Tendida en la madrugada

la firme guitarra espera…

Nicolás Guillén.

Pasa el tiempo y la felicidad todavía se parece al rumor de aquella guitarra bajo los aleros, en el fondo de la noche.

Cuando un joven toca la guitarra nos entrega la energía de la sangre nueva que envidiamos. Cuando es músico viejo quien rasga sus cuerdas, comparte con nosotros tonadas del sur de Francia, cánticos de elegantes trovadores de tiempos remotos. Ni avión, ni barco: lo necesario para viajar es el sonido de claros acordes de guitarra junto a la afinada voz que nos acaricia, llevados de la mano del compositor de las canciones que nos gustan. No importa, no tienen que ser las mismas, basta con que sean el bálsamo para tantas heridas, la dulce compañía en este camino tan largo.

Arde la guitarra sola/ mientras la luna se acaba…

Ya basta de médicos y de píldoras, cancelen la visita de la enfermera, apenas inicia el concierto y el maestro nos devuelve la vida en cada pieza. Por favor, hagan silencio, el rito de la curación ha comenzado.

Con la guitarra se hace el lance inesperado, la jugada caribe frente a los dioses del sufrimiento, que no pueden reaccionar a tiempo tras los primeros compases de la balada que nos encanta y los domina, la que nos convierte en hechiceros poderosos, sin necesidad de pócimas y elíxires, porque nos basta con viejos himnos y nuevas promesas de amor.

¿Qué es lo que no logra el artista que ama verdaderamente a su guitarra? A su paso, se debe hacer una reverencia y se le agradecen su inspiración y su talento, genuinos alimentos del espíritu. 

Tócala tú, guitarrero/ límpiale de alcohol la boca…

La guitarra es imaginación, es instrumento de brillantes propuestas sonoras. Sin ella no hay bohemia y no hay despecho. Sin ella, el mejor vino es mosto y el ron más exquisito, inocente jugo recién extraído de la caña. Sin ella no hay reunión este viernes en la casa de Guillo, guitarrista natural, que se marchó a destiempo a juntar estrellas para iluminar el camino madrugador, por donde volvemos mareados y llenos de ilusiones: “¿Con quién me quedo, con la rubia estilizada o con la morena de ojos de almendra?”. 

Dame la partitura, déjame mover las clavijas para afinarla y pulsar el bordón, dame trémolos y contrapuntos, que mis dedos sobre los trastes y mi mano entre sus cuerdas impulsen al aire estos versos y apaguen las estridencias de los necios. Yo invoco al Maestro Lauro, a nuestro gran Alirio Díaz, a Rodrigo Riera, a Raúl Borges, el pionero, para que el sonido de sus guitarras nos eleve a esas cumbres y podamos contemplar otras vistas, muy lejos del martirizante tambor del reguetón.

Esperen, aquí llega Albéniz con sus leyendas. Ábranle paso a Sor con sus fantasías. Más tarde nos impresionará Tárrega con sus recuerdos y caprichos. No se vayan: escuchen la respuesta de Agustín Barrios, con sus catedrales y sus sueños.

Y en esa guitarra toca tu son entero.

Una guitarra cuando la vida cruza la piel y nos aprieta la garganta. Una guitarra cuando te vas, una guitarra cuando vuelves. Una guitarra para decirte que sí te amo, una guitarra para alejarme de ti. Una guitarra para el rezo, una guitarra para el llanto, una guitarra para este verso que se escapa de mis labios y quiere estar contigo. Porque la felicidad todavía se parece a ese rumor bajo los aleros…

Llévate lo que quieras, pero no te lleves mi guitarra.

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