• La paciente tenía el conjunto completo de los síntomas y su mandíbula de alguna manera se desalineaba. Ese fue el indicio de que algo andaba mal

Esta es una traducción hecha por El Diario de la nota What if This Wasn’t Menopause After All?, original de The New York Times.

La mujer de 53 años masticó su ensalada y disfrutó de lo crujiente. Pero mientras tragaba, un trozo de lechuga se le atascó en la garganta. Tosió, se destrabó y siguió comiendo. Era un problema que tenía con frecuencia. Sus dientes en el lado derecho de la mandíbula ya no hacían contacto durante la mordida. Le costaba masticar bien la comida.

Lo realmente molesto para ella fue que había tenido este problema antes, durante la mayor parte del año anterior. Cuando no pudo soportarlo más, fue a su dentista, el doctor Robert Souferian, en Bay Ridge, Brooklyn, quien confirmó que su mordida había cambiado un poco. Él se mostró alentador, dijo que a veces esas cosas sucedían y ofreció limarle un poco los dientes para que encajaran mejor. Eso le funcionó muy bien durante unos meses, pero después su mandíbula se había movido de nuevo.

La mujer examinó su rostro en el espejo del baño. Tenía una buena dieta y hacía yoga al menos una vez al día. Hizo todo lo que pudo para mantenerse sana y en forma, pero se dio cuenta de que, de alguna manera, no estaba envejeciendo bien. Y ella no fue la única que lo notó. Durante una reciente llamada por Zoom con su madre, esta le dijo de forma amable pero muy franca: “Tus ojos se ven horribles”. Luego bromeó diciendo que tal vez las dos deberían hacer “un trabajito” juntas cuando termine la pandemia. Sabía a qué se refería su madre. Tenía bolsas debajo de los ojos y la piel alrededor de ellos estaba hinchada. Su rostro brillaba con el sudor de los constantes sofocos.

Ella regresó a la oficina del doctor Souferian y le preguntó si podía limarle los dientes de nuevo. Esta vez el dentista parecía preocupado. “Eso no tiene sentido”, le dijo. ¿Por qué sus dientes se moverían de nuevo? Le examinó la boca y la mandíbula con cuidado. Podía ver que su mordida había cambiado, pero no sabía por qué. Le preocupaba que pudiera tener un tumor dentro de una de sus articulaciones temporomandibulares. Pero no sentía nada allí y él no le detectó nada en esa zona. Sin embargo, era una posibilidad que no se podía ignorar. Souferian la refirió a un colega que podía hacer una radiografía de 360 ​​grados para buscarle una masa. Cuando la radiografía no mostró nada, ese dentista la envió a hacerse una resonancia magnética de la mandíbula

Unos días después le dijeron que su mandíbula estaba normal, que no tenía ningún tumor allí. No obstante, según el dentista, el radiólogo vio algo más que necesitaba saber: una lesión en su glándula pituitaria. Ahora debía ver a un neurólogo para que revisara eso.

Un examen más detenido de la “glándula maestra”

La glándula pituitaria está justo debajo de la mitad del cerebro, al nivel de los ojos. Solía ​​​​llamarse la “glándula maestra” porque secreta las hormonas que ejecutan muchas de las funciones del cuerpo: crecimiento, metabolismo, lactancia, deseo sexual y reproducción. No estaba segura de lo que significaba tener una lesión allí, pero inmediatamente siguió el consejo del dentista y pidió una cita con un neurólogo. El médico era un hombre de mediana edad con una cuidada barba gris y una voz cálida y ligeramente acentuada. Escuchó su historia y revisó la resonancia magnética de su mandíbula. Estuvo de acuerdo en que ella necesitaba una resonancia magnética del cerebro para que pudieran ver todas las estructuras circundantes y detallar mejor la lesión.

Después de la exploración, recibió una llamada del neurólogo. Confirmó que sí tenía una lesión en la hipófisis. La buena noticia: no era canceroso: la mala noticia era que era grande. Había que removerlo. Cuando escuchó la palabra cáncer, el corazón de la mujer comenzó a acelerarse. Ni siquiera consideró la posibilidad de cáncer. Se sintió aliviada de que no fuera eso. Pero ¿a qué se refería con que tendría que removerlo? ¿Necesitaba una cirugía cerebral? “No es necesario que te operes mañana”, respondió el doctor tranquilamente, “pero eso debe ser eliminado dentro de un año”. Necesitaría ver a tres médicos más, continuó: un oftalmólogo, porque la glándula y su crecimiento estaban justo por encima de los nervios ópticos y podían afectar su visión; también un endocrinólogo y, finalmente, seguramente necesitaría un neurocirujano.

Primero vio al oftalmólogo. Este no halló nada extraño, por lo que fue un alivio para ella. No había sentido que su visión ni su cerebro tuvieran algún problema. Luego revisó en Internet para contactar a un endocrinólogo. Encontró uno que tenía buenas reseñas y estaba cubierto por su seguro. Sorprendentemente, pudo concretar una cita para el día siguiente.

El doctor Joan Cantero, el endocrinólogo que encontró, habló con un aire de tranquila confianza. La masa era grande, señaló Cantero, del tamaño de una metra, lo que la hacía dos veces más grande que la glándula que estaba afectando. Definitivamente habría que quitársela.

Antes de su cita, la paciente había investigado un poco. Leyó sobre tumores pituitarios en Internet y le preguntó a todos sus amigos médicos. No era el tipo de cirugía cerebral que a menudo se muestra en la televisión donde se afeita la cabeza del paciente, se le abre el cráneo con una sierra y el cirujano corta el tejido del cerebro como un pudín. Este tipo de cirugía cerebral, en cambio, se tenía que realizar con un endoscopio insertado en la nariz, extirpando el tumor desde abajo. Cuando vio a Cantero, la mujer estaba ansiosa por hacer lo que fuera necesario. A pesar de lo horrible que era la idea de la cirugía, solo pensar que algo le volviera a crecer allí era aterrador y espeluznante.

¿Y si los síntomas no eran por la menopausia?
Foto ilustrativa de Ina Jang

Revisando una foto vieja

¡Un momento!, advirtió Cantero. Primero, se necesitaba saber si el tumor se estaba produciendo por alguna de las hormonas de la pituitaria. El médico sospechó que el paciente tenía un exceso de una de estas hormonas: una sobreproducción de la hormona del crecimiento provocaría un agrandamiento no regulado de los tejidos blandos de todo el cuerpo, un trastorno llamado acromegalia. La paciente era una mujer pequeña, pero, según notó el médico, sus manos y pies eran enormes. ¿Puedes entrar en confianza?, preguntó Cantero, ¿y mostrarme una foto antigua? La diferencia en las dos caras se sumó a la sospecha clínica del doctor. Pero un diagnóstico como este requiere más que sospechas. Cantero envió a la paciente al laboratorio, donde se extrajeron y enviaron media docena de tubos de sangre. Regresó a la oficina del endocrinólogo dos semanas después. Sus niveles de hormona de crecimiento eran casi cinco veces más de lo que deberían ser: tenía acromegalia. La mujer fue operada dos semanas después.

La acromegalia es poco común. Es más extrema cuando la secreción excesiva de la hormona comienza antes de la pubertad, cuando los huesos aún pueden crecer. André Roussimoff, mejor conocido como André el Gigante, medía 2,25 metros cuando finalmente dejó de crecer. Después de la pubertad, cuando se detiene el crecimiento óseo, solo se agrandarán los tejidos blandos. Eso todavía puede causar cambios serios en la apariencia y en la salud.

Sin tratamiento, los pacientes con acromegalia a menudo tendrán apnea obstructiva del sueño por el agrandamiento de los tejidos en la boca y la garganta, presión arterial alta, ruptura de las articulaciones y, a veces, un corazón agrandado pero debilitado. Sin embargo, la paciente tenía todo excepto el corazón agrandado.

Después de recibir el diagnóstico, la mujer inmediatamente comenzó a leer sobre la enfermedad. Si le hubieran preguntado antes de tener su diagnóstico, el único síntoma que habría identificado hubiera sido la mandíbula torcida. Al leer sobre las experiencias de otras personas, se dio cuenta de cuántas de las irritaciones y problemas médicos por los que había pasado se debían a este exceso de hormona del crecimiento y no, como había pensado, a los efectos de la menopausia en una vida activa y un cuerpo envejecido. Había visto cambios en su rostro, sus manos eran tan grandes que no podía usar anillos y sus pies eran enormes. Durante la mayor parte de su vida adulta, usó un zapato talla 39. Cuando se sometió a la cirugía, sus pies eran tan anchos que usaba una talla 40 de hombre. Su lengua era tan grande que a menudo se la mordía y tenía apnea del sueño. También tenía presión arterial alta.

Fue delgada durante toda su vida, pero necesitó un reemplazo de rodilla a los 49 años de edad. Tenía calor todo el tiempo y sudaba como loca. Seguro era la menopausia, pensó, hasta que leyó sobre este tumor.

Dos días después de salir del hospital, pudo calzar los zapatos de su madre, unos talla 39 de mujer. Ya no tiene calor ni suda todo el tiempo. Se siente mejor, pero esa fue una de las peores partes de toda la prueba. Y un año después de su cirugía, siente que parece al menos cinco años más joven. Sus conocidos sospechan que fue un estiramiento facial y sus amigos saben que fue un tipo diferente de cirugía. Lo mejor de todo es que ha visto cómo su rostro ha vuelto lentamente al que conocía muy bien antes.

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