• Una resonancia magnética descartó la causa más común de ciática. Posteriormente, su reumatólogo le preguntó sobre su problema con el asma. Ilustración de Ina Jang

Esta es una traducción hecha por El Diario de la nota Excruciating Leg Pain Hobbled Her for Weeks. What Was Wrong?, original de The New York Times.

La mujer de 56 años de edad se acomodó en la silla de su escritorio. Sentarse era tremendamente incómodo en esos días. Hizo clic en el enlace a su página de Facebook y comenzó a escribir su publicación: “Durante las últimas semanas he estado luchando mucho contra la ciática, que es un dolor insoportable en las piernas causado por un nervio pinzado o irritado”. 

Le dolía estar de pie, pero el dolor se intensificaba cuando se sentaba: el peso de su cuerpo era una tortura para sus muslos. Las únicas veces que estaba casi libre de dolor era cuando caminaba o estaba acostada. Es periodista y durante las últimas semanas tuvo que hacer todos sus reportajes y escribir desde su sofá. Había visto a su médico, quien le recetó un relajante muscular, y a su quiropráctico, quien le ajustó la espalda. Sin embargo, ninguno de los dos le proporcionó algún alivio.

La paciente había estado sana toda su vida. Después, a los 50, luchó contra un terrible ataque de cáncer de colon. Se recuperó por completo con mucha ayuda de la cirugía y la quimioterapia. Cuatro años más tarde, desarrolló asma severa de la nada. Un neumólogo dedicado la ayudó a controlar la afección, pero no se había sentido bien desde entonces. Era como si hubiera cruzado algún umbral. 

Tuvo estos extraños episodios de dolores y molestias, entumecimiento y debilidad ocasionales que le duraron varios días. Sus ganglios linfáticos se inflaron hasta proporciones que le causaron dolor y luego volvieron a la normalidad. Después tuvo un terrible dolor en la pierna. Por extraño que pareciera, su espalda no le dolía, pero sus piernas, especialmente la izquierda, la estaban matando.

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Luego su esposo le puso un nombre a su dolor: ciática. Sin embargo, no sabía cómo ayudarla. La mujer finalmente decidió preguntarle a la multitud, o al menos a su grupo de amigos en Facebook. “¿Alguna sugerencia de personas que hayan pasado por esto?”. En cuestión de horas obtuvo más de 60 respuestas. La mayoría fueron empáticas, pero no de utilidad. Finalmente, una amiga de Facebook que estaba casada con un fisioterapeuta le envió un mensaje: “Ve a mi esposo. Él puede decirte de inmediato si necesitas una resonancia magnética o si solo con fisioterapia puede ser suficiente”.

La resonancia magnética no reveló nada

Vio al esposo de su amiga, quien le recomendó algunos ejercicios y le dijo que si ayudaban, estaría bien, pero que si no, probablemente necesitaría una resonancia magnética. Se adhirió religiosamente al régimen prescrito, pero el dolor persistió. El nervio ciático es el nervio más grande del cuerpo, y la irritación de ese nervio, que causa el dolor mejor conocido como ciática, suele ser el resultado de la presión de la columna vertebral ósea. Esos puntos a menudo se pueden ver en una resonancia magnética, pero su resonancia no reveló nada.

Precisamente por eso, tres días después, se dirigió al consultorio del doctor Dustin Nowacek, neurólogo del Bronson Methodist Hospital en Kalamazoo, Michigan (Estados Unidos). La paciente le contó detalladamente sobre sus semanas de debilidad y dolor. Se sentía bien cuando se reclinaba y no sentía casi dolor cuando caminaba, aunque se cansaba demasiado rápido. Sin embargo, cualquier otra cosa, especialmente estar sentada o de pie, era insoportable.

Nowacek notó que la paciente cojeaba mientras se movía de la silla a la camilla. Durante el chequeo médico, su pie izquierdo se notaba claramente más débil que el derecho. De hecho, no pudo mantenerlo apuntando hacia arriba cuando el doctor aplicó presión hacia abajo. Por otra parte, su pie derecho era más fuerte salvo su dedo gordo, ya que no podía mantenerlo apuntando hacia arriba cuando el especialista lo presionaba. Cuando el médico le tocó el tendón de Aquiles en la pierna derecha, el pie mostró la respuesta esperada, pero en el lado izquierdo no hubo ningún movimiento reflejo en absoluto. 

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La mujer se alarmó un poco cuando el médico sacó un alfiler y le explicó que la iba a pinchar para comprobar su capacidad para sentir dolor. La paciente sí sentía dolor y la punta afilada en todas partes, hasta que le pinchó la parte superior del pie izquierdo. Allí no sintió nada.

Este tipo de lesión nerviosa, que afecta tanto la capacidad de sentir como la de moverse, puede tener múltiples causas. Era irregular en lugar de simétrica, lo que reducía las posibilidades. ¿Podría ser causada por su cáncer, que volvió después de seis años? Parecía poco probable. La enfermedad de la tiroides era una posibilidad, pero sus síntomas realmente no encajaban. Era más probable que se tratara de algún tipo de infección: enfermedad de Lyme, VIH o hepatitis. Las enfermedades autoinmunes también podrían causar dicha lesión. Nowacek envió una serie de análisis de sangre para averiguar de qué se trataba.

El insoportable dolor en sus piernas la mantuvo cojeando durante semanas. ¿Qué le estaba pasando?
Ilustración de Ina Jang

Los resultados llegaron poco a poco. Su tiroides estaba normal. No tenía VIH ni la enfermedad de Lyme; tampoco se trataba de cualquiera de los tipos usuales de hepatitis. De hecho, las únicas anomalías eran las que sugerían algún tipo de enfermedad autoinmune. El médico no tenía idea de cuál, así que la refirió a un reumatólogo en su práctica, la doctora Lakshmi Kocharla.

Mientras su asistente médica entrevistaba a la paciente, Kocharla revisó cuidadosamente el historial de la mujer y los resultados de las pruebas. Este tipo de neuropatía no era infrecuente en los trastornos autoinmunes. El síndrome de Sjogren y el lupus fueron probablemente los más comunes, pero no los únicos. Este tipo de misterios era uno de los grandes placeres de trabajar en reumatología.

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La asistente resumió sus hallazgos, y Kocharla entró al consultorio y se presentó ante la mujer de mediana edad y su esposo. Dijo que había oído hablar de las piernas adoloridas, pero ¿qué otros síntomas tenía?, le preguntó a la mujer. Esta le respondió: ¡Muchos! Tenía molestias y dolores en todas partes y había perdido más de nueve kilos en los últimos meses. Tal vez el dolor le había quitado el apetito, pero en realidad no se había sentido bien desde que desarrolló asma dos años atrás. Eso pareció llamar la atención de la reumatóloga, y sorprendió a la paciente. Le había contado a muchos médicos sobre su asma repentina, pero ninguno pareció pensar que se trataba de algo importante. Hasta ahora.

Una nueva lista de síntomas

“Espera un segundo”, dijo Kocharla, después de escuchar esta parte de la historia. Se volvió hacia su laptop y escribió algo en ella. Luego se lo pasó a la paciente. “¿Alguno de estos síntomas te parece familiar?”, le preguntó.

La paciente miró la lista.

Fatiga: Claro, pero ¿quién no está cansado? Pérdida de peso: sí. Ganglios linfáticos inflamados: sí. Dolor muscular: sí.

Adicional a eso, tenía asma y entumecimiento; además debilidad en el pie izquierdo y en el dedo gordo del pie derecho. “Creo que tienes algo llamado granulomatosis eosinofílica con poliangeítis (EGPA por sus siglas en inglés)”, le dijo Kocharla.

Anteriormente se llamaba síndrome de Churg-Strauss debido a los médicos Jacob Churg y Lotte Strauss, quienes describieron por primera vez la afección en 1951. La enfermedad está relacionada con un nivel elevado de glóbulos blancos llamados eosinófilos, las células que responden durante las reacciones alérgicas. De alguna manera, estas células se involucran en la destrucción de pequeños vasos sanguíneos en todo el cuerpo. Eso es lo que causa el entumecimiento y la pérdida de fuerza y reflejos. Estas células pueden provocar un ataque a los vasos sanguíneos en cualquier parte del cuerpo. No está claro qué desencadena este trastorno, pero es una enfermedad destructiva, y puede ser mortal a veces.

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Kocharla revisó el hemograma de la paciente. De hecho, su recuento de eosinófilos era bastante alto, ocho veces el nivel que normalmente se observa. La reumatóloga nunca antes había visto esa enfermedad en un paciente, pero ciertamente había aprendido sobre ella en su beca. Se necesitaría una biopsia para confirmar el diagnóstico, pero hacerlo podría dañar permanentemente el nervio ya lesionado. 

Esta paciente cumplía casi todos los criterios diagnósticos, por lo que la doctora le dio una dosis alta de prednisona para debilitar el ataque dirigido por glóbulos blancos. Sin embargo, como nunca había visto a un paciente con EGPA, quería que alguien con más experiencia confirmara el diagnóstico: por eso remitió a la mujer a la Clínica Mayo en Rochester, Minnesota, para obtener una segunda opinión. La paciente no tenía dudas de que Kocharla estaba en lo cierto.

Después de solo una semana con esteroides, la mujer se sentía genial. El dolor se había ido. Podía sentarse y pararse. El nivel de eosinófilos se redujo a la normalidad. Estaba lista para volver a trabajar. El reumatólogo de la Clínica Mayo había visto muchos casos de EGPA antes y estuvo de acuerdo con el diagnóstico de Kocharla. Le dieron un segundo medicamento inmunosupresor.

Siguiendo sus instintos como reportera, la paciente comenzó a leer sobre la enfermedad. Un artículo sugirió que caminar puede ayudar a controlar esta y otras enfermedades autoinmunes, por lo que la paciente comenzó a caminar. Recorre un promedio de 10 kilómetros por día, lo que ha permitido que sus médicos reduzcan las dosis de sus medicamentos. Ella dice que, aunque está enferma, realmente más enferma de lo que haya estado, nunca se ha sentido más sana.

Traducido por José Silva

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