí y sigo guapeando y apostando a que, a lo mejor, no sé, ocurra algo imprevisto, algún milagro. Porque este país es tan insólito que eso también puede suceder. Yo no me interpongo, no molesto; pero no me van a encontrar como hace cuatro o cinco años en las calles, prácticamente tirando piedras. Esa etapa pasó. Tampoco me vuelvo una ‘odióloga’, porque no le voy a hacer el juego a la pandilla de delincuentes. Estoy en eso: me siento como una señora madura, tranquila. Ya no estoy tan loquita.

—¿Cómo mira la cultura, el trabajo que se hace en el teatro y la televisión actuales?

—La televisión no existe. Yo básicamente no veo televisión nacional, no tengo cable tampoco. Veo Netflix, Amazon, películas y series. Pero sí me doy cuenta de lo que sucede con la señal abierta y es un espanto. No tiene nada que ver con nada. En el teatro sí creo que, con las uñas, se están haciendo cosas interesantes. La Caja de Fósforos es una gente interesantísima que no ha parado de hacer cosas buenas. Dentro de las nuevas generaciones de Skena, del Grupo Actoral 80 y de muchos otros que probablemente ni siquiera conozca hay mucha gente haciendo cosas, siguiendo, intentándolo; y creo que hay un germen allí de algo bueno que puede suceder. Todavía es muy pronto, porque está todo el mundo constreñido. El público no va a las salas todavía. El Trasnocho Cultural apenas está resurgiendo, pero tienes un centro comercial apagado. El domingo pasado, cuando salí de la función a las 8:00 pm estaba todo tan oscuro, cerrado con candado. A mí me dio susto salir. Tiene que haber una contrapartida, porque no puedes tratar de estimular y llevar a la gente a una sala de teatro si se van a encontrar con ese panorama de película de terror al salir. Entonces no está fácil, y lamento decirlo, lamento no ser tan optimista. Sé que hay muchos artistas que emigraron, pero me queda una esperancita de que sí se puede. Aunque se necesita también concordia de personalidades, de empresas que decidan apostar. Tiene que haber una especie de consenso, porque si vamos a reactivar lo hacemos como es. 

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