- A propósito del Día Internacional de la Visibilidad Trans, distintas personas compartieron sus experiencias para el equipo El Diario sobre cómo las barreras que impone el Estado venezolano limitan el libre desenvolvimiento y desarrollo de su personalidad. El derecho a la identidad es la principal consigna en las convocatorias que reunieron a activistas en Caracas | Foto: Foto: Abrahan David Moncada
Un grupo de personas y organizaciones civiles se prepara para salir a la calle en medio de un caluroso día en la capital de Venezuela. Son las 9:00 am y se empiezan a concentrar en la plaza Caracas. Hay voces invisibilizadas que quieren ser escuchadas. La imagen se repite, más tarde, en Chacaíto, al este de la ciudad, y en otros estados como Zulia y Mérida.
Llegan maquillados, con carteles o solo asisten para brindar apoyo. Sus pancartas tienen consignas claras y exigencias que, a la fecha, continúan siendo una deuda ante el Estado y la sociedad. La comunidad trans venezolana conmemora el 31 de marzo el Día Internacional de la Visibilidad Trans, entre miedo, rabia y alegría, pero sin identidad, con la esperanza que la situación cambie en lo sucesivo.
Las miradas se cruzan en el panorama dominado por el sol. Los transeúntes ríen, señalan, curiosean sobre lo que en esa plaza ocurre y, en el mejor de los casos, aplauden o preguntan qué sucede. Ellos están dispuestos a no callar más, por sus vidas, por los que no están y por los que les tocará enfrentar el adoptar una identidad ajena a la aceptada socialmente.
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Por la identidad trans
“En lo legal seguimos igual; en lo social, hemos visto que la situación ha cambiado un poco. Que nosotros estemos aquí y no nos hagan nada, ya es mucho. Las generaciones anteriores a nosotros sufrían. A las chicas trans les lanzaban tomates u otros objetos. En la actualidad la sociedad está un poco más abierta”, relata Kelly Bradley, de 44 años de edad.
Bradley considera que Venezuela no es un sitio seguro para las personas trans. No se les reconoce su identidad, por lo que, comenta, si llega a ocurrir un feminicidio de una mujer trans, no es contabilizado o echado al olvido con un nombre y un género que esa persona nunca quiso. Kelly, y muchos otros como ella, no tiene cédula de identidad que refleje su género ni la posibilidad de cambiarlo.
“Cuando voy a buscar empleo se me hace difícil. No nos dan empleo por la imagen, por la transfobia. Somos discriminadas con burlas y críticas que nos hacen a diario, como el bullying y el maltrato. Si se aprobara que somos hombres y mujeres transgénero ante la ley, la situación cambiaría”, indica Bradley.
Más adelante, en la plaza Caracas, se encuentra Logan Cordero, de 20 años de edad, quien se considera fuerte, creativo, capaz y válido. Al igual que Kelly Bradley, uno de los ámbitos más complejos siendo trans en Venezuela es el conseguir un trabajo. Su principal motivación es apoyar espacios que ayuden a visibilizar vidas como la de él. Se dedica al arte plástico y el maquillaje y revela que uno de los momentos más difíciles que le ha tocado vivir es el rechazo familiar.
Para Logan, hay que hacer un mayor esfuerzo, pues en estos temas LGBTIQ+, sobre todo la comunidad trans, el país es uno de los más atrasados en la región. Reconoce que muchas personas trans no salen por miedo, pero invita a activar espacios que brinden visibilidad. Mientras tanto, él sigue su camino, maquillado de azul celeste, rosa y blanco. Los comentarios negativos en redes sociales y de sus familiares no lo detienen.
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Ejemplos para empezar sobran
A la plaza Caracas también llegó la abogada y diputada de la Asamblea Nacional electa en 2015, Tamara Adrián. Comenta que el reconocimiento de las personas trans en Latinoamérica, sin necesidad de operaciones genitales, ni requisitos patologizantes existe en países como México, Costa Rica, El Salvador, Colombia, Ecuador, Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Uruguay, Perú. Solo faltan en Suramérica Venezuela y Paraguay.
Explica que, por ley, cualquier venezolano puede cambiar su nombre, pero el Consejo Nacional Electoral (CNE), utilizando “argumentos transfóbicos”, niega ese derecho. Para ella y para muchos otros, el mundo ha cambiado. Por lo que hay necesidad de dar respuesta a las solicitudes de las personas en un nuevo contexto, como el derecho al matrimonio igualitario.
La abogada explica que hace 25 años no se hablaba sobre el tema, pero en la actualidad, con la contribución de los medios de comunicación, las redes sociales e incluso la participación de la comunidad LGBTIQ+, presente en películas o series, permite visibilizar una nueva conceptualización del colectivo, y, por ende, los niveles de aceptación. Pero considera que aún hay mucho trabajo por hacer.
Tamara Adrián señala que una sociedad que margina y discrimina, es una sociedad injusta, que afecta también en lo económico. No hay posibilidades de integración. Una sociedad “chucuta”, según su definición. Venezuela, a su juicio, está llena de barreras que limitan el desarrollo personal, lo que afecta el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sustentable, establecidos por la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
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Otro papel para archivar
A las 12:00 pm, en el centro de Caracas, la abogada Richelle Briceño acude al cúmulo de personas que se concentraba a un lado del busto de Bolívar. Entregó un documento ante el CNE con exigencias, marco legal y otra serie de especificaciones. Buscan que se les permita cambiar el nombre. Cuestiona que a personas no trans se les permita hacerlo y a ellos no.
La misma escena se ha repetido durante los últimos meses frente al Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), ante el Ministerio Público y la Asamblea Nacional, sin éxito alguno en los objetivos planteados por la comunidad LGBTIQ+. A pesar de eso, Briceño invita a resistir e insistir. Dice, ante el grupo de personas, que la lucha es ante un Estado “patriarcal”.
Como en otras ocasiones, deben asistir a nuevas reuniones luego, en las que, no suele llegarse a ninguna acción en concreto. Durante la concentración en la plaza Caracas la gente grita al unísono, luego de la intervención: “¡y dónde está, y dónde está, los funcionarios que juraron igualdad!” Ante la mirada de personas ajenas a lo que allí ocurría.
Del otro lado de la ciudad, en la plaza Brión de Chacaíto, continúa la tarea de exigir, no solo derechos ante el Estado, sino también respeto ante la sociedad. Para Tristán Key, un joven activista trans, de 19 años de edad, las actitudes del “archivar” o “dejar para luego” hace que se vulneren sus derechos humanos. Al igual que otros, no se siente seguro siendo trans en el país.
Él empezó a exteriorizar su identidad durante el inicio de la pandemia por covid-19, afortunadamente, asegura, pero siendo activista a través de redes sociales recibe comentarios de odio y transfóbicos. A pesar de eso, reúne fuerzas para apoyar a otros que son excluidos por ser quienes quieren ser en sus hogares o el trabajo.
Él cree que se debe educar a los organismos y funcionarios del Estado, para que puedan atender adecuadamente los casos de discriminación. Tristán se define como un hombre valiente, libre y dispuesto a ayudar a las personas. Da el ejemplo y educa, pues a sus 16 años de edad, cuando se aceptó como un hombre trans, hubiese deseado tener educación sexual y de género adecuada que le evitara malos ratos.
Las barreras internas también limitan
Pasada la 1:00 pm la convocatoria de Chacaito reunía a una veintena de personas con pancartas y tizas, con las que escribieron en el suelo de la Plaza Brión sus exigencias. Jessica Herrera, de 21 años de edad, es una de las que se acercó. Es traductora, profesora de idiomas y en sus tiempos libres hace activismo trans. Como muchas otras ha sentido la discriminación, como cuando asiste al Servicio Autónomo Integral de Migración y Extranjería (Saime) y se le solicita que se retire la peluca, el maquillaje y los accesorios para poder gestionar su documento de identidad.
“He tenido muchos casos de discriminación en distintas facetas de mi vida. A la hora de buscar alquiler me rechazaron por ser una chica trans. Unos me dijeron que solo aceptaban ‘gente seria’. En otros sitios me han hecho inspección corporal por tener un ‘aspecto sospechoso’, mientras se me obligó a decir si era hombre o mujer”, expresa Herrera.
Al igual que Kelly, Logan y Tristán, cree que se deben promover espacios de activismo como ese para concientizar al respecto, así como educar sobre temas LGBTIQ+. A los jóvenes que viven una situación en las que, debido a su contexto, no pueden exteriorizar su identidad de género, les recomienda paciencia y acudir a grupos de apoyo trans.
La activista Prissila Solórzano invita al colectivo LGBTIQ+ a organizarse, considera que el trabajo en conjunto y de apoyo, como el que menciona Herrera, permite que se avance en el área. Le agrada la población juvenil, que vive la sexo género diversidad con libertad, a pesar de las circunstancias; cuestión que no era bien vista durante su juventud.
“Basta de divisiones políticas, no nos funciona, porque si nos ponemos en ese plan no llegaremos a algún lado. El trabajo es exigirle al Estado y sus funcionarios que hagan su trabajo. Solo nos utilizan en épocas electorales. Es buscar hacer presión a quienes están en esos espacios para poder lograr algo. Esto no es un lujo, son derechos, porque somos personas y necesitamos desenvolvernos dentro de la sociedad, sobre todo las personas trans, quienes somos los más afectados”, concluye Solórzano.
Las convocatorias en Caracas y en el resto del país por el día de la visibilidad trans terminan al caer el sol. En Chacaíto cierran, no con consignas, sino intercambiando historias y vivencias entre personas trans, que, aunque no se conocen, comparten los actos de discriminación hacia ellos y esperan con ansias que su identidad se reconozca legalmente en Venezuela. Mientras tanto los transeúntes continúan su rumbo y se acercan a ver qué sucede. Quizás el mensaje llegó.
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