• A 18 años de la muerte del maestro del cinetismo, recordamos su paso por el arte. Desde la Escuela de Artes Plásticas de Caracas, hasta revolucionar París con sus instalaciones vibrantes y sus penetrables que sumergen al espectador. Aunque sus restos sigan en Francia, su espíritu está en las obras que legó en las calles y museos de Venezuela

El ojo de un artista puede cambiar el mundo, o al menos, la percepción que se tiene de él. Para Jesús Soto, la realidad iba más allá de las formas, para convertirse en movimiento, vibración, colores y líneas que juegan con la mente de sus espectadores. En su mundo, las personas podían sumergirse en el interior del arte, a través de alguno de sus penetrables, o al voltear la vista al gran sol naranja que flota al lado de una autopista en Caracas.

El 14 de enero de 2023 se cumplen 18 años de la muerte del maestro del cinetismo. Un legado que, junto al de otros genios de su tiempo como Alejandro Otero y Carlos Cruz-Diez, marcó un punto de inflexión en el arte venezolano. Sin embargo, este se ha convertido también en un año para celebrar su vida, al estar cercana la celebración del centenario de su nacimiento. Un momento ideal para recordar sus obras más icónicas, su impacto dentro de la movida nacional, y su lugar dentro de la historia del arte contemporáneo.

Su obra perdura en la memoria de muchos venezolanos, quienes la han integrado a su cotidianidad, muchas veces sin reparar en su autor. Por ejemplo, al salir de la estación Chacaíto del Metro de Caracas, donde el Cubo virtual azul y negro cuelga sobre su Progresión amarilla. También al ver una obra en el Teatro Teresa Carreño, en el techo de su vestíbulo y salas. Y quizás la más emblemática de todas, la Esfera Caracas, al pasar por la autopista Francisco Fajardo.

Descubriendo el arte

Una exposición para homenajear a Jesús Soto en el centenario de su nacimiento
Plano nadir de la pieza Volumen Virtual Suspendido (1979), instalado por Soto en el Cubo Negro. Foto: Cortesía

Jesús Rafael Soto nació el 5 de junio de 1923 en Ciudad Bolívar, con la estampa del río Orinoco impregnando su mente desde temprana edad. Aunque su familia era muy pobre para comprarle colores, el germen creativo se manifestó en él a los 5 años de edad. Ya a los 8 robaba el lápiz labial de su tía para pintar sobre hojas de papel. Al ver esto, una familia acaudalada para la cual trabajaba su abuela decidió regalarle una caja de crayones, los cuales en esa época solo se conseguían en Caracas.

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Otra cosa que solo se conseguía en la capital era la oportunidad de lograr una carrera profesional como artista. A los 16 años de edad se dedicaba a pintar afiches para las marquesinas del cine de Ciudad Bolívar, mientras en sus ratos libres reproducía los cuadros que veía en libros y revistas. En ese momento, un grupo de pintores que publicaba en la prensa local lo animó a vivir del arte, por lo que en 1942 consiguió una beca para estudiar en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas.

La realidad de la pintura académica no llenó sus expectativas. Mientras en el mundo del arte se revolucionaba con las vanguardias, en los salones de Caracas todavía primaba la influencia del postimpresionismo de Paul Cézanne. De las obras de Pablo Picasso o Piet Mondrian apenas se enteraban por litografías o revistas compartidas por algunos profesores. Aun así, en esa etapa conocería a compañeros como Carlos Cruz-Diez, Alejandro Otero y Pascual Navarro, quienes compartían sus mismas inquietudes.

La carrera de Soto estuvo a punto de ser truncada prematuramente. Sus padres se habían divorciado cuando tenía 10 años de edad, quedó bajo custodia de un tío. Ese mismo tío falleció cuando el joven artista apenas tenía un año en la escuela. Soto fue llamado a regresar a Ciudad Bolívar para encargarse de sus hermanos menores. Su profesor y mentor, Antonio Edmundo Monsanto, le escribió una carta a la familia para hacerles reconsiderar su decisión “(Es) muy lamentable que un muchacho, apenas comenzando sus estudios, tenga que abandonarlos”, dijo. Gracias a su intervención, Soto estuvo de vuelta en Caracas un mes después.

Los Disidentes

Jesús Soto: el genio que llenó de movimiento y color al arte venezolano
De izquierda a derecha: Narciso Debourg, Jesús Soto y Carlos Cruz-Diez. Este último no fue parte de Los Disidentes, aunque fue cercano al grupo. Foto: Delarco Patez/ Atelier Soto

Luego de un periodo como profesor en la Escuela de Artes Plásticas de Maracaibo, consiguió otra beca en 1950 para ir al epicentro de los calderos creativos mundiales: París, Francia. Llegó en un momento muy particular, en el que las vanguardias ya estaban en su ocaso, abriendo paso a nuevos fenómenos como el abstraccionismo lírico y el surrealismo. Un cambio de paradigma donde se buscabala pureza del trazo, la deconstrucción de la figura y la expresión de ideas cada vez más abstractas y conceptuales en lugar de los demonios interiores del artista.

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Nada de lo que dominaba las tendencias entre los jóvenes parisinos  cautivó a Jesús Soto. Por eso viajó a Ámsterdam (Países Bajos), para cumplir con su sueño de ver los cuadros de Mondrian y Vasili Kandinski. A partir de allí se interesó por el arte geométrico y movimientos como la Bauhaus, el Stijl, o el arte óptico de Victor Vasarely. 

Por esa época se unió al grupo Los Disidentes, conformado por artistas jóvenes venezolanos, entre los que se encontraban sus amigos de la escuela. Se llamaron así por romper con el status quo de la academia venezolana, rebelándose contra la falsedad y el anacronismo que consideraban que reinaba en el arte de su país. Entre sus miembros, además de Otero y Navarro, estuvieron Mateo Manaure, Aimée Battistini, Narciso Debourg y Nena Palacios. 

Con Los Disidentes, Soto asistió a las conferencias de  Léon Degand en el Atelier d’Art Abstrait. También estudió la obra de Vasarely, Alexander Calder y los constructivistas rusos, por lo que en poco tiempo su forma de hacer arte cambió drásticamente. Como el resto de su grupo, abrazó el abstraccionismo geométrico como antítesis del figurativismo criollo.

Arte que se mueve

Jesús Soto
Techo del Foyer del Teatro Teresa Carreño. Foto: Cortesía

De acuerdo con la página web oficial del artista, “Desde sus inicios Soto intenta ir más allá de la representación bidimensional de las formas geométricas, con el fin de introducir el movimiento, utilizando el método de la repetición”. En 1953 comienza a incorporar la tridimensionalidad a su trabajo con el uso de capas de plexiglás superpuestas que daban la ilusión de movimiento al cambiar de perspectiva. Comenzaba ya a meterse en el arte cinético.

En 1955 inaugura su primera gran exposición, Le Mouvement, en la galería de Denise René de París. Sin embargo, no sería hasta 1957 cuando crea su serie Vibraciones, que lo proyecta como un referente del cinetismo. Consistía en marañas de alambres y materiales móviles como varillas o cuadrados metálicos, puestos sobre un fondo rayado. La web explica que su disposición producía un efecto en el que las piezas “aparecen y desaparecen de acuerdo con el movimiento del espectador, dejando entrever un espacio intersticial: la vibración, el vaivén de lo invisible y lo visible, de lo material y lo inmaterial”.

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Jesús Soto se convirtió en un pionero en el uso del patrón de Muaré, al que él solía llamar “visión del movimiento”. Se trata de un fenómeno producido por una interferencia al entrelazar dos conjuntos de líneas paralelas, rectas o curvas, en ángulos y tamaños diferentes. Esto produce un efecto al ojo humano de una serie de bandas superpuestas a las líneas. Cuando ambos conjuntos son de colores distintos, pueden producir un tercer color intermedio.

Partes constitutivas

Jesús Soto: el genio que llenó de movimiento y color al arte venezolano
Foto: Cortesía

Una de las mayores inquietudes de Soto era que el público pudiera involucrarse con su arte, formar parte de él, escudriñarlo desde adentro. Ya en la década de los cincuenta había experimentado con instalaciones que si bien cumplían el objetivo, no eran del todo accesibles, por lo que las llamó “Pre-penetrables”. Un ejemplo de esto es la escultura de 1957, ubicada en los jardines de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela (UCV).

Es para 1967 que crea su primer penetrable para la Bienal de Venecia de 1966. Estas piezas están formadas por barras flexibles o de goma agrupadas en un bloque que a lo lejos se ve sólido, pero donde el espectador puede entrar y sumergirse en una experiencia de líneas que envuelven la visión, como una fuerte lluvia. Uno de los penetrables más icónicos que aún existe en Caracas se encuentra en el Museo de Bellas Artes. Otros reconocidos están en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en España; en el Museo de Bellas Artes de Houston, Estados Unidos; o en la Fundación Louis Vuitton, en París.

Hasta ahora, el espectador estaba en la posición de un observador externo de la realidad. Hoy, la noción de que existe la humanidad por un lado y el mundo por el otro ha sido superada. No somos observadores, sino partes constitutivas de una realidad que sabemos que está repleta de fuerzas vivas, muchas de ellas invisibles”, declaró Soto a la revista Robho en 1968.

Integrado en la memoria

Jesús Soto: seis obras icónicas del artista cinético venezolano
Foto: Cortesía

Parte del espíritu de sus penetrables se mantuvo de manera simbólica para su serie Integraciones al ambiente. Son obras monumentales donde la participación del individuo nace de la interacción entre la pieza y su entorno. Aquí, el arte como parte del espacio urbano, de la arquitectura, hace que nazca un vínculo y un sentido de pertenencia al apreciarlo en la vida cotidiana. Precisamente de aquí son la Esfera de Caracas, los techos del Teresa Carreño, o Volumen virtual suspendido (1979), ubicado en el Cubo Negro. 

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Pero su arte no solo fue hecho para Caracas. Una hermana de la Esfera de Soto se puede ver en la Grande sphère de Séoul, creada para los Juegos Olímpicos de Seúl 1988. Otra, de tres esferas con los colores de la bandera francesa, está en las oficinas centrales de la aerolínea Air France. Por su parte, Volume virtuel suspendu (1977) se encuentra en la sede del Royal Bank en Toronto, Canadá.

A lo largo de su carrera, Soto no solo cultivó su propia obra, sino que también se dedicó a coleccionar la de otros artistas. Su repertorio de arte constructivista y abstracto lo llevó a plantearse la idea de crear un museo, lo cual gestionó con apoyo del Estado venezolano en 1969. Así, el 25 de agosto de 1973 se inaugura en su natal Ciudad Bolívar el Museo de Arte Moderno Jesús Soto junto al entonces presidente Rafael Caldera. Actualmente consta de más de 700 obras de Soto como de varios exponentes del cinetismo, el nuevo realismo y la abstracción geométrica del siglo XX.

Jesús Soto vivió el resto de días en París, donde falleció a causa del cáncer a los 81 años de edad. Sus restos reposan en el cementerio Montparnasse, más cerca del río Sena que del Orinoco. Sin embargo, al igual que Cruz-Diez, quien también está sepultado en la Ciudad de la luz, son las obras que sembraron en su propia tierra las que mantendrán inmortalizados sus espíritus.

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