• Si se trataba de la parálisis de Bell, ¿por qué no mejoró luego de un año entero?. Foto principal: Illustración de Ina Jang

Esta es una traducción hecha por El Diario de la nota Her Face Started Drooping. What Was Wrong?, original de The New York Times.

“No quiero que nadie me vea la cara”, le dijo la mujer, de 64 años de edad, a su suegra por teléfono. Quería cancelar el Zoom que estaba sustituyendo a su reunión habitual de vacaciones. Era diciembre de 2020 y, gracias al covid-19, nadie estaba viajando. Cuando finalmente accedió a participar en la reunión por video, nadie mencionó los extraños cambios que eran demasiado obvios.

En retrospectiva, estaba claro para la mujer que su rostro había estado cambiando durante más de un año. El primer indicio llegó en el invierno anterior. En un masaje, antes de que la pandemia paralizara todo, le dolía el lado izquierdo de la cara cuando la apoyaba en el cojín. Tenía que moverse para estar cómoda. Era algo extraño, pero no le dio mucha importancia, al menos no en ese entonces. Unos meses más tarde, comenzó a sentir irritado su ojo izquierdo; además, todo el tiempo le lagrimeaba. Ella, como todos los demás, usaba un tapabocas cada vez que salía de la casa, por lo que inicialmente pensó que esa mascarilla, de alguna forma, le irritaba el párpado. Pero sin importar qué tipo de tapabocas usará o la forma como se lo colocara en la cara, las lágrimas y la irritación persistieron.

A finales del verano, pudo ver que la cara que aquella cara, que conocía tan bien, estaba cambiando. Claro, estaba envejeciendo, pero era algo más que eso. El párpado inferior de su ojo izquierdo estaba caído y el borde estaba rojo y parecía irritado, incluso cuando no había usado tapabocas durante días. Y su sonrisa era diferente, como torcida. Toda su boca parecía inclinada hacia la derecha, como si el lado izquierdo se hubiese rendido. Ese lado de su cara ahora se veía plano y caído, al igual que su párpado.

Leer más  Representantes de UNT y MPV acudieron al CNE para apoyar formalmente la candidatura de Edmundo González

Fue a ver a su médico de atención primaria, quien la remitió a un neurólogo. El neurólogo le pidió que levantara las cejas y que luego sonriera. La mujer sabía, por sus propios experimentos frente al espejo, que su ceja izquierda no se levantaba y que cuando sonreía, el lado izquierdo de su boca permanecía inmóvil. Esto se parece a la parálisis de Bell, mencionó el neurólogo. Esa caída es causada por una inflamación de un nervio, a menudo por un virus. Sin embargo, rara vez se identifica el origen de la lesión. Pueden pasar semanas, en ocasiones meses, para que el nervio comience a recuperarse. Pero -le aseguró el especialista a la mujer- los rostros se recuperan, regresando a menudo, pero no siempre, a la normalidad.

Ella requería hacerse una resonancia magnética para asegurarse de que no tenía algo adicional. A veces, un tumor cerebral puede ejercer presión sobre el nervio, provocando estos mismos tipos de cambios. Pasar por alto eso sería desastroso.

La resonancia magnética no mostró ninguna masa, le aseguró el especialista después de ver sus resultados. ¿Se trataba de la parálisis de Bell?

“Solo dale tiempo”

Esperó durante meses, pero no vio ninguna mejora. Un amigo se preguntó si eso podría ser un síntoma de la enfermedad de Lyme. Y le respondieron que, si fuera el caso, eso podría causarle una caída facial. Entonces, la mujer llamó a su médico de atención primaria y le preguntó: ¿podría hacerme la prueba de Lyme? Se la hicieron y el resultado fue negativo. 

El especialista dijo “solo dale tiempo” y así ella hizo. Sin embargo, su rostro seguía poniéndose extraño. Eso estaba afectando su trabajo, ya que es ilustradora y pasaba horas inclinada sobre el papel y los lápices de colores que todavía usaba en su oficio. Cuando miraba hacia abajo, las lágrimas que se acumularon en ese párpado inferior distorsionaban lo que veía. Y cuando comía, a menudo se mordía el labio. Ella era una buena cocinera, le encantaba la comida, pero hasta comer se estaba convirtiendo en un desafío.  

Leer más  Diccionario centennial: las palabras más utilizadas por la generación Z

Lo peor de todo es que se sentía avergonzada por su rostro torcido. Siempre fue una mujer atractiva. Modeló cuando era más joven, y ahora agradecía que la pandemia hubiera limitado sus actividades sociales.

Después de las vacaciones, volvió a llamar a su médico de atención primaria: ¿Podría volver a hacerle la prueba de Lyme? Había leído que la prueba no había sido muy buena y que su rostro aún estaba extraño y caído. Esa otra prueba también salió  negativa. Fue a un médico “letrado en Lyme”. Este le hizo algunas pruebas especiales y dijo que podían detectar infecciones ocultas de Lyme. Cuando la prueba dio positivo, le recetó varios antibióticos para que los tomara durante cuatro meses. Ella los tomó religiosamente, pero no la ayudaron. 

Si tenía la enfermedad de Lyme, eso no fue lo que hizo que su cara se cayera. Una neuróloga ordenó que le hicieran una segunda resonancia magnética, pero todavía no le había aparecido ninguna masa. Habían pasado casi dos años desde que su rostro comenzó a cambiar. La neuróloga no estaba segura de lo que estaba pasando. Por lo general, la parálisis de Bell comienza a mejorar después de algunas semanas. La recuperación podría no ser completa, explicó, pero no estaba segura de por qué la cara de esta mujer no había mejorado para nada.

Su cara comenzó a caerse. ¿Qué le estaba pasando?
Ilustración de Ina Jang

Ese otoño, un amigo le contó a la paciente sobre una clínica en la Universidad de Nueva York que se especializaba en parálisis facial. Rápidamente la encontró en Internet: el Centro de Parálisis y Reanimación Facial. Estudió los rostros de los médicos de la clínica. La doctora Judy Lee era especialista en trastornos del oído, nariz y garganta; además era cirujana plástica y reconstructiva. Tenía una sonrisa cálida y un rostro amable. La paciente concertó una cita para verla.

Lee escuchó la historia de la mujer. Ella también cuestionó el diagnóstico de la parálisis de Bell. Aunque los síntomas de la paciente coincidían con los de Bell, la historia no encajaba del todo. Ese tipo de daño a los nervios aparece rápidamente, generalmente en horas, a veces días. Esta mujer describió un proceso que tomó meses. Las dos resonancias magnéticas demostraron que no había tenido un derrame cerebral, la causa más común de mejillas y labios caídos. La culebrilla también podría causar este tipo de parálisis, pero la paciente no tenía otros síntomas de la enfermedad, por lo que parecía poco probable. Lee ordenó otra resonancia magnética. Ella también estaba preocupada por una masa, y solo había visto los informes de las resonancias magnéticas anteriores.

Leer más  #TeExplicamosElDía | Sábado 20 de abril

Un brillo en el nervio

Lee presentó la nueva resonancia magnética a sus colegas la semana siguiente. Era una reunión que hacían mensualmente para discutir los casos más difíciles. El neurorradiólogo señaló un brillo en el nervio que parecía una inflamación. Estaba en el punto después de que el nervio pasa por el oído interno y entra en el hueso temporal, en el camino hacia los músculos de la cara. Ahí no es donde normalmente estaría una inflamación en caso de la parálisis de Bell. Además, ese tipo de inflamación, causada por una lesión en el nervio, debería curarse después de un año y medio. Y todavía no había masa visible. ¿Era este brillo, esta inflamación, evidencia de un tumor? El equipo estuvo de acuerdo en que probablemente era así. Solo tenían que encontrarlo. La paciente necesitaba una biopsia. Si un tumor fuera visible, tendrían su diagnóstico. Y, sin importar qué otra cosa vieran, harían una biopsia del nervio mismo.

Lee llamó a la paciente y le explicó lo que tenían pensado hacer. “No podemos ver nada, pero sabemos que tiene que estar allí”, detalló. Una biopsia mostraría exactamente a lo que se enfrentaban. La paciente se mostró reacia. Si no pueden ver nada, preguntó, ¿por qué creen que está ahí? El médico le respondió: porque es lo único que tiene sentido.

La cirugía se llevó a cabo unas semanas después. En la sala de operaciones, el doctor David Friedmann cortó el hueso detrás de la oreja, identificó el nervio y siguió su curso a medida que avanzaba hacia los músculos faciales. No se veía una masa por ninguna parte. Cortó unos pequeños segmentos de nervio y las pruebas indicaron que el nervio ya estaba muerto, pero no quería arriesgarse a causar ninguna lesión adicional. Friedmann envió las muestras al laboratorio. La respuesta llegó dentro de la semana: tenía un carcinoma de células escamosas creciendo en su nervio.

Leer más  ¿Cuánto cuesta comprar un tocadiscos en Venezuela?

Esa respuesta generó más preguntas. ¿De dónde había venido esto? Era poco probable que hubiera comenzado allí en el nervio. ¿Se propagó a partir de un cáncer de piel, una de las formas más comunes de carcinoma de células escamosas? A la paciente le extirparon varios cánceres de piel cuando era más joven, así que eso era posible. Aun así, las células escamosas se encuentran en casi todas partes del cuerpo. Los médicos de la  Universidad de Nueva York ordenaron una tomografía por emisión de positrones (PET). No había señales de cáncer en ningún otro lugar.

Aun así, las células cancerosas en su nervio facial tenían que haber venido de alguna parte. Como bien sabían los médicos, el hecho de que no se vea un cáncer no significa que no esté allí. Ella recibió tratamiento por una enfermedad metastásica con un médico de atención primaria desconocido: recibió radiación y quimioterapia hasta principios de este verano. Pero incluso antes de ser tratada por el cáncer, tuvo una operación para reparar su rostro. Le colocaron cuidadosamente un músculo de su pierna sobre el músculo atrofiado de su mejilla izquierda. Esos músculos tardarán meses en comenzar a trabajar para reemplazar a los destruidos por el cáncer. Rápidamente se dio cuenta de que el rostro que había conocido toda su vida nunca volverá a ser el mismo, pero espera que la cirugía, más la fisioterapia, al menos la dejen sonreír de nuevo.

Traducido por José Silva

Noticias relacionadas