• Enrique Fernandes, María Kawuam, Antonio Mardini y Armanda Goncalves, relataron cómo han sido sus vidas desde que llegaron al país

Caracas ha sido el hogar de muchos extranjeros que llegaron a Venezuela hace varias décadas en busca de mejores oportunidades. A lo largo de los años, migrantes de diferentes partes del mundo encontraron en esta ciudad un nuevo comienzo.

Este es el caso de Antonio Mardini, un sirio que llegó al país solo en 1961 para escapar del reclutamiento militar que realizaban en Siria cuando los adolescentes cumplían los 18 años de edad. Sin embargo, sus padres y dos de sus tres hermanos se quedaron en Alepo, capital de Siria.

Cuando llegó al país vivió con un primo en la zona de El Manicomio, en Caracas, y trabajó vendiendo mercancía (sábanas, utensilios de cocina, entre otros) en zonas populares por varios años. Ese oficio lo llevó a vivir en otras ciudades del país como La Guaira, Valencia y Carora. 

Abuelos extranjeros en Venezuela adulto mayor El Diario Jose Daniel Ramos
Foto: José Daniel Ramos @danielj2511

“Yo era mecánico de camiones, gandolas y autobuses en Siria. Yo tenía una profesión pero luego que llegué trabajé de comerciante y me costó mucho adaptarme”, relató en exclusiva para El Diario Mardini, de 79 años de edad.

A pesar de las dificultades que vivió debido al idioma, Antonio sostiene que Venezuela le gustó desde el primer momento. “Lo vi muy bonito y la gente era muy amable”, agregó.

Una vida en Caracas

Antonio Mardini contó que tenía 25 años de edad cuando conoció a su esposa, Maria Khawam, en el Parque Vinicio Adames, ubicado en la Autopista Regional del Centro en Hoyo de la Puerta. Había regresado de Carora y vivía en San Bernardino. 

La iglesia de la comunidad árabe realizaba viajes a ese parque que era una belleza. Fui con un primo que era de Maracay. Cuando la vi me gustó y le dije a mi primo ‘esa muchacha que ves ahí va a ser mi esposa’”, relató.
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Foto: José Daniel Ramos @danielj2511

Sin embargo, Mardini no conocía a su familia, por lo que aprovechó el viaje de regreso en autobús para ver en qué parte de la ciudad se bajaban, debido a que el viaje se realizaba en grupo. 

“Vi que se quedaron en la avenida Sucre de Catia y pude ver donde vivía, un apartamento ubicado en la parte de arriba de lo que ahora es Colchonar. Al frente, en el edificio Maikel, vivía un primo, por lo que empecé a frecuentar la zona”, precisó.

Mardini resaltó que le presentaron al papá de María y este se dio cuenta de su interés en su hija, debido a que se percató que la veía cuando ella se asomaba por su ventana.

“Le dije a mi cuñada, esposa de mi hermano, para que le pidiera la mano en mi nombre a María. Ya ella sabía de mi interés, pero nunca habíamos hablado. Cuando le expresaron mis intenciones de casarme con ella y le preguntaron si quería, ella dijo que sí”, comentó.

Luego de seis meses de noviazgo, Antonio y María se casaron en 1969. Se mudaron a un apartamento alquilado en el edificio Maikel, en donde vivieron por más de 40 años y tuvieron a sus tres hijas.

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Foto: José Daniel Ramos @danielj2511

Antonio relató que desde que vivía en la zona de Catia frecuentaba las salas de cine del antiguo Teatro Venezuela, que ahora es una mueblería, y del Teatro Catia. “Entraba todos los días a la función de la 5:00 pm, veía cualquier película, me gustaba mucho”, indicó.

Cuando sus hijas eran pequeñas, solían ir los domingos al Paseo de Los Próceres para que pudieran manejar sus bicicletas y jugar. Además, visitaban frecuentemente el Parque Los Chorros.

Pese a las adversidades, irse de Venezuela nunca fue una opción

En el año 1973, Antonio Mardini abrió una mueblería en Los Dos Caminos, en donde vendía mercancía a crédito. Sin embargo, la construcción del Metro de Caracas hizo que tuviera que cerrar el negocio. 

Luego abrió un local en Boquerón y aunque fue próspero por varios años, sufrió daños por los saqueos ocurridos en 1989. “Yo tenía una camioneta pick up y empecé a vender mercancía. Con eso seguí sacando adelante a mi familia”, comentó.

Desde entonces, Mardini se dedicó a ese tipo de comercio y a realizar transporte de mercancía. Actualmente, cuando está cerca de cumplir 80 años de edad, precisó que realiza trabajos esporádicos.

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Foto: José Daniel Ramos @danielj2511

Mardini acostumbra bajar todos los días a la avenida y conversar con sus paisanos que tienen negocios en la zona. Algunos fines de semana realiza paseos con su esposa e hijas al club Sirio Venezolano, ubicado en la carretera Caracas-Guarenas, o se reúnen en familia en su casa.

Las costumbres se mantuvieron vivas

María de Mardini, que tenía 18 años de edad cuando se casó con Antonio en la Iglesia San Jorge, que antes estaba ubicada en Catia, vivía junto a sus padres y sus cinco hermanos.

“Mis padres llegaron a Venezuela en 1952, yo tenía seis meses de nacida. Cuando vinieron se les hizo difícil adaptarse porque no sabían el idioma y en los primeros años quisieron devolverse a Siria”, contó.

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Sin embargo, señaló que sus padres persistieron y lograron hacer una vida en Caracas. María creció con las costumbres árabes y precisó que en su casa siempre se realizaban las comidas típicas de su país.

Aunque su papá nunca tuvo carro, alquilaba un vehículo y los llevaba a la playa y al Paseo de los Próceres. También viajaron a otros estados del país. 

“Me gusta visitar las cafeterías de Caracas”

María de Mardini, quien desde hace más de 10 años vive en el mismo edificio que una de sus hijas, comentó que una de las cosas que más le gusta hacer es salir y tomarse un café en un lugar de la ciudad.

Me gusta salir con mi hijas y nietos, tomarme un café y comerme un dulce. Eso es lo que más disfruto hoy en día”, señaló.

En este sentido, enfatizó que Caracas es hermosa y tiene muchos lugares bonitos. “A pesar de que la economía ya no es la misma, porque hoy en día se gasta más, cuando se puede salir se disfruta al máximo”, agregó.

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Foto: José Daniel Ramos @danielj2511

Una gran familia portuguesa en Caracas

Armanda Goncalves, de origen portugués, tiene 58 años viviendo en la ciudad de Caracas. Toda su familia, sus padres y 11 hermanos, emigraron paulatinamente a Venezuela, territorio en donde lograron echar raíces. 

Cuando llegué tenía 30 años de edad, desembarqué en el puerto de La Guaira. Me sentía tan feliz porque en Venezuela tenía más de 30 familiares. Desde que pisé el país no quise regresar a Madeira”, relató Goncalves para El Diario.
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En Caracas, Armanda consiguió el amor y se casó con José Goncalves en la iglesia La Candelaria en el año 1967. “Fui muy feliz”, aseveró. 

A los 34 años de edad tuvo a su única hija, quien le dio dos nietos. Pese a que no tuvo más hijos, su familia por la cantidad de hermanos era muy numerosa, por lo que las reuniones familiares, que aún mantienen, se caracterizaban por los juegos de mesa, la comida y largas conversaciones.

La mayoría de los miembros de la familia viven cerca de Armanda, quien desde que murió su esposo hace tres años vive en el apartamento de su hija ubicado en el mismo edificio. Sin embargo, las reuniones de todos los fines de semana se siguen realizando en su casa.

Aunque todos sus hermanos se casaron en Venezuela, sus parejas también eran portuguesas. 

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Armanda precisó que desde que llegó le encantó el clima de Caracas y sus vistas. Antes de casarse trabajó en dos fábricas, luego se dedicó a la costura y bordado de vestidos de fiestas, oficio que siguió haciendo en casa. 

La máquina de coser fue el primer regalo de novios que le dio su esposo. Actualmente, la octogenaria conserva esa primera máquina, que aún funciona, en su cuarto de costura.

Su esposo tenía una fábrica de sillas de mimbre y luego se dedicó a ser taxista. “Después hizo sociedad con mi hermano y abrieron una licorería, con los años cambiaron de ramo a ferretería”, contó.

Cuando estaba recién casada, vivió nueve años en Bello Campo, luego se mudó a Maripérez donde estuvo 15 años y posteriormente compraron un apartamento en Los Dos Caminos, cerca de los otros familiares. 

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“Siempre nos gustó pasear en sitios verdes”

Armanda señaló que ella y su esposo buscaban lugares grandes donde se pudieran practicar deportes con los niños. “Toda la familia nos juntábamos los domingos para pasar el día jugando y comiendo”, precisó.

Indicó que iban mucho al Parque Generalísimo Francisco de Miranda (también conocido como Parque del Este) y al Parque San Luis.

Actualmente, la familia visita el Centro Portugués los fines de semana para distraerse del día a día.

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Desde que llegó al país, Armanda aprendió a preparar las diferentes comidas venezolanas. las cuales ahora forman parte de los menús diarios. “En mi primer año en Venezuela me enseñaron a hacer las hallacas y después las hice siempre, al igual que el pernil”, precisó.

En las reuniones familiares cocina para la familia platillos típicos de Portugal como el Milho frito, otros platos nacionales y dulces como tortas. 

Un gran amor

Armanda Goncalves destacó que su esposo llegó a Venezuela nueve años antes que ella. “Yo antes tenía un novio en Portugal y a mi papá no le gustaba. Cuando llegué a Caracas conocí a José y a toda mi familia le gustó. Fue el destino”, añadió.

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Contó que su esposo llegó solo a Venezuela, su familia había emigrado a Suráfrica, por lo que “mis hermanos se hicieron sus hermanos”. 

Viendo las fotos de casados que tiene en su casa, Goncalves precisó que su esposo era muy guapo y muy buena persona. “El recuerdo que tengo más lindo es este”, indicó mostrando el cuadro que tiene la foto de su boda y la de su hija.

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Siempre que veo a parejas que van a casarse les deseo la misma felicidad que tuve yo”, enfatizó.

Caracas, la oportunidad de una vida sin guerras

A los 13 años de edad, Enrique Fernándes Barreiro emigró a Venezuela desde Madalena, un pueblo ubicado en Madeira (Portugal), para evitar ser reclutado cuando cumpliera los 15 años debido a la guerra que se desarrollaba en ese país. 

“Como era un niño, estaba feliz de irme a otro país y más luego de ver a jóvenes mayores que yo que habían perdido una extremidad debido a la guerra. En Venezuela tenía a mi papá y a mi hermana, por lo que cuando llegué el 5 de junio de 1963 ya tenía donde vivir en Caracas”, contó Enrique, de 73 años de edad, en exclusiva para El Diario

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Fernandes, quien aún conserva su acento, dijo que su mamá se quedó en Portugal con sus otros dos hermanos, por lo que su papá viajaba frecuentemente a visitarla. 

Su padre era comerciante y tenía un negocio en donde vendía verduras y hortalizas en la avenida Sucre de Catia. “Ahí aprendí todo sobre ese tipo de comercio y luego trabajé en otro local de venta de frutas que montó mi papá al frente de la Iglesia Nuestra Señora del Carmen”, relató.

Trabajó por más de 10 años en ese local y luego en 1976 regresó al primer negocio, en donde hizo sociedad con su hermano. A lo largo de los años, pasó de vender verduras a ofrecer otros tipos de productos de primera necesidad y confitería.

Enrique aprendió el castellano al tratar todos los días con los clientes y luego de casarse, a pesar de que su esposa es de padres portugueses, hablaba siempre el español en casa, por lo que fue el idioma con el que crecieron sus dos hijas.

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Foto: José Daniel Ramos @danielj2511

Al igual que Antonio Mardini, Enrique frecuentaba la sala de cine del antiguo Teatro Venezuela. “Me iba a escondidas del trabajo cuando era más niño, la entrada costaba un bolívar”, indicó.

“No hay país igual a Venezuela”

Enrique Fernándes viajó a Madeira tres veces, una soltero y dos veces cuando se casó, para que su padres conocieran a su esposa y a sus hijas. 

Sin embargo, señaló que no hay país igual a Venezuela. “La gente de otros países es más seca, en cambio el venezolano son del tipo de personas que si lo ves dos veces ya se vuelve tu amigo”, precisó. 

Añadió que el pueblo venezolano es amable y cariñoso y que aunque ya no es lo mismo que antes, porque se han perdido muchos valores, aún quedan personas muy educadas.

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Foto: José Daniel Ramos @danielj2511

Desde hace 40 años vive junto a su esposa, su hija y su nieta en un edificio ubicado en la avenida Sucre de Catia, a pocos metros de su negocio. 

Además de atender el local, en sus tiempos libres se encarga de mantener el jardín de la residencia, un gusto que desarrolló con los años y que ahora es parte de su día a día. 

Al igual que estás historias, Caracas alberga miles de otras memorias de extranjeros que encontraron en Venezuela un lugar donde vivir y crecer. 

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