• El escritor y curador de arte publicó con La Poeteca la antología La mano segadora, que recoge su poesía a lo largo de 40 años de carrera. En entrevista para El Diario, habla sobre el proceso para encontrar su voz poética, abrazando con transparencia todas las reflexiones, experiencias y contradicciones de una vida marcada por la pintura, el erotismo y la literatura

La carrera de Luis Pérez Oramas (Caracas, 1960) se ha alternado entre sus grandes pasiones: la literatura y las artes plásticas. Quizás ha aprendido a encontrar el punto de equilibrio entre ambas en su labor como curador, historiador del arte y ensayista. Sin embargo, posee una faceta tan extensa como poco explorada: la de poeta. No por falta de reconocimiento, sino por la cantidad de textos inéditos que apenas ahora salen a flote.

Recientemente la editorial de la Fundación La Poeteca publicó La mano segadora, una antología que recoge la poesía de Pérez Oramas como parte de su colección Contestaciones. Allí, el propio autor hace una compilación de sus seis libros conocidos, así como la selección de cuatro textos inéditos. Será presentado formalmente en una ceremonia virtual transmitida este 18 de agosto por el canal de YouTube de La Poeteca.

En entrevista para El Diario, Pérez Oramas, quien desde hace años reside en Nueva York (Estados Unidos), afirma que jamás ha pretendido escribir una obra maestra. En cambio, prefiere formas de poesía breves, como las de un compositor cuando escribe sus canciones. Lejos de los manifiestos rupturistas que alguna marcaron su juventud, para él su voz poética está en la cotidianidad y su propia vida. 

Los poemas van acumulándose cómo pedacitos de papel que uno va dejando dentro de un libro, y efectivamente en mi caso así es. Porque uno de los lugares de escritura más frecuentes que tengo para la poesía es cuando se conjuga una situación musical, con una situación de lectura. Generalmente creo que la mayoría de mis poemas están garabateados en las últimas páginas de libros que estaba leyendo, o en pedacitos de papel que uno abandona en los libros”, señala.

Un largo proceso

Luis Pérez Oramas: “La mayoría de mis poemas están garabateados en las últimas páginas de libros”
Foto: Cortesía Jaime Castro

A los 23 años de edad, Pérez Oramas fue convencido por Juan Liscano de participar en el Premio de Poesía Joven de Monte Ávila Editores. En la nota del autor de La mano segadora, cuenta que su primer libro, titulado Salmos (y boleros) de la casa, fue escrito en el taller Calicanto, en la casa de Antonia Palacios. Ganó el concurso en 1983, cuando ya vivía fuera de Venezuela, y finalmente se publicó en 1986. 

En esa época Pérez Oramas era parte del Grupo Guaire, junto a otros escritores de su generación como Armando Coll, Leonardo Padrón, Nelson Rivera y Rafael Arráiz Lucca. Aunque actualmente afirma haber superado ese carácter grandilocuente y ambicioso propio de jóvenes poetas con ganas de comerse al mundo, aún hay algo que, admite, sigue estando presente en su forma de pensar. Esa tendencia a componer sus versos como si fueran una canción, imitando su musicalidad.

“Si en algo creo haber sido fiel a lo que decía de joven, es que yo quería escribir poemas como un cantautor compone sus canciones, y que mis poemas tuvieran ese mismo efecto. Que fueran como sorbos de agua cuando tienes sed. O de tragos más fuertes. No pretendo limitarme a una poesía tranquilizadora, porque no lo es. También hay ansiedades y experiencias más rudas”, declara. 

No obstante, el autor refiere que tardó casi 20 años en sentirse cómodo con su poesía. A pesar de publicar luego La gana breve (1992) y Doble siesta (1994), así como múltiples libros de ensayo, aún no hallaba aquello que podía considerarse como su verdadera voz poética. Aun así, quizás contradiciendo con lo que expone en su antología, dice que realmente no estaba buscando esa voz. Por la sencilla razón de que, aunque deseaba encontrarla, todavía no sabía cómo se manifestaría.

“Uno no sabe cuál es la voz que viene. La voz se alimenta de eventos que uno no sabe, que están por ocurrir, o de palabras que están por ser pronunciadas y no ha escuchado aún. No sé hasta qué punto uno esté voluntariamente buscando una voz, pero sí está deseando. Es un estado de deseo encarnarse en una voz en donde uno se sienta más completamente presente”, afirma.

Alimentos, sueños y espasmos

“Alcancé a poseer mi propia voz como poeta en la última tarde del siglo XX”, apunta en el libro. Llegó en 1999 con la publicación de Gacelas y otros poemas. Precisa que el libro salió en la Editorial Goliardos, un sello pequeño fundado por Leopoldo Iribarren con el fin de publicar un libro de Eugenio Montejo. Como sea el caso, en ese poemario, que tuvo poca difusión y tiraje, finalmente se halló a sí mismo. ”Encuentro yo esa casa, y a partir de allí descubro cosas inéditas que había dejado sin publicar y que anunciaban un poco esa voz”, asevera.

Explica que precisamente esa voz poética, que suma rasgos de sus voces anteriores, se puede definir como una “aproximación hedonista, materialista y sensual a la totalidad de la vida”. Incluso también de temas más espirituales y trascendentes, aunque aquí él mismo se encarga de resaltar las comillas. “Es una voz que quiere rozar las cosas, tocarlas, pero que solo lo hace en la memoria. Es decir, en su desvanecimiento, porque la memoria necesariamente implica que ya la experiencia real de tocarlas pasó”, señala.

En El sexo y el espanto, un libro de Pascal Quignard sobre el erotismo en la pintura romana, se cita una carta de Séneca el Viejo. Allí se refiere a la vida con la frase: Cogita quamdiu jam idem facias; cibus, somnus, libido, per hunc circulum curritur (Piensa cuánto tiempo has estado haciendo lo mismo; comida, sueño y lujuria recorren este círculo). De esas tres frases que engloban su círculo de la vida, Pérez Oramas hace una traducción creativa: alimentos, sueños y espasmos. Y con ella, condensa la filosofía detrás de su poesía. “Son alimentos, terrestres o espirituales; sueños, deseos y de pesadilla; y espasmos de dolor y de placer”, extiende.

Vivir del arte

Luis Pérez Oramas: “La mayoría de mis poemas están garabateados en las últimas páginas de libros”
Foto: Cortesía Jaime Castro

Aunque estudió Letras en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), donde se graduó con mención summa cum laude, el camino de Pérez Oramas muy temprano se desvió hacia el mundo de las artes. Tras décadas viajando por el extranjero se doctoró con un Ph.D. en Historia del Arte en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, Francia. Posteriormente trabajó en Caracas como curador en la colección Patricia Phelps de Cisneros entre 1995 y 2002. Por esa fecha también formó parte de la directiva de la Galería Nacional de Arte.

En 2003 entró al Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) como curador en el Departamento de Dibujo. En 2006, estrenó el recién creado cargo de curador de Arte Latinoamericano Estrellita Brodsky hasta su retiro en 2017. Ahora trabaja como independiente, siendo desde 2019 curador del Roesler Curatorial Project, en la Galería Nara Roesler.

También ha tenido una importante trayectoria en Brasil, donde fue miembro del equipo de curadores de la 6ª Bienal do Mercosul en 2007. Uno de sus mayores hitos fue ser el director de la 30ª Bienal de São Paulo en 2012, lo que le permitió al año siguiente ser el comisario del Pabellón Brasileño de la 55ª Bienal de Venecia.

—¿Su trabajo de curador ha influido en su poesía?

—Yo suelo decir que mi poesía es la poesía de un voyeurista. Vivo por los ojos, como decía Alejandro Otero. Puedo decir que logré hacer el trabajo, porque es un impulso tan grande como el de la poesía el que me lleva a las artes visuales, y concretamente a la pintura, aunque también al cine y la fotografía. Mi poesía es muy visual, es de nombrar las cosas. Lejos de mí está la pretensión de hacer un poema que sea una idea, eso es lo que menos me interesa. Entonces sí, y muchas veces ha sido ocasión de escritura, la poesía es una experiencia que tiene que ver con lo visible, con las artes visuales, o la experiencia del museo, por ejemplo. En Mirar furtivo (1995) yo intenté dejar escrito ahí esa relación entre el mirar poético y el mirar del historiador del arte que busca más allá. 

Los inéditos

Luis Pérez Oramas: “La mayoría de mis poemas están garabateados en las últimas páginas de libros”
Foto: Cortesía

De los 10 libros que integran La mano segadora, cuatro son completamente inéditos. Fueron escritos en diferentes etapas de la vida de Pérez Oramas cuando todavía intentaba definir su voz poética, y quizás por eso mismo quedaron archivados hasta ahora. La única excepción es Animal vesperal, el último y más reciente de los libros del autor. Aquí La Poeteca se adelantó a la editorial española Pre-Textos, que planea publicarlo por separado en septiembre este año.

En los demás casos, fueron el azar y las circunstancias las que se encargaron de que no vieran la luz. Un ejemplo es El largo viaje, poema escrito en 1985 y que originalmente estaba pensado para ser una ópera de seis actos inspirada en La Odisea. Se trata de una historia en cantos sobre un joven que abandona su hogar para aventurarse a una nueva vida, en la que el autor crea paralelismos con la épica de Homero. El escritor cuenta que si bien el director Orlando Arocha ya había pensado en una puesta en escena para su libreto, su compositor jamás terminó la música que acompañaría a sus letras. Por eso el proyecto fue abortado.

El segundo inédito es B/M, escrito en 1991. Comenta que es un poema bastante peculiar, ya que está compuesto a partir de versos y frases extraídas de la correspondencia entre los pintores franceses Henri Matisse (1869-1954) y Pierre Bonnard (1867-1947). Pérez Oramas quedó fascinado con el poder de esas cartas escritas durante la Segunda Guerra Mundial. “Estaban en una situación de sobrevivencia, pues no sabían si el mundo se acabaría”, acota. Lo terminó varios años después y nunca tuvo empeño en publicarlo, al considerarlo como un poema extraño. Simplemente decidió mantenerlo como una curiosidad guardada en su gaveta. 

***

Finalmente, uno de los inéditos más llamativos es Balada de Joey Stefano, de 1997. Un extenso (e intenso) relato homoerótico en el que plasma varias de sus pasiones. “Yo llevaba un cuaderno de poemas eróticos, casi pornográficos, y comenzaba con ese poema”, añade. Dice que el disparador del texto fue una anécdota de su amigo Ramón Herrera Rojas, quien en una oportunidad tuvo un encuentro furtivo en un tren europeo con un anciano. Luego descubriría, al verlo en televisión, que se trataba del reconocido escritor francés Jean Genet.

Él mismo también llenó sus líneas con historias de sus propias aventuras en rincones sórdidos donde desató sus espasmos. Uno de ellos, y que le da nombre al libro, ocurrió en Nueva York a mediados de los años noventa. Allí conoció a Joey Stefano, una celebridad del cine porno gay que estaba ya al borde de la muerte, consumido por el VIH y las adicciones. “Yo lo había adorado deseosamente en mis años de adolescencia, pero estaba muy destrozado ya. Físicamente estaba muy bien, pero creo que estaba en situación de prostitución y moriría poco después por una sobredosis”, narra.

Sobre este texto, dice que si bien su constitución comenzó en 1997, no fue sino hasta 2014 que lo acabó sin muchas pretensiones de publicarlo. “Cuando le di forma me pareció una balada”, agrega.

Un jardín interior

Luis Pérez Oramas: “La mayoría de mis poemas están garabateados en las últimas páginas de libros”
Foto: Cortesía El Clarín

En su nota del autor, Pérez Oramas cuenta una anécdota sobre su primer libro, uno que no está recogido en la antología. Mucho antes de Salmos (y boleros) de la casa., cuando apenas estaba saliendo del bachillerato, cargaba una nutrida cantidad de poemas que él mismo reconoce como “malos”. Un fruto de su adolescencia que su padre decidió editar en un libro, como una suerte de presagio.

“Yo estaba ahí hablando de un niño que no se atrevía a decir todavía quién era, impostando la voz de un poeta que aún no era. Estaba quizás influenciado por esa idea del poeta con p mayúscula, que gracias a Dios después me liberé de eso”, rememora.

Aunque la madurez del oficio y de cientos de lecturas acumuladas han macerado su estilo, cree que todavía queda un poco de la esencia de esos poemas primigenios de su adolescencia. Señala que de ya de manera inconsciente, quizás por lo absorbido en su formación cristiana, trabajaba un tema donde convergen la teología, el arte medieval y la arquitectura: el hortus conclusus.

Traducido del latín como “jardín cerrado”, era un espacio interior de edificios religiosos que normalmente se usaba como huerto. En el arte, fue un elemento presente en las obras de finales de la Edad Media y que servía como escenario para las pinturas de madonnas (la Virgen con su niño en brazos). Iconográficamente tiende a representar un paraíso terrenal, un lugar que encarna a la propia María en el pasaje de la Biblia que reza: “Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa, jardín cerrado, fuente escondida”.

“Es una figura literaria, pero también arquitectónica que uno consigue en ruinas de villas antiguas romanas, en monasterios, y que además ha determinado toda la producción de jardines a lo largo de por lo menos los últimos 2.000 años en Occidente. Esa idea del jardín y que sea el espejo del mundo, y eso lo tenía ya yo en esos poemas”, acota.

Para Pérez Oramas, ese hortus conclusus está en el jardín de la casa de su juventud en Prados del Este. Ese rincón idílico donde pudo escribir desde lo que considera como el aburrimiento de un niño burgués en los años dorados de Venezuela, creando su propio Edén entre chaguaramos y apamates. “Para mí el huerto cerrado sigue siendo el espejo de un mundo de deseo y también la ruina especular de un paraíso perdido”, agrega.

Cuerpo y banquete

Además del huerto de las madonnas de su niñez, el autor enumera otros tópicos comunes en su poesía. Efectivamente uno es el erotismo y la rememoración de sus cuentos amorosos, pero también está la imagen poética de un banquete, a tono con su arista de los alimentos terrenales. Afirma que este tema es recurrente en su poesía debido a un recuerdo que quedó marcado en lo profundo de sí, convirtiéndose en parte de su voz al evocarlo.

Cuenta que durante la época en que Caracas era una meca cultural, entre finales de la década de los setenta y principios de los ochenta, acudió al Festival Internacional de Teatro. Allí tuvo la oportunidad de ver la obra Wielopole Wielopole, del maestro del teatro de la muerte, Tadeusz Kantor. Aunque la pieza estaba en su idioma polaco original, afirma que no necesitó entenderla para sentir su intensidad, en una emoción que lo poseyó.

“La obra termina con una mesa puesta y Kantor se levanta y va doblando aquel mantel blanco. Y al final, cuando llega al último punto de la mesa, se apaga la luz. Esa es una imagen que me quedará para el resto de mi vida, y que está en mis poemas”, aporta.

Luis Pérez Oramas: “La mayoría de mis poemas están garabateados en las últimas páginas de libros”
Grupo Guaire. De izquierda a derecha: Rafael Arráiz Lucca, Luis Pérez Oramas, Nelson Rivera y Armando Coll. Foto: Carlos Germán Rojas

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El poeta explica que, producto de sus reflexiones recientes, ha meditado mucho sobre la palabra cuerpo. Más que un asunto etimológico, busca asociaciones entre la palabra y el cuerpo, que a su vez vincula con la oralidad y el silencio. Este último, a su juicio, es un requisito necesario al escribir. Quizás por el proceso mismo de suspender la voz de la palabra al momento de darle un cuerpo en el papel.

Una cosa muy bonita que Pascal Quignard dice es que no se puede cantar y escribir, y yo creo que hay algo del canto en la poesía. La idea de que tú te haces cuerpo con la palabra, o que tu cuerpo se hace palabra y que eso implica una situación efímera. La palabra es ese vaho, ese aliento corpóreo que sale del tándem que la pronuncia, y que le llega a la memoria del otro y se deshace en ese instante”, dice.

Sobre este punto, también se cuestiona la futilidad del monumento literario. Ya la palabra existía antes de tomar forma en grafemas, y de esos sonidos nacieron historias que se transmitieron oralmente, sobreviviendo incluso a sus civilizaciones. De ese contraste entre la viva música de la oralidad y la sepulcral perennidad de las letras, se pregunta, “¿para qué escribimos?” Y allí mismo responde:

“La poesía existe en la voz, ya no necesita ese monumento material para sobrevivir. La pintura, si le pegas una cuchillada a Las Meninas se acabó el cuadro. La escultura se deshace, la arquitectura se convierte en ruinas. En cuanto a la poesía, está en la voz de alguien. Claro, depende de su soporte escrito, pero cuando está en la voz de alguien puede sobrevivir a esa ruina”. 

Contrarreloj

Actualmente La mano segadora se puede comprar en Caracas en las librerías Insomnia, Sopa de Letras, Kalathos y El Buscón. También se puede encargar en formato tanto físico como digital por Amazon. Próximamente, como otras obras de su sello editorial, La Poeteca espera también publicarlo para su libre descarga en su página web.

Entre sus próximos proyectos, además del lanzamiento de Animal vesperal con Pre-Textos, comenta que trabaja con el artista Juan Iribarren para la edición de un libro objeto que combine su poema B/M con pinturas hechas por el artista en un momento de reclusión anterior a la pandemia de covid-19. Una idea similar planea ejecutar con su Balada de Joey Stefano, que será traducido al portugués por una editorial artesanal brasileña, con ilustraciones de Matheus Chiaratti.

Pérez Oramas sabe que aún tiene muchos textos en el tintero que tienen el potencial para convertirse en libros. Desde su salida del MoMA, reconoce que ha tenido más tiempo para leer y escribir, y aunque continúa su trabajo como curador, espera seguir con más proyectos. “La vida es un reloj en marcha decreciente. Uno no sabe el tiempo que le queda”, sentencia.

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