• Dos cellistas venezolanos y un guitarrista argentino dejaron todo de lado para ganarse la vida con sus instrumentos, con todos los sacrificios que conlleva

En la Ciudad de Buenos Aires la gente se acuesta tarde. La vorágine se apodera de la noche a partir de las 9:00 pm, que es cuando se ven a más grupos en el Subte (Metro) o en el colectivo trasladándose al bar, el teatro o donde sea que hayan acordado reunirse. Que alguien planifique una cena a las 7:00 pm, como mínimo, generará extrañeza. ¿Cómo va a ser tan temprano? De ahí que los distintos eventos culturales comiencen, incluso, a la medianoche. Y que haya barrios (lo que en Venezuela serían zonas o urbanizaciones) en los que la actividad no pare las 24 horas.

Es parte de las costumbres y la identidad porteña, con una banda sonora que no solo abarca al tango y la cumbia, sino que también tiene su rock nacional, con exponentes de la talla de Gustavo Cerati y Soda Stereo, Charly García, Luis Alberto Spinetta o el Indio Solari, por mencionar solo a algunos de los más reconocidos. Sus temas, durante el día, acompañan en el transporte público, cadenas de supermercados, café; y a la noche, dondequiera que haya cerveza y algo para picar.

De ese catálogo local, mezclado con temas de bandas de renombre mundial como Coldplay, Red Hot Chilli Peppers o Deep Purple, Cellophilia toma clásicos de toda la vida para presentarlos de una manera fresca, diferente, gracias a la combinación de sus dos cellos y una guitarra, que complementan, en ocasiones, con una pequeña pista que puede sumarles batería o teclado para redondear su puesta en escena.

Esta noche deciden abrir con “Seguir viviendo sin tu amor”, de Spinetta. De arranque pudiera parecer suave, pero va a tono con una noche fría y de lluvia, con las hojas de los árboles en el suelo como señal de bienvenida para el otoño. Avanzan, luego, con “Rezo por vos”, de Charly García. A continuación suben un poco los decibeles con “Californication” y a medida que desarrollan su presentación suenan piezas como Seminare”, de Serú Girán —con pasajes instrumentales que abstraen a quienes fueron jóvenes en las décadas de 1980 y 1990 e impresionan a los más jóvenes que los descubren— y “Smoke on the water” de Deep Purple, y “Viva la vida” de Coldplay. Sobre el final, “Toxicity” de System of a Down, provoca una catarata de aplausos, tras casi hora y media entre melodías.

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Este viaje musical, que hoy los trajo a un bar en el barrio de Palermo, bien pudo haber transcurrido bajo el sol en algún parque, plaza, o a bordo de un vagón de subte o tren. Así es como cada día este trío, compuesto por los cellistas venezolanos Jesús Gómez y Ángel Esteban, junto con el guitarrista argentino Manuel Filgueira, intentan, por un lado, darse a conocer, y por otro, ganarse su sustento.

Viajar a la Argentina para vivir de la música

Cellophilia

Los tres integrantes de Cellophilia se conocieron en Buenos Aires y provienen de distintos lugares. Gómez se crió en San Juan de Colón, estado Táchira; Esteban es de Los Teques, capital del estado Miranda. Primero se conocieron ellos y luego sumaron a Filgueira.  

Pese a diferentes orígenes, comparten pensamientos y experiencias que han sido, en cada uno, muy parecidas a las del otro.

Jesús tiene 25 años de edad. A los 7 entró en lenguaje musical y desde los 10 comenzó con el cello, la misma edad que tenía Ángel cuando descubrió ese instrumento. Ambos, desde niños, estudiaron y se prepararon para que cuando fueran adultos pudieran dedicarse a la actividad que hasta hoy es la que más les apasiona.

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Hay, también, cierto paralelismo en el porqué decidieron probar suerte fuera de Venezuela: percibían que en Argentina encontrarían un lugar con una movida musical y cultural acorde para desarrollarse, y a la par, poder cubrir sus necesidades básicas de subsistencia.

“En Venezuela, tocando en dos orquestas, era complicado comer. Me alcanzaba para dos o tres bistecks a la semana, sin pagar alquiler porque vivía con mi familia”, recordó Esteban para El Diario.

Siente que su situación debía ser mejor laboral y económicamente, pues durante años estudió en el Conservatorio Simón Bolívar —ubicado en El Paraíso, al oeste de Caracas— donde se capacitó para tocar en orquestas de manera profesional. En paralelo cursaba Ingeniería Mecánica en la Universidad Simón Bolívar.

Tanto esfuerzo, sin embargo, quedaba apisonado por la crisis que atravesaba el país. “Si ya soy profesional, ¿cómo hago? ¿Cómo será dentro de unos años? ¿Será este el límite, mi techo?”, se preguntaba.

Jesús tenía las mismas percepciones. Pero cuando llegó a Buenos Aires no tenía su instrumento, que no había podido traer consigo. Le tocó, entonces, buscar trabajo en otros rubros, sin que las dificultades le sacaran de la cabeza la idea de ser músico. Así, tras un tiempo en cocina y otro en un supermercado, una vez adquirió un nuevo cello se lanzó al vacío para retomar su camino.

En esas estaba cuando en una fiesta de cumpleaños de una amiga, en junio de 2018, conoció a Ángel. Con el paso del tiempo comenzaron a asistir semanalmente a un club de música en Palermo, donde cada miércoles había tarima abierta para que el público, compuesto por músicos en su mayoría, fueran los que ambientaron el lugar con sus melodías.

“Si dejaba el supermercado no iba a tener asegurado algo para comer pero sí tiempo para salir a la calle y tocar. Empezamos a tocar en la calle y enseguida lo vi como un trabajo para vivir”, reflexionó Gómez.

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En esas estaba cuando en una fiesta de cumpleaños de una amiga, en junio de 2018, conoció a Ángel. Con el paso del tiempo comenzaron a asistir semanalmente a un club de música en Palermo, donde cada miércoles había tarima abierta para que el público, compuesto por músicos en su mayoría, fueran los que ambientaran el lugar con sus melodías.

Sacrificarlo todo por tocar

A Manuel, su guitarrista, lo conocieron en 2021, cuando la pandemia por covid-19 recién comenzaba a amainar. Aunque no tuvo que llegar desde otro país, en el último año y medio considera que también arrancó su vida desde cero.

Desde los 10 años de edad comenzó a tocar la guitarra. Cuando le preguntan cuál era su objetivo en ese entonces, reconoce que no era más que diversión, algo con qué entretenerse en su tiempo libre. A los 15, en plena adolescencia, entre los descubrimientos que le significaron el blues de Stevie Ray Vauglan y el rock de Charly García, algo ya había cambiado para siempre: “Fue probar algo mucho más poderoso que solo tocar. Bajaba canciones por Ares y mientras escuchaba entendía que me había marcado, que era lo que buscaba y quería hacer con mi vida de ahí en adelante”, recordó Filgueira para El Diario.

Aunque su familia lo apoyaba en su formación como guitarrista, hubo cuestiones de su crianza que en principio lo desalentaron a seguir sus sueños. “Asistí a un colegio católico muy tradicional, conservador. Nunca pensé que era posible dedicarse a la música. Me parecía una locura, por lo que no quería verlo más que como un hobbie”, expresó.

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Cellophilia

Esa postura le jugó malas pasadas en el futuro. Nunca se separó de la guitarra, pero se sentía infeliz por no tenerla de primero en su lista de prioridades. Sus estudios musicales, de hecho, los intercalaba con sus otros trabajos. Pero advierte, sin titubeos, que no bastaba.

Todo terminó por quebrársele cuando trabajó como funcionario, en el Ministerio de Desarrollo Social, que en combinación con el encierro de la pandemia, resultó en un cóctel explosivo.

“Cargaba y organizaba expedientes en Excel todo el día. No quería llegar a los 40 años y estar fundido frente a una pantalla. Me iba a dormir pensando en que estaba desperdiciando mi tiempo, mi juventud, mi energía. Tenía bronca conmigo mismo”, reflexionó.

A Jesús y Ángel los conoció en casa de unos amigos donde se juntaban músicos a improvisar, experimentar géneros y sonidos. No lo pensó dos veces y casi enseguida renunció a la rutina ministerial. Lo sedujo la idea de pasar día y noche tocando y yendo a lugares diferentes. Más de un año después, sonríe.

“Siento que ahora sí tengo un propósito en la vida y que si volviera el tiempo atrás, no aguantaría ni tres días”.

Cellophilia en movimiento permanente

Cuando Cellophilia baja del escenario, pasada la medianoche, sus integrantes sienten algo de cansancio físico. La rutina a veces puede ser dura, con pocas horas de sueño y descanso entre jornadas. Es el precio a pagar para dedicarse de lleno a una actividad que no garantiza un ingreso fijo, y que no toda la gente valora pese a horas de sacrificio que se traducen en años de práctica y estudio.

Por eso mismo, Ángel, Jesús y Manuel distribuyen sus agendas entre dar clases, tocar con alguna orquesta si se les da la oportunidad, juntarse a ensayar, y como ha sucedido esta noche, mostrarse en tarima.

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