• El panorama antes de 2018, cuando la llegada de venezolanos se disparó exponencialmente, era completamente diferente al actual, para emprender o los gastos cotidianos de un asalariado. La inflación y el dólar no han parado de aumentar

En la Ciudad de Buenos Aires es común cruzarse con alguna tienda de venezolanos que ofrezca productos de su país, como el queso blanco, el té en polvo o la malta. Otros tienen sus propios restaurantes. La escena se repite en lugares como el microcentro porteño o los barrios de Recoleta, Caballito o San Telmo. Son quizá los más fáciles de notar a simple vista, pero no se trata del único rubro por el que apuestan. 

Mayte Pacheco tiene en su perfil de Instagram más de 3.000 seguidores. Utiliza esta plataforma como portafolio para compartir con el resto del mundo los tatuajes que inmortaliza en la piel de sus clientes. A sus 24 años de edad, es miembro, con otros tres compañeros argentinos, de un equipo que se abre espacio en la movida tatto de la ciudad. Atienden en un taller ubicado en el barrio de Palermo, famoso por su estilo bohemio, calles empedradas, murales pintorescos y bares y restaurantes. 

La vida de Mayte no siempre fue así. En 2016, cuando tenía 18 años, soñaba con estudiar Diseño Gráfico en su natal San Cristóbal, capital del estado Táchira. Se le hacía cuesta arriba. La carrera no se impartía en las universidades públicas, por lo que le tocaría pagar un instituto privado o inscribirse en Mérida, donde tendría que rebuscárselas para cubrir el alquiler. A su situación personal se sumaba la colectiva de un país cada vez más deteriorado por una crisis política, económica y social.

 “Vi cosas terribles, tuve amigos presos, otros heridos con perdigonazos. A algunos los robaban yendo a clases. Y a eso había que sumarle la crisis de transporte y la escasez de comida. Vi todo eso y solo pensaba ‘no quiero quedarme acá’”, contó Pacheco para El Diario. 

Así, “sin saber nada de la vida”, como ella misma reconoce, se mudó a Quito, capital de Ecuador, donde aspiraba poder cumplir sus metas. Primero trabajó en una fábrica de zapatos para bebé, luego como mesera en un restaurante de sushi. El costo de las matrículas universitarias, en esas condiciones, era inasumible, sin que por ello perdiera interés por el dibujo o la tinta.

 En esa ciudad se hizo su primer tatuaje. No sabía que la estaba pintando un novato. Lo notó cuando vio un resultado final que no era el apropiado. En la búsqueda de otros tatuadores que la repararan, casi enseguida congenió: en el lugar la aceptaron como aprendiz —ad honorem— y en los siguientes ocho meses fueron preparándola para el manejo de las máquinas, la higiene y todo lo relacionado con el oficio.

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Dos años y medio después, de nuevo sola, apostó por cambiar de país. De Ecuador viajó en autobús hasta Argentina, adonde llegó con ahorros, un nuevo quehacer y experiencia para emprender, primero, su marca personal como tatuadora, y luego, con aliados, un proyecto.  

Como otros colegas, sus primeros clientes fueron amigos y compañeros de la residencia donde se hospedó. Seis meses después abrió su primer estudio privado para recibir a sus clientes, ahora sí, en plenas condiciones. De esa manera comenzó un periplo, por sus cambios de sede, a través de distintos paisajes de la geografía porteña: la avenida 9 de Julio, la avenida Callao, el barrio de Villa Crespo. Las ventajas de construir una cartera a la que se puede poner al tanto de novedades por redes sociales o WhatsApp. Los riesgos de emprender por sí misma, jugándosela en cada movimiento. 

Los tatuajes como expresión de arte

Es una sensación muy bonita dejar algo en una persona. Entender por qué se tatúan, el simbolismo que tiene para cada uno. Como tatuadora, quieres ayudar a que la gente se comunique. Es un puente visual, algo que el otro va a llevar para siempre y te deja en sus manos para ejecutar esa idea. Me siento como intermediaria de la expresión de la gente”, describe Mayte sobre lo que para ella significa su oficio.

“Ahora llegué aquí. Me interesó el lugar, entré, hablé con los chicos. Vieron mi trabajo, les conté de mi proceso y me abrieron las puertas. Estamos juntos para crecer, nutrir la cuenta del estudio y apostarle a nuestra expresión”, apostó. 

La historia de Mayte dista casi en todo a la de Adonis Luis Stirpe. Oriundo de Catia, al oeste de Caracas, vino a Argentina en marzo de 2017. Tenía un hermano que llegó a Buenos Aires hacía varios años. En el transcurso del tiempo, la familia se reunificó y hoy son más de 10 parientes, entre su madre, otros hermanos y tíos. 

En 2016 Adonis incursionó en el oficio de la barbería, que le sirvió para trabajar cuando estaba recién llegado, y poco después, para montar los cimientos del negocio familiar, ubicado en la frontera que divide a los barrios de Belgrano y Palermo. 

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“Trabajé en una barbería cerca de acá. Fui encargado. Vi cómo funcionaba. Le planteé la idea a dos hermanos, que ya tenían tiempo en Argentina y algo de dinero. Hicimos proyecciones, compramos las sillas, los equipos y arrancamos”, explicó Luis Stirpe a El Diario.

Lidiar con la “locura argentina”

Entre los años 2018 y 2019, cuando llegó la mayoría de los venezolanos que hoy residen en Argentina, el panorama económico era distinto al actual.

En 2016, cuando arrancó el gobierno de Mauricio Macri y la coalición Cambiemos, el dólar se cotizaba a 16 pesos, sin control de cambio ni mayores limitaciones para que cualquier persona, en un banco o casa de cambio, adquiriera divisas.

En 2019, sin embargo, el dólar trepó hasta los 60 pesos. Y el panorama se oscureció más todavía cuando Cristina Fernández de Kirchner retomó la Casa Rosada como vicepresidenta de Alberto Fernández, para imponer severas restricciones por las cuales, al momento de escribirse este trabajo periodístico, el dólar oficial se vende en 112,50, que se elevan hasta 186 por impuestos que lo encarecen en 65%.

Llegada exponencial de venezolanos

Entre los años 2018 y 2019 se otorgaron 383.599 radicaciones a migrantes venezolanos, equivalentes al 35,3% de las otorgadas en ese periodo por la Dirección Nacional de Migraciones según el informe La migración reciente en la Argentina entre 2012 y 2020 (noviembre 2021). nnSi el número se divide por la mitad, puesto que la mayoría consigue primero una residencia temporaria, que dos años después pasa a permanente, deja al descubierto que en solo dos años llegaron más de 100.000 de los casi 200.000 que se estima viven hoy en Argentina.n

Entre los años 2018 y 2019 se otorgaron 383.599 radicaciones a migrantes venezolanos, equivalentes al 35,3% de las otorgadas en ese periodo por la Dirección Nacional de Migraciones según el informe La migración reciente en la Argentina entre 2012 y 2020 (noviembre 2021). 

Si el número se divide por la mitad, puesto que la mayoría consigue primero una residencia temporaria, que dos años después pasa a permanente, deja al descubierto que en solo dos años llegaron más de 100.000 de los casi 200.000 que se estima viven hoy en Argentina.

El paralelo, a su vez, no ha bajado de 200 en 2022, con récords de hasta más de 220 en enero.

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Con una inflación de 50% en 2021 y una de las cargas impositivas más fuertes del mundo según el Banco Mundial, los emprendedores surfean en medio de una ola que por momentos parece llevarse consigo a la economía.

“Cuando abrimos la barbería, en marzo de 2019, cobrábamos el corte a 250 pesos, que equivalían a unos 15 dólares al cambio. Ahora cobramos 800, unos cuatro dólares si lo conviertes al paralelo”, contrapone Luis Stirpe.

Reconoció que con este contexto sería descabellado intentar retomar los precios de antaño, pues muy pocos clientes, a su juicio, estarían dispuestos a pagar 5.000 pesos por cortarse el cabello. Menos si el aumento se produce de golpe, de un mes para el otro.

Pacheco nota el contraste, especialmente si contrapone a Buenos Aires a Quito. “En Ecuador el tatuaje más barato puede rondar 35 o 40 dólares y aquí, unos 4.000 pesos (19 dólares al paralelo)”.

En cuanto a los más costosos, el total resulta del total de sesiones que requiera el trabajo. Cada una, apunta, puede rondar entre 10.000 y 15.000 pesos según la complejidad y tamaño de la obra. En Ecuador, con mucha menos experiencia, llegó a cobrar 100 dólares como tarifa más cara. Al igual que Luis Stirpe, toma en cuenta el contexto económico: “Una sesión por 22.000 pesos no la cobro acá”.

Advierte, eso sí, que hay tatuadores que entre su experiencia y el ser reconocidos, entre otras cuestiones, pueden tasar sus sesiones hasta en 50.000 pesos.

“Es un país con muchos buenos tatuadores, cultura de tatuajes, que puede llegar a ser relativamente barato para quienes vienen de afuera”, añadió.

Deslizarse en medio de la “tormenta”

Más allá de la turbulencia que pudieran sentir con respecto a sus emprendimientos, ambos coinciden en sentirse bien en Argentina.

Para Mayte se trata de un lugar en el cual ha cumplido, poco a poco, sus metas: estudia Diseño Gráfico en la Universidad Argentina de la Empresa (UADE), que ha podido costearse —es privada— gracias a su trabajo.

Valora, además, el estilo de vida que lleva en Buenos Aires: “Es un excelente lugar para crecer. Espiritualmente, culturalmente, personalmente. Hay muchas posibilidades. Para nosotros, que venimos de la realidad venezolana tan venida para abajo, hay un contraste. Aquí siempre hay oportunidades para aprender, ir a una biblioteca, ver una muestra, un evento”. 

Cuando vivió en Quito, confiesa, cambió su acento venezolano como víctima de xenofobia. Tuvo clientes que se negaron a dejarse tatuar “por una veneca”. No guarda, sin embargo, rencor alguno. De hecho, tiene en sus planes regresar para visitar amigos que hizo allí, y que de vez en cuando le escriben y la llaman para ponerse al día.

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A la pregunta de si tiene algún temor de que la crisis empeore, remarca que la mejor respuesta es dar lo mejor de sí misma cada día y estar atentos a las oportunidades que puedan surgir.

Hay que jugársela. He visto venezolanos atados al pasado, a la nostalgia, y eso los cierra a muchas posibilidades que solo brindan cuando te abres a una nueva cultura. La integración, al final, se da para quien quiere. La interculturalidad, la integración, es el valor que tenemos que cultivar porque en todos lados hay cosas buenas y otras que quizá no lo son tanto”, meditó.

La familia Stirpe, en su caso, supo adaptarse para no ser arrastrados en medio de la tormenta. Justo antes de que estallara la pandemia de covid-19 habían rentado el local que está al lado de la barbería. Inicialmente querían ofrecer servicios de peluquería femenina. Con el contrato ya firmado, las restricciones les impedía abrir para atender al público. Fue entonces cuando comenzaron a despachar productos venezolanos como la harina de maíz para arepas, refresco de colita, papelón, papelón con limón u otras chucherías.

Ahora, un cartel vinotinto con un dos mates, uno con bandera argentina y otro con la venezolana, decoran la fachada de Re Panas, en cuyo piso superior funciona la peluquería.

“Dicen que Argentina baja y sube, baja y sube. Nosotros lo hemos visto en picada. A veces uno se pregunta si esto terminará como Venezuela, es algo que nos tiene pensando porque venimos de algo muy feo y no quisiéramos que pasara lo mismo”, reflexionó.

Indicó que por el aumento del dólar, desde el exterior para quienes facturan en pesos la inflación hace que ciertas cosas parezcan caras. Con todo, a él y a los suyos no les falta nada y por el momento, aunque no tenga previstas más expansiones, coincide con Mayte sobre lo que ha sido su estadía en el Sur.

“Estamos cómodos. Uno tiene a su familia, sus negocios, su estatus legal. A veces me dicen que defiendo mucho a Argentina, pero es que acá he hecho y logrado muchas cosas que jamás pude hacer en Venezuela. Desde que llegué todo ha sido crecer, crecer y crecer”.

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