• 10 presos políticos han fallecido en circunstancias extrañas, 50 necesitan atención médica urgente, 259 son el número total de prisioneros de consciencia, 25 millones de venezolanos intentamos recobrar la libertad, 6 millones se han ido tras ella, un hombre intenta sortear la ruptura pero no puede: breaking Baduel

Quien acaba de morir este 12 de octubre (y en este punto alcanza un pico la polémica que siempre lo signó, porque el inefable padre -José- Palmar dice en Twitter, es decir, en el medio de la plaza, que, más que murió, lo mataron, y además, dando la impresión de que estuviera muy enterado, añade que fue asfixiado con una bolsa negra a la que le añadieron talco, acaso para que le resultara más cuesta arriba respirar al asmático; añadir también lo que desliza la familia al enterarse de la noticia que los desgarra: que no pueden creer que haya muerto de covid, así, tan repentinamente, porque no dio ni pizcas de muestras del virus en la más reciente visita; hasta que Gonzalo Himiob, el pertinaz abogado del Foro Penal, amparado en precedentes y tratados internacionales que hacen referencia a que la vida de toda persona en custodia o presa es responsabilidad de su celador deja abierta la puerta a la duda y propone una investigación: hasta la Organización de las Naciones Unidas llega el caso y se pronuncia a favor de esa averiguación, que pide Luis Almagro, así como Unión Europea, todos…), Raúl Isaías Baduel, vivió desde 2009 intentando zafarse, sin lograrlo, del pellizco tenaz y administrado con saña de la incertidumbre y la retaliación. Con la espada de Damocles pendiendo filosa sobre su mollera. Indiciado como traidor por los creadores del lema en el que, según allegados, habría abjurado: Patria, socialismo o muerte.

Se la juraron desde que pronunció aquel inesperado discurso en el acto protocolar de entrega del Ministerio de la Defensa (19 de julio de 2007) en el que pedía a los impulsores del socialismo del siglo XXI que no cometieran los errores hambreadores y criminales de Stalin, ni desdeñaran del todo, señores, ciertos buenos hábitos del capitalismo como el de producir riqueza antes que prometer distribuirla, ni olvidaran tan de prisa las cualidades del mercado y menos que se durmieran en los ineficaces laureles del control de la economía. Nadie creyó que daba un afectuoso consejo al sucesor sino que al poner en evidencia las intenciones que adivinaba en sus, aún, aliados se desmarcaba de la revolución bonita. Y si ese día ardió Troya peor fue cuando propuso votar contra la propuesta de la reelección indefinida, porque el poder no debe ser eternidad, atención seguidores del comandante: no conviene amancebarse así con el trono. No cabrá ya pizca de duda acerca de su ruptura con el movimiento que él supuso idealista, y de paso con el líder que le tenía reservada en su mesa una silla a Bolívar, el teniente coronel que, alzado y de armas tomar, fue golpista, el que encumbrado por los olvidados y los defensores de la antipolítica comenzaba a hacer desastres. No imaginó que su decisión le cambiaría de manera total el destino.  

Si el 11 de abril de 2002 asumió, ay, en nombre de la institucionalidad y persuadido de que era su deber —el general era comandante de la 42 Brigada de Infantería Paracaidista— devolver al caído, al compañero de armas, al compadre —Chávez se habría propuesto como padrino de bautizo del bebé con que cierra la prole de 12 hijos—, al amigo de la infancia, al vecino barinés a su cargo de presidente, volteando así la tortilla deliciosa de la libertad soñada por el plato rancio de las ideas refritas del hombre nuevo y el resentimiento añoso, decisión o yerro que devendrá en insoslayable sanbenito, la verdad es que después de la boutade, el líder del ejército Raúl Isaías Baduel no volvió a arrimarle el hombro al horror que ya tenía rato exhibiendo sus colmillos y su sed. Si, como interpreta el periodista Nelson Bocaranda, ese salvarle el puesto al mandatario debió perturbar al que vuelve por sus fueros el 13 de abril a Miraflores —saberse que le debe su cargo lo interpretará como una estorbosa deuda—, al miembro fundador del cada vez más disperso y confuso grupo de rebullones el ir de rojo le irá pareciendo cada vez más un pesado fardo. 

Baduel estuvo entre los que juraron luchar a brazo partido por la democracia y por “darle a esta un sentido social profundo”,  y “nunca, esto hay que remarcarlo, nunca hablamos de socialismo”, diría en la revista Exceso años después de aquél 17 de diciembre de 1982, cuando se reúne la cofradía bajo el samán de Güere. Se comprometerían en cambio a transformar lo malo del país, no el país hasta convertirlo en el espacio más malo posible del mapamundi. “Del árbol de las tres raíces, el gobierno pasó a ser el de las tres pe: periqueros, pillos, perversos”, deslizaría, ya tras las rejas, y sin pelos en la lengua. “Luis Felipe Acosta Carlés murió el 27 de febrero de 1989, no vio lo que ocurrió con nuestro sueño, Jesús Urdaneta se dio cuenta temprano de que se desfiguraba el propósito que nos unía, pudo advertir antes que yo, como cabeza de la (Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención) DISIP, las vagabunderías que comenzaban a prodigarse en la revolución, y también tomó distancia, una tan grande como un abismo”, acotaría entonces. “Chávez, por su parte, a quien Dios llamó de este mundo, dejando un reguero de cabos sueltos, de errores sin enmendar, infatuado en su soberbia, se alejó de todo aquello en lo que creíamos”, dirá sin filtros a la prensa que un domingo de visitas se cuela sin carné hasta su calabozo. “Reconozco ahora que me fui tarde, en 2007; pero es que creí que quedándome un tiempo más podría hacer un mejor papel, que sería más útil conviviendo con el monstruo, desafiándolo, viéndole la cara”, añadirá más leña al fuego. Dos años después sería apresado.

“Lo cierto es que estoy aquí, pagando una condena inmerecida: los hechos demuestran que no estoy en Ramo Verde”, la prisión que habita entonces, “porque de verdad esté involucrado con algún hecho o caso de corrupción: nadie ha podido rastrear esos 15 millones de dólares que supuestamente robé y cuyos cargos me imputaron a la brava, precisamente después de que hice campaña para que el país votara contra la reelección indefinida, esa propuesta inconstitucional que, vale decir, fue derrotada y no precisamente por un margen pírrico: ganamos por más de 60 % de los votos, yo vi las actas que nunca se enseñaron al país”.  Sí: la respuesta oficial a sus opiniones, asegura, son ese expediente en contra que le levantan a las volandas y que lo deposita tras las rejas en 2009, en un santiamén y condenado de una, sin juicio y donde permanecerá expiando culpas sin confirmar hasta 2015. Se lo llevarán esposado.

Por si fueran poco los mil ochocientos y tantos días de encierro, de los cuales 110 días (no continuos) serán en completo aislamiento, al poco tiempo de su salida —y hasta que pocas horas de su muerte— será encerrado nuevamente luego que la mal llamada justicia, par de ojos que todo lo ven rojo, considerará que no es suficiente; que le falta todavía. Los suyos, sus ojos enmarcados con profundas ojeras, casi de mapache, tal vez hastiados de lo tanto que verían, volverán a posarse sin descanso en las lecturas. De libros que llenan hasta los topes el pabellón donde Baduel escribe, piensa, se arrepiente de esto, no de aquello, visualiza un país libre y él liberado, cocina, recibe cartas y visitas, despacha, se despecha y reza mucho por el milagro esperado. De allí pasará a condiciones cada vez más paupérrimas. 

Desentendiéndose de prudencias y cautelas, que llamará cobardías, el preso incómodo señalará e indiciará a bocajarro a los protagonistas del fiasco, a los productores de las incoherencias entre los sueños y la realidad, y confesará la inmensa decepción que le produce uno de los mundos suyos: el militar. Baduel, un hombre con un arsenal de medallas varias asumirá con afán su curiosidad por lo espiritual, ruta que recorre mezclando sin empacho las ideas propias con las sabidurías budistas, cristianas y orientales: le dicen Shogun. Y mientras la platea escamada y desconfiada lo verá como otro Arias Cárdenas, es decir, uno que parecía que se deslindaba, para luego retornar al redil, y Chávez y sus partidarios lo verán como un enemigo, el pensará en un libro y en el futuro del país donde se imaginará en rol protagónico. Separado de su círculo de referencia —“Me criaron así: un principio pesa más en la balanza que un millón de amigos, otra cosa es el dolor”—, no se medirá y será la gota que derrame el vaso de la ira con su frase: “la prostituyente de Chávez”. 

Solo, dando pasos en círculo en su desierto de cuestionamientos, recuerdos, contradicciones, o no tanto —“Mucha gente me escribe”—, sonreirá por primera vez. Cantos gregorianos como música de fondo, la biblia en una mano y en la otra los textos taoístas que hablan de que el verdadero guerrero busca la paz, Baduel se preparará para trabajar por el país que ha de resurgir de entre las cenizas, y sobre cuyas urgencias afina propuestas de todo calibre, las que apunta con denuedo en un infinito cartapacio de papeles. “La gente me envía mensajes de aliento y no falta quien también me insinúa que invente, es decir, que me arriesgue con una aventura porque dizque se necesita de alguien fuerte para salir del foso”, soltará prenda: lo anima la esperanza que muchos le depositan, pero jurará que eso que esperan de él lo inquieta mucho. “Que se siga pensando todavía en el gendarme necesario, en el autoritario que ha de venir con su espada a resolver a sablazos, en el caudillo, es una desgracia. Por eso leo con estupor el fantástico libro de Ana Teresa Torres La herencia de la tribu. ¿Será que no superaremos nunca esa seducción que nos produce la mandonería?”, lo dice un general en jefe. 

Flanqueado por sendos retratos de Nelson Mandela y Mahatma Gandhi, añade que dentro de sus ejercicios espirituales incluye el no perder tiempo compadeciéndose ni culpando a los demás de sus decisiones, tampoco de su destino. Y si lo apremian, responderá el hombre formado en el ambiente jerárquico y de botas que pisan duro que se considera ¡un civil!  Queda claro que no es un experto en relaciones públicas, o en el trazo de su perfil. Preso sin pruebas en contra, defensor de Chávez pero antichavista, de uniforme y contrario a las armas —la no violencia como talismán cual el toro Fernando—, estudioso de arcanos y estrellas, a la vez que entusiasta de la política y sus aplicaciones pragmáticas, a la hora de denunciar iniquidades, los comunicados mencionarán como los saeteados a Leopoldo López e Iván Simonovis, ahora libres y afuera; él no estará en las listas solidarias; tal vez fue un incomprendido. Ah, porque ¿tampoco sería golpista? “No, no me interesan los meandros ni los atajos, y por eso no participé en los golpes de 1992”, revelará intimidades de los primeros desacuerdos, “y menos si la intención era el comunismo… intención que nunca fue aclarada y solo fue revelada después”, dice como si su presencia hubiera sido un cameo. “Te digo que Hugo fue un cobarde que, como Castro, declaró su verdadera inclinación ideológica solo cuando los cálculos le favorecían”. Baduel tuvo una vida intensa y acaso fue siempre un desconocido. Por él habrían votado, en sus suposiciones, opositores, claro, y los ninís, los menos radicales, incluso los abstencionistas desengañados y decepcionados de todos. Sin excepción. Soñaba con esa opción de hacer; las circunstancias no se dieron.

Inasible y dueño a la vez de un discurso que parece calzar hasta nuevo aviso, amable y de verbo que no se anda por las ramas, acaso la procesión debió llevarla por dentro. No sería grato que apresaran a sus hijos, primero Raúl, ya liberado, luego Josnar, imputado por participar en la Operación Gedeón. Tampoco le agradará ver por tele al presidente que habitaba la caja boba moviendo el índice como si fuera una batuta, mientras dirige al corro: Baduel, traidor, mereces paredón, bis. También lo llamaría llorón, acaso para la rima —“Sí, he llorado, pero de un tiempo a esta parte no me salen las lágrimas”—; pero no se quebrará e insistirá en que entre sus fortalezas está la de escoger quién y qué le hará daño. 

“Pero claro que me duele lo que pasa con el país”, la lista es larga: la cubanización y todo lo demás que nos acontece en lo económico, en lo educativo o en la idiosincrasia y el tejido social con la no separación de poderes y la violación de los derechos civiles y humanos; asimismo le producirá una profunda pena, dice, la pérdida de las costumbres republicanas, las lesiones infringidas contra la democracia y lo que padece cada corazón, cada vez mirando todos hacia atrás. “Por eso pido a dios por todos, incluso por los que me adversan enconadamente, eso me hace libre”. 

¡De cuánto pesar deberá despojar al sancocho que prepara! Tenía en Ramo Verde la posibilidad de prepararse la comida que ahora no se sabe si le era entregada la que le querían hacer llegar los familiares: en La Tumba, un hueco para la no vida donde comienza el fin de sus días —en esa alcantarilla oscura coincidirá con Miguel Rodríguez Torres, paradojas mediante, a quien se le ocurrió la odiosa idea de ese espacio inhumano— llega después de un periplo lamentable que incluye Fuerte Tiuna, Boleíta y el Helicoide. En la Tumba estará dos años y nunca verá el sol. Si luce en fotografías a oscuras y con varios kilos de más es porque no lo dejan hacer ejercicios y porque el menú carcelario se resume a carbohidratos: arroz, lentejas, pasta. Casi vegetariano, y con imposibilidad de escoger la ingesta, se dejará la barba como expresión de protesta. “Aunque quieran, no tienen mi espíritu, apresan mi cuerpo, pero no a mi conciencia”. Dicen que por tales circunstancias, ponte el uniforme amarillo, que no, vamos a raparte el coco, que tampoco, se arma un motín que deriva en su fin.

No está Baduel en el libro que reúne la historia penosa de una decena de presos políticos que acaba de salir a los anaqueles: Ahora van a conocer al diablo, diez testimonios de presos torturados por el chavismo, dura muestra que da la cara por los 259 que son y que hay en Venezuela, de los cuales, según las gentes del Foro Penal, al menos 50 necesitan atención médica con urgencia. Tampoco está, por ejemplo, John Jairo Gasparini Ferbans, mecánico automotriz apresado porque alguien lo recomendó, un muchacho al que tenían en la mira —como todos—, acaso por sus oficios. Llamen a John es el mensaje telefónico que lo condena: cumplió 45 el 12, en Ramo Verde, ahí se conocen los supuestos integrantes de una célula violenta cuando caen presos el 18 de marzo de 2020. John en cambio tiene varios kilos menos y también en la resta van cuatro muelas perdidas de sopetón

Gonzalo Himiob dirá que del total han muerto 10 con Baduel, según el parte oficial, de un paro cardiorrespiratorio producto del covid; por eso su cuerpo no pudo ser visto por la familia y su entierro fue un trámite ejecutado con total celeridad. La familia, que dice frente a los micrófonos disculpen pero no nos dejan hablar, pondrá en duda el diagnóstico. ¿Era tan molesto para las autoridades de La Tumba el que se negara a usar la braga amarilla de preso o no se dejara afeitar? ¿Qué revelaría esa investigación en ciernes, insoslayable, anunciada, de la cual Bachelet y medio mundo recibirá copia? ¿Qué ocurrió después del motín? ¿Lo hubo? ¿Murió o lo mataron? Las pintas aparentemente profusas en todos los baños de Fuerte Tiuna parecen confirmarlo: los militares -quiénes más en Fuerte Tiuna- se desfogarían en espejos y paredes acusando al chavismo de lo que pasó, según circula en las redes sociales (mientras algunos opositores por cierto tiran piedras al río de la duda).

Baduel dirá en aquella entrevista a Exceso que Fidel Castro se había dado cuenta de todo, y que así se lo dijo a Hugo Chávez: “que yo no era dócil como aquellos otros que parecían solazarse cuando eran blanco de los insultos del jefe, porque ello demostraba que el ahora llamado comandante supremo los tomaba en cuenta”. Vaya. “Sí, Chávez tenía un carácter de mil demonios y así subyugaba a todos. !Bazofia de mierda!, gritaba a diestra y siniestra… y perdona la franqueza”, deslizará con pudor. “Yo, que soy un soldado y debía obedecer, al primer intento de irrespeto que me demostró le pedí cambio y, de inmediato, modificó su actitud. Por eso, creo yo, es que Fidel Castro, con quien me reuní varias veces, y quien hablaba con sapiencia de los vinos de las riveras del Duero y de la Rioja, y de cosas inverosímiles, le dijo a Chávez que yo podría ser su general Ochoa”. 

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