• La ópera prima del zuliano José Ignacio Salaverría llega a Venezuela luego de varios años distribuida en el extranjero. Una historia que parte de la ciencia ficción para contar la sanación del planeta sin humanos, a la par que se sumerge en un drama intimista sobre el amor y el libre albedrío

Una nave espacial flota en el cielo desde el día en que la humanidad desapareció. Las últimas personas vivas se concentran en una casa en medio del bosque, donde parecen lo suficiente para sobrevivir, aunque las tensiones de la convivencia se atizan en cada noche de incertidumbre. Y una noche, la luz de una linterna les alerta de la llegada de alguien que cambiará sus rutinas.

Esta es la premisa de La Jaula, promocionada como la primera película de ciencia ficción de Venezuela. La ópera prima del director zuliano José Ignacio Salaverría (Maracaibo, 1984) y coescrita por Inti Torres plantea un mundo post apocalíptico donde, en lugar de los escenarios áridos y derruidos, la naturaleza retoma su lugar para contar una historia de renacimiento en paralelo al drama de sus protagonistas.

A pesar de ser una producción del año 2017, la cinta llega al país cinco años después de su paso por otros países. Se estrena el 8 de septiembre en las cadenas de Cines Unidos y Cinex, así como en el Trasnocho Cultural. Su distribuidora, Gran Cine, también tiene programadas proyecciones al aire libre y en sus redes de cine clubes. 

Sci-fi venezolano

La Jaula: una cinta de ciencia ficción venezolana con la que se quiere abolir paradigmas
Foto: Cortesía

En sus materiales promocionales, La Jaula afirma ser la primera película venezolana del género del sci-fi. Un hito para un país que se ha enfocado más en explotar el realismo crudo, con dramas y policíacos cargados de crítica social, épicas históricas o comedias ligeras. 

Ciertamente ya han existido producciones que han coqueteado con elementos fantásticos. Principalmente cortos y mediometrajes experimentales como Estructura funcional para encontrarse uno mismo (1965), de Maurice Odreman, considerado como el primero de este tipo. También otras más recientes como La casa del fin de los tiempos (2013) e Infección (2018). Incluso Jezabel (2022) le hace un guiño con sus asomos hacia un futuro ucrónico.

Al respecto, Salaverría comentó en una rueda de prensa a finales de julio que, a diferencia de estas últimas, que para su promoción se catalogaron dentro de géneros como el terror o el suspenso, su obra sí se abraza totalmente a su identidad dentro de la ciencia ficción. Aun así, está lejos de ser una clásica historia sobre invasiones alienígenas con rayos láser. Esto quizás por su presupuesto reducido (de apenas unos 20.000 dólares, de acuerdo con el director), pero también por la forma en que busca abordar el tema de la extinción humana.

Al final, la nave termina siendo un Macguffin, término acuñado por Alfred Hitchcock para referirse a un elemento que motiva a los personajes a avanzar dentro de la trama, pero que por sí mismo no tiene ninguna importancia narrativa. Así, nunca se nos muestra a sus ocupantes (si tiene) ni su origen o motivaciones. Con excepción de un par de escenas, tampoco interactúa con los personajes, limitándose simplemente a ser un objeto más del paisaje.

El propio Salaverría reconoce que ni él ni su guionista pensaron en un mayor trasfondo para este misterioso ovni. Tampoco les importa explicar qué pasó con los seres humanos. Para él, los causantes de su desaparición pudieron ser los extraterrestres, una fuerza divina o una inteligencia artificial, y el resultado habría sido el mismo. “Las personas se toman más en serio a la nave de lo que la nave se los toma a ellos”, dice.

En este plano, la cinta logra unos efectos especiales bastante decentes para su año y presupuesto. Resulta un acierto que no esté presente todo el tiempo en cámara. Cuando aparece está perfectamente integrada al fondo como un ser vigilante y omnipresente, pero sin abusar de la tensión que provoca ni desviar la atención de lo verdaderamente importante que ocurre en tierra.

Un largo viaje

La razón por la que La Jaula tardó tanto tiempo en llegar a los cines de su propio país fue por un problema de distribución. Como productor, Salaverría cuenta que encargó la película a una agencia española que obtuvo la exclusividad en los derechos para exhibirla. Aunque aclara que así pudo estrenarse en varios países y recorrer diferentes festivales, no fue hasta ahora que venció su contrato y que el Circuito Gran Cine pudo adquirirla para Venezuela.

Durante su paso en el extrajero, La Jaula tuvo una buena recepción en varios festivales, la mayoría asiáticos. En 2018 ganó como Mejor Película en el Ichill Manila Film Festival de Filipinas. También en el Genre Celebration Festival de Japón, donde fue reconocido en las categorías de Mejor Película de Ciencia Ficción, Mejor Actriz y Mejores Efectos Especiales. Obtuvo el premio a Mejor Actriz y Fotografía en el Fixion Film Festival de Chile. Además estuvo en la selección oficial del New York City International Film Infest Festival (Estados Unidos), Paraná International Film Festival (Argentina), Berlin Sci-Fi Fest (Alemania), entre otros.

Uno de los mayores puntos fuertes de la cinta es su fotografía. David Rivera y Andrés Díaz consiguen una cinematografía que explota la belleza de los parajes andinos, con planos detalle de la vida natural colorida y vibrante, como sacados de un documental. Esto se complementa con el trabajo de Félix Calzadilla como director de Arte, estando detrás del diseño de la nave espacial, así como de los decorados e incluso de las pinturas y dibujos que aparecen allí. El montaje de Bettsy Battig consigue que todos los elementos anteriores confluyan en una narrativa visualmente poderosa, haciendo casi prescindible la presencia de diálogos. De hecho, si en un elemento la película flaquea es en la edición de sonido cuando los actores hablan.

Drama interior en La Jaula

La Jaula: una cinta de ciencia ficción venezolana con la que se quiere abolir paradigmas
Karina Velásquez (izquierda) y Ananda Troconis (derecha). Foto: Cortesía

En La jaula, el sci-fi al final solo es una excusa para contar una historia mucho más terrenal e intimista. Ese mundo despoblado y con una gigantesca nave que flota distante no es más que el contexto en el que se desarrolla la relación entre los personajes interpretados por Karina Velásquez, Juvel Vielma y Ananda Troconis. Su elenco reducido permite profundizar en sus carácteres hedonistas, pero lleno de conflictos internos. Sus dinámicas son las de un trío que experimenta la libertad de vivir en el fin de la sociedad con todos sus paradigmas. El nuevo mundo será como ellos desean que sea.

Eva (Karina Velásquez) es una mujer que, atormentada por sus decisiones pasadas, decide resignarse a aceptar lo que le ha tocado vivir. Se aferra a la esperanza de reencontrarse con sus padres, quizás como una manera de eludir la soledad de estar en una relación basada solo en la costumbre. Vive con Fausto (Juvel Vielma), un hombre que también ha normalizado tras varios años la situación en la que vive, al punto de centrarse en procurar la supervivencia de la familia. Solo al ver comprometido su papel patriarcal es que revela antiguos fantasmas que lo acosan.

Por su parte, Dafne (Ananda Troconis) es el principal motor de la trama. Es un espíritu libre que toma las riendas de sus acciones para definir su destino. Su llegada sirve no solo para romper la rutina de Fausto y Eva, sino también la burbuja de confort que habían creado en torno a sus vidas. Ella los lleva a explorar y experimentar, cuestionándose todo lo que habían sido y hecho cuando estaban sujetos a las reglas del viejo mundo. Esto empuja a Eva a salir de su pasividad y melancolía, abrazando la libertad. Fausto, aunque al principio se entrega de lleno a este nuevo modo de vida, mantiene esquemas más rígidos que lo hacen dudar y resistirse a un cambio más radical.

Fuera de los dilemas internos de sus personajes, La Jaula hace una reflexión sobre diferentes construcciones sociales presentes en la cultura occidental. Sobre todo de temas considerados como tabú. Uno es el consumo recreativo de la marihuana, aunque también sobre el poliamor y la sexualidad sin etiquetas. Los tres viven una suerte de anarquismo, liberado de estructuras jerárquicas y doctrinas ideológicas o religiosas. Salaverría destaca que estos temas lo han obsesionado por años, y aplaude que actualmente los jóvenes hablan más abiertamente de ellos que en el 2017.

Una raza destructora

El concepto de la película viene de una pregunta que su director se hizo tras años de activismo como animalista: “¿Qué pasaría si una fuerza superior eliminara a todos los humanos?”. No tuvo que esperar a los ovnis para ver por sí mismo la respuesta. Durante la pandemia de covid-19, con el mundo confinado se pudo apreciar una leve pero llamativa reducción en las emisiones de carbono en la atmósfera. También la limpieza de algunos cuerpos de agua y la repoblación de animales silvestres cerca de los centros urbanos.

Esa idea de que el planeta estaría mucho mejor sin nosotros queda patente en la obra. La jaula cuenta dos historias simultáneas. Por un lado, el drama interior de Eva, Fausto y Dafne; por el otro, el florecimiento de los bosques y su biodiversidad. Es una victoria de la vida ante la destrucción a la que parecía condenada con el cambio climático y la extinción masiva provocada por actividades humanas.

Resulta evidente cuál de las dos historias era la preferida de Salaverría. Menciona como prueba una toma de varios minutos en la que solo aparece un gusano, y que mantuvo incluso contra toda recomendación profesional. Sus largos planos de la naturaleza, desde un punto técnico y cinematográfico, resultan a tramos mucho más interesantes que el triángulo amoroso de los protagonistas, o el contexto sci-fi en el que se desenvuelve.

Un gran zoológico

Esta producción es el resultado de una industria del cine que aflora en el occidente de Venezuela. Todo el rodaje se realizó en los estados Trujillo, Mérida, Falcón y Zulia, tanto las escenas en interiores como el bosque que los rodea y el desierto final. Una escena en particular se desarrolla en el Zoológico Metropolitano del Zulia, en Maracaibo. El cineasta, quien tiene varios años trabajando con redes de protección de animales, indica que grabó allí como una forma de ayudar a la Fundación Nacional de Parques Zoológicos y Acuarios (Funpza), actualmente encargada del espacio.

No obstante, es también su forma de denunciar el estado en el que se encuentra el parque, el cual asegura que fue completamente abandonado. Para el momento en que se estrenó la cinta, el zoológico de Maracaibo atravesaba una fuerte crisis debido a la falta de presupuesto. Esto impedía hacer el mantenimiento básico de los hábitats y alimentar a los animales, los cuales padecían una  grave desnutrición. Aunque legalmente el lugar pertenece a la Gobernación de Zulia (para entonces ocupada por el oficialista Omar Prieto) y que Funpza es un ente adscrito al Ministerio de Ecosocialismo, no parecía haber una gerencia preocupada. Solo trabajadores y organizaciones que luchaban para cuidar a los animales con sus propios recursos.

Igualmente, tanto esa escena como la cinta funcionan como una crítica sobre el capricho de mantener animales en cautiverio. Aunque la mayoría de zoológicos modernos operan como centros de estudio y protección de especies en peligro, otros mantienen su antigua función como ferias de exhibición y entretenimiento, donde pasan las horas encerrados en jaulas. Salaverría cuestiona esto afirmando que, al desaparecer los seres humanos, estas especies quedarían atrapadas para siempre allí, condenadas a morir innecesariamente como ocurrió en el Zoológico Metropolitano del Zulia y otros de toda Venezuela.

De cierto modo, esa misma realidad aplica para Eva, Fausto y Dafne. “Los personajes están encerrados en sus propios problemas. Los humanos estamos encerrados en un planeta, sin poder salir. La  Tierra es, a mi modo de ver, una jaula gigantesca”, declara el director. Quizás la razón por la que los tres lograron sobrevivir es porque son la atracción de un enorme zoológico en el que fueron dejados a su suerte por una raza superior que solo observa impávida desde una enorme nave en el cielo.

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