A pocos días de la celebración del evento del 21 de noviembre ha proliferado en las redes sociales un espíritu que, de buenas a primeras, pareciese conciliador y positivo. Múltiples voces de la sociedad civil han reclamado a la dirigencia política aparcar las diferencias que los han separado hasta la fecha y apostar por la unidad, enmarcada en la búsqueda de lo que, a su juicio, deben ser candidaturas únicas en todas las regiones del país para así “derrotar al chavismo en las urnas”.

Más allá de la discusión sobre participar o no el próximo domingo, todos podemos coincidir en que la unidad es un valor superior dentro de la lucha contra los autoritarismos. Eso está claro. Así lo exige nuestra ciudadanía y así parecen haberse organizado los más efectivos movimientos de resistencia política y democratización a lo largo de la historia. Sin embargo, me gustaría hacer una reflexión sobre la amplitud de lo que implica generar alianzas para afianzar la unidad de acción contra el régimen venezolano. 

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Lamentablemente, el fraccionamiento de las fuerzas democráticas venezolanas ha sido un proceso que se ha fraguado por años y que ha sido incentivado por la propia dictadura a través de muchos métodos: con dinero, promesas políticas y a través de la coacción han logrado emplear como piezas a su favor a dirigentes políticos locales, regionales y nacionales para intentar avanzar en su estrategia de dominación para quedarse en el poder.

Hoy muchos de los candidatos que se dicen opositores y que optan a cargos de elección son solo fichas cooptadas por el régimen para simular una falsa pluralidad política que en la práctica no es real. ¿Es José Brito, quien se dice candidato opositor a la Gobernación de Anzoátegui, una opción opositora con la cual se puede hablar de unidad? Hace menos de dos años Brito fue parte de la Operación Alacrán, estrategia del régimen para intentar, sin éxito, sustituir de la presidencia de la Asamblea Nacional a Juan Guaidó.

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¿Es Henri Falcón, a quien algunos aclaman como parte necesaria de la unidad, una opción realmente opositora de cara a cualquier proceso de reunificación? En 2018, Falcón rompió completamente la unidad asumida de cara al desconocimiento del fraude presidencial convocado por el régimen. Viéndolo en perspectiva, el tiempo le dio la razón a la unidad: el mundo repudió ese proceso, lo desconoció y desde ahí inició la mayor escalada de presión contra el régimen desde su llegada al poder. Mientras tanto, Falcón intentó servir, sin éxito, como cara opositora del viciado proceso llevado adelante por Maduro.

Hoy el propio Falcón, junto a políticos como Timoteo Zambrano y Javier Bertucci, han hecho alianzas con figuras como Luis Parra y Bernabé Gutiérrez, quienes abiertamente han decidido colaborar con el régimen de Nicolás Maduro en su estrategia de intervenir judicialmente a los partidos Primero Justicia, Voluntad Popular y Acción Democrática, desconociendo a sus liderazgos reconocidos e imponiendo juntas directivas ajenas a la realidad de sus militantes para usurpar sus siglas y sus sedes físicas en el país.

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Esta situación nos pone en un dilema que se debe afrontar con claridad y con memoria sobre los hechos vividos en los últimos años. La unidad a la que aspiramos para enfrentar al régimen y buscar una solución para nuestro país debe tener límites éticos para que pueda ser funcional. De nada nos sirve buscar aglomerar dirigentes por cantidad si haciéndolo solo incorporaremos nuevos “caballos de Troya” que nos traicionen en un futuro.

Hay un número importante de dirigentes que contribuyeron a la intervención judicial de los partidos políticos por parte del régimen. Hay dirigentes con nexos preocupantes con sectores financieros asociados a la boliburguesía, y por ende, a negocios turbios de lavado de dinero vinculados a la evasión de sanciones. Son realidades dolorosas, pues en muchos casos provienen de figuras políticas que durante años se vistieron como opositores, pero realidades al fin y al cabo.

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Los meses posteriores al domingo 21 de noviembre serán, desde mi perspectiva, de profunda reflexión para los partidos políticos que conforman lo que hoy llamamos “unidad” sobre la ruta política que debe seguirse para avanzar hacia la salida política del conflicto que por años hemos padecido como nación. Muchos alegarán que la solución pasa solo por “tener más unidad”. 

Pero esta unidad no puede ser un chantaje. Solo con memoria histórica y entendimiento sobre cuál es el norte que se persigue como propósito de las alianzas a formar y generación de reglas del juego transparentes para una toma de decisiones adecuada, se podrá consolidar una unidad eficaz que haga frente a los desafíos políticos que se avecinan en el mediano plazo. Ante la complicidad, las amenazas y la estrategia del régimen, las líneas rojas son necesarias.

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