• La cantautora mexicana lanzará próximamente Marchita, su primer álbum como solista, del que ha adelantado sencillos como “Tristeza” y “Te guardo”. Su instrumento predilecto es el cuatro venezolano y en su historia musical destaca la influencia de cantantes como Soledad Bravo. El amor y sus heridas protagonizan su discurso, pero también la lucha por la defensa de la mujer con temas como “Si me matan”. Foto: cortesía de Altafonte

Silvana Estrada no tiene tiempo para hobbies en estos momentos. Descansar, tal vez dormir. Acaba de terminar una gira por once ciudades de Estados Unidos invitada por el dúo  mexicano Rodrigo y Gabriela, y tres meses antes estuvo en España como parte de un ciclo de jazz que la llevó por escenarios como el Palacio Real de Madrid. Agenda a la que se suman shows en pequeño formato que ofrece hasta dos veces al día.

No. No tiene mucho tiempo para hobbies, pero ocasionalmente disfruta de un entretenimiento reciente, que atraviesa sus horas como un rayito de sol y le brinda calma: las plantas. “Las riego. Les quito las hojitas feas. Subo a la terraza con la manguera y me paso ahí el domingo, como señora”, cuenta la joven cantautora veracruzana en entrevista exclusiva para El Diario

De vez en cuando, Silvana Estrada hace yoga, por dolores de espalda, confiesa. Aunque su atención la absorbe la música, sus canciones que son poesía y carne rota, delicados hilos sonoros que todo lo embellecen. Y que huelen a tierra, a casa, a tradición. Con su trabajo, y su cuatro a cuestas, tiene planes de viajar a Guatemala y Estados Unidos para participar en sendos festivales. Además, aún debe afinar detalles del lanzamiento de su primer LP como solista, Marchita. “Entonces tengo varias cositas, pero creo que sí voy a tener chance de descansar”, agrega.

Nació en el mes de abril hace 24 años en Coatepec, un pueblo montañoso de Veracruz, en el oriente mexicano. Creció rodeada de melodías, de instrumentos, de voces que evocan tonadas a la hora de la comida. Sus padres, lauderos y músicos clásicos, le enseñaron un mundo que se ha convertido en su manera de existir. A los 13 años de edad comenzó a presentarse en cafés de la zona, primero imbuida en ritmos de jazz, con influencia de artistas como Billie Holiday y Sarah Vaughan, para adentrarse luego en la senda popular latinoamericana, sus cantoras y su estética. 

Fue invitada recientemente por NPR Music a las sesiones Tiny Desk Concerts, en una edición especial que celebró el Hispanic Heritage Month. La grabó en su casa, junto a los suyos. Además, hace una participación especial en la serie Todo va a estar bien creada y dirigida por Diego Luna para Netflix. 

Silvana Estrada: “Una buena canción te salva de muchas cosas”
Foto: cortesía de Altafonte

Antes de Marchita vinieron dos producciones breves. Un EP lanzado en 2018 con sus Primeras canciones, que incluyó temas como “Te guardo”, “Al Norte” y “Sabré olvidar”. Y Lo sagrado, que grabó el año pasado junto al guitarrista estadounidense de jazz Charlie Hunter –quien ha trabajado con artistas como John Mayer, Norah Jones y Frank Ocean.

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Con Marchita  lleva a nuevos niveles sus búsquedas artísticas. Producido por el venezolano Gustavo Guerrero, con el sello estadounidense Glassnote Records (Mumford & Sons, Phoenix, Two Door Cinema Club) y distribuido por Altafonte, el disco contiene sencillos como “Marchita”, “Tristeza” y una versión minimalista de “Te guardo”. En su canal de YouTube se pueden escuchar estos adelantos, estrenados en las últimas semanas. El lanzamiento internacional del álbum será el 21 de enero del próximo año. 

¿Cómo fue tu proceso íntimo con Marchita: el trabajo de las letras, la melodía, la estética?

—En cuanto a canción es un disco muy especial porque lo empecé a componer por la necesidad de componer, pero sin tener mucha teoría de composición. Comencé buscando musicalizar poemas, reflexiones y pensamientos que estaba viviendo en ese momento. Es un disco post ruptura amorosa, muy oscuro e introspectivo. Una de las características de las canciones es que el proceso creativo fue muy solitario, muy personal y requirió de mucho tiempo y mucho silencio para poder tener todos los temas y partir de este universo de Marchita. Son canciones en las que la letra es lo primero y con lo que uno se queda. Y esa fue también una decisión estética. Cuando conocí a Gustavo Guerrero (productor), tu paisano, ambos coincidimos en que estos temas iban a necesitar una carga minimalista muy poderosa. Estas canciones eran tan esenciales, con tanto contenido emocional, que había que ser muy cuidadosos con la producción y con la atemporalidad. Cuidar la atemporalidad. Yo ya había producido algunos de estos temas, que están en mi EP Primeras canciones, pero allí no se logró esa atemporalidad de la música. Creo que están muy sujetas a 2018, suenan los sintes, los midi. Y Gustavo siempre tuvo muy claro que está música debía funcionar hoy, pero también dentro de cien años o cien años atrás. 

¿Cuánto tiempo te llevó la composición de estas primeras letras? ¿Cómo te relacionas ahora con ese amor, de esa herida de amor que levantó gran parte del material?

—La composición me tomó unos dos años. Fueron muchísimas canciones en un principio y luego fui depurando. Elegir las favoritas. Y luego volver a depurar. Fue un proceso muy largo, ha pasado mucho tiempo desde entonces. Marchita es un proyecto que existe desde hace muchos años para mí. Ese disco se grabó realmente hace dos años; entonces creo que el mensaje hoy significa muchas otras cosas que en su momento no había tomado en cuenta. Antes fue como: tengo esta herida, necesito curármela a base de canciones. Esa era la búsqueda. Ahora Marchita es algo más, ya no todo es una reflexión profunda sobre el amor, sobre las relaciones. Aunque me doy cuenta de que la gente toma muchas de las canciones del disco como bálsamo, como lo fueron para mí. Obviamente ya no me siento así, ni me siento completamente identificada con Marchita, porque los discos son así: pasa el tiempo y uno cambia. Y son un poco como polaroids. Este álbum es como una instantánea de mí a los 18 años, con mi primer amor. Ahora digo: Hombre, pues, no. No me siento así. Y lo veo con ternura también. Voy cambiando pero intento que no me gane el ego de decir que ahora hago cosas mucho mejores. Pues no. No hago cosas mucho mejores. Hago las cosas que hago, pero con más años. 

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De todos los instrumentos, ¿cómo llegas al cuatro venezolano y por qué decides tomarlo como el principal?

Silvana Estrada: “Una buena canción te salva de muchas cosas”
Foto: cortesía de Altafonte

—Es muy ‘locochón’, porque en mi pueblo se toca la jarana, que es un instrumento muy parecido al cuatro, más pequeñito, pero se afina igual, solo que un tono más abajo. Entonces yo aprendí a tocar jarana. Iba a los fandangos y ahí tocaba algunos acordillos y cantaba. Los fandangos son las fiestas que se hacen en Veracruz donde la gente lleva su jarana y canta y zapatea. Se toma torito, que es como caña con café y crema. Yo en ese entonces también estudiaba piano y todo lo que quería componer lo buscaba allí y no me salía. Sacaba puros acordes súper complicados y decía: no sé si lo que quiero decir tenga que ver con esto. Pero yo siempre veía que en casa, mis papás siempre sacaban el cuatro en las horas de las comidas y cantaban temas del repertorio venezolano, el que más recuerdo es “Amalia Rosa”. Así que un día, tendría yo unos 16 años, lo agarré y dije: lo voy a tocar para ver qué pasa. Me enamoré. Se me hizo el instrumento más bonito del planeta. Era todo lo que yo quería. Era como oscurito, porque tiene esa pancita bien profunda; y al mismo tiempo es súper fácil. La disposición de las cuerdas hace que todo suene bonito. Obviamente hay niveles de ejecución del instrumento: después de que vi a Jorge Glem en Nueva York dije ‘yo no lo toco así, para nada’ (risas). Pero me gusta mucho. Me gusta la manera en la que me ha ayudado a componer. Creo que el cuatro me sacó un montón de canciones desde el día en que lo agarré. Jugaba mucho con las notas y acordes y me concentraba en las letras y en decir lo que tenía que decir. 

Además, has interpretado piezas del repertorio tradicional venezolano. En tu concierto del formato Tiny Desk cierras con “Tonada de ordeño” de Antonio Estévez…

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—A mí la música venezolana siempre me ha gustado mucho. El disco que más he escuchado en mi vida, creo que es compilatorio, se llama Cantos de Venezuela (1974) de Soledad Bravo. Allí está ese tema que canté en el Tiny Desk junto con mi papito. Esa canción la interpretamos mucho en casa. Mi mamá también canta muy bonito. Recuerdo que de niña los escuchaba tocar “Tonada de ordeño” y muchas otras del repertorio latinoamericano. Mis padres son músicos clásicos, pero siempre les ha gustado el folclore. Escuchamos mucho a Simón Díaz y ese merengue que tienen en cinco octavos y que tocan como si fuera facilísimo. Nos gusta mucho.

¿Qué significa para ti ser cantautora? ¿Cuáles son los riesgos y las satisfacciones que implica en tu vida?

—Implica mucha honestidad. Y creo que el riesgo es perder la capacidad de ser vulnerable en tus propias canciones. De perder un poco la magia, perder fuerza. Pero por otro lado, las virtudes que tiene es esa fuerza de gravedad que tienen las canciones. Yo muchas veces me siento perdida, pero lo cierto es que los mismos temas van jalándome hacia lugares, hacia gente. Porque una buena canción te salva de muchas cosas. O te ayuda con muchas cosas. Y no nada más se trata de que la gente te escuche, sino que con una buena canción puedes conocer a personas que te van a ayudar mucho, que tienen muchos más años de experiencia. Creo que la gran virtud de ser cantautora es poder estar en contacto con una de las cosas que más apreciadas en nuestras sociedades: las canciones. No sé qué pasará en países lejanos, pero me da la impresión de que en el continente americano las canciones son nuestro tesoro nacional. Nos genera tanto tener una canción que nos identifique. Porque, aparte, es súper popular. Creo que las canciones tienen una cosa muy democrática, muy justa: pertenecen a quien las escuche y son para todo el mundo. 

Silvana Estrada: “Una buena canción te salva de muchas cosas”
Foto: cortesía de Altafonte

Y existe influencia de cantoras como Violeta Parra o Chavela Vargas en tu estilo musical, en tu acercamiento a esta estética de la palabra… 

—Sí. Mucho. Para mí las cantautoras tienen también la fuerza de narrar una historia que muchas veces no nos han dejado contar en otras artes. Yo crecí escuchando a Violeta Parra y siempre me volaba la cabeza. Era como: esta señora vivía en el año 3020. ¿No? Estaba muy adelantada por cómo escribía, las cosas que decía, cómo era súper crítica y poética al mismo tiempo. Chavela Vargas también marcó un poco esta búsqueda que tengo yo de la atemporalidad. Es decir: yo también quiero vivir en el 3010, pero quiero sonar al folclore, también quiero sonar a raíz y quiero sonar a identidad. Siento que ellas forjaron mucho mi estética como cancionista y sigo descubriendo cantautoras maravillosas. Por ejemplo, está María Grever, que tiene un tema que se titula “La Cancionera”, con el que casi me pongo a llorar cuando un amigo me lo enseñó, porque es básicamente contar la historia de las mujeres que hacemos canciones. 

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—Mujeres que dan voz a otras mujeres que tal vez no tienen la posibilidad de contar sus historias, las dificultades que viven. Lanzaste “Si me matan”, una propuesta musical que también denuncia la violencia contra la mujer, tema del que no se habló durante años 

—Creo que esa canción surgió del mismo lugar del que surgen casi todas mis canciones. Para mí era muy importante contar esta herida nacional y latinoamericana, mundial, de sentir que mi vida como mujer no solo no vale, sino que constantemente corre el riesgo de serme quitada. Entonces, nace de esta angustia y de estos miedos, porque yo soy alguien que viaja muchísimo sola por mi trabajo. Ahora tengo un equipo, pero al principio, cuando tenía 15 o 16 añitos, andaba sola con mi cuatro en la espalda, yendo a todos lados, saliendo de noche de los lugares donde tocaba. Era como: no solo corro el riesgo de que me maten, sino que si me matan van a decir después cosas horribles de mí. Porque cuando matan a una mujer en nuestros países, por lo menos en México, se busca culpar a la víctima: la mataron pero por qué estaba de noche en la calle o por qué llevaba esa falda o dónde estaba su novio. En una época comenzó a rodar un hashtag en Twitter que era #SiMeMatan para dejar constancia de lo que querías que se dijera de ti si te mataban. Me pareció un ejercicio poético tan bonito que lo empecé a desarrollar. Tardé mucho tiempo en componer “Si me matan”. Primero escribí un texto larguísimo; estaba muy enojada, muy indignada. Luego intenté ponerle un poco más de luz y de esperanza. Y al final creo que quedó esta canción que sí, me pone a mí en este lugar desde donde hablo por un montón de mujeres. Porque hablo también del miedo y me di cuenta de que es de los sentimientos más recurrentes de las mujeres. El miedo no tiene edad, ni nacionalidad, ni corresponde a ningún partido político. Cuando grabé el video de este tema había mujeres de todo tipo y todas se identificaban de la misma manera con la canción, el sentir que sus vidas no valían. Y creo que eso fue muy bonito también: darles voz de una manera amplia y al mismo tiempo ofrecerles una especie de alivio, de esperanza.

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