• Una joven atleta sufría lesiones frecuentes en la cabeza. Su familia creyó saber cuál era la causa de sus extraños síntomas | Ilustración: Ina Jang

Esta es una traducción hecha por El Diario de la nota She Suffered From Headaches and Fatigue. Were Concussions to Blame?, original de The New York Times.

“¿Qué acaba de pasarme?”, la voz de la adolescente, de 16 años de edad, se escuchaba como apagada y cansada. “Creo que tuviste una convulsión”, le respondió la madre. Su hija había pedido que la llevaran al consultorio del pediatra porque no se había sentido bien durante las últimas semanas, pues parecía haber tenido una convulsión en la escuela. Y ahora estaba teniendo otra. “Ya estás bien”, continuó la madre. “Es una buena noticia porque significa que tal vez, finalmente, descubrimos lo que te está pasando”.

Para la mayoría de las personas, eso podría haber sido una exageración, considerar una convulsión como buenas noticias. Sin embargo, durante los últimos años, la joven había tenido demasiados dolores de cabeza, episodios de mareos y de profunda fatiga. Por eso, su madre consideró que podía ser un trastorno tratable. Los especialistas que la habían visto atribuyeron su conjunto de síntomas a la exposición constante a las conmociones cerebrales que sufrió practicando deportes. Había tenido al menos una conmoción cerebral durante cada año desde que estaba en cuarto grado. Debido a sus frecuentes lesiones en la cabeza, sus padres la sacaron de todos los deportes.

Incluso cuando no estaba en el campo de juego, la joven se siguió cayendo y se golpeó la cabeza. Los dolores de cabeza y otros síntomas persistieron mucho después de cada lesión. Vio a varios especialistas, quienes estuvieron de acuerdo en que tenía lo que se llamaba síndrome persistente posterior a una conmoción, síntomas causados ​​por una lesión cerebral grave o, en su caso, repetidas lesiones leves. Es algo que debería mejorar con tiempo y paciencia, le dijeron a la joven y a su madre. No obstante, se siguió golpeando la cabeza y se fue a su habitación oscura varias veces a la semana. Hizo todo lo que los médicos sugirieron: dormir mucho, descansar cuando estaba cansada e intentó ser paciente. Pero aún tenía dolores de cabeza, todavía se mareaba. Le resultaba cada vez más difícil prestar atención. Durante los últimos años, eso incluso había comenzado a afectar sus calificaciones.

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A principios de septiembre, la madre recibió una llamada de la escuela secundaria. Su hija estaba enferma y necesitaba irse a casa. “¿Qué te pasó?”, le preguntó su madre más tarde. La adolescente respondió: “No lo sé. Estaba en clase; acababa de comenzar. Lo siguiente que supe es que la clase casi había terminado y todos estaban parados a mi alrededor”. Esa noche, uno de los amigos de la joven le envió un mensaje de texto a la madre. Quiero decirle lo que vi, expresó. Cuando estábamos en clases vi que la mano de su hija comenzó a temblar. Parecía desorientada y estaba babeando. El episodio solo duró un minuto más o menos, pero fue extraño, dijo el adolescente.

Temiendo que su hija haya tenido una convulsión, la madre buscó a un especialista. Encontró a uno en Stamford, a media hora al sur de su casa en los suburbios de Connecticut. Ese médico le pidió que hiciera algo extraño: mantener a su hija despierta la noche anterior a la cita. Ella necesitaría un electroencefalograma (EEG) y la fatiga podría reducir el umbral para tener una convulsión y hacer que el problema fuera más fácil de detectar, explicó. Pero la prueba era algo normal. Pudo haber tenido una convulsión, dijo el neurólogo, pero a menudo esos son hechos aislados.

Una noche muy extraña

Pero solo unas semanas después, en esa visita al pediatra, le pasó nuevamente, y justo enfrente del médico. Después de escuchar que podría haber tenido otra convulsión, la joven hizo una pregunta. “¿Todavía puedo ir al baile de bienvenida?”, ella preguntó.

“Claro que sí”, respondió el médico. La madre estaba un poco sorprendida, pero complacida. Tal vez esa realmente fue una buena noticia.

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Esa noche, después de que la adolescente se fue al baile de bienvenida, el médico llamó a la madre. “Esa no fue una convulsión que tu hija tuvo en mi consultorio”, este le dijo. “Creo que fue un ataque de pánico”. Después de una convulsión, explicó, los pacientes generalmente tienen un periodo de fatiga severa y confusión. “Nadie que haya tenido una convulsión pregunta acerca de ir al baile de bienvenida”, aseguró. Ella había estado respirando mucho antes de su extraño episodio en el consultorio. Él pensó que ella estaba hiperventilando, algo que puede ocurrir antes de un ataque de pánico, y le dio una bolsa de papel para respirar. Apenas se había puesto la bolsa en los labios cuando comenzó a agitar los brazos y las piernas. Los ataques de pánico son comunes, especialmente en este rango etario. Ella probablemente necesitará ver a un psiquiatra, agregó.

Al escuchar esto, la madre quedó aturdida. Este médico había sido el pediatra de la familia desde que nació su hijo, ahora de 23 años de edad. Siempre había sido genial, el tipo de médico que todo el tiempo hace un esfuerzo adicional. Pero esta vez la madre estaba segura de que estaba equivocado.

La joven estaba en casa esa noche a las 8:30 pm. Pasó apenas 20 minutos en el baile. La música era demasiado fuerte, según le contó a sus padres que la estaban observando. Las luces intermitentes le produjeron un fuerte dolor de cabeza. Ella se fue directamente a la cama. Horas después, su madre abrió la puerta de la habitación de su hija, para calmar a la joven antes de irse a dormir. Mientras miraba, su hija comenzó a temblar. No fue la agitación salvaje que vio en el consultorio del médico. Era como un tipo de escalofríos que da cuando tienes fiebre, pero más fuerte. El episodio duró solo unos segundos. La madre, demasiado preocupada para irse a su propia habitación, se acostó junto a su hija para esperar a que se repitiera el extraño episodio.

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La despertaron un par de horas después. Toda la cama parecía moverse. Los ojos de su hija estaban cerrados y su cuerpo estaba temblando. El episodio, de nuevo, duró solo unos segundos. ¿Se trataba de una convulsión? La madre llamó al pediatra, pero no se sentía confiada al recordar que este le dijo que su hija tenía episodios similares a los ataques de pánico, no a convulsiones. ¿Quién de verdad sabría lo que estaba pasando? De pronto, la mujer se acordó del neurólogo que le hizo el EEG a la joven. Había dicho que podría haber sido un episodio aislado, pero claramente no lo fue. ¿Quién ha oído hablar de un ataque de pánico en medio de la noche?

El servicio de atención le dijo que ese neurólogo no estaba de guardia, pero que alguien le devolvería la llamada. Unos minutos más tarde, su teléfono sonó y una voz ligeramente acentuada identificó a la persona que llamaba como la doctora Cigdem Akman. Ella era neuróloga pediátrica del Hospital de Niños Morgan Stanley de Newyork-Presbyterian en Manhattan. La madre le relató los eventos de aquel largo día. Después de describir lo que sucedió en el consultorio del pediatra, ella se detuvo, luego agregó: “Su médico pensó que era un ataque de pánico, pero mi hija nunca ha sido la que ha perdido la cabeza”. Luego le describió los temblores que hicieron que toda la cama se moviera esa noche.

“No tengo dudas de que su hija está teniendo convulsiones”, le dijo la doctora a la madre. No había nada que hacer en ese momento, pero su hija debería ser evaluada. Akman acordó que la vieran en el video EEG Lab. Un estudio de 48 horas podría revelar lo que estaba sucediendo.

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Una adolescente sufría de constantes dolores de cabeza y fatiga. ¿Era por las conmociones cerebrales?
Ilustración: Ina Jang

Una anormalidad visible

Madre e hija viajaron a la unidad de monitoreo de epilepsia del hospital dos días después. En las primeras 24 horas fue monitoreada, tuvo ocho convulsiones, una mientras estaba despierta y siete cuando dormía. Durante la convulsión cuando estaba despierta, la joven pudo caminar y hablar de manera inteligible. La única anormalidad obvia eran sus ojos. Parpadeó rápidamente varias veces, luego su barbilla se levantó ligeramente y sus ojos se voltearon hacia atrás. Eso duró solo segundos, pero el EEG mostró la presencia de un tipo de convulsión generalizada llamada “convulsión de ausencia”, caracterizada por la falta de atención. Los extraños movimientos oculares indicaron un tipo raro de trastorno de ausencia-señalidad llamado síndrome de Jeavons. Inmediatamente le recetaron un potente anticonvulsionante.

Jeavons se describió por primera vez en 1977. Por lo general, comienza en la infancia, aunque con frecuencia no se diagnostica sino hasta la adolescencia. Es mucho más común en niñas que en niños. Los niños afectados tienen convulsiones que son muy breves, que duran solo unos segundos, pero a menudo ocurren muchas veces al día. Si no se trata, estas convulsiones pueden afectar el aprendizaje. Y pueden cambiar de convulsiones de ausencia a grandes ataques tónicos-clónicos, como le había pasado a esta joven. Akman tardó unos meses en encontrar los medicamentos correctos para ella, pero desde que comenzó el tratamiento, la adolescente no ha tenido más convulsiones. 

Ya cuando pudo controlar sus convulsiones, dejó de tener accidentes. Los dolores de cabeza, la fatiga y los mareos desaparecieron. Durante gran parte de su vida, se sabía que la joven tenía episodios de falta de atención. Estos habían sido atribuidos a sus múltiples conmociones cerebrales. Ahora estaba claro que muchos, si no la mayoría, en realidad eran convulsiones. Con el tratamiento anticonvulsionante, las calificaciones de la joven subieron. Ahora está en la universidad, haciendo una especialización en neurociencia.

Traducido por José Silva

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