• El escritor venezolano, residenciado en España, desanda los pasos que diera Hemingway por París para así elaborar una historia en la que mezcla ficción y realidad, y que se convierte en un tributo a la literatura, la memoria y el genio. Publicado por Kálathos ediciones, su libro París siempre valía la pena ya se encuentra disponible en plataformas digitales. Satisfecho con su trabajo, señala que siempre se busca más, algo siempre se puede hacer mejor: “Le sucede a cualquier escritor responsable de su escritura”

Seguir las huellas de un personaje como Ernest Hemingway es sumergirse en algo más denso que la palabra. Buscarlo en sus historias, descubrirlo en aquello que no dijo, y poder crear a partir de ese universo, tan mítico como honesto. El escritor venezolano Alejandro Padrón se propuso esta tarea hace varios años y, aunque acaba de publicar una primera parte, aún le quedan narraciones pendientes.

París siempre valía la pena es el título del libro que acaba de bautizar con Kálathos ediciones. Está disponible en librerías de España y en plataformas digitales, y forma parte de la colección de narrativa del sello editorial.  En sus páginas, un periodista que lleva por nombre Max Sterling va recreando la estadía del autor de El viejo y el mar en Francia: los lugares que visitó, los amigos que frecuentaba, lo que bebió y comió, las imágenes que iban construyéndose en su mente, sus excesos, sus sombras y sus más complejas ficciones. Aparecen en las líneas escritores como Gertrude Stein, Francis Scott Fitzgerald y James Joyce; así como escenarios en el Hotel Ritz y la librería Shakespeare and Company. Es un homenaje a París era una fiesta, la autobiografía del Premio Nobel de Literatura (1954) publicada de forma póstuma a mediados de los años sesenta. 

Alejandro Padrón está residenciado en Barcelona. Es economista por la Universidad de Los Andes, en Venezuela; y posee un doctorado en Economía por la Universidad de La Sorbona (Francia). Tiene varias novelas publicadas, entre las que están Mi padre el ausente (2010) y La ciudad incandescente (2011); libros de cuentos como Un cierto regreso (2004) y el libro de crónica Yo fui embajador de Chávez en Libia (2011).

A comienzos de este mes participó en la Feria del Libro de Viena, además trabaja en diversos proyectos de escritura. “París siempre valía la pena forma parte de una trilogía. Ahora estoy por terminar la segunda de las novelas que la integran. Pero en esta oportunidad Hemingway es un hombre mayor que regresa al París actual. Y no cuento más, porque los proyectos se empavan cuando uno comienza a hablar de ellos”, expresa desde Calella, vía correo electrónico, en exclusiva para El Diario.

París siempre valía la pena de Alejandro Padrón

—¿Cuándo se empezó a gestar en usted la idea de esta novela?

—Sabía que el material acumulado y las lecturas hechas sobre el personaje apuntaban a algo parecido a una novela. Leí cuanto cayó en mis manos sobre la estancia de Hemingway en París y de quienes escribieron sobre el mismo tema. Tomé notas, vi documentales sobre el personaje, escuché entrevistas, leí testimonios de sus hijos, nietos y un par de buenas biografías para empaparme de este polémico y aventurero escritor. Comencé de una manera fragmentaria a escribir ciertos pasajes aislados de la novela, redacté episodios importantes sobre mi personaje, pero me di cuenta de que algo no funcionaba. Precisamente fue en ese viaje de vuelta a Francia cuando al releer la nota de París era una fiesta, surgió la idea principal. En ese momento tuve la convicción de haber encontrado la forma de narrar mi novela. 

—¿De qué elementos de la vida del escritor se nutrió su investigación durante el proceso de elaboración?

—A partir de los elementos dejados de lado por Hemingway, comencé a investigar y a escribir. Entre ellos, él mencionaba específicamente: las peleas de boxeo en el estadio Anastasia; los entrenamientos y las grandes peleas a veinte asaltos en el Circo de Invierno; los grandes momentos vividos con pintores como Joan Miró, Mike Strater y André Masson o con los amigos Bill Bird y Charlie Sweeny; los viajes que hiciera al Blake Forest o a los bosques alrededor de París. Estos aspectos no contados por el autor fueron investigados por mí —y otros que inventé—, me permitieron escribir un libro diferente. Fue una investigación de algo más de tres años, que me llevó averiguar el contexto de la década de los veinte, relativo a la moda, la música, el mundillo bohemio e intelectual de la época, los talleres y reuniones de los artistas en Montparnasse y la situación política de postguerra, así como el derrape que ocasionó en París una libertad desenfrenada por la ausencia del conflicto bélico que llevó a tildar ese período como “los años locos”.

—¿Por qué toma de Hemingway precisamente  París era una fiesta para rendir este homenaje?

—Cuando la escritura de un autor me atrae tengo por costumbre leer su obra y hurgar en ella hasta verle los huesos. En mi adolescencia había leído algunos libros de Hemingway: Fiesta, Adiós a las armas y El viejo y el mar. Un día me encontré en una librería con París era una fiesta, y me atrapó esa suerte de pequeñas memorias sobre el París de aquellos tiempos. Pero fue después de muchos años, al viajar a esa ciudad para realizar un doctorado, cuando retomé su lectura y apareció la idea de que con esas memorias tenía la posibilidad de hacer un documental. Frecuenté los lugares que solía visitar el escritor americano. Tomé fotografías, grabé videos y esbocé unas notas de lo que iba documentando. Después de haber acopiado un valioso material sobre el tema comencé a pensar que me atraía mucho más escribir un libro que hacer cine, pero no tenía claro cómo iba a construir la historia. 

—¿Cómo contar lo que Hemingway  no dijo en sus libros? ¿Cómo se habla a través de esos silencios, que vio en ellos?

—Fue una idea afortunada la que surgió de la relectura de la nota introductoria a sus pequeñas memorias. A partir de las diversas situaciones enumeradas por Hemingway, pero dejadas de lado por él, inicié una investigación que me llevó un buen tiempo. A medida que avanzaba la construcción de mi novela se volvía más interesante. Sin embargo, esta era apenas una parte fundamental de lo que buscaba. La obra de Hemingway le planteaba un reto a mi escritura. Las exigencias de mi novela implicaban absorber la brevedad y pulcritud de su narrativa y una cierta sintaxis que necesitaba para algunas partes de mi texto. Insistí mucho para que varios pasajes de mi manuscrito se parecieran a la escritura de Hemingway por razones de conveniencia. En cuanto a los silencios de los que hablas en la segunda parte de tu pregunta, te diré que la narrativa de Hemingway está llena de ellos, y como se sabe, a veces o muchas veces, dicen más que las propias palabras, sobre todo en sus relatos. Esto también lo tuve en cuenta y me ayudó bastante.

—¿De qué herramientas se valió para decir algo distinto sobre un autor del que se ha escrito tanto?

—Tu pregunta es pertinente. Fue la misma que yo me hice cuando tenía el material para redactar la novela. Sabía que casi todo estaba dicho sobre Hemingway. Resultaba intrascendente escribir una nueva biografía cuando había al menos  dos o tres muy buenas o un diario o una ficción, para repetir cosas que el mundo literario ya conocía. Fue allí, y esto lo engarzo con la pregunta anterior, cuando comencé a pensar en la forma de narrar mi historia. La nota introductoria de París era una fiesta me dio la gran idea. Fue una luz, un ángel que me regaló esa forma de cómo iba a superar aquel atasco de años sin poder dar con ella. Lo demás vino por añadidura, porque ya lo esencial se había manifestado.

—¿Cuál cree que es el poder del diario para dejar constancia de una vida?

—En principio, un diario tiende a preservar la memoria de una época y el contexto en el que se mueve el diarista con su obra y sus reflexiones sobre el acontecer del día a día. Dar cuenta de la cotidianidad, anotar desde las cosas más simples o importantes que le acontecen a un ser —porque la vida está llena de esos vaivenes, de cosas complejas e insignificantes que tienen un sentido, por algo suceden—, ofrecen un testimonio invalorable para comprender a los seres humanos y su momento histórico. Los diarios no solo documentan aspectos íntimos del escritor o del artista que terminan radiografiándolo, sino, además, permiten revelar el espacio cultural, político y social de una sociedad en particular. Los diarios indagan a profundidad, no solo la personalidad y la obra de un artista, sino también dan a conocer sus contemporáneos y sugieren pistas a las generaciones venideras para ayudar a comprender su personalidad y valorar su obra. Un diario llevado así no miente, complementa y profundiza en el conocimiento.

—¿Qué ha descubierto (o redescubierto) al desandar los pasos de Hemingway por París? 

—Una ciudad que desconocía, la del mundo intelectual de ayer donde aquellos espacios visitados por el escritor de El viejo y el mar aún permanecen intactos, como la panadería Grace Coeur, en la parte chic del bulevar de Montparnasse donde el escritor compraba el pan de cada día. Pero, sobre todo, el respeto, el cariño y la admiración que sienten por Hemingway en París. También, las personas jóvenes o viejas que trabajan en los lugares donde estuvo el escritor americano, que respetan su memoria y sienten por él un afecto especial. Percibir que una ciudad y sus instituciones valoran la estadía y la labor creativa de un escritor, como lo fue el joven Ernest Hemingway de aquella época, resulta encomiable y placentero.

—¿Por qué escoge a un periodista para recrear la estancia de Hemingway en París?

—Es una estrategia literaria para resolver un problema narrativo. Yo necesitaba una voz que acompañara a Hemingway en esos años y diera cuenta de sus grandes omisiones. Max Sterling es un personaje de ficción que resultaba indispensable. Alguien tenía que contar la historia que no había contado el escritor americano. Y ese alguien debía ser una persona cercana, un colega apenas un año mayor que él para que existiera una cierta ascendencia sobre Hemingway. Una suerte de alter ego que podía discutir, reclamarle a su amigo ciertos desmanes y comportamientos, porque el escritor norteamericano tenía sus sombras, sus debilidades e incoherencias. Y nadie más autorizado que un íntimo amigo periodista, y galardonado en Estados Unidos, para cantárselas en un momento dado.

—Ahora que París siempre valía la pena se ha publicado, ¿siente que encontró lo que estaba buscando con esta historia?

—En principio podría responder que sí, porque logré la forma de contar la historia como yo quería. Pero, siempre se piensa que ha podido ser mejor, uno nunca queda conforme con el resultado final. Y a medida que trascurre el tiempo nos damos cuenta de lo perfectible de nuestra obra. Es algo natural que le sucede a cualquier escritor responsable de su escritura. La aproximación a lo que se quiere o se desea conseguir con la obra terminada constituye una espiral cuyo vértice nunca alcanzaremos, pero eso lejos de amilanarnos nos estimula y obliga a escribir mejor para lograr un resultado cada vez más satisfactorio, desde el punto de vista estético. La insatisfacción literaria no es un karma es una virtud.

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