• Un joven de 15 años de edad llegó a uno de los lugares más codiciados y peligrosos del sur de Venezuela. Allí se quedó por 10 años, un tiempo en el que vivió momentos trágicos, llegó a la cúspide y cayó de golpe cuando perdió todo lo material que había ganado

“Cuando estaba estudiando no pensaba en las minas. Pero en el año 2013 me gradué y me fui, ya mi madre había fallecido y me quedé con mi papá, no tuve otra opción. Un padre no es como una madre”. Así comenzó Esteban su relato sobre los años que vivió en las minas del Parque Nacional Yapacana, en Amazonas, Venezuela.

Esteban no es su verdadero nombre. Pero la mayoría de los protagonistas que tienen de contexto la extracción minera piden el anonimato y esta no es la excepción.

Tras la pérdida de su madre, Esteban un día le dijo a su padre: “Me voy de aquí. Pero no sabía si irme para el centro (del país) o para el monte”. Llegó a la parada de autobuses a las 4:00 am y lo hizo sin decirle nada a su familia. En ese tiempo vivía en el barrio Monte Bello en Puerto Ayacucho, capital del estado Amazonas. 

2013 fue el año en el que murió el expresidente Hugo Chávez y Esteban recuerda que aún no se veía la crisis como ahora. Para él no fue una huida de la situación económica, fue más bien otra forma de llevar su duelo. Fue el lugar que encontró para refugiarse y allí se quedó por varios años.

El recorrido 

Esteban contó para El Diario que aquella mañana de 2013 llegó al Puerto de Samaripo y el pasaje para las minas costaba 25 bolívares. Salieron tarde y tuvieron que dormir en San Pedro del Alto Orinoco, al día siguiente llegaron a Atabapo. 

Relató que el viaje fue largo y debieron continuar por el río hasta llegar a Santa Bárbara, donde pernoctaron. Al amanecer viajaron y llegaron a Caño Maraya, una comunidad donde predomina el pueblo originario Uwottüja. 

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En los primeros días se enfrentó al arrepentimiento. Llevaba una semana sin hacer nada y sin percibir dinero, aunque se encontró con gente buena con la que salía de pesca y él los ayudaba con los oficios del hogar. Al poco tiempo conoció a un hombre colombiano, quien vivía con una mujer uwottüja, y con él dio sus primeros pasos en la extracción de oro cuando partió a la mina Maraya. 

La mina es lo único que ha conocido Esteban como espacio de trabajo y como lugar de vida adulta. Considera que “ahora es un sitio bonito”, pese a la deforestación y la precariedad en la que se vive. Sin embargo, hace unos años eran otras las condiciones. “Antes en las minas no había motos. Cuando llegué a Maraya los campamentos eran de plástico, no de lona como ahora”. 

El trayecto del Puerto Maraya hasta las minas es de aproximadamente una hora caminando. “Terminamos de caletear todo, las máquinas, la comida, el combustible, en puro catumare (una cesta grande que los indígenas llevan en su espalda). Había cuatro máquinas de indígenas uwottüja, y con la del colombiano que yo fui, se completaron cinco”.

En esas primeras dos semanas, Esteban se había enfermado de paludismo y el patrón le dio la tarea de ser el “guachimán, quien informaba por radio la cercanía de algún helicóptero y daba aviso a los caleteros para que guardaran todo”.

Minas Puerto Morganito
En la actualidad las embarcaciones para las minas salen del Puerto de Morganito | Foto: Madelen Simó

“Pensaba que era como sacar fruta”

Al mes de comenzar su jornada en las minas, este joven quería trabajar en las planchetas y ese fue su primer contacto con una máquina. Recordó que había recibido su primer pago, siete gramos de oro. “Nunca había tenido tanto dinero en mis manos”, expresó. 

Plancheta. Donde se ubican las máquinas que hacen los hoyos para sacar el oro. Allí se instalan algunos mineros para repelear; es decir, aplicar la técnica de extracción por bateo: tomar una batea (recipiente cóncavo de poca profundidad), llenarla con arena y gravilla que contiene oro, sumergirlo en el agua y agitarlo. El oro, al ser más denso que la arena, se asienta en el fondo de la batea.

Para Esteban todo era una sorpresa, a la que poco a poco se acostumbró. “No sabía cómo se sacaba el oro, pensaba que uno lo recogía como una fruta, que se recogía y se colocaba en un pote”. Pero el trabajo era forzado, tomaban la máquina a las 6:00 am y la entregaban a las 6:00 am del día siguiente. Solo descansaban luego de limpiar el oro.

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Explicó además que cuando se trabajaba con azogue (mercurio), el tiempo para limpiar el oro era de dos o cuatro horas, mientras que cuando el oro era puro se limpiaba rápido y se guardaba la máquina. 

La jornada continuaba en sacar la cuenta para ver cuánto era el porcentaje que le correspondía a cada uno de los trabajadores. Aunque a veces esto no sucedía, porque solo lograban extraer oro para pagar la comida y la gasolina. Finalmente, los trabajadores llegaban al campamento, comían y descansaban.

Esteban minas
Esteban mientras arregla unas palmas para una actividad | Foto: Madelen Simó. 

“La comisión del terror”

Entre los mineros es común escucharlos hablar de una situación que llaman “limpieza”. La describen como la llegada de las autoridades nacionales al territorio de la explotación minera para eliminar campamentos. Sin embargo, esto no se ha podido confirmar con fuentes militares.

En las historias conocidas por el equipo de El Diario, estos trabajadores lo han mencionado. Pero fue Esteban quien contó con más detalles una situación que vivió a los pocos meses de llegar a las minas y que describió como “la comisión del terror”.

A finales de 2013, el jefe colombiano decidió que se fueran para Moyo, una mina que estaba haciendo “bulla”, que estaba generando bastante mineral, tanto que se trabajaba de día y de noche, en dos turnos.

“Faltaban tres o cuatro días para terminar cuando llegó esa comisión. Estábamos trabajando y era mediodía cuando vimos un helicóptero, la gente corriendo y empezamos a caletear. Comenzaron a disparar, venían por aire y por tierra, eran aviones militares. Eso era plomo, el que caía, caía. Eso no era que disparaban al aire nada más, eso era para el cuerpo de uno”, sostuvo Esteban.

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Aseguró que en ese evento cayeron indígenas y criollos, niños y mujeres, colombianos y venezolanos. “Toda esa tarde se escucharon disparos y la presencia de los militares del Ejército venezolano duró por casi tres meses”.

Según Esteban, al menos mil personas abandonaron las minas, otros como él se quedaron. Después de este suceso fue cuando llegaron los grupos irregulares. 

“Claro, veían gente morir. Más que todo caían indígenas. No sé cómo se comunicaron, pero hicieron reuniones. Pidieron que desalojaran la mina porque la situación iba a terminar en conflicto, que dejaran que la gente saliera tranquila de las minas”. El alegato de las autoridades era que todo se trataba de “una orden”. 

Al respecto, el 15 de agosto de 2016, un grupo de personas y organismos representativos del estado Amazonas presentaron un informe sobre la corrupción militar en la zona. En el mismo precisaron: “Las autoridades militares propician que las cosas se hagan de manera ilegal para luego ellos ‘poner el orden’ y así se adueñan y administran regiones y renglones económicos de Venezuela. En Amazonas están actuando de esa manera y con los guerrilleros colombianos como socios”. 

Los roles

Esteban explicó que una máquina para extraer oro tiene cinco cúpulas y requiere de cinco personas. “Es como si fuera una profesión, cada persona tiene experiencia en un área. Estaba el biquero, el maraquero; yo no sabía nada y era del grupo de los basureros”.

El maraquero es el que va mandando todo para la caja de la máquina, donde se concentra el oro. El biquero es quien va tumbando el terreno con el chorro de agua. El basurero es quien va limpiando todo, el que va halando las raíces.  

Esteban hizo carrera como minero. Cuando se cansó de ser basurero, lo enviaron a la maraca y aunque lo regañaban mucho, aprendió y se dedicó a ser maraquero. Luego probó como biquero, y con el tiempo comenzó a organizar su propio grupo. 

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Su rutina era trabajar en la máquina hasta terminar. “Después, bueno uno es muchacho, me iba a la currutela, que es como un burdel, donde se toma cerveza, se juega pool, tejo y otros juegos”.

Dos días navegando por el Orinoco se puede tardar para llegar a las minas. Foto: Madelen Simó.
Dos días navegando por el Orinoco se puede tardar para llegar a las minas | Foto: Madelen Simó. 

En caída libre 

Desde el año 2018 Esteban vivía en pareja con una mujer mayor que él. Había comprado una máquina, ya no trabajaba para otros. Pero los compromisos eran mayores y no le estaba dando resultados, al punto que, según relató, él y su pareja debieron comer solo sardinas durante un año. 

En el tiempo que ganó dinero le enviaba a su familia de Puerto Ayacucho. “Pero también estaba en la vida de los alegres, no de mujeres sino de los amigos, la rumba y el alcohol. No me importaba nada, yo no pensaba ni volver por aquí (Ayacucho)”, recalcó.

A inicios del año 2020 logró una extracción grande de oro, seis kilos. Montó un negocio de abastecimiento en las minas, compró una embarcación llamada “Voladora”. Pero seguía tomando mucho licor, su mente se quedó en resolver lo inmediato y nunca pensó en invertir comercialmente en Puerto Ayacucho. 

Tras extraer seis kilos de oro viajó hasta Inírida (Departamento de Guainía Colombia) para vender el oro y tuvo que esperar varios días para hacer las transacciones. “Eran más de 600 millones de pesos colombianos, en ese tiempo el gramo de oro estaba en 125.000 pesos”. 

A Esteban la pandemia lo sorprendió en Inírida, en donde debió quedarse por más de un mes y se gastó varios millones de pesos. Además, había cancelado la mercancía que tenía en las minas y otras deudas pendientes. Cuando regresó al campamento, su pareja se había gastado todo y tenía otro marido. Volvió a Puerto Ayacucho en agosto de 2020.

Cuando se le preguntó: ¿Qué crees que te ha dejado la mina? Esteban aseguró que sí le dejó algo, pero no supo administrarlo. Por eso, su mente seguía en las minas y el 8 de diciembre retornó a lo único laboral que conocía.

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