• Tres migrantes contaron para El Diario cómo viven esas fechas tan especiales y lo complejo que ha sido el proceso de adaptación de las celebraciones 

La migración venezolana ha dejado cicatrices difíciles de borrar en lo que se refiere a las relaciones entre los que se fueron y los que aún permanecen en el país. Los reencuentros se hacen a través de pantallas, los abrazos se dan de forma virtual y el sentimiento de añoranza permanece a flor de piel.

La Navidad y el Año Nuevo son fechas de familiaridad para el venezolano. La imposibilidad para algunos de regresar a compartir con sus seres más allegados ha transformado la manera en la que se mantienen conectados durante esas fechas.

El equipo de El Diario consultó a tres migrantes venezolanas en Estados Unidos y España para conocer cómo viven esas fechas tan especiales y lo complejo que ha sido el proceso de adaptación de las celebraciones.

“Cuando no estás con tu núcleo familiar más cercano duele muchísimo”

Lucía Fernández tiene 29 años de edad y cuatro años residenciada en Madrid, España, donde trabaja como Community Manager. Su proceso migratorio ha estado marcado por altibajos, pero reconoce que las fechas navideñas son particularmente difíciles porque aunque no está completamente sola considera que no está con quienes realmente ama y dejó atrás.

La dinámica más que todo empieza el 24 con una llamada que hago a mis padres y a mi hermano justo antes de lo que sería la cena para mí, ya que vivo en Madrid. El 25 de diciembre, a la hora de Caracas, aproximadamente a mediodía, me vuelvo a comunicar con mi familia para conversar y preguntarles cómo pasaron el día de Navidad”, contó a El Diario.

Fernández se consideró “poco tradicional” con relación a la comida navideña venezolana, por lo que la ausencia de la hallaca, la ensalada de gallina o el pernil en su mesa no le ha hecho falta ahora que vive en Europa. 

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A su vez, ha incorporado a otros familiares migrantes a través de las llamadas grupales o de conferencia para compartir un momento juntos desde la distancia.

“Para Año Nuevo me toca hacer dos llamadas. Una cuando entra el año en España y otra cuando sucede en Caracas. Además, desde que WhatsApp implementó el servicio de llamadas grupales hacemos una reunión en línea todos los primos que vivimos fuera de Venezuela, lo cual siempre ha sido muy divertido”.

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Foto: EFE

Considera que estas fechas, en definitiva, son de muchos sentimientos encontrados. Incluso dice que ha desarrollado culpa por estar luchando por una vida mejor, “que no siempre llega a la velocidad que deseamos”, mientras los problemas parecen seguir vigentes en Venezuela.

“Acá (en España), uno tiene muchas posibilidades, todo está muy bonito y organizado. Entonces, sientes la necesidad de hacer más, ayudar más, pero a veces no se puede (…) En resumidas cuentas, cuando no estás con tu núcleo familiar más cercano duele muchísimo”.

Para intentar que a su familia no le falte lo básico, Fernández suele enviar un poco más de dinero en Navidad por concepto de remesa a fin de contribuir algunas cosas puntuales que necesitan en su hogar.

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Nuevas tradiciones y la nostalgia

Como no todo tiene relación con los sentimientos de tristeza y nostalgia, Fernández explicó que ha aprendido a valorar esas nuevas tradiciones que ha ido creando. 

Por ejemplo, trato de reunirme con amigos que también son migrantes, aunque no sean todos necesariamente venezolanos, y hacemos un intercambio de regalos. Al igual que yo están en un país extraño, sin sus familias, y poco a poco hemos creado una familia sustituta de este lado del mundo”.

Añade que el sentimiento general para sus amigos y para ella es una suerte de orfandad, porque a pesar de estar acompañados todos añoran otra vez volver a pasar las navidades y el Año Nuevo en sus casas. 

Asimismo, confiesa que cuando escucha una gaita zuliana en esas fechas se activan los recuerdos de todo lo que tuvo que dejar en Venezuela para lograr sus objetivos.

“He llegado a un punto que internamente a las 12:00 am cuando suenan las campanadas del Año nuevo hay un parte de mi que dice: respira, sonríe, todo va a estar bien… Los vas a ver pronto, esta distancia no será para siempre”, concluyó.

“Sin la tecnología no hubiese podido con la tristeza”

Para Vivian Hernández, administradora con 35 años de edad, la tecnología ha sido una aliada para llenar la sensación de vacío que quedó en su corazón al alejarse de todo lo que alguna vez fue su normalidad. 

“Salí de Venezuela rumbo a Argentina en el año 2017 y luego en el 2019 me mudé a Estados Unidos. Dejé a mi familia en Venezuela, y con ellos la mitad de mi corazón. Gracias a Dios que existe la tecnología. Sin la tecnología no hubiese podido con la tristeza”, explicó a El Diario. 

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Hernández aseguró que estaba acostumbrada en esas fechas a compartir con su mamá, visitar a sus abuelos y a sus primos, algo que no es posible desde hace cinco años.

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Foto referencial

Desde que salió del país se ha apoyado en las videollamadas, sobre todo el 24 de diciembre en la noche, mientras están cenando. Es en ese momento en que las cámaras de los celulares y de las computadoras se activan para estar ahí presente.

El 25 de diciembre también nos llamamos o escribimos para contarnos qué más hicimos después de cenar. Lo mismo hacemos en fin de año. A las 12:00 am en punto tratamos de estar conectados, al menos mi mamá y yo (…) Aunque no la puedo abrazar, sentir, oler, el por lo menos escucharla, y mirarle su cara a través de la pantalla me calma un poco la nostalgia”.

“Quisiera a través de la pantalla volver a abrazar a mis hijos y a los nietos que dejé en Venezuela”

Para Rafaela Vásquez, de 62 años de edad, sus navidades cambiaron hace cinco años cuando decidió emigrar a Estados Unidos buscando garantizar una vejez con menos limitaciones para su salud.

“Gracias al apoyo de uno de mis hijos acá pude tener una mejor calidad de vida, puedo acceder a mis medicinas, pero a costa de ello tuve que dejar mi casa. También, tengo a dos hijos aún en Venezuela y nuestra acostumbrada reunión de Navidad y Año Nuevo se transformó por completo”.

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Vásquez es enfermera jubilada y una apasionada por la cocina navideña que era lo que más disfrutaba de hacer en esas fechas.

“En los últimos años ya me he vuelto una experta con la tablet de mi nieta y mientras preparo el pan de jamón y las hallacas voy conversando con mis hijos en Venezuela. Hasta he logrado que hagan el ponche crema con mi receta. Pese a la distancia voy supervisando todo el proceso”, dice Vásquez.

Confesó que aún sueña con volver a tener un reencuentro con toda su familia en la mesa, y preferiblemente en Venezuela.

“Yo extraño la calidez humana de mi gente. Acá estoy bien, he conocido a personas increíbles. Incluso, he aprendido a preparar tamales mexicanos, pupusas de El Salvador porque amo cocinar, pero a veces quisiera a través de la pantalla volver a abrazar a mis hijos y a los nietos que dejé en Venezuela”.

Contó a El Diario que no ha sido fácil empezar de nuevo en otro país y para ella el Año Nuevo es sinónimo de lágrimas de nostalgia y en ocasiones de incertidumbre.

“Mi deseo durante todos los años que he vivido acá es que los problemas del país se pierdan en el tiempo, que las barreras de las fronteras desaparezcan, que nunca más una familia tenga que derramar una lágrima en Navidad porque está lejos de su país y sus afectos”, concluyó.

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